El lector más avezado se habrá dado cuenta enseguida. El otro todavía sigue preguntándoselo. El título expresa una verdad evidente. Efectivamente, esto es un pronombre demostrativo, por tanto jamás será un artículo, ya que sólo lo pueden ser algunos determinantes. Seguramente, hubiera sido más honesto haber escrito ‘Esto’ no es un artículo, la diferencia gráfica habría dado una pista al lector más perezoso.
El juego de palabras que he introducido bien podría haberse incluido en algunas de las conversaciones que Alicia mantiene con los personajes del País de las Maravillas o con los que se topó al atravesar el espejo. Lewis Carroll ha jugado hasta el imposible con las ambigüedades del lenguaje, el doble sentido, la homografía, la homofonía y la paronimia.
Los ejercicios lúdicos de este tipo tienen una función doble: por una parte arrancan la sonrisa del público lector que casi siempre encuentra el sentido de la ambigüedad, por otra nos deja un buen alegato a favor del nominalismo.
Sin embargo, lo verdaderamente importante del juego de palabras que he planteado es su composición. ¿Cómo he llegado a formular el juego, cómo he llegado a formular el texto?
La primera respuesta es explicar que partí de esta frase equívoca y que la desarrollé en ese primer párrafo que acaban de leer. Pero se pueden plantear varias objeciones a ese planteamiento:
-La oración negativa por sí sola no es un juego de palabras. En realidad, el equívoco viene dado por una conexión extensa (no diré infinita) de designaciones1 que se conectan en cada contexto para dar lugar a la ambigüedad. Por ejemplo: introducir esa frase como título de un texto, presentar el mismo en la sección de artículos de una revista, hacerlo sobre un escritor hábil en lógica...
-El demostrativo “esto” señala algo que está cerca del emisor, antes o después de él. Sigo con la argumentación del contexto: si se parte de una oración como “esto no es un artículo”, entonces se señala algo que o existe previamente o se tiene la consciencia de que existirá inminentemente.
-La sonrisa del gato de Chesire. En el capítulo VI de Alicia en el país de las Maravillas, Alicia observa como el gato de Chesire desaparece desde la cola hasta la sonrisa, quedando esta un tiempo suspendida en el espacio. Allí la niña piensa: “‘Vaya [...] he visto muchas veces un gato sin sonrisa, ¡pero una sonrisa sin gato! ¡Es lo más raro que me ha pasado en mi vida!’” (Carroll, 2010: 167). El enunciado es absurdo, ella ha visto muchas veces sonrisas sin gatos, lo que no ha visto nunca es una sonrisa flotando. En la descripción del proceso creativo de la primera respuesta sucede algo similar a lo que Alicia presencia: una sonrisa flotando. El enunciado sin gato (sin texto) no es nada, tan solo sonrisa.
Concluimos que es poco convincente el primer razonamiento de cómo he llegado a plantear lo que aquí escribo. La alternativa opuesta es pensar que el título es el final y no el inicio. Muchos escritores aconsejan dejar esa tarea para cuando se haya acabado el texto y se sepa qué es lo que se ha dicho, de ese modo el título englobará cabalmente la idea general. Así, yo habría comenzado por escribir las líneas siguientes al título y finalmente habría deducido que esa frase sería la mejor para inaugurar el texto. Pero esta opción parece igualmente absurda, ya que no podría haber planteado nada de lo que han podido leer, sin el enunciado que lo encabeza. Para decirlo con una paradoja carrolliana: sin el título este texto sería como la resta del perro menos el hueso en el examen de Alicia para ser reina en el capítulo V de A través del espejo (Carroll, 2010: 360): sólo quedaría la paciencia del perro (perdón a quien lo lea).
La imposibilidad de las dos alternativas se explica por un símil con la lógica kantiana de la Doctrina trascendental: “sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenido son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas” (Kant, KrV: A51). La premisa necesaria para todo entendimiento está en esa cita. No viene primero el concepto y luego el objeto (o al revés), no podemos explicar el comportamiento lógico de nuestro entendimiento a través de una sucesión temporal lineal. A esto se refiere Deleuze cuando explica los efectos de la superficie en la «Segunda serie de paradojas» de Lógica del sentido (Deleuze: 9) al decir que “el tiempo único de los cuerpos o estados de cosas es el presente. Porque el presente vivo es la extensión temporal que acompaña al acto”. Tanto la premisa de Kant como las deducciones sobre la superficie de Deleuze hacen hincapié en la instantaneidad de lo que acontece. Lo uno y lo otro al mismo tiempo, aunque sean opuestos (paradoja). En Lógica del sentido esta contraintuición es doble, porque es “eterno presente”, pero también una constante dicotomía de pasado y futuro:
Por tanto, todo pensamiento se da en un tiempo que se percibe lineal, pero que es instantáneo, que acontece en presente, como la sucesiones2. En definitiva, esta complejidad lógica en la obra de Carrol aparece en el capítulo VII en el que Alicia toma el té con la Liebre y el Sombrero en el País de las Maravillas. Los personajes conversan e interaccionan creando un antes y un después de cada palabra, comentario, movimiento..., pero por culpa de una riña entre el Sombrero y el Tiempo todos allí están eternamente anclados en las seis de la tarde. Aunque se sucedan conversaciones entre los tres el tiempo no pasa, al final de la escena en la que Alicia los pierde de vista siguen siendo las seis de la tarde. La dualidad planteada en Lógica del sentido es esa, y la dificultad de distinguir lo que acontece como presente es ejemplar: la historia ha avanzado, a pesar de que el tiempo estuviera congelado para ellos.
No obstante, no podemos perder de vista nuestra pregunta principal. Si el título de este artículo señala lo que va a venir, pero no se pudo escribir ni antes ni después del cuerpo textual, cómo pudo ser posible su construcción. No nos sirve un razonamiento lineal, como hemos visto. Tuvo que ser ejecutado en “eterno presente”, porque así es como los conceptos se unen a las nociones. Quizás sea necesario volver al juego inicial para explicar este nudo.
La ambigüedad del título se establece con el uso del pronombre demostrativo, si la frase refiere a lo que va a venir significa que todo este texto no es considerado como una publicación de la revista; si la frase es analítica, y describe la función gramatical de “esto” entonces no ha aportado nada al siguiente cuerpo textual, sino que es un mejor ejemplo de la ambigüedad semántica que ilustra el “artículo”. En el segundo caso lo que se está leyendo ahora mismo es un artículo, en el primero no. Cualquiera admitirá que la versión analítica de esta frase es verdadera, mientras que la primera es falsa. Una vez leído el cuerpo del texto, conocemos el contexto de la proposición del título y lo que designa particularmente el pronombre. ¿Pero qué sucede antes? Los pronombres demostrativos son generales, no tienen designación concreta. Esto, eso o aquello son palabras que significan lo que yo quiero que signifiquen, como las de Humpty Dumpty en el capítulo VI A través del espejo y lo que Alicia encontró allí:
Lo que sucede con nuestros pronombres demostrativos es que no designan sin contexto previo o posterior, son sólo conceptos sin nociones. No obstante, hay algo que sin contexto previo ha hecho que todo aquel que leyera el título entendiera lo que estaba escrito y le atribuyera un significado. La clave está en el sentido, cuando desaparece o es imposible la designación de objetos o conceptos a las palabras (o cuando ese ejercicio es pura arbitrariedad) es el sentido el que media entre ellos:
Por eso, Alicia solicita a Humpty Dumpty que interprete el galimatías del poema Jabberwocky, “Ya que es [...] tan hábil en explicar el sentido de las palabras” (Carroll, 2010: 317). El sentido es esa fuerza ulterior que une en síntesis los conceptos y las intuiciones, que antes citábamos. Cuando la conexión entre los nombres y las cosas se rompe o desaparece o aún no ha sido inventada, el sentido (nuestro sentido) interviene para unir y llenar de significado esos huecos del conocimiento. El entendimiento está atravesado de sentido como lo está el uso del lenguaje, por eso Humpty Dumpty responde a Alicia: “Has de saber que puedo descifrar el sentido no ya de los poemas que se han escrito, ¡sino de los que aún están por escribir!” (318). El sentido tiene un funcionamiento autónomo, pues es independiente de la designación, de la verdad o la falsedad de las proposiciones o de las reglas gramaticales. No importa la corrección en la aplicación del sentido, sino nuestro convencimiento. Todos nos volvemos de vez en cuando Humpty Dumpty, porque él es el demiurgo del sentido, y todos los lectores se han vuelto Humpty Dumpty al leer el título de este texto porque le han dado un sentido individual. Es por esa razón que no importa la cronología de lo que se está leyendo para responder a su composición, lo verdaderamente importante es el sentido que le estamos dando en ese momento (el presente deleuziano).
El sentido es siempre doble. La paradoja surge cuando sostenemos ambos al mismo tiempo. La incomunicación entre dos hablantes es sostener diferentes sentidos sobre la misma proposición ignorando el opuesto, como le sucede a Alicia con los seres del País de las Maravillas o con los del otro lado del espejo.
Como Carroll, yo podría afirmar que el título convierte realmente a todo el texto en una paradoja, pues lo que usted está leyendo no es un artículo. O mejor aún, podría afirmar que “es un artículo, porque no es un artículo”. Como Alicia, el lector se podría preguntar: “¿En qué sentido?” Y yo debería decir: “-En el mío. En el único, claro está. ¡Qué pregunta más tonta!”.
Barcelona, 14 de septiembre de 2013
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
CARROLL, L.: Alicia en al País de las Maravillas. A través del espejo. Edición de Manuel Garrido. Traducción de Ramón Buckley. Cátedra. Madrid: 2010.
DELEUZE, G.; Lógica del sentido. Traducción de Miguel Morey. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Versión electrónica de http://www.philosophia.cl
KANT, I.; Crítica de la razón pura. Prólogo, traducción, notas e índices de Pedro Ribas. Taurus. Madrid: 2007.