I
No goza de buena fama, quizás siempre ha sido así. El psicoanálisis es el sumidero por el que han pasado todas las parodias, vilipendios y descréditos teóricos y prácticos. Su cura y su sistema esquivo han colocado al analista y a su marco teórico en entredicho y han hecho del psicoanálisis el hazmerreír de la clínica. Los pensadores críticos lo ven como la autoayuda dotada de empaque y altanería, los conductistas como un artefacto retórico inútil. ¿Dónde se coloca el psicoanálisis? En el inconsciente, diría algún chistoso, lo que nos llevaría a la pregunta (consabida) a propósito del gran concepto de esta teoría. Sigmund Freud en su trabajo conjunto con Breuer Estudio sobre la histeria enuncia el término ‘inconsciente’ en 1895, al que acompañará sus postulados años más tarde y con el que a partir de 1900 desarrollará su teoría psicoanalítica al completo a partir de La interpretación de los sueños:
…preconsciente para indicar que los procesos de excitación habidos en él pueden alcanzar sin más demora la conciencia, siempre se satisfagan ciertas condiciones; por ejemplo, que se alcance cierta intensidad, cierta distribución de aquella función que recibe el nombre atención. Es al mismo tiempo el sistema que posee las llaves de la motilidad voluntaria. Al sistema que está detrás lo llamamos inconsciente, porque no tiene acceso alguno a la consciencia si no es por vía del preconsciente, al pasar por el cual su proceso de excitación tiene que sufrir modificaciones. (FREUD, 1991: 534 y 535)
No es menor la importancia del inconsciente en este discurso, ni mucho menos, para Jacques Lacan, que varias décadas más tarde afirmará que “el carácter inasequible, irreductible de la conciencia en relación con el funcionamiento del viviente es algo tan importante de comprender en la obra de Freud como lo que nos aportó acerca del inconsciente” (LACAN, 1993: 179), es decir, que sólo el carácter irreductible de la conciencia es tan importante como el inconsciente. Bien seguro es que nadie negará la afirmación siguiente: la más interesante aportación de Lacan a la hipótesis del inconsciente es que éste se estructura como un lenguaje (Cfr. LACAN, 2008: 469), axioma que vemos desarrollado en el texto de 1957 que centrará nuestra lectura La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud de sus famosos Escritos. ¿Pero qué significa esto?
II
Lacan entiende que el inconsciente se estructura como un lenguaje, después de Saussure y en cierta medida la lingüística saussureana está ahí, como una referencia:
Para señalar la emergencia de la disciplina lingüística, diremos que consiste, caso que es el mismo para toda deuda en el sentido moderno, en el momento constituyente de un algoritmo que la funda. Este algoritmo es el siguiente:
Que se lee así: significante sobre significado, el "sobre" responde a la barra que separa sus dos etapas. El signo escrito así merece ser atribuido a Ferdinand de Saussure (LACAN, 2008: 461)
Pero el analista subvierte ciertas definiciones y conceptos de ésta, no sin antes ridiculizar a filósofos, lógicos, lingüistas y positivistas, arguyendo que todos sin excepción caen en la herejía de entender este algoritmo como “significante responde a la función de representar al significado” (LACAN, 2008: 462). Esta perspectiva, que según el propio Lacan resulta tan excitante a los filósofos, permite esconder una idea importante sobre el desarrollo de su texto. Lo importante es que Lacan está hablando de algo mucho más pedestre de lo que uno en realidad cree.
El significante entra de hecho en el significado: a saber, bajo una forma que, no siendo inmaterial, plantea la cuestión de su lugar en la realidad. Pues, de tener que acercarse a las pequeñas placas esmaltadas que lo soportan, la mirada paseante de un miope tendría tal vez justificación para preguntar si es efectivamente ahí donde hay que ver el significante, cuyo significado en este caso recibiría de la doble y solemne procesión de la nave superior los honores últimos. (LACAN, 2008: 462).
Dicho de otro modo y por alguien que sí tiene en su deseo hacerse entender: un significado sólo se construye a partir de significantes, por tanto, toda definición está connotada y sesgada. En cada significado hay un significante que pugna en nuestro inconsciente y en el uso doméstico de nuestro idioma por forjar un sentido. Así, donde alguien ve Damas otro entiende Caballeros, como ejemplifica Lacan, porque absortos en nuestro campos simbólicos el sentido y la referencia en cada contexto son inconmensurables, porque nuestra perspectiva no se comunica con la de los demás, sólo se impone a ella (de ahí el rescate de la dialéctica hegeliana de Lacan, como sostiene). Sobre esta realidad pedestre, que Gottlieb Frege definió en su libro Sobre el sentido y la referencia de 1892, nos detendremos.
III
Para Saussure, el lenguaje se articula en una relación entre significado y significante, y esta relación se organiza en un sinfín de diacronías y sincronías que dan en cada lengua y en cada momento un campo de términos, de letras, tan limitado como lo puede ser cada uno de los idiomas que pueblan nuestra Babel. El costumbrista análisis de Frege, somero y al mismo tiempo profundo, repara en un fenómeno lingüístico que está diametralmente opuesto a la polisemia, y que trata de la univocidad de la realidad mentada por diversos términos. Así, el ejemplo más repetido por los docentes (y utilizado por el propio Frege) es el referente de dos expresiones como “Venus” y “lucero matutino”, que ambos nombran al mismo cuerpo celeste en circunstancias y contextos diferentes (Cfr. FREGE, 1984: 67). Es la misma estrella y se refiere de distinta maneras con términos dispares.
Parece que lo que se quiere decir con a=b es que los signos o nombre ‘a’ y ‘b’ se refieren a lo mismo y por lo tanto en la igualdad se trataría precisamente de estos signos; se afirmaría una relación entre ellos. Pero esta relación existía entre los nombres o signos únicamente en la medida en que éstos denominan o designan algo. Sería una relación inducida por la conexión de cada uno de los dos signos con la misma cosa designada. Esta conexión es arbitraria (FREGE, 1984: 53)
En definitiva, el ejercicio elocuente de Frege se puede aplicar a otros tantos ejemplos: yo podría estudiar el tiempo desde el punto de vista del espacio y entonces, de esta manera, tendría el sentido de una realidad cuántica; pero si lo analizo desde una perspectiva dada por la teoría de la relatividad, tendría una realidad centrada en la energía, el campo gravitacional y, sobre todo, aún estaría relacionado con la distancia. Lo mismo sucede con los conceptos abstractos y ambiguos. Por ejemplo, ‘amor’ apunta a una realidad que en cada idioma está definida y expuesta objetivamente, aquí tenemos la que la RAE nos proporciona (amor. Del lat. amor, -ōris. 1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.); pero este sentido que da este referente, desde el punto de vista lacaniano no es el mismo cuando hablamos de mi amor, éste cobra entonces un sentido totalmente redimensionado, que puede ser, ella, es decir, otro referente aún pendiente de contexto, de sentido, según diría Frege. Así, amor, para el chiquillo del ejemplo del La instancia puede ser Damas y para su hermana Caballeros, como en su conexión sin límites de significantes produjeron, solo con las vías del tren… y ese significante formará parte de su lenguaje y su significado de amor, mientras que esté articulado, pues esta es la única cualidad en la que se estructura, según Lacan (Cfr. LACAN, 2008: 463).
Y en este punto, todo consabido psicoanalista lacaniano reconoce un matiz teórico de importancia: el deslizamiento del significado…
…en la cadena del significante donde el sentido insiste, pero que ninguno de los elementos de la cadena consiste en la significación de la que es capaz en el momento mismo.
La noción de un deslizamiento incesante del significado bajo el significante se impone… (LACAN, 2008: 464).
Este mismo desplazamiento lo reconoce Saussure en la diacronía del lenguaje, pero con una gran diferencia, que aumenta la complejidad: este fenómeno, que implica evolución, afecta no sólo al significado, sino también al significante (por ello, done antes decíamos crocodilo, luego dijimos cocodrilo); que difiere tantísimo de la cadena de significantes, que se presenta en el texto y tanto más de los usos de metonimia y metáfora, deformados por Lacan hasta desquiciar a cualquier retórico:
La chispa creadora de la metáfora no brota por poner en presencia dos imágenes, es decir dos significantes igualmente actualizados. Brota entre dos significantes de los cuales uno se ha sustituido al otro tomando su lugar en la cadena significante, mientras el significante oculto sigue presente por su conexión (metonímica) con el resto de la cadena. (LACAN, 2008: 466).
Así funciona nuestro inconsciente, nos dice Lacan, o al menos, esta es una de sus formas de manifestarse, es “esa forma que da su campo a la verdad en su opresión”, como se dice en el texto, entre condensación y desplazamiento (que rescata también de Freud). Pero aquí aparece el subterfugio, pues “la experiencia psicoanalítica no consiste en otra cosa que en establecer que el inconsciente no deja ninguna de nuestras acciones fuera de su campo” (LACAN, 2008: 467). Por tanto, todo puede ser susceptible de estar afectado por el inconsciente. ¿Cómo es esto posible? Lacan logra hasta una explicación matemática a su trampa lógica. Sus últimas dos fórmulas al final del texto: f(S…S’)S?S(-)s y f(S’/S)S?S(+)s, que vienen a ejemplificar cómo en el inconsciente intervienen las dos tropos lingüísticos de la metonimia y la metáfora, respectivamente, soportan la justificación teórica de la universalidad del inconsciente. Simple y llanamente porque son figuras de sinécdoque, es decir, en que la parte representa al todo y viceversa. En sus palabras:
la estructura metonímica, indicando que es la conexión del significante con el significante la que permite la elisión por la cual el significante instala la carencia de ser en la relación de objeto, utilizando el valor de remisión de la significación para llenarlo con el deseo vivo que apunta hacia esa carencia a la que sostiene. El signo - situado entre ( ) manifiesta aquí el mantenimiento de la barra -, que en el primer algoritmo marca la irreductibilidad en que se constituye en las relaciones del significante con el significado la resistencia de la significación.
[…]
Ia estructura metafórica indicando que es en la sustitución del significante por el significante donde se produce un efecto de significación que es de poesía o de creación, dicho de otra manera de advenimiento de la significación en cuestión. El signo + colocado entre ( ) manifiesta aquí el franqueamiento de la barra - y el valor constituyente de ese franqueamiento para la emergencia de la significación. (LACAN, 2008: 471)
Esto, que a todas luces tiene la forma de una burla intelectual o un excesivo amaneramiento del lenguaje, demuestra la función retórica (y simbólica) que tienen la metonimia y la metáfora en nuestro inconsciente, que guarda un paralelismo con su función retórica en el lenguaje poético, ciertamente. ¿Cuál es esta relación? Pues lo que Lacan llama recargadamente “travesía para la emergencia de la significación”, es decir, que todo significante tiene una idea subordinada y que el enunciado de la idea subordinada, al estar compuesto de significantes depende de una reconstrucción desplazada de cada una de las conexiones que entre significantes establezcamos, es decir, de cuantas cadenas de significantes logremos establecer (lo que en lenguaje más común diríamos: significados que hemos creado). ¿Por qué el franqueamiento/subordinación es lo que realmente revela el inconsciente? ¿Por qué se enuncia justamente en los términos de desplazamiento y condensación? Quizás un pasaje de la obra de Frege nos puede ayudar, pues nos recuerda que este no es un tema complejo, sino algo más lógico de lo que a primera vista parece:
Es difícil agotar todas las posibilidades dadas en el lenguaje; pero, con todo, […] no siempre se puede sustituir una subordinada por otra del mismo valor veritativo, sin perjuicio de la verdad de la estructura enunciativa entera. Estas razones son
- que la subordinada no se refiera a ningún valor veritativo, al expresar sólo una parte de un pensamiento;
- que la subordinada se refiere ciertamente a un valor veritativo, pero no se limita a esto, al comprender su sentido, además de un pensamiento, una parte de otro pensamiento.
El primer caso se da
- en la referencia indirecta de las palabras,
- cuando una parte del enunciado alude sólo indeterminadamente, en vez de ser un nombre propio.
En el segundo caso, la subordinada puede tomarse como doble, a saber, una vez en su referencia habitual, la otra en su referencia indirecta; o bien, puede ser que el sentido de una parte de la subordinada sea, al mismo tiempo, componente de otro pensamiento, que juntamente con el sentido expresado directamente en la subordinada constituya el sentido total del enunciado principal y de la subordinada. (FREGE, 1984: 84 y 85)
Más allá de estos ejemplos y situaciones, el valor veritativo es incierto, es decir, no se puede establecer ninguna comprobación de verdad real, pues las posibilidades de referencia son tan extensas, que las comprobaciones son infinitas o imposibles. Lacan nos lleva a ese punto en que el inconsciente se vuelve una obra de arte retórica, porque está tramando una trampa lógica que imposibilite su falsación o su demostración.
IV
La trampa lógica de Lacan para salvar a Freud está servida: para interpretar nuestro inconsciente hay que encontrar su sentido como si éste fuera un lenguaje. Pero el sentido nunca se encuentra, se da. (Y sobre este dar habría que debatir si esto ya lo había visto, o no, Frege). Doy sentido a los referentes en cada contexto, como en cada momento de mi vida doy sentido a mi amor, a mi realidad y a los productos de mi inconsciente. Por tanto, no demostraremos nunca si el inconsciente se estructura objetivamente (si tal adverbio pudiera aplicársele) como un lenguaje. No obstante, lo que está claro es que una manera de contextualizarlo (de darle sentido) es tratarlo “como si”… hacer el simulacro de que funciona como un lenguaje y nosotros le podamos dar sentido, nombrar sus referentes. Digamos, por tanto, que si aceptamos la representación del inconsciente como lenguaje, el psicoanálisis sería una especie de ejercicio de bautismo, es decir, de dar nombres, referentes, sentidos a cada uno de los significados articulados en el oscuro nudo del deseo.
Por todo eso, quizás, el psicoanalista se parece mucho a un sacerdote, que oficiando el bautismo sólo se limita a preguntar qué nombre daremos a nuestra criatura, y tras nosotros dar nombre -y por ello el sujeto es “siervo del lenguaje”, pues está “ya inscrito en el momento de su nacimiento” (LACAN, 2008: 461)- se limita a presenciar nuestra conformidad con ademanes y fórmulas. Ambos están en constante simulacro: uno con Dios, el otro con el inconsciente.
Aldaya (Valencia), 1 de abril de 2018
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Frege, Gottlob, Estudios sobre semántica. Ediciones Orbis: Barcelona, 1984.
Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños. Amorrortu: Buenos Aires, 1992.
Juranville, Alain, Lacan y la filosofía. Nueva Vision: Buenos Aires, 1996.
Lacan, Jacques, Escritos. Biblioteca Nueva: Madrid, 2008