Encuentro en Iris Murdoch esta contundente observación sobre el matrimonio:
«Todo matrimonio que perdura se basa en el miedo – dijo Peregrine-. El miedo es fundamental. Cuando profundizas en la naturaleza humana ¿qué hallas en el fondo? Un miedo miserable, rencoroso, cruel y egoísta, y no importa si te lleva a aplastar con la bota o a encogerte en un rincón. En cuanto al matrimonio, la gente se limita a negociar posiciones de dominación y sumisión. Es evidente que a veces «crecen juntos» o «alcanzan la armonía», puesto que uno tiene que enfrentarse racionalmente a la fuente de terror que hay en su vida». [Murdoch, I., El mar, el mar; Traducción de Marta Guastavino, ed. Lumen, Barcelona; 2011]».
Hay ahí definido un miedo al desposado. La relación matrimonial es definida como un estado de negociación en el que parece que uno, en cualquier momento, pueda acabar con el otro. Una gestión constante donde el factor determinante es el miedo (al menos el miedo a que el otro te «aplaste», para utilizar las palabras de la autora). Tal como lo leo en Murdoch entiendo que el miedo a ese acompañante podría equipararse a otros miedos arquetípicos como el miedo al doble, o al reverso de cada uno que aparece frente al espejo. Eso que en teoría es idéntico o próximo a ti pero que, si así fuera, no deberías encontrarlo delante como a un oponente.
La cuestión es que por mucho enfrentamiento que haya en el matrimonio -o incluso en una relación sentimental en general- este no se basa en una relación abierta de uno contra otro. Tal como se establece en el mismo texto citado en el matrimonio hay un estado de complicidad implícito, que facilita el que algunos «a veces alcancen harmonía». Lo complicado de esta situación es que ese miedo del que hablamos radica en permanecer con alguien a priori cómplice pero que puede convertirse en enemigo. Un caballo de Troya del que no puedes fiarte. Pero, tal como lo contaron Homero y Virgilio, el caballo de Troya se infiltra dentro de las murallas del otro. No es pues un enemigo tout court o una entidad como el doble o el reflejo en el espejo ya mencionados, que se caracterizan por estar ante nosotros.
He ahí el peligro. Ese acompañante desposado no está nunca al lado, a nuestro lado -como el amigo o el familiar-, sino dentro de cada uno. ¿Qué hallas en el fondo? se pregunta Murdoch. Al desposado de cada uno, cabe responder siempre.
(Incluso dentro de aquellos que nunca llegan a contraer matrimonio hay un desposado muerto de miedo).