No hay duda que podemos entender la educación como un acto con «efecto bumerán». Dar y recibir. Profesor y alumno son participes y coconstructores del conocimiento que se forja a lo largo de las clases. El conocimiento que el profesor aporta al alumno será recibido por la sociedad cuando éste, algún día, se convierta en experto. Es aquí cuando la teoría del Don cobra todo su sentido: la sociedad, igual que la educación, – a través del ejercicio de dar, recibir y devolver – se basa en una interacción beneficiosa entre seres humanos, en la que se ponen en juego diversos factores que van más allá del individualismo y el interés personal.
No es casual que el ideólogo de esta teoría, Marcel Mauss, fuera familiar y colaborador de Durkheim quien apostaba por un modelo de educación que permitiera, a partir de la socialización, integrar y aprender los valores necesarios para vivir en comunidad. Con una óptica positiva de la antropología humana, esta teoría, llevada al campo de la educación (a través de diferentes prácticas como el aprendizaje/ servicio o la ayuda entre iguales), aboga por un perfeccionamiento moral de los individuos que a partir de la interrelación entre ellos y al afecto creado a partir del vínculo que se deriva del «dar, recibir y devolver» se les invita a iniciar un camino de perfeccionamiento moral que nos permite vivir y avanzar en sociedad.
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