Edward Albee realiza un juego de palabras cómico entre la canción de Disney para el cuento de los tres cerditos, “Who’s afraid of the Big Bad Wolf?” y el título de su más célebre obra Who’s afraid of Virginia Woolf?.
En la obra, los protagonistas cantan ante una atónita pareja de recién casados la frase con la misma melodía de aquella de 1933, y que ha pasado a la historia como una “silly simphony” de la productora de animación. Por qué Mr. Albee eligió este chiste es una incógnita; su respuesta, como buen intelectual de la época, no arroja luz, se vuelve pedante. Lo cierto es que seguramente esa misma actitud es de la que se ríe: ambos protagonistas son dos universitarios que viven en el Campus y miran de soslayo la realidad, el mundo y todo lo que se salga de sus “importantes vidas”. No pueden admitir que conocen una canción de un cuento de Disney, pero si le cambian algunas palabras, todo cobra un sentido diferente, la “silly simphony” se transforma entonces en sarcasmo intelectualoide.
El paralelismo acaba ahí. Nada tiene el texto de Mr. Albee de parecido con un cuento de Disney. A diferencia del maniqueísmo hollywoodiense del que se impregnan también los primeros dibujos animados, en Who’s afraid of Virginia Woolf? nadie tiene claro quien es el protagonista o quien es el antagonista; si es Martha quien somete a George, o George quien maltrata a Martha. Ambos se hacen daño, ambos contaminan la velada e incluso la pareja de jóvenes a los que invitan (Nick y Honey), que podían ser inocentes víctimas al principio, se desarrollan ambiguamente. En el cuento de Diseny, el lobo es el malo, los cerditos los buenos, todo claro, sin doblez alguna.
No puedo dejar de pensar en la inteligencia de Edward Albee y de la maestría de Mike Nichols adaptándolo con Richard Burton y Elizabeth Taylor. No puedo dejar de pensar en cómo la verdadera sabiduría es capaz de reproducir la ambigüedad, el multiperspectivismo o la relatividad moral en una misma escala de valores. Y no puedo dejar de hacerlo, porque mientras escribo esto todos los medios de comunicación narran la violencia de la invasión rusa de Ucrania. Todos los medios han convenido en narrar a lo Disney: hay un lobo feroz al que temer. Lo cierto es que en esta escena hay un agresor inmediato y unas claras víctimas arbitrarias. La obra completa es quizás más compleja y si echamos la vista atrás, puede ser que en algún momento se vea a Occidente disfrazada de piggy brother cantando “Who’s afraid of the Big Bad Zar?”. La guerra activa inmediatamente lo dialéctico y esa forma bipolar de entender el mundo, el pitagorismo residual que nos atraviesa. Un sistema que enfrenta a los que están en contra de la violencia y a los que ignoran que defender la “tolerancia cero contra…” es una forma muy siniestra de llamarse intolerante. Una perfecta oportunidad para debatir quién es más culpable, si Martha o Goerge, si Honey o Nick. O para hallar consuelo en los ojos de la Taylor.