Puedo enumerar fácilmente las personas que considero que son (o han sido) graciosas, Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones, Pepe Rubianes, Javier Cansado, Leo Bassi, mi amigo Esteban Miguel, Richard Pryor, el primer Woody Allen, Ignatius Farray, Gilda Radner, Lenny Bruce, Tig Notaro y Stephen Colbert, entre otros.
Obviamente no es una clasificación, ni mucho menos un listado definitivo. Cualquier entendido debe notar graves ausencias, bien porque a mí no me dicen nada, bien porque no les conozco (tampoco soy un estudioso del tema). De haber sido una clasificación rigurosa, seguramente me vería obligado a introducir más personajes personales, es decir, más personas como ese amigo que cito y que ningún lector conocerá.
¿Y por qué? Pues simplemente porque la gracia (ser gracioso) corresponde a una relatividad moral. Hoy tan de moda, los límites del humor se discuten y se fallan constantemente. Aquí y allí se yerguen voces supuestamente autorizadas a hablar sobre los límites (o su ausencia) en aquello que llamamos humor. Esta moda está desprovista de todo sentido. El humor es una forma breve de llamar a la palabra original humorismo, y esta no es más que la representación de la realidad en términos cómicos; en otras palabras, el humor es una técnica de lo cómico, que viene a ser una cualidad del intelecto. Así las cosas, por tanto, el humor no tiene limites. Ser gracioso, sin embargo…
Lo que nos resulta gracioso forma parte de nuestro mapa moral. Lo que personalmente nos produce una irrefrenable carcajada no tiene que ver con ninguna estrategia humorística, más bien con una casualidad, que se da cuando ese comediante comparte con nosotros una serie de valores morales, de códigos sobre el bien y el mal que permiten que haya un verdadero diálogo entre su forma de deformar el mundo y la nuestra.
Siguiendo esta idea, resulta fascinante encontrarse con este fenómeno, porque parece muy difícil que un actor o un comediante asuma un esquema de valores morales como el mío, si solo tenemos en común la voluntad de reírnos (el público) y su voluntad de hacer reír (el cómico). Por ello decía al principio, que de tomarme en serio la tarea de clasificar a las personas que son graciosas para mí, entonces debería recurrir a personajes anónimos, a mi círculo personal, pues en ellos se da la gracia como en mi, facilitada por esa serie de códigos compartidos.
Pongo un ejemplo: en mi familia existe la expresión “vamos todos, dijo Sartori”. Esta expresión vendría a ejemplificar la ironía y el sarcasmo, porque Sartori era un conocido de la familia que tras preparar todo lo necesario para ir con su familia de vacaciones, se decidió tomar una siesta; momento en el que su esposa aprovechó para irse con su hijos y no volverle a ver. Esta frase, con mucha “mala leche” puede resultar muy graciosa en mi familia, un equivalente de “aramos todos -dijo el mosquito que estaba a lomos de un buey”. Entre nosotros, aumenta más su valor cómico, porque mi abuelo, al parecer, la soltó ante algún familiar del ínclito Sartori, sin saber su filia. Y como todos sabemos, la vergüenza además de castrante es graciosísima.
Bien, fuera de mi familia “vamos todos, dijo Sartori” puede causar gracia, pero desde luego, no será por las mismas razones. Ni siquiera sabiendo la anécdota tras ella, porque su valor no es solo estructural, el que se podría desprenderse de un chiste. Su valor es moral: ser educado en la gracia de producir vergüenza, en poder reírse de las desgracias (sobre todo si son ajenas), en el mal moral de festejar el mal del prójimo por tanto, en el sarcasmo, en el valor del remate, etc. etc.
Así explicado, podemos entender por qué sucede que alguien intenta ser gracioso, sin conseguirlo. No es porque no domine las estrategias del humor, o que su intelecto no goce de esa cualidad cómica. Mi posición moral me impide considerarle gracioso, así como a otros les parecerá de lo más inapropiado mi sentido del humor, por ejemplo. Todos podemos enumerar un buen puñado de personas que no cejan en el empeño de ser graciosos y con quien nos vemos obligados a condescender una risa o una carcajada, esperando para nosotros que se vaya o que se calle lo antes posible.
(Me guardo crear una lista tan explícita como la primera, aunque he estado tentado)
La gracia es ideología, como todo lo que tiene que ver con la posibilidad de construir un discurso. Por eso no podemos escapar de discriminar entre individuos graciosos y no graciosos. Muchas veces, por muy común o similar que sean nuestras vidas, tenemos a alguien próximo al que no le “encontramos” la gracia. ¡Ten cuidado en ese caso! Tener una visión moral del mundo muy diferente augura un conflicto seguro.