I. Introducción
En este artículo me voy a ocupar de una lectura acerca del concepto de repetición de Lacan, tal como lo desarrolla fundamentalmente en su escrito El Seminario sobre la carta robada (1955) a partir de la noción de inconsciente que sostiene, distinta del concepto de inconsciente freudiano. Eso implica, no solamente concepciones epistemológicas distintas, sino también repercusiones en la dirección de la cura.
En primer lugar, revisaré el concepto freudiano de la compulsión o automatismo de repetición, vinculada a la insistencia pulsional, el eterno retorno de lo idéntico o el demoníaco destino. A continuación, lo compararé con la repetición lacaniana, que es simbólica en su esencia, introducida por el registro del lenguaje, por la función del símbolo, es decir, nada que se vincule a lo que Freud describía como compulsión de repetición desde una concepción biologicista. Para desarrollar este nuevo paradigma, me ocuparé de la pulsión de muerte, tal como la concibe Lacan y la crítica que hace a la concepción de la memoria freudiana que implica su noción de inconsciente. Para acabar, abordaré la propuesta de Lacan de abandonar la teoría freudiana del trauma como causa de la repetición, por ser incompatible con el trabajo de lectura e interpretación que la repetición significante implica, pero manteniendo la idea de que hay transcripción y hay escritura.
II. La repetición en Freud
¿Qué es lo que funciona mal en una neurosis? Para explicar las psiconeurosis, en la teoría de Freud, lo que funciona mal es una máquina compuesta de huellas mnémicas que dejan las percepciones y que están en algún lugar dentro del cuerpo, aunque no sea posible localizarlo. Lo que funciona mal es un cortocircuito en la traducción entre diferentes sistemas del aparato psíquico y el displacer derivado del mismo.
¿Qué son las huellas mnémicas? Con este término Freud designaba las huellas constituidas por signos de percepción y la forma en que se inscriben los acontecimientos en la memoria, que se depositaban en diferentes sistemas; estas huellas persistían de un modo permanente, pero sólo eran reactivadas una vez catectizadas, es decir, unidas a una representación o grupo de representaciones. El problema que nos plantea es si es posible leer, o traducir esos signos a lenguaje, cuando no están constituidos por signos lingüísticos.
Freud en su escrito Lo ominoso (1919), habla de una compulsión (automatismo) de repetición que probablemente depende a su vez de la naturaleza más íntima de las pulsiones. Esta fuerza que ejerce una coerción irresistible proviene de la sustancia viva del interior del individuo biológico. La repetición, para Freud, queda unida a la idea de un destino que nos gobierna porque está escrito en el cuerpo como huella traumática, del cual no podemos escapar:
En lo inconsciente anímico, en efecto, se discierne el imperio de una compulsión (automatismo) de repetición que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza más íntima de las pulsiones; tiene suficiente poder para doblegar al principio de placer, confiere carácter demoníaco a ciertos aspectos de la vida anímica, se exterioriza todavía con mucha nitidez en las aspiraciones del niño pequeño y gobierna el psicoanálisis de los neuróticos en una parte de su decurso. (FREUD, 1992: 238)
Esta compulsión se impone al principio de placer y de realidad, viniendo a su lugar y queda ligada no al inconsciente sino a la pulsión: “la compulsión de repetición nos aparece como más originaria, más elemental, más pulsional («Triehhafl») que el principio de placer que ella destrona” (FREUD, 1992: 23).
Freud en Más allá del principio de placer (1920) conceptualiza la repetición ligada a la pulsión de muerte. Allí constata que en el sujeto hay una fisura, una perturbación profunda de la regulación vital, pensada hasta entonces por Freud como la tendencia del aparato psíquico a buscar la homeostasis del yo, del principio del placer, y descubre un más allá del mismo que empuja a repetir lo doloroso, lo inasimilable, el trauma, que él llama la compulsión de repetición (FREUD, 2001: 270). Por lo tanto, se trata de explicar este Zwang (fuerza), que no podemos hacer entrar en el principio del placer y hace que Freud suponga otro principio, que llama compulsión de repetición.
La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; [...] y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, [«acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante»] (Mefistófeles en Fausto, parte I [escena 4]). [...] Sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta. (FREUD, 2001: 42)
Para Freud, lo que acicatea e insiste proviene del cuerpo. Está hablando de la percepción-respuesta, a eso luego le va a agregar la percepción interna, en el sentido de que también recibimos estímulos desde adentro (desde el cuerpo) frente a los cuales no se puede huir (la pulsión del Ello). Freud busca la causa de la repetición en el trauma y considera que lo real del trauma (lo inasimilable) es el motor de la repetición. Para Freud el trauma y las vivencias infantiles ocurrieron efectivamente en el pasado y la resignificación retardada se manifestará en el futuro. Utiliza el término nachträglich para dar cuenta de estos dos fenómenos: a) cómo es reinterpretado el trauma infantil en la adolescencia asignándole sentido sexual y cómo las vivencias infantiles tendrán una manifestación en el futuro. (Cfr. FREUD1 )
¿Qué es el trauma? En la concepción freudiana, el trauma consiste en una eventual fractura, en este caso, del equilibrio de un sujeto. El trauma requiere, como ya señalaba Freud en el Proyecto de una psicología para neurólogos (FREUD, 1991:400-403), por lo menos dos escenas relacionadas entre sí. No responde a la incidencia de una escena única, puntual, acorde con una causalidad lineal. De modo inverso: se estructura en la articulación de una escena primera con otra segunda, la que determina la eficacia de la anterior.
III. La repetición en Lacan
La clínica psicoanalítica para Lacan se rige por lo real, por lo “imposible de soportar”. Las manifestaciones de lo real se concretan en dos modalidades contrarias: una es el azar, lo que puede suceder, lo imprevisto, y la otra es lo real como repetición.
En nuestra vida todos los sucesos importantes son azarosos (el padre y la madre que tuvimos, el lugar que asignaron a un sujeto en su deseo, etc.). Lo azaroso no dice en sí mismo nada, lo que pudo suceder es azaroso, sin embargo, lo que es importante es saber cómo se inscribió tal suceso en un sujeto. El azar no es el destino, a no ser que el sujeto quiera que lo contingente se vuelva necesario, y lo ocurrido, signo de una voluntad que desea su mal. Dicho de otra manera: el destino es la manera particular por la cual los significantes que pertenecen al sujeto se han apoderado o no de esos azares, para conectarlos o no en la repetición.
El Seminario sobre la carta robada (1955) es el texto donde Lacan desarrolla con más profundidad su concepción de la compulsión de repetición y/o el automatismo de repetición (FREUD, 1987: 6), así como el Seminario 2 (1955-56), contemporáneo de este escrito. Lo que Lacan está trabajando en este texto es la pulsión de muerte desde la perspectiva de Más allá del principio del placer, y se plantea cuál es en el psicoanálisis el principio explicativo último. Freud ya había descubierto que el principio último no es el soberano Bien, no buscamos nuestro bien, porque lo que rige nuestras acciones es la pulsión de muerte.
Lacan utiliza el cuento de Poe para ilustrar el automatismo de repetición. La carta (lettre) es una metáfora del significante que circula entre varios sujetos y extrae su poder no tanto por su mensaje, que permanece oculto, sino por estar más allá de lo que pueda significar. El significante se convierte así en el elemento significativo del discurso que determina los actos, las palabras y el destino de un sujeto sin que él lo sepa.
En la Introducción de La carta robada leemos:
El automatismo de repetición, (Wiederholungszwang) –aunque su noción se presenta en la obra aquí enjuiciada como destinada a responder a ciertas paradojas de la clínica, tales como los sueños de la neurosis traumática o la reacción terapéutica negativa- no podría concebirse como un añadido, aun cuando fuese para coronarlo, al edificio doctrinal. Su descubrimiento inaugural lo que Freud reafirma en él: a saber la concepción de memoria que implica su ‘inconsciente’. (LACAN, 1981: 16)
Para Lacan, el automatismo de repetición se encuentra en Freud ya en el Proyecto (1895), en su forma preliminar, y a partir de Más allá del principio del placer, Freud le da el estatuto de memoria generalizada. En el Proyecto el sistema Ψ es el predecesor del inconsciente, y “su originalidad se manifiesta por no poder satisfacerse sino por volver a encontrar el objeto radicalmente perdido”. Ahí está el automático para Freud: cada vez que se quiere volver a encontrar el objeto perdido, permanece perdido, no hallado. Este es el automatismo que se generaliza en el descubrimiento original de Freud, en opinión de Lacan. Ya no funciona solo para un sueño o un lapsus, sino que nuestra vida está sostenida en un sistema de automáticos y la memoria del inconsciente implica el funcionamiento de esos automáticos.
Lacan, en El Seminario sobre la carta robada propone un cambio de paradigma porque sustituye la lógica biologicista y vitalista del automatismo de repetición (Wiederholungszwang) freudiano por el lingüístico “automatismo de repetición”. Lo que él establece acerca de la pulsión de muerte es: 1. Que no es una energía. 2. Que es un automático hecho de memoria, 3) Que está relacionado con “el mundo del símbolo, con la palabra que está en el sujeto sin ser la palabra del sujeto”:
(...) il faut concevoir l’instinct de mort - ce qui est, ne l’oublions pas, en question – le rapport de l’instinct de mort avec ce monde du symbole, ce monde de la parole, cette parole qui est dans le sujet sans être la parole du sujet. (LACAN, 1954-55: 158)
Si la pulsión de muerte es un automático hecho de memoria, ¿de qué tipo es esta memoria y cuál es la diferencia con la concepción de la memoria, según Freud?
En el Seminario 3, clase 11, Lacan toma como referencia textual la Carta 52 de Freud en la que éste retoma el circuito del aparato psíquico que había desarrollado en el Proyecto. Dice que en esa carta, Freud está interesado en explicar los fenómenos de memoria, que es de donde partió. Los fenómenos de memoria son para Lacan, aquello que anda mal. Y añade:
Esto que les digo no es tanto para distinguir al hombre del animal, porque yo enseño que en el hombre también la memoria es algo que da vueltas. Sólo que está constituida por mensajes, es una sucesión de pequeños signos más y menos, que se ordenan uno tras otro, y giran, como (…) las lucecitas eléctricas que se encienden y se apagan. (LACAN, 1997:220)
Para Lacan, la memoria humana está constituida por mensajes, que no es lo mismo que registros de excitación, que son signos que se escriben y eventualmente se transcriben; circulan y tienen como efecto la repetición -a diferencia de lo que sería una memoria vital, como de hecho funciona en los seres vivos, donde el efecto es la no-repetición.
La memoria del inconsciente no debe ser pensada como texto oculto ya escrito en algún lugar, sino como mensaje que se dice y se olvida tras lo que es dicho y es, por ejemplo, una sucesión de signos (+) y (-) que implicaría una alternancia, que se ordenan uno tras otro, y van girando.
El mensaje no es algo registrado como huella, sino que circula. No necesita energía, circula por lo que dice el mensaje mismo. Entonces, se trata de un circuito de mensajes en el cual uno está atrapado como un eslabón de la cadena y si hay algo que anda mal son las fallas heredadas de mi padre o de mi madre, que estoy condenado a reproducir (y que, en todo caso, ellos también heredaron a su vez).
Este planteamiento es muy diferente del modelo freudiano, donde lo que andaba mal era una falla en la retranscripción de este mecanismo que está alojado dentro del cuerpo de cada uno; así concebido, es una falla que se adjudica a la propia persona. En cambio, lo que anda mal en este modelo de Lacan es algo que ya viene desde antes: estoy metido en este circuito que trae consigo una falla, en el cual también fue metido mi padre y estará metida mi descendencia también y no es algo que yo pueda detener a fuerza de buena voluntad. En tal caso, se podrá trabajar en un psicoanálisis y ver cómo está constituida y determinada esa falla, ya que no es una falla de retranscripción de las huellas que alguien se niegue a traducir porque le provoca una perturbación del pensar y ese displacer hace que se reprima.
La diferencia entre Freud y Lacan tiene que ver no sólo en cómo conciben el inconsciente y la memoria sino también en cómo afrontan el problema de lo que anda mal para un sujeto. Si lo que anda mal está en mí o es algo que a mí me pasa por formar parte –necesariamente- del circuito del Otro y arrastrar su falla. En esta segunda concepción se podría analizar para ver qué determinación tiene esto que se repite y se “memoriza” por una propiedad de la cadena del discurso. Y esta necesidad de repetición, lo que siempre implica, es necesidad de lo nuevo; o sea, no es una repetición idéntica, no es la misma cosa, el mismo acontecimiento que se vuelve a registrar como idéntico, sino que es “otra vez”. Esta “otra vez” –que se cuenta o lee - en que “lo mismo” volvería a suceder, se refiere a una vez que es otra, sin vinculación alguna con ningún orden de registro previo, material o sustancial.
Otra distinción que Lacan establece es la diferencia radical entre rememoración y repetición, ya establecida por Soren Kierkegaard en su libro La repetición. Si Kierkegaard importa en esta cuestión es porque afirma que la repetición está al servicio de lo que él llama "el instante eterno del origen", por lo que sostiene que todo encuentro efectivo será fallido. La repetición para Kierkegaard es asumir como necesario lo que fue contingente en ese encuentro primero. En su lectura de Kierkegaard, Lacan plantea:
Si hacemos de la repetición el principio rector de un campo en tanto que es propiamente subjetivo, no podemos dejar de formular eso que une de hecho, a manera de cópula, lo idéntico con lo diferente. (LACAN, 1967, Seminario 14, Clase del 15 de febrero de 1967. Inédito)
Aquí Lacan define la repetición como aquello que une lo idéntico con lo diferente. Lo que une lo idéntico con lo diferente, o lo mismo con lo distinto, podría ser, por ejemplo, cuando alguien dice: “otra vez me vuelve a pasar lo mismo”. Pero no es que se vuelva a repetir un hecho idéntico, no es un “retorno de lo idéntico”, como el eterno retorno de lo mismo, que Freud atribuía a la compulsión de repetición: se trata de que “otra vez” aparece algo que puede identificar –leer- como lo mismo, comparándolo con otra vez anterior. Es lo “mismo” pero “otro”, porque es “otra vez”.
IV. Conclusión
Para que la repetición exista, hay que interpretar algo como repetición, es decir, que es un acto de lectura. Para ello es necesario que de un texto cualquiera compuesto de palabras, el analista puede hacer de algunas de ellas significante. Eso supone preguntarse qué quiere decir determinado fragmento del discurso del analizante. El elemento del que se parte es un eslabón, un anillo en todo caso, nunca un significante. La cadena significante posee la estructura de un bucle que permite la lectura del material como “anillos de un collar”. De una cadena significante se hace un bucle, de otra cadena significante otro bucle – lo que ya es un acto de lectura –se ponen los dos bucles en relación y se comprueba que se cierran en el mismo punto– que no es el mismo punto, porque son dos cadenas significantes.
Por tanto, desde la concepción lacaniana es preciso abandonar la concepción de escritura freudiana entendida como registro de huellas mnémicas de percepciones dentro un aparato psíquico personal por resultar incompatible con la lectura y el análisis. Además, es conveniente renunciar a la teoría freudiana del trauma como causa de la repetición, porque implica la creencia de que hay la insistencia de algo registrado a nivel inconsciente (o en el Ello), que correspondería a “marcas de un goce” que insiste en no dejarse tramitar simbólicamente y que, como un destino personal, sólo cabe aceptarlo y adaptarse a él; en cambio, en la enseñanza de Lacan hay elementos para pensar que existe la posibilidad de construir una posición subjetiva nueva en contra de una mera aceptación de lo irremediable. Habría la posibilidad de descubrir el “yo quiero” frente al “yo debo”. La salida de la repetición que propone Lacan es que habría la posibilidad de romper con determinadas posiciones que suponen una carga para la vida (bíos) del sujeto, gracias a la lectura de la determinación significante particular.
Para acabar me permito hacer el paralelismo entre el recorrido analítico y las transformaciones subjetivas que Nietzsche escribe en Así habló Zaratustra, cuando habla de las tres metamorfosis del espíritu: cómo el espíritu se hace camello; el camello, en león, y finalmente el león, en niño (Nietzsche,1970: 39). Lo que Zaratustra anuncia es la posibilidad de cambio que en un tiempo circular permiten construir una posición creativa de la existencia. Para conseguir la victoria, el espíritu debe luchar contra el el gran dragón, que obliga al “tú debes” y conquistar el “yo quiero”. La posición de niño es la de quien olvida y está en perpetuo movimiento, juega y crea.
Bedmar (Jaén), 24 de agosto de 2018
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1 Cf. FREUD, S. La sexualidad en la etiología de las neurosis; Fragmento de análisis de un caso de histeria; Análisis de una fobia en un niño de cinco años; Tótem y tabú y De la historia de una neurosis infantil.