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§ 11
“Cada objeto mantiene su lugar en el espacio en relación con el [Yo] que representa.Y fuera de esta relación no es posible ninguna localización. Pero aquello por lo que otro debe ser determinado en el espacio, tiene que estar en él. El ser racional se pone a sí misrno, por tanto, en el espacio como ser impulsivo práctico. Este impulso internamente sentido y aceptado junto con el intuir del objeto necesariamente vinculado con el sentimiento en la forma de la intuición, es la medida originaria (e inmediata) para toda localización. No es posible poner algo en el espacio sin encontrarse a sí mismo en él, pero esto no es posible más que en tanto se pone un objeto en él".
Se estaba hablando hasta ahora de la medida originaria, que consiste en el cálculo del Yo de la aplicación de su fuerza que necesita para llegar junto al objeto. De ahí que tengamos que investigar cómo es posible esta aplicación de fuerza, este quantum de impulso reprimido que gasto en este medir. ¿Cómo conozco esta medida, cómo es posible medir esta medida misma para a través de ella medir algo más? Para contestar a esto tenemos que investigar en primer lugar qué es fuerza en general. ¿Cómo llega la inteligencia a este concepto? Aquí las capacidades teórica y práctica se limitan nuevamente entre sí.
1.- El concepto de fuerza sólo puede derivarse de la conciencia de la voluntad y de la casualidad unida con ella. Por ello debemos hacernos ante todo la pregunta: ¿Cómo nos encontramos propiamente cuando nos encontramos queriendo y adscribimos casualidad a este querer en el mundo sensible?
A.- El querer no puede deducirse sino sólo mostrarse en la intuición. Es algo originario, lo más primario e inmediato. ¡Quiere una vez y mira cómo lo haces! Pero esta exigencia presupone la siguiente: ¡Piénsate deliberando!; es decir, [pensando] si debes hacer esto o aquello. ¿Cómo se nos aparecen aquí los pensamientos? Tenemos una representación determinada de las acciones posibles y un concepto determinado como algo posible dependiente de nosotros, pero el concepto de actuar está todavía oscilando en el deliberar, aún no está fijado ningún actuar determinado, pues lo opuesto no está aún excluido, es aún posible. En este [114] oscilar se nos aparece, por tanto, el concepto de actuar en cuanto aún no estamos decididos.
Pero si nos pensamos tomando una decisión, si quiero una vez efectivamente algo, entonces el concepto de nuestro actuar nos aparece como lo único que debe suceder y no otro algo posible contrapuesto. querer algo es una exigencia categórica incondicionada. Lo querido aparece como un postulado absoluto de la efectividad que exige sólo este ser y ningún otro. (No se piense aún en el imperativo categórico). En el querer nos manifestamos como produciendo algo nuevo que antes no existía. Lo querido es exigido como algo efectivo, es una exigencia de efectividad.
Lo querido existía en la deliberación sólo idealmente; hemos mantenido diversas acciones posibles acerca de nuestro querer, pero sólo problemáticamente. Ahora lo querido deja de serlo, por decirlo así, y lo consideramos como nuevo. El querer aparece por tanto como productor desde una limitación autorealizada de la capacidad de la voluntad, que es superada y abandonada mediante la dirección a lo determinado, mediante el querer.
En el deliberar el impulso está disperso en lo opuesto, y de ahí que no es ningún querer; éste, por el contrario, es la concentración del impulso disperso sobre un punto. ¿Según la ley de la razón, se mantiene esta concentración para el querer? Esto se sigue desde lo anterior. El Yo se encuentra a sí mismo, y es consciente de sí en el transitar desde lo determinable a lo determinado. Esta concentración es el punto del transitar. Sólo concentrándonos somos conscientes de nuestro querer. ¿Pero de qué manera somos conscientes de nuestra voluntad, esto es, según su forma, habida cuenta de que hasta ahora sólo hemos considerado lo material de la voluntad?
Ambos, el deliberar'y el querer determinado, son en el fondo sólo un pensar determinado. Aquél es problemático, éste categórico. Pero en el Yo nada es excepto lo.que él pone. Por consiguiente, tampoco hay en el mismo ningún pensar sin que él lo ponga. Este pensar determinado que queremos nombrar es, por tanto, inmediato. Mediante el pensar del querer, quiero; y porque quiero así, pienso el querer.
[115] Según esto, la voluntad es algo absoluto; sujeto y objeto son uno y precisamente lo mismo. No hay aquí ningún objeto presente como la intuición externa; ella carece de esquema, pues el querer y el pensar del querer no están escindidos en la conciencia, como [sucede]* por el contrario en una representación de un objeto –donde me distingo en tanto representante y representado–, sino que soy uno, el que quiere y el que piensa queriendo. (Sucede así con el querer lo mismo que con el sentimiento, que también según lo anterior era algo absoluto e inmediato. Así algo inmediato es necesario para deducir de él lo mediato. De ahí que querer sea lo más alto y originario: si no me pienso queriendo, nada es).
Este concepto de mi querer inmediato es el fundamento de los noúmenos de Kant, que él no ha fundamentado suficientemente. Los noúmenos kantianos se presentan aquí completamente separados, pues él dice únicamente: tenéis que colocar algo por debajo de toda experiencia; pero no se hace filosofía con rigor si no se deduce el Cómo y el Por qué. En kant estos noúmenos son qualitates oculttae –afirma que no hay ningún puente entre el mundo inteligible y el mundo de los fenómenos. Esto viene de que él consideró al Yo sólo desde una cara, meramente como unificador de algo diverso, y no también como produciéndolo. Sobre esto [versan] las siguientes notas.
Este puente lo tiende ahora con facilidad la doctrina de la ciencia. Considera al mundo inteligible como condición del mundo de los fenómenos. Este se construye sobre aquél, y el mundo inteligible reposa sobre el Yo, y éste sobre sí mismo. Sólo en el querer del Yo, sujeto y objeto son uno y el mismo a la vez; mediante el querer y el pensar del querer, el Yo produce algo nuevo. El concepto de querer es, por tanto, aquél sobre el que se fundamenta todo lo espiritual, todo lo que consiste en un mero pensar, y por eso el Yo mismo es espíritu puro [116], si bien en el parágrafo anterior el Yo era corporal o material. Los 'dos, el Yo espiritual y el material, deben reunirse en uno que ya se encontrará. Según esto el noúmeno es algo meramente producido mediante el pensar, pero meramente por el pensar, sin sentimiento o intuición alguna. Pues lo que se produce por estos últimos son phaenomena, fenómenos sensibles, porque afirmo que les corresponde algo exterior a mí. Nuestro querer es producido entonces mediante nosotros mismos. De ahí que Kant niegue la intuición inteligible. Kant dice que los conceptos tales como voluntad, fuerza, etcétera, son noúmenos; existen; pero, ¿para quién? Es claro que no hay dos Yo. Los noúmenos y los fenómenos existen para un Yo indiviso. Esta pregunta ya la había planteado el Sr. hilsen*.
¿Cómo sé que ellos existen? La respuesta habitual es: mediante la conciencia inmedita. Pero esto no significa nada más que mediante intuición inteligible. Me observo en el pensar, pero sin ningún espacio, pues de otra manera sería intuición sensible. Tales noúmenos son conceptos puros, y la capacidad para ellos razón pura. De ahí la critica de la razón pura Kantiana. Pero la doctrina de la ciencia es algo completamente distinto; ella se ocupa también de los fenómenos, de todos los que produce el Yo según su capacidad total y debe agotar el ámbito total de la conciencia.
2.- Queremos aclarar ei concepto de voluntad mediante un opuesto que no sea el [concepto] de deliberar, a saber, mediante el concepto de deseo. ¿Cómo se distingue el deseo del querer? Kant dice que mediante la voluntad debe realizarse algo, mediante el deseo no. [117] Lo deseado puede tomarse en un doble sentido. O se considera que cuando deseamos querer esto no depende de nuestra voluntad, o que aunque depende de nuestra voluntad podemos no decidirnos a querer. Esta última es la disposición habitual de muchos hombres, que no hacen más que desear, pero nunca quieren ni se deciden a aplicar los medios para ello; por ejemplo, querer ser virtuoso sin vencer las penas, sin esfuerzo. Estos deseos impotentes habitualmente se confunden con el querer. La primera manera de deseo, cuando se considera que no depende de nuestra voluntad (por ejemplo, que alguien me regale mil táleros), no contribuye mucho a la presente distinción acerca del querer. La segunda sí.
¿Cuál es entonces la diferencia característica? En un tal deseo hay algo completamente determinado; mi pensamiento no oscila entre opuestos como en el deliberar; el deseo mantiene firmemente su objeto y en esto es igual a la voluntad. También aquí se exige el objeto del deseo, como en la voluntad; pero no categóricamente. Siempre hay en el deseo un pensar condicionado, y sólo cuando desaparece lo condicionado, entonces, se desea querer. Por ejemplo, si para ser educado no se exigiera ninguna diligencia o fatiga. Pero, ¿dónde reside lo incondicionado de la exigencia en el querer, y qué ingrediente del deseo abandonamos?.
En el querer abstraigo de todo excepto de lo querido; esto no sucede con el deseo. En el querer, el espíritu no atiende a otra cosa que lo querido. Esta es la concentración de mi impulso y de mi pensar en un punto –de todo el hombre interior con todas sus capacidades; en el deseo, la imaginación vaga todavía. Tómese como ejemplo la más estricta atención, esto es, la limitación de mi pensar sobre un punto; aquí existe por consiguiente también querer y aquélla [limitación] se lleva a cabo meramente por el querer. O figurativamente: en el querer el hombre reúne su ser entero en un punto y todo lo demás, excepto él, no existe para el hombre completo.
Todo lo querido es una serie continua y determinada del actuar y del sentimiento. Es un transitar de un estado de sentimiento a otro, o en relación con la intuición de un objeto en la medida en que el mismo no permanece más, sino que otro debe ocupar su lugar. La cosa debe llegar a ser otra. [118] En ningún querer puede haber un salto, un hiato, sino que el querer es una serie continua en una dirección determinada.
En el desear también se piensa esta dirección, pero él surge para que ia Imaginación sobrepase y separe libremente los miembros de esta cadena y no para mantenerse en este proceso. De lo necesario a la Imaginación para que no vague, surge el concepto de fuerza, energía para querer algo, una aplicación de poder, un empuje. El querer es, según esto, un operar interno sobre el vagar [para llevarlo] hacia un punto.
No tenernos una expresión determinada para este operar interno: oscila entre representación y sentimiento, sin llegar a ser ni lo uno ni lo otro. Se le podría llamar un sentimiento inteligible. No es propiamente un sentimiento, pues no se presenta ninguna limitación, sino más bien lo contrario: es un romper la limitación que surgió por la deliberación, pero que es rota mediante la decisión. Y sin embargo, es sentimiento inteligible en cuanto la Imaginación tiene una tendencia a desorientarse y requiere, por tanto, un esfuerzo interno para fijarla. En cuanto realizo este acto llego a ser inmediatamente consciente de él. Y mediante ello se puede entroncar el mundo externo en el interno. Me limito a esta dirección. Esto sería fuerza pura de la inteligencia en cuanto que se concentra mediante el querer, y mediante este actuar por el que me dirijo hacia un punto surgiría, por tanto, un sentimiento de fuerza.
Todavía algunas observaciones. Corno hombre puedo considerarme desde dos puntos de vista, teorético y práctico. El teorético consiste en un libre pensar según ciertas reglas. ¿Por qué y mediante qué se distingue del práctico?; esto es: ¿por qué no puede tener lugar en el actuar?, ¿por qué no es posible? Porque aquí [en el actuar] la libertad está completamente reprimida, porque aquí no es posible ninguna elección de dirección, ningún comparar, sino que en el actuar estoy firmemente dirigido a un punto. En esto descansa la vida, que surge desde el querer dirigido. Este punto de vista práctico, este querer dirigido, es el más importante.
3.- Más aún: mi voluntad debe tener causalidad en el mundo de los fenómenos, debe operar/algo inmediatamente en la experiencia externa. ¿Qué reside ahora en esta causalidad? Por la causalidad de mi voluntad se produce una serie y un cambio continuos en mis sentimientos. Es un avanzar continuo dei Yo mediante una serie [119] de sentimientos desde el estado dei que parte tan pronto como quiere algo, hasta el [estado] que quiere. Debe haber un cambio, algo diverso en mis sentimientos, una serie en los mismos; y sin embargo, los puntos más próximos en mi capacidad de sentir no se contraponen, ya que debe haber una serie continua sin saltos. En la masa total del sentimiento nunca hay dos puntos opuestos. ¿Cómo es posible entonces algo diverso?
Si arranco dos partes de esta línea, entonces se oponen. Pero esto diverso debe referirse a su vez a otro, pues de otra manera la unidad de la autoconciencía sería dañada y no sería posible. Pues no podrían tener lugar en el mismo Yo sentimientos opuestos. ¿Cómo deben estar unidos y comparados estos sentimientos opuestos?; esto es, ¿cómo puede considerarse una serie completa de sentimientos como una, como un flujo progresivo, como un transitar continuo desde A a B? Ante todo, esto diverso del sentimiento no puede unirse en general mediante el intuyente (como arriba), sino que también debe serlo como, efecto de una única eficacia indivisa de la voluntad, como producto dei Yo, y ser referido a esta su voluntad; es decir, como consecuencia de esto se toma esto [diverso] y ningún otro.
Pero esta unificación es posible sólo porque cada particular en la masa de lo diverso se considera condicionado mediante cierto otro, y éste condicionando a un tercero, etcétera. Este particular tomado se relaciona con otro particular como condicionado y con un tercero como condicionante. Por ejemplo, B no puede ser sin A; B es entonces en este respecto lo condicionado; A, por el contrario, bien podría ser aunque B no fuera. Pero así como A se relaciona con B, así se relaciona B con C, y en este respecto B es lo condicionante y podría ser aunque C no fuera, etcétera. Por esto, lo diverso llega a ser una serie, y ésta es la relación de dependencia. La mejor explicación de esto es el movimiento continuo de un cuerpo en el espacio según una cierta dirección.
Pero en la relación de dependencia todo miembro particular es sólo posible. Únicamente el primero es necesario. Cualquiera de los siguientes no está determinado, sino sólo condicionado. Y lo antecedente es sólo lo determinable, no lo determinante. Lo determinable es precisamente una diversidad posible de la cual se arranca un particular, pero que no es producido por el precedente; no se dice o se determina que sólo sea posible lo que sigue, sino que sólo se condiciona que si éste debe ser posible, el primer miembro tiene que ser efectivo. [120] Mediante esta relación de la dependencia se une efectivamente lo diverso del sentimiento en general; de cada miembro posible que tome tiene que haber un antecedente y continuarse hacia atrás. uno no se puede pensar sin todo.
Pero esto diverso del sentimiento no sólo debe ser unido en general, sino también con el Yo en el concepto como un producto de la voluntad. El Yo siempre es lo determinante en el transitar; es aquello por lo que se explica el tránsito de lo determinable a lo determinado. ¿Por qué precisamente después de B se elige C, siendo así que existen más puntos posibles? El fundamento de esto es el Yo como lo determinante.
Si se habla de unificación de lo diverso, no se habla de un sentimiento determinado, sino de ia actividad ideal o intuición. Esta es aquélla que se sigue de un sentimiento y, por tanto, de algo objetivo. Pero este producto no es inmediato, sino algo imaginado encontrado como tal. Es un esquema. Sujeto y objeto son diferentes. Pero el objeto no es materia en el espacio, sino la relación de lo diverso en su unificación. Este esquema aparece como secuencia temporal en cuanto que esta relación de lo diverso se intuye unida en la relación de la dependencia. El tiempo es, por tanto, sólo la forma de la intuición de lo diverso en unificación en virtud de la dependencia. Mediante este proceder se origina un tiempo para la Imaginación . El primer querer indiviso se repite y, por decirlo así, se extiende sobre lo diverso. Mediante ello surge una secuencia temporal. El Yo como lo determinante en esta síntesis de lo diverso cae, por lo tanto, él mismo en el tiempo.
Aquello por lo que el Yo se determina se llama fuerza; y allí donde se considera ese determinar como algo objetivo en la forma de la intuición, deviene fuerza sensible. Me determino desde A a B. Esto es un acto. Ahora entra en juego un ulterior transitar y, mediante ello, surge algo diverso que está fundado en la causalidad de mi voluntad; por tanto, pongo varias veces mi voluntad, a la que antes (en el primer acto) puse absolutamente y la extiendo en virtud de ello sobre algo diverso, surgiendo así la continuidad del tiempo o serie temporal, secuencia temporal. Corresponde a esto, entonces, una voluntad continua y repetida a través de la cual se dividió la línea continua.
[121] Por ello se extiende también la fuerza en tanto que actúa moviéndose continuamente a través de los miembros intermedios, se limita en la intuición y aparece, por tanto, como algo dado, como fuerza natural, fuerza sensible o física; pues me aparece en la intuición como objeto, como algo NACIDO. La fuerza (física) en ei mundo sensible, es por tanto, mí voluntad pensada sensiblemente, considerada en la forma de la intuición.
Breve repetición de la conexión: En el querer soy inmediatamente consciente de mí mismo, soy uno con la voluntad que piensa y que quiere. El querer concentrado es, en esta medida, una fuerza pura de la inteligencia. Nuestra voluntad debe tener causalidad en el mundo de los fenómenos –y entonces nos aparece como un progresar del Yo a través de una serie de sentimientos. Desde el estado del que partía allí donde quería, hasta el estado que quería, hay una serie continua. Esto diverso debe unirse mediante el intuir y referirse a la voluntad; esto es, a consecuencia de ello se acepta este sentimiento y no otro. Esto sucede mediante la dependencia. Así surge una serie temporal. Lo que meramente es objeto me lo represento sólo así; pero puedo modificarlo también, Esto sucede por la fuerza física. Pero un verdadero querer no puedo pensarlo sin que sea efectivo. ¿Qué es por tanto propiamente la fuerza sensible en relación con nuestro pensar?
Ante todo es un concepto, y surge para mí mediante un pensar en cierta vinculación. No es una intuición determinada, sino que cuando vinculo lo diverso del sentimiento para mi querer, entonces surge el concepto de fuerza. Este concepto es en parte sensible, en parte inteligible; inteligible es la materia, sensible la forma. La forma de la fuerza es el tiempo. Mi querer se repite a través de lo diverso extraído. Este concepto de fuerza es el [concepto] mediador, el puente entre el mundo inteligible y el mundo de los fenómenos. A través de él sale el Yo de sí mismo vinculando un mundo a su autoconciencia. La voluntad es absoluta e inteligible, pero la forma de la misma, en cuanto que se extiende sobre lo diverso del sentimiento, es sensible.
Según kant, la fuerza es un noúmeno en cuanto que es un mero concepto simplemente producido por el pensar. Según su sistema [122], la fuerza no reside en el mundo inteligible, sino que aquí reside sólo, según Kant, la libertad. Pero nosotros tenemos tres clases de conceptos:
1.- sensibles, que se fundamentan sobre un actuar sensible.
2.- inteligible: el querer.
3.- aquéllos que quedan entre ambos como mediadores; por ejemplo, la fuerza.
La fuerza no se puede sentir, pero tampoco es suprasensible como la voluntad, pues mediante aquélla abordo a los cuerpos en el mundo sensible. Por tanto, ella está sintetizada a partir de ambos, sensible e inteligible.
4.- La localización debía deducirse a partir del intuir un quantum de fuerza. ¿Comprendemos ahora esta posibilidad? El concepto recién deducido de fuerza física es mantenido y siempre repetido para la posibilidad de este medir o de la localización. Sin una fuerza no hay nada móvil, no puede describirse ninguna línea, pues para poder moverme, la fuerza tiene que estar ya en mí. Mediante esta continuación de la fuerza surge para nosotros lo diverso que debe estar en la línea. Este trazar líneas para la localización es, por tanto, un hacer sensible y tiene que ser, por ello, esquematizado; este su esquema, lo inteligible, tendría que sensibilizarse, pues las actividades ideal y real fueron antes divididas y tenían por tanto que unirse de nuevo.
Pero además de la fuerza hay aún más condiciones de este medir, a saber: la intuición de mí mismo como sintiéndome inmediatamente en el espacio, que se encontró originariamente; por tanto, tengo que estar también en el espacio. El Yo tiene que quedar como fundamento en tanto que medida originaria para todo medir. Me pienso dentro del espacio más próximo según una cierta dirección, espacio que sin embargo no lleno ahora, y así continúo siempre desdoblándome, llegando a surgir poco a poco la línea como un quantum determinado. Como consecuencia de ello tiene que ser posible una sucesión, y lo diverso sucesivo tiene que ser uno; permanezco siempre en el mismo espacio incluso en la sucesión. ¿Cómo es posible esto?
Sólo porque lo diverso es puesto en la relación de dependencia. No puedo estar en la segunda posición si no hubiera partido de la primera. Por ello lo diverso en el espacio se convierte simplemente en [123] uno. Por ejemplo, el contar sólo es posible porque pienso junto con lo nuevo, lo ya contado y refiero esto a aquello: 1.2.3. El progresar es también la manera natural de la sucesión de la repleción del espacio; de ahí que los pasos son la medida habitual, natural y primaria. Esta sucesión de la repleción del espacio a través de un progresar homogéneo ocurre ahora en el tiempo, pero sucede en un momento. Un número determinado aprehendido de tales momentos da el tiempo. De esta progresiva y sucesiva repleción del espacio procede la expresión: "no hay hiato o salto para la continuidad "; pues con cada paso lleno precisamente tanto espacio como antes –si lleno más, entonces salto.
5.- Pero la fuerza física se pone sólo como consecuencia de un sentimiento; entonces ella tiene lugar sólo en un actuar efectivo, pues el proceso de la fuerza física hacia la meta se llama actuar. Como sucesión en el tiempo, ¿no es ella algo inteligible? Esto es lo que nos parece como resultado de las leyes de la intuición; en sí no es así. No podemos contentarnos con algo meramente inteligible, con algo que no está en absoluto en el tiempo y que no es diverso. Tal cosa es meramente nuestra voluntad. Las cosas deben ordenarse en el espacio mediante nuestra fuerza, pues el concepto de fuerza surge para nosotros mediante el actuar; por lo tanto, la conciencia también sólo es posible como consecuencia de una tal eficacia real.
[Extraido de Fichte, Johann Gottlieb. Doctrina de la ciencia: Nova methodo. Edición y traducción de José Luis Villacañas y Manuel Ramos. Valencia: Natán, 1987.]
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