Scripta Nova |
UNA APROXIMACIÓN A LOS NUEVOS PAISAJES DE LA METÁPOLIS EN ANDALUCÍA
Buenaventura Delgado Bujalance
Departamento de Geografía, Historia y Filosofía. Universidad Pablo Olavide
bdelbuj@upo.es
Antonio García García
Departamento de Geografía, Historia y Filosofía. Universidad Pablo Olavide
agargar1@upo.es
Recibido: 30 de octubre de 2008. Devuelto para revisión: 13 de noviembre de 2008. Aceptado: 12 de marzo de 2009.
Una aproximación a los nuevos paisajes de la metápolis en Andalucía (Resumen)
La ciudad del siglo XXI ha sido entendida como una nueva realidad territorial, para la que Asher ha propuesto el término de metápolis. Creemos que este concepto sintetiza el conjunto de imágenes inéditas presentes en los nuevos paisajes urbanos. Dichas imágenes se han convertido en una fuente de información clave para la comprensión de los actuales procesos de transformación territorial y sus contradicciones.
En el caso específico de Andalucía consideramos la metápolis como una serie de fragmentos de la misma realidad urbana diseminados por todo el territorio de la comunidad.
Nuestra mirada nos permitirá una primera aproximación al significado de los fragmentos de esta ciudad sin límites. Por tanto, proponemos su uso para leer los paisajes de la metápolis andaluza en todas sus escalas. Para esta lectura el sustrato histórico debe tener el mismo peso que las metáforas globales.
Palabras clave: ciudad, metápolis, paisaje, mirada, imagen.An approach to the new landscapes of the metapolis in Andalucia (Abstract)
The city of the 21th century has been understood as a new territorial reality to which Asher has proposed the term of metapolis. We believe that this concept synthesizes the whole set of unprecedented images present in the new urban landscapes. Such images have become a main source of information to the comprehension of the current processes of territorial transformation and their contradictions.
In the specific case of Andalusia, we consider the metapolis as a series of fragments of the same urban reality scattered by the whole territory of the community.
Our gaze will permit us a first approach to the meaning of the fragments of this unlimited city. Therefore, we propose its use to read the landscapes of the Andalusian metapolis on all the scales. To this reading the historical substratum will have the same weight than the global metaphors.
Key words: city, metapolis, landscape, gace, image.Consideraciones generales
Durante las dos últimas décadas, los espacios metropolitanos andaluces han ido configurándose como áreas emergentes en los que la coincidencia de nuevos procesos territoriales, caracterizados por lo efímero y por la dependencia de la coyuntura, está generando paisajes aparentemente inéditos[1]. En este sentido coincidimos con Francesc Muñoz (2007, p. 207), que los descubre como “una nueva categoría de paisajes definidos por su aterritorialidad; esto es, paisajes independizados del lugar, que ni lo traducen ni son el resultado de sus características físicas, sociales y culturales; paisajes reducidos a sólo una de las capas de información que los configuran: la imagen”. Sin embargo, intuimos que tras la apariencia inmediata se esconden unos paisajes que, por su dependencia de impulsos y modelos exógenos, pueden clasificarse como coloniales; paisajes en los que es casi imposible conocer y reconocer, pues se definen por la normalización de lo transitorio, la pérdida de identidad y la rapidez de los cambios.
En este contexto, el paisaje, como indicador del estado del territorio, plasmará muchos de los nuevos problemas y contradicciones que aquejan a este heterogéneo conjunto de manifestaciones de lo que empieza a ser la ciudad del siglo XXI, ciudad aún por definir, pero en la que se empiezan a manifestar lo que sin duda es su contradicción más importante: estos espacios agresivos, indeterminados y caóticos son el hogar de la mayoría de la población. Surge así un creciente interés por el estudio de estos paisajes, pues tal como han puesto de manifiesto los trabajos más recientes sobre ámbitos de exclusión social, se pueden establecer una cierta correlación entre calidad de vida y calidad de vista (Arias, P. 2001; Torres, F. J., 2005; Blanc, N. y Clatron, S., 2005). De este modo se ha ido acumulando información y, a partir de ella, conocimiento sobre estas cuestiones. Sin embargo, aún falta sabiduría, es decir, capacidad para impedir que los procesos más dinámicos de transformación del territorio generen una pérdida de bienestar para el conjunto de la sociedad y, en particular, para sus sectores más vulnerables.
Es necesario, en consecuencia, aportar reflexiones novedosas que, transcendiendo los límites de lo metropolitano, se apliquen a todas las escalas en las que se desarrollan las nuevas manifestaciones de lo urbano. Para ello parece importante un primer esfuerzo para seleccionar aquellas definiciones de dicha realidad que permitan encajar los datos aportados por la observación de sus imágenes. El reto reside en que estas imágenes son síntesis formales de los paisajes más dinámicos de Andalucía, tanto que en ellos el propio cambio y su rapidez constituyen el rasgo dominante (Delgado, B., 2006). Ahora bien, aquí no pretendemos explicar estos cambios, sino comprenderlos a través de su incidencia en los paisajes y en las personas que los viven. Es decir, frente al análisis de las causas de los actuales procesos territoriales hemos preferido centrarnos en las consecuencias de los mismos abordándolas como experiencias fenomenológicas cargadas de significado.
Una primera aproximación, desde lo que podríamos llamar una geografía de lo evidente, muestra sucintamente lo que los analistas del territorio vienen constatando: “la fuerza cada vez mayor del crecimiento desordenado de funciones, antaño urbanas, en la periferia o, mejor, en el espacio exterior de las ciudades” (Fernández García, A., 2003, p. 88). Pero el fenómeno no es nuevo, lo realmente nuevo es la velocidad con la que se está produciendo. La intensidad y la propia rapidez hace casi imposible seguirlo y por tanto teorizarlo con precisión. A veces sólo la metáfora, tal como la entendía Nietzsche (2001: 84), nos permite una mínima aproximación a las nuevas realidades. En este caso no es una figura retórica, sino la “imagen vicaria” que se hace presente en el lugar de un concepto. Para el caso que aquí nos ocupa es una forma de conocimiento comprensivo, que cumple con la función de ordenar los desordenados datos de la experiencia sensible de la realidad, salvándola del caos de su propia objetividad física, decadente, banalizada, agredida, impactante y fugaz. Como ejemplo, Naredo (2000) ha utilizado con éxito el término metástasis como símil de la proliferación de formas urbanas que invaden todos los espacios sin orden aparente, multiplicando descontroladamente “un tejido indiferenciado que engulle y transforma otras formas territoriales preexistentes que tenían un importante grado de identidad y complejidad interna, generando un territorio construido crecientemente homogéneo, carente de personalidad concreta. Un espacio sin alma” (Fernández Durán, R., 2004, p. 7).
Toda una serie de nuevos términos, intentan poner nombre a estos fenómenos emergentes (Vicente Rufi, 2003) con más o menos éxito académico. Castells (2001, p. 476-478) habla de “la ciudad informacional”: ciudad sin formas en la que los procesos y no las imágenes materiales son lo importante. Dichos procesos no se definen por un paisaje específico ni por los grupos sociales que les dan vida, sino por las redes y nodos que los facilitan. En cualquier caso, en este contexto impreciso será la ciudad en su múltiple relación depredadora y despilfarradora con el territorio la que aporte las claves para dar nombres a las nuevas configuraciones. Así se han utilizado muy diversas denominaciones para definir este doble fenómeno de expansión de la ciudad por todo el territorio y de ocultación de la matriz territorial subyacente: ciudad posindustrial o posfordista para definir un espacio sucesorio; ciudad región insistiendo en lo supramunicipal; ciudad periferal acentuando lo colonial; ciudad galáctica o tierra del mañana que destaca por sus aspectos técnicos; ciudad archipiélago para centrarse en la dispersión; magma city, pantápolis, edge city, ciudad caníbal, heteropolis, ciudad difusa, ciudad dispersa, ciudad hojaldre (Gaja, F., 2004; García Vázquez, C., 2004; Capel, H., 2003; Benavides, J., 1999).
No creemos que los anteriores conceptos respondan siempre con suficiente precisión a las nuevas formulaciones de ocupación del territorio por los procesos urbanos que se extienden por todo el planeta. Ramón Fernandez Durán los identifica con una segunda piel (2004, p. 2) que va alterando todos los espacios preexistentes, en los que se incluyen “no sólo aquellos sobre los que se despliega lo construido, sino también territorios muy distantes que se ven afectados por la huella ecológica de los procesos urbanizadores”. Desde esta perspectiva del despliegue de nuevas realidades urbanas el geógrafo Edward Soja y el sociólogo François Ascher proponen dos conceptos bastante sugerentes.
Edward Soja (2000) acuña el concepto de postmetrópolis para definir el resultado de los procesos de cambio de la ciudad globalizada. Una ciudad que ofrece una imagen poliédrica y de gran complejidad formal. Aquí coincide el desmantelamiento y la pérdida de significado de las realidades preexistentes con la aparición de nuevas realidades y con la incorporación de nuevos significados. En definitiva aparecen espacialidades hasta ahora inéditas en las que no es fácil diferenciar componentes o establecer límites. Ahora bien, a Edward Soja le interesa sobre todo la proyección espacial de las relaciones sociales generadas en la actual fase de desarrollo tardocapitalista, para cuya descripción s propone innumerables terminologías (flexcity, exópolis, polaricity, carceral city, simcity) para referirse a una ciudad flexible en sus límites y contenidos en la que la fragmentación del lugar coincide con la homogeneidad global, una ciudades sin ciudad a las que falta la ciudadanía, ciudad polarizada marcada por la opresión y el encierro, ciudad del simulacro y de la hiperrealidad (Vicente Rufi, 2003).
Ahora bien, en este trabajo se pretende identificar los rasgos y formas que aparecen en el tránsito hacia los futuros paisajes de Andalucía. Considerando que, en dicho tránsito, la transformación de las formas de ciudad está marcando el sentido de los procesos, se adopta como clave epistemológica el concepto de metápolis que acuñó François Ascher (1995) para indagar más allá de los límites y de los significados de la ciudad de presente. En principio, este neologismo tuvo una gran acogida entre urbanistas y arquitectos para referirse a los nuevos territorios de lo urbano. Se adecuaba a la necesidad de dar nombre a nuevas realidades que, marcadas por la fragmentación, rompían el concepto de centro y periferia propio de la lógica christalleriana. En sentido estricto la metápolis se configura como un sistema polarizado de metrópolis globales conectadas por las redes de transporte de alta velocidad. Fuera de estos espacios heterogéneos y cotidianos, sólo queda como consecuencia de un efecto “túnel” el no man´s land: espacio inertes e invisible situado entre los aeropuertos y estaciones de los trenes de alta velocidad; espacios que, ajenos a las miradas cotidianas, no existen.
Desde su creación, el término ha sido profusamente usado y con ello ha cambiado su significado. Es más, el mismo Ascher ha ido ampliando el alcance del término y aportando claves que aquí se utilizarán para entender las nuevas imágenes que la ruptura del orden territorial tradicional ha ido generando en Andalucía.
Como manifestación de una tercera revolución urbana la metápolis emerge de las posibilidades abiertas por la revolución tecnológica informacional, la tercera, tras la revolución agrícola y la revolución industrial. Estos cambios están impulsando el paso a una nueva forma de capitalismo cognitivo basado en la “producción, apropiación, venta y uso de conocimientos, información y procedimientos” (Ascher, 2005, p. 44). Este desarrollo tecnológico impulsa una creciente autonomía territorial y temporal de personas y empresas. La sociedad pierde cohesión y los individuos se mueven entre múltiples pertenencias territoriales y sociales, interactuando con cada una de ellas de forma diferente. Las empresas, gracias a la telecomunicación y a las redes informáticas, pueden disgregar sus actividades por distintas áreas urbanas o salir de las ciudades.
En esta idea insiste Ascher (2003) para explicar como en las nuevas regiones urbanas, gracias a las infraestructuras capaces de canalizar flujos cada vez más intensos y rápidos, las ciudades pueden desarticularse y crecer más allá de sus límites administrativos. De esta forma los nuevos fragmentos urbanos dejan de estar condicionadas por un soporte territorial concreto para depender de redes de interconexión, tanto visibles como invisibles (ibídem, 1995). En este punto, la utilización del concepto a través de la metáfora del paisaje se hace sugerente, ya que si bien los soportes territoriales son esenciales para medir la magnitud de la diseminación de una ciudad según de los movimientos que en ella tienen lugar y del reparto de sus funciones, su influencia en los comportamientos sociales y en la traslación de elementos y procesos urbanos a otros territorios, creando imágenes y paisajes característicos, es mucho más dinámica.
En este punto creemos que a la conceptualización de la metápolis aun le falta desarrollo. Pese a ello, abre perspectivas que pueden enriquecer y orientar el análisis de realidades que, como las de los paisajes que a continuación analizaremos, aun están en proceso de configuración.
Tendencias y retos en los paisajes de la metápolis andaluza
También en Andalucía, la explosión de la ciudad (Font, 2004; Nogué, J., 2007) es la manifestación más evidente de los nuevos procesos de transformación y creación de lo urbano en los que se manifiesta la metápolis. Estos procesos, caracterizados por un dinamismo y descontrol difícilmente asimilable por la matriz territorial que los acoge, se manifiestan en los desajustes entre las imágenes que generan; entre las imágenes y las funciones a ellas vinculadas; y entre las imágenes y la población que las contempla.
Como consecuencia, se constata que el hecho urbano se ha convertido en la actualidad en el principal factor creador y modificador de territorios, paisajes y percepciones. Pero, frente a anteriores fases de desarrollo histórico en el que éste también ha estado en mayor o menor medida presente junto a otros motores de los cambios territoriales, la particularidad ahora reside en dos cuestiones clave: De una parte, en que la expansión de lo urbano y la rapidez con la que ésta se ha materializado en el caso andaluz magnifica su opacidad y su propensión a modificar los usos del territorio. De otra, en que lo urbano se ha desprendido de buena parte de sus contenidos sociales, de modo que si secularmente la ciudad es el soporte y el escenario de la vida ciudadana, ahora es fácil identificar la actividad humana como una consecuencia colateral en un modelo urbano esencialmente planteado desde lo privado.
Se produce pues una enorme paradoja en relación a una ciudad que no sólo expande sus bordes y periferias, sino en la que proliferan y compiten sus centros, pero que al mismo tiempo ve mermado su carácter ciudadano. Por lo tanto, las interpretaciones modélicas y concéntricas en relación a la organización de los espacios metropolitanos resultan insuficientes para aprehender los territorios de la metápolis andaluza. En ella, los espacios suburbanos, urbanos, periurbanos, rururbanos o vorurbanos siguen existiendo, pero manifestándose con un nivel de promiscuidad territorial tal que no hay lugar para su delimitación clara. Asimismo, tampoco basta con analizar el paso de un modelo fordista a otro postfordista de implantación y expansión de la ciudad, que se traduce en un cambio de escala, desde lo local a lo metropolitano, y que conlleva una serie de adaptaciones relativas a las necesidades de inéditos marcos normativos supramunicipales frente a la configuración de nuevos modelos urbanos de acuerdo con las leyes del mercado. Sobre todo si, como se ha planteado, se asume la convivencia de éste proceso con una nueva realidad aún por definir, impulsada por la creciente movilidad tangible (vías de comunicación, masificación del automóvil y vuelos baratos) e intangible (TIC) que refuerza la imposición de la ciudad como proceso.
En este contexto se pueden identificar cuatro grandes incógnitas, con la particularidad de que, con sus propias adaptaciones, se reproducen de forma sistemática en las distintas escalas y ámbitos de la ciudad, sean éstas metropolitanas, periurbanas o urbanas. Es decir, si bien la confirmación de la metápolis repercute en un orden territorial diferente de naturaleza centrífuga, los sustratos urbanos y territoriales preexistentes permanecen, siendo lo interesante en este caso el modo en el que este nuevo contexto urbanístico los acepta, integra, modifica o rechaza:
Todos estos procesos conducen a que los ámbitos andaluces más afectados por las nuevas dinámicas urbanas experimenten un difícil ajuste a las nuevas realidades en tres niveles: Territorial, favorecida por una expansión en el plano urbanístico que está siendo difícilmente digerida por el territorio; social, en tanto esto favorece la transformación del ciudadano en consumidor, frecuentemente frustrado cuando no engañado; e icónico, como rasgo característico de lo que Bauman (2007) define como modernidad líquida, que tiende a convertir las distintas manifestaciones en las que emerge la metápolis en lujosos envoltorios destinados a ser consumidos por su apariencia.
Pero no hay imagen sin mirada. Sólo a través de ella se interpreta la realidad por lo que parece fundamental prepararla para lograr una interpretación correcta de mundo. La nitidez se logra a través de un enfoque adecuado de lo que contemplamos y, para ello, es preciso educar la mirada y enseñarla a operar en tres escalas: La más inmediata nos acerca desde el propio cuerpo con sus necesidades y referentes vitales; la del proyecto que implica concretar en objetos espaciales la mirada de diversos agentes; la de los lugares a través de los cuales damos sentido a los procesos; la regional, que entiende las imágenes como síntesis diferenciadoras de los territorios; y la global que pone de manifiesto las nuevas estrategias de acumulación capitalista. Éste es el reto, aprender a leer las nuevas imágenes de la metápolis desde las diferentes escalas, sólo así los nuevos paisajes adquieren sentido pues nos posicionan en ámbitos con los que interrelacionamos y en los que vivimos y no ante imágenes que sólo permiten su consumo como tales (Muñoz, 2007), pues se repiten y se ofrecen independientemente del ámbito en el que emergen. Por ello recurrimos a una propuesta de análisis dialéctica en la que los ejemplo de paisajes desordenados, sin significado, tematizados y aterritoriales se contraponen a su contraespejo positivo en forma de paisajes tradicionales, muy connotados, legibles, contextualizados y vitales. Metodológicamente, esta propuesta genérica se concretará en algunos ejemplos representativos de las diferentes manifestaciones de los paisajes de la metápolis andaluzas.
Paisajes desordenados Vs paisajes legibles
Las aglomeraciones urbanas andaluzas son exponente de unos procesos de transformación de sus realidades urbanas desde la complejidad al caos (Delgado, 2005). Tras ellos, se vislumbra la renuncia al uso de la inteligencia social, ambiental, ética y estética en la gestión de lo urbano. Todo se somete a los dictados estructurales (acumulación) y coyunturales (ciclos económicos) del capital, con lo que el mercado se convierte en factor determinante de la creación de los paisajes de la metápolis andaluzas. Como ejemplo de sus resultados se han recogido los datos (cuadro 1) de dos ámbitos subregionales especialmente dinámicos en este sentido.
Cuadro 1.
Evolución del suelo sellado en algunas aglomeraciones andaluzas, 1995-2003
Total suelo |
Suelo sellado |
Suelo sellado |
Suelo sellado |
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Málaga-Marbella |
257970 |
28420(11%) |
37806(15%) |
48600(19%) |
Sevilla |
452508 |
24049(5%) |
287748(6%) |
34731(8%) |
Fuente: elaboración propia a partir de SIMA (Sistema Multiterritorial de Andalucía) y Consejería de Obras Públicas. |
Tras estos cambios se vislumbra la intervención de diferentes agentes diferenciados por los intereses que defienden y por su poder, entendido como la capacidad de realizar sus objetivos.
Los actores de carácter privado se caracterizan porque sus actuaciones responden a intereses individuales, empresariales, profesionales y de clase. Entre ellos pueden identificarse propietarios de suelo, promotores, constructores, técnicos, obreros, instituciones financieras, usuarios. Pero sólo una parte de los mismos tienen capacidad para imponer sus estrategias específicas en función de intereses exclusivamente económicos.
Dichos actores se localizan en distintas escalas y contextos espaciales, institucionales y sociales, con expectativas diferenciadas respecto a lo que estos ámbitos pueden ofrecer. La mayoría de ellos se relaciona en un determinado marco de confluencia: el mercado inmobiliario que, en definitiva, delimita los roles de cada uno en la canalización de los flujos que éste genera. Estos flujos pueden ser reales y monetarios. Los primeros se manifiestan como el conjunto de la demanda y oferta de viviendas, edificios e infraestructuras, y de los bienes, iniciativas y trabajos necesarios para su construcción; los segundos son el resultado de sumar los capitales públicos y privados indispensables para financiar todo lo anterior. De este modo, los cambios de paisaje se han relacionado con la mayor o menor concentración de dichos flujos en los distintos sectores donde están emergiendo los nuevos paisajes de la metápolis en Andalucía. En este contexto, parece fundamental la actuación de propietarios de suelo y promotores inmobiliarios como artífices directos y pragmáticos de la creación del territorio.
Los propietarios de suelo urbano o con posibilidades de serlo basan su negocio en la escasez de dicho bien. Buscan la revalorización de su propiedad mediante la modificación de su calificación urbanística o a través del aprovechamiento especulativo de su escasez.
Los promotores inmobiliarios pueden definirse como las personas físicas y jurídicas que compran los terrenos que consideran idóneos, normalmente situados fuera de los núcleos urbanos tradicionales, los urbanizan y, finalmente, venden los solares resultantes. Su función ha ido evolucionando pues, si inicialmente compraban terrenos para parcelarlos, más recientemente se han convertido en mediadores entre los distintos agentes, sobre todo, entre consumidores, propietarios del suelo y empresas constructoras. Racionalizan el mercado según la lógica del máximo beneficio, por lo que prescinden de cualquier criterio que no sea la rentabilidad y, en consecuencia, su oferta va dirigida a la población que puede pagar una vivienda. Estos actores, que proliferan en contextos de fuerte anarquía urbanística, constituyen una mezcla en la que se confunden pequeños propietarios y especuladores profesionales. Su trabajo exige conocer el mercado, buscar suelo y, tras conocer la normativa urbanística sobre el mismo, tomar una decisión respecto a su compra, elegir la vivienda a construir y un arquitecto adecuado para elaborar el proyecto, conocimiento de las normas urbanísticas, solicitud de las licencias y permisos necesarios, cerciorarse de la situación a registrar y buscar la financiación. Con toda esta información se hace la oferta de compra del solar, sin olvidar que para el promotor un solar vale lo que se puede sacar de él y no más. Luego hay que construir y vender el producto final con un beneficio variable, pero por lo general superior al 19% e incluso muy superior si se aprovechan recalificaciones, determinadas coyunturas y se bordea la legalidad en normas e impuestos. De hecho, los problemas urbanísticos de muchos municipios tienen su origen en esta perspectiva de negocio, tal como se denuncia en un municipio de la aglomeración urbana de Sevilla: “Los constructores y promotores se embolsarán miles de millones de pesetas. El valor del terreno rústico es de 800 millones. Con la venta de casas se puede alcanzar 10.000 millones”[2].
En este momento los consumidores como destino final de la mayor parte de las mercancías y funciones del territorio se convierten en protagonistas fundamentales de la construcción de un paisaje. Aquí cabe un amplio abanico, aunque predominan los que buscan viviendas más baratas, para primera o segunda residencia, y compradores especulativos. Pero en ambos casos las consecuencias de sus decisiones coinciden, pues éstas implican la invasión urbana de la ciudad sobre las zonas limítrofes y la degradación de sus recursos naturales, precisamente aquellos que atraen a estas personas.
Los actores de carácter público justifican sus intervenciones por su defensa de los intereses generales de la sociedad; son una parte del “Estado” integrada por los gobiernos centrales, autonómicos y municipales, junto a sus diferentes administraciones. Sus decisiones, creadoras de marcos de referencia para el resto de agentes, se concretan en la elaboración de leyes, en la formulación de planes, en la creación de sistemas de control y en la canalización de inversiones para atender a necesidades generales del territorio. Pero en la práctica los ayuntamientos han utilizado los planes municipales como un instrumento de financiación de sus cada vez más elevados presupuestos
Ante tal situación de desorden y anarquía generada por estas políticas la administración regional ha intentado poner orden mediante planes de alcance regional y subregional, sin mucho éxito. Es más, su tramitación, larga, dubitativa hace que cuando por fin estos se aprueban apenas tengan validez. Así se entiende que en todos estos planes los nuevos paisajes de la metápolis no tengan cabida.
Estos nuevos paisajes son especulativos; son “un deposito del valor del capital en ladrillos y mortero” (Don, M., 2007, p. 104), en los que la rapidez se impone hasta superar la capacidad de gestión del territorio, transformando las cualidades más positivas del paisaje (orden, armonía, belleza, claridad, referencia, placer) en discontinuidad, confusión, estrés, transitoriedad y dominio de lo inconcluso.
Paisajes discontinuos: el ejemplo de la Vega de Granada
En las aglomeraciones urbanas de Andalucía se han enfrentado diferentes lógicas espaciales que responden dialécticamente a un casi imposible equilibrio entre intereses públicos y privados. En este marco, el mercado ha jugado sus bazas hasta convertirse en el principal organizador de una nueva ciudad difusa mediante la concentración en lugares específicos de inversiones y actividades (Indovina, F., 1998).
De este modo, cuando se observa la distribución de los sectores construidos en dichas aglomeraciones, ésta se presenta como un mosaico que rompe la matriz territorial en discontinuidades de límites imprecisos, cambiantes e inestables. Esta reorganización territorial caracterizada por la fragmentación simplificadora es común a todas las aglomeraciones de Andalucía. No obstante, se ha elegido como ejemplo La Vega de Granada (figura 1), un espacio de gran singularidad por sus características fisiográficas excepcionales, por la capacidad estructurante del sistema urbano de la aglomeración y, sobre todo, por el gran valor connotativo para el conjunto de la población granadina (Consejería de Obras Públicas, 1998).
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Figura 1. La Vega de Granada. |
Sin embargo, en diferentes análisis y estudios sobre este ámbito (Ayuntamiento de Granada, 2001 y 2006; Consejería de Obras Públicas, 1997, 1998 y 2000; Jiménez y Martín, 1997; Menor, 1997 y 2000; Sánchez del Árbol, 1999), se destaca la relación entre el deterioro de estos valores y una ocupación humana reciente cada vez más intensa y compleja que, al introducir nuevos usos y nuevas formas de urbanización, amenaza “el equilibrio histórico entre las diferentes ocupaciones del suelo; un equilibrio armonioso en el que está la base del mantenimiento no sólo de los valores estéticos del territorio, sino de las propias posibilidades de supervivencia como espacio productivo y ecológicamente sostenible” (Consejería de Obras Públicas y Transportes, PAYS.DOC., 2007, p. 26).
El paisaje hace evidente este deterioro a través de unas imágenes que muestra la fragmentación de una matriz territorial que aquí entendemos como la trama que organiza un paisaje. Desde el punto de vista sistémico puede considerarse como la base de la interacción hombre medio. Es un sistema en el que interrelacionan diferentes subsistemas: ecosistemas agro-forestales, sistema hidrológico, asentamientos humanos, infraestructuras viarias y ferroviarias. Puede entenderse como un sustrato anterior a las actuaciones humanas sobre el que se ha ido conformando esa realidad socioambiental que llamamos territorio (Folh, R., 2003). Sobre esta matriz básica se desarrollan los diferentes usos que pueden enmascarar esta matriz preexistente (Roda, F., 2003). De hecho la matriz territorial abarcaría todo el territorio (Mayor, X., 2006), diferenciándose por los usos que han sido definidos para cada una de sus partes (agrícolas, espacios protegidos, urbanos). Sin embargo, existe un porcentaje bastante importantes sin función aparente, espacio en estado latente, sin definir, vacío y por ello lleno de posibilidades: la terrain vague (Sola, I., 1996). En la Vega de Granada, esta coincidencia de lo definido y por definir se extiende prácticamente por todos los sectores de la aglomeración. De esta forma se ha conformado una gran ciudad funcional y vivencial, no compacta, cuyos fragmentos adquieren su valor y sentido dentro de las nuevas tramas de los paisajes de la metápolis andaluza:
Paisajes confusos: las conurbaciones litorales de Málaga
El fuerte incremento del suelo sellado por la actividad inmobiliaria ha caracterizado, a partir de los años sesenta del siglo XX, la banda litoral de la aglomeración urbana de Málaga. De este modo, al impulso de un modelo económico desarrollista se ha ido configurando, como imagen especifica de la metápolis andaluza, la más extensa, densa y heterogénea conurbación de la comunidad; una conurbación que se expande por los núcleos urbanos del Rincón de la Victoria, Málaga, Alaurín de la Torre, Torremolinos y Benalmádena (figura 2). Este alargamiento por una franja muy estrecha a lo largo de la costa sigue una disposición que rompe la lógica de los vectores físicos dominantes, al interrumpir la organización vertical que articula vertientes penibéticas, pie de monte, llanuras costeras y playas. El resultado de todo ello puede apreciarse en un paisaje muy confuso que emite una información difícilmente legible, limitada a una sola capa que oculta a todas las demás.
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Figura 2. Conurbación litoral de la Costa del Sol malagueña. |
El núcleo central sintetiza los efectos casi irreversibles de este crecimiento descontrolado, que se manifiesta en los diferentes sectores de una ciudad que abandona su modelo compacto tradicional por el de urbanización difusa. Los costes de este cambio, que ha multiplicado en la segunda mitad del siglo XX el suelo sellado por nueve, han sido devastadores: en el centro histórico la degradación física, funcional y simbólica (Rubio, A., 2005); en los bordes oeste y norte, abigarramiento, yuxtaposición inconexa de elementos y confusión extrema, sin más elemento de organización que el impuestos por las vías de acceso a la ciudad.
Este modelo de ciudad prospera entre 1955 y 1973 por la confluencia de la coyuntura económica expansiva, vinculada al boom turístico de la Costa del Sol, con la falta de instrumentos de planeamiento capaces de imponer un mínimo orden en el proceso. Así irían fracasando sucesivos planes de ordenación urbana porque no convenía a los procesos especulativos del momento. De hecho, los planes de 1971 y 1983, sólo sirvieron para “situar y normalizar la acción de los promotores” (Ayuntamiento de Málaga, 2005). De este modo, el mercado se convierte en el principal responsable de un paisaje urbano caótico y de casi imposible recualificación. Sin embargo, en la metápolis actual las ciudades compiten como mercancías que se ofrecen a través de sus imágenes. Esto explica que en los nuevos planes redactados entre 1983 y 2005 se plantearan propuestas para mejorar la legibilidad de los sectores con más posibilidades de consumo como espacios mediáticos.
Paisajes inacabados: la situación del Aljarafe sevillano
Las aglomeraciones urbanas constituyen verdaderos crisoles de los procesos de configuración de los nuevos paisajes de la metápolis. Como hemos visto, en la base estructural de su organización se aprecian las estrategias con la que los agentes económicos, que controlan y mantienen capital excedentario, intentan mantener una tasa creciente de acumulación de dicho capital. En este contexto, estos espacios evolucionan como ámbitos coloniales, pues las dinámicas que les afectan dependen de factores exógenos y de la actuación de agentes económicos poco vinculados al territorio.
Dentro de la primera corona de aglomeración sevillana, en el sector central de la cornisa del Aljarafe, se puede rastrear la recurrente supeditación de los agentes autóctonos a estos impulsos foráneos. La vinculación de las administraciones municipales con intereses que no parecen coincidir con los del municipio puede detectarse en las constantes recalificaciones y modificaciones del planeamiento vigente. Pero además, estas actuaciones suelen realizarse a espaldas del pleno municipal, mediante convenios puntuales que, como, por ejemplo, en el caso de una recalificación de 93 ha en la vega de Camas, multiplicaba por cinco el valor de lo previamente invertido por dos empresas creadas ex professo[3]. En este contexto se impone un modelo territorial adverso que excluye en algunos casos o expulsa en otros a sectores importantes de la población autóctona.
De esta forma en la cornisa se han ido sucediendo imágenes vinculadas paradójicamente por la permanencia de lo transitorio. En consecuencia, estas no pueden ser contempladas como manifestaciones de un paisaje terminado pues por su construcción espasmódica y dependiente de la coyuntura ha perdido un sentido cronológico. Los objetos se suceden, ocultando las raíces del pasado y opacando los vínculos temporales entre el pasado, el presente y el futuro. El suelo se convierte en una realidad efímera, en un receptáculo para una gran variedad de productos arquitectónicos que se distribuyen sin más lógica que la de producir dinero.
Ya se mostraban en las panorámicas de mediados de los 80 (figura 3) unos rasgos que el tiempo ha ido incrementando. Los bordes imprecisos e intrasitables, los intersticios con un destino que nunca se concreta, la obra inconclusa, los espacios públicos aniquilados por la desidia. Trazos imprecisos, límites cambiantes e inestables definen a las incabadas ciudades de las metápolis. Los hitos, al perder sentido simbólico, hacen de estos sectores metropolitanos ámbitos “a-culturales y a-temporales” (Gaja, 2004), en los que la normalización de lo transitorio se convierte en un rasgo definitorio de una realidad caótica.
Figura 3. Borde oriental de la cornisa del Aljarafe. |
Paisajes estresantes: los accesos a los núcleos urbanos andaluces
Las periferias urbanas de la metápolis andaluza pueden contemplarse como una sucesión de paisajes estresantes, es decir, paisajes cuya contemplación produce malestar. Este estrés es el resultado de la apreciación del entorno por cada individuo como una realidad amenazante pues sus imágenes emiten una información que, al desbordar la capacidad de respuesta y de interpretación, ponen en peligro el bienestar (Lazarus, R., y Folkman, S., 1986). Desde esta perspectivas, las sucesivas periferias que se extienden en el entorno de las redes de acceso a cualquiera de las principales ciudades se comportan visualmente como agentes estresores.
A lo largo de estos corredores sólo se contemplan paisajes extenuados, heridos y arruinados (Fernández Alba, A., 1992) que lejos de ser bellos o aportar placer, desagradan. En ellos la fealdad es un síntoma de las diferentes patologías que les afectan (figura 4).
Figura 4. Acceso a Sevilla por Castilleja de la Cuesta. |
Las propias redes incrementan estas impresiones negativas, pues para unir nodos lejanos, atraviesan las periferia metropolitanas rompiéndolas en trozos inconexos, en fragmentos de una ciudad que no puede verse y que apenas se intuye como paisaje latente, en el “que el paisaje visible está ocultando otros paisajes invisibles” (Ortega y Gasset, 2005, p. 103). Esta invisibilidad se acentúa por el carácter abstracto de unas redes donde los flujos materiales (automóviles, mercancías y personas) e inmateriales (información reguladora del tráfico y de pautas vitales de consumo) niegan el paisaje. Mientras tanto de la ciudad sólo se muestra su cara hostil. Más allá de las redes, sólo se vislumbran retazos de imágenes planas que ocultan el holograma profundo con toda la información que incorporan (Lindón, A., 2007).
Paisajes fundantes vs placelessness
La metápolis andaluza no se entiende sin la escala global, pues en ella se crean y conviven distintas imágenes, procedentes de diferentes contextos geográficos, históricos y culturales. En este proceso, como se ha dicho, los componentes fundantes de los paisajes, entendidos como aquellos sobre los que se construyen las identidades locales, corren el riesgo de perder sus significados y convertirse en los llamados placelessness (Relph, 1978; García., A.-Delgado, B.-Ojeda, J.F., 2007). Ciudades repetidas que, nacidas de la reproducción de un número limitado de combinaciones arquitectónicas y de la obsesiva clonación de imágenes universales, han terminado por construir nuevas realidades virtuales e hiperreales. Tematización y mercantilización de la huella del pasado que pierden el sentido del tiempo y la ligazón con el presente. En los diferentes fragmentos de los extensos territorios urbanos se pueden descubrir ejemplos de esta pérdida de referentes:
Diferentes lecturas territoriales y resultados homogéneos en la aglomeración urbana de Sevilla
El relieve, la presencia de agua, cualidades edafológicas, el peso tradicional de la agricultura, la proximidad a la capital se han convertido en factores determinantes de la evolución de dos paisajes periurbanos de la aglomeración sevillana: las elevaciones del Aljarafe y de los Alcores. Los matices de estos elementos han generado diferentes lecturas territoriales que, no obstante, llegan a los mismos resultados. En ambos ámbitos han coincidido múltiples realidades que se expresan como una de las capas que constituyen una única ciudad universal en la que caben todas las ciudades y cada una de sus partes: “la ciudad del siglo XXI…., la ciudad hojaldre” (García Vázquez, 2004, p. 3).
La plataforma del Aljarafe se ha integrado en la aglomeración en función de unos condicionantes geográficos que explicaban la organización de una densa trama de pequeños asentamientos interconectados. La expansión de los usos urbanos a los lados de las vías de comunicación ha generado la conurbación que sella la mayor parte del suelo de la cornisa oriental aljarafeña.
En el sector sureste de la Aglomeración, los Alcores han impuesto una organización del poblamiento distinta sobre la base de dos grandes núcleos, Alcalá de Guadaira y Dos Hermanas, que aprovechan el carácter ecotónico de esta alargada plataforma calcarenítica.
Lo cierto es que en ambos sectores se ha apostado por el crecimiento como forma de integración en la metápolis, convirtiendo las cualidades del territorio en un reclamo comercial. En el primer caso, el crecimiento es un tributo a pagar; un instrumento perverso para financiar los servicios que el propio crecimiento requiere. Es más, la reducción del crecimiento inmobiliario en muchos municipios de la aglomeración urbana de Sevilla está obligando a la reducción del presupuesto local y los servicios[4], lo que explicaría la oposición de las administraciones locales a cualquier medida restrictiva del crecimiento (figura 5). En el segundo, desde unas dimensiones físicas, poblacionales y económicas bastantes destacadas en el conjunto metropolitano, se asume ahora que es el propio crecimiento el rasgo que marcará la posición y las posibilidades de estos municipios en la escala metropolitana, regional y global. Así en Dos Hemanas se propone incrementar las 8.700 viviendas previstas en PGOU de 2002 hasta las 20.000, con lo que el municipio pasaría de los 105.000 a los 180.000 habitantes[5].
Figura 5. Propaganda municipal en Espartinas, Sevilla. |
Pérdida de paisajes seculares y patrimonio
La simplificación resultante de un proceso veloz y voraz de expansión urbana choca frontalmente con la consideración de la complejidad de valores paisajísticos, patrimoniales, productivos y culturales de los territorios. En algunos casos, se están produciendo un claro enfrentamiento entre las tendencias a la expansión de los tejidos urbanos y el carácter intocable de algunos espacios, teniendo en cuenta no sólo el valor simbólico y patrimonial de los bienes, sino también las relaciones y connotaciones históricas, funcionales o paisajísticas que en muchos casos se establecen de forma recíproca entre éstos y sus entornos. Sólo desde este prisma se puede comprender cómo bienes ampliamente reconocidos son susceptibles de convertirse en elementos molestos para determinados agentes y sectores. Se pasa, pues, de la pleitesía al pleito. Ahora bien, la propia resilencia de estos ámbitos hace que se multipliquen las situaciones conflictivas, aunque con diferente signo. Podemos ver distintos ejemplos.
De una parte, por su repercusión mediática, es obligada la referencia a un espacio tan emblemáticos como Medina Azahara (figura 6), en Córdoba, donde la expansión inmobiliaria alegal choca con la conservación del entorno de calidad paisajística que contempla la propia ley de Patrimonio Histórico de Andalucía y que se materializa en el pertinente plan de protección en 2006 (ICOMOS, 2007). Se produce así un conflicto múltiple, no sólo entre particulares y administración, sino entre la propia administración local y regional, así como frente a otros entes competentes, como el Comité Internacional de Monumentos y Sitios, o distintos movimientos ciudadanos locales. Este conflicto acaba por generar actuaciones paradójicas, como el anuncio de adquisición por parte de la administración autonómica de una treintena de parcelas sin edificar dentro del recinto protegido como garante de su no edificación[6].
Figura 6. El paisaje de Median Azahara, Córdoba. |
Por otra parte, Itálica, en Santiponce, Sevilla, pone de manifiesto como el recinto arqueológico no desarrolla todo su potencial por la falta de sintonía entre éste y la población del municipio. Para parte de esta población el recinto monumental constituye una amenaza invisible, en la medida que cualquier ampliación de las intervenciones arqueológicas es procesada como el inicio de un hipotético proceso de expropiación. De este modo, no sólo se reproduce los mismos actores que en el conflicto anterior, unido a una incapacidad política durante el siglo XX para aprovechar la singularidad de este recurso, sino que interviene un elemento nuevo: el enfrentamiento entre aquellos sectores de la población que se sienten amenazados, y los que encuentran en Itálica el principal recurso del municipio.
En tercer lugar, en otras ocasiones en los que estos espacios patrimoniales no son tan visibles o no están tan connotados como los anteriores, es fácil intuir que su capacidad de resilencia ante estos conflictos va a ser desbordada. Es el caso de los Llanos de Silva y el entorno de Sierra Elvira, en Granada. Aquí, al amparo mediático de un discurso que promete riqueza y empleo, se proyecta una mega-urbanización de más de 10.000 viviendas que opacará el componente fundante del territorio de Iliberis[7]. Frente a ello, la conservación testimonial de un mínimo espacio con valor arqueológico por parte de la planificación municipal de Atarfe, se antoja una metonimia simplificadora del paisaje secular e identitario de la zona.
La magnitud de las tensiones recogidas en estos ejemplos, explica la situación de los paisajes menos emblemáticos y, dentro de ellos, la de los elementos que los cualifican. Muchos de estos últimos sólo tienen sentido en la medida que son capaces de mantener vivas sus funciones, lo que no suele suceder. Se entiende así que estos componentes de más valor estén siendo víctimas de la fiebre urbanizadora, cuando no del olvido, del abandono y de la desidia.
Pérdida de referentes y mercantilización de otros
Tradicionalmente en los paisajes urbanos se han ido acumulando elementos que perviven y coexisten con un valor referencial, vinculados a una función, a un símbolo, a una forma de organización, a un modo de vida, a una tipología arquitectónica y a unas normas. La relación entre ellos responde a lo que podríamos denominar como un equilibrio inestable, lo que implica una constante reconfiguración de los significados (García, A., 2008).
Al dictado de una tiranía de la imagen en la que la visibilidad ejerce como único referente para dar entidad objetiva a la realidad, en la metápolis nuestros entornos urbanos adquieren una apariencia uniforme (Sánchez Moreno, 2006). De este modo, si antes se ha hablado de una simplificación de las funciones, también existe un empobrecimiento de las imágenes. Éste tiene distintas vertientes, desde la desaparición hasta la trivialización.
Lo novedoso es que este proceso se manifiesta en distintos ámbitos, siguiendo las mismas pautas pero con diferentes resultados. Las pautas vienen determinadas por un modelo de ciudad al albur del mercado, en el que se reproducen iconos fácilmente consumibles. Goldberger (1996) hace referencia al impacto del modo de hacer de Disneylandia en los nuevos espacios urbanoides, por encima de las grandes líneas de pensamiento urbanístico. Todo ello se traduce en una prevalencia de las formas sobre los contenidos. En un contexto de metápolis en el que los comportamientos se difunden globalmente, Andalucía recoge esta influencia, pero reinterpretándola según los elementos que localmente se consideran identitarios. De este modo, en la ciudad difusa andaluza prolifera una escena urbana promiscua en la que los elementos propios de cortijos, haciendas o del caserío tradicional se mezclan con todo tipo de molduras y estilos artísticos. Esta mezcla se vende como algo exclusivo y auténtico, promoviendo un modelo estético ya asimilado socialmente (figuras 7).
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Figura 7. La mercantilización de los referentes arquitectónicos en la ciudad difusa: Tomares, Sevilla. |
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Figura 7. La mercantilización de los referentes arquitectónicos en la ciudad histórica: casa del norte del centro histórico de Sevilla. |
Ahora bien, la mercantilización de los significados no es exclusiva de las periferias, sino que, en los últimos años se comparte en los centros urbanos. En este caso, la búsqueda de exclusividad no tiene como resultado una prostitución de las formas. Todo lo contrario, se apuesta por una restauración y puesta en valor más o menos respetuosa con las arquitecturas tradicionales, aunque no exenta de modificaciones, sobre todo en la volumetría. Sin embargo, dicha apuesta no tiene reflejo urbanístico en el mantenimiento y fomento de la diversidad de usos y contenidos funcionales y vitales (figura 8). Así pues, los cambios que están teniendo lugar en muchas tramas históricas de Andalucía no sólo están favoreciendo procesos de gentrificación en el plano social, sino que las posibilidades de generar nuevas experiencias urbanas y de relación se están viendo cercenadas. La naturaleza plurifuncional de estas tramas urbanas se está transformando en una sucesión de espacios monofuncionales.
Al mismo tiempo, la mercantilización de los paisajes urbanos resulta de la actuación de unas administraciones locales que, frecuentemente y en un contexto de reajustes de los centros y las periferias de las principales ciudades de Andalucía, buscan más protagonismo y presencia en la metápolis global y en la metrópolis local. En este sentido, están suficientemente descritos los efectos perniciosos de las políticas de promoción turística en las tramas urbanas de los centros históricos, cuando en éstas priman el carácter económico y cosmético de las intervenciones, generando mausoleos urbanos (García, A., 2008; Pol, F., 1998). Pero, en otros emplazamientos y a otras escalas, aparecen otro tipo de paisajes que podríamos denominar como “enlatados”. Así, en territorios definidos por la confusión urbanística, especialmente en los ámbitos metropolitanos, la conservación de algunos paisajes no sigue el discurso del mantenimiento de la identidad local, sino de su interés para promocionar el núcleo en su entorno. Se equiparan, pues, a otras estrategias como la creación de parques periurbanos o centros comerciales, con los que comparte esa vocación centrífuga. Paisajes “enlatados” cuya problemática no reside en la conservación de sus valores, puesto que al ser impuesta en el plano social y al desarrollarse parcialmente en el plano espacial, produce una defensa incompleta de dichos valores.
Paisajes enraizados frente a paisajes aterritoriales
Como hemos visto la metápolis es una realidad ubicua. En ocasiones, este carácter se traduce en la translación de imágenes y paisajes en cualquier lugar. Así, al mismo tiempo que por ejemplo los centros históricos se banaliza, algunas de sus formas más características acaban por reproducirse en espacios que no tienen per se ni forma ni sustancia, tales como centros comerciales o parques temáticos. De este modo se recrean paisajes en cualquier lugar. Los desarrollos urbanos del litoral son buen ejemplo de ello. También algunos casos cercanos a las propias ciudades de las que adquieren las imágenes, como se hace patente en el parque temático de atracciones de Sevilla, donde se recrean escenarios de la ciudad barroca mientras éstos han sido vilipendiados en muchos de los emplazamientos originarios (García-Delgado-Ojeda, 2007).
En otras ocasiones, la ciudad sin límites se extiende de forma discontinua por todo aquellos territorios que ésta necesita para mantener sus funciones cotidianas. En consecuencia sus componentes aparecen en cualquier parte que pueda conectarse a través de las redes. La ciudad así va introduciendo algunos de sus componentes entre las imágenes de los paisajes rurales. Elementos extraños, que pueden definirse como heterotópicos, pues se muestran como fuera de contexto y ajenas al entorno. Con frecuencia en su proliferación intervienen diversas coartadas interpretativas que van definiendo sus rasgos como imágenes de la metápolis. Estas imágenes no generan identidad pero si pueden ser veneradas, asumidas y replicadas. Un claro ejemplo son los campos eólicos que proliferan en las costas andaluzas (figura 9). Lo que estas instalaciones significan en relación con la sostenibilidad o la capacidad de convertir una limitación en un recurso, se ha convertido en un componente identitario y de valor para las poblaciones foráneas. Sin embargo, las poblaciones autóctonas, tal como sucede en el entorno del Campo de Gibraltar, los rechazan.
Figura 9. Parque eólico en la Janda (Cádiz). |
La necesidad de una lectura a inteligente del paisaje y los territorios
Cualquier decisión espacial de un grupo actúa sobre su paisaje vivencial, transformándolo y recreándolo. Ahora bien los resultados de estas acciones van a tener una incidencia directa sobre la calidad de vida de las personas que desarrollan su existencia sobre estos nuevos paisajes. Por ello, sustentar cualquier intervención en el territorio sobre una buena lectura de los componentes presentes en la configuración del paisaje parece una tarea fundamental (García-Delgado-Ojeda, 2007; García-Ojeda-Torres, 2008). Es más, en todas las escalas podemos encontrar ejemplos de buenas y malas lecturas.
En la escala regional los Planes de Ordenación del Territorio, desde el Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía (POTA) a los diferentes planes subregionales de las aglomeraciones urbanas, dan muestra de las mismas. Así, en todos ellos aparece una especial atención a los hitos, cualidades escénicas, componentes fundantes y simbólicos de los paisajes. Son precisamente estos componentes fundantes los que centran la lectura: laminas de agua en la Bahía de Cádiz, elevaciones y zonas inundables en la de Sevilla, fertilidad y compacidad escénica en la Vega de Granada.
Pero tal vez sea en las escalas más reducidas de los proyectos concretos donde los problemas de interpretación parecen más graves. La metápolis exige la visibilidad de los centros nodales en los que confluyen los flujos. Se desarrolla así una arquitectura espectáculo ajena a los componente del entorno que la acoge. Prácticamente todas las capitales andaluzas presenta algún caso, aunque los de más alcance mediático hayan sido los proyectos de reforma de la plaza de la Encarnación y el de la construcción de la llamada Torre Pelli en Sevilla. Aún más significativo parece el ejemplo del Centro de Interpretación de las ruinas de Baelo Claudia (figura 10), pues reproduce, en un entorno natural, algunas de las controversias generadas por la implantación de este tipo de arquitectura en las grandes ciudades. Aquí, la volumetría de la edificación contemporánea se impone sobre el escenario arqueológico y paisajístico que le da sentido. Así nos encontramos con una obra emblemática de la nueva arquitectura Andaluza que no puede ser asumida paisajísticamente pues deteriora los valores escénicos de un paraje excepcional. El edificio de Vazquez Consuegra de más de 2000 m2, dominando el conjunto de la ensenada desde lo alto de una colina, está en Baelo pero no pertenece a Baelo. Tal vez el problema reside en un edificio concebido para la contemplación del entorno desde dentro del mismo y no al contrario.
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Figura 10. Centro de Interpretación de Baelo Claudia, Cádiz. |
Conclusiones
Estamos asistiendo a un nuevo modelo de ciudad, la ciudad del siglo XXI que, como en otras fases de la Historia caracterizadas por la evolución del fenómeno urbano, está dejando sus rasgos específicos sobre el paisaje. Dichos rasgos se definen en imágenes que, en sí mismas, constituyen la principal capa de información de los procesos espaciales más recientes. Ahora bien, la rapidez e intensidad de los cambios generados por estos procesos nos está enfrentando a realidades complejas en la que es difícil seguir sus dinámicas y entender sus resultados.
Todos estos cambios se materializan en paisajes caóticos y aterritoriales que no cuentan con más referente que el de sus propias imágenes, convertidas así en indicadores significativos del estado del territorio. Ahora bien, la propia novedad de los procesos e imágenes junto a la ubicuidad de las mismas genera un problema terminológico al que se ha respondido con una multiplicidad de palabras que no han terminado por ser aceptadas. Nosotros entendemos que el sentido metafórico de las mismas ofrece la posibilidad de acercarnos a la comprensión de los hechos. Desde esta perspectiva creemos que el concepto de metápolis creado por Asher nos abre un camino en el que encontrar respuestas sobre el significado de las nuevas formas de ciudad que proliferan por todo el mundo.
En el caso de Andalucía nos permite acercarnos a la complejidad de una ciudad sin límites, que aparece como fragmentos de una misma realidad donde la ciudad necesita estar presente para garantizar su funcionamiento. Pero la creciente voracidad de la ciudad hace que esta esté presente en cualquier espacio sin más límite que el de la movilidad.
Esta omnipresencia está generando una realidad urbana compleja, diversa y cargada de contradicciones que pone de manifiesto los complicados ajustes entre territorio, sociedad e imagen. Es precisamente esta imagen la mejor síntesis de los nuevos hechos espaciales, lo que hace de la mirada el instrumento mejor adaptado para describirla, pensarla y comprenderla cargándola de significado.
Así hemos podido extraer algunos ejemplos representativos que nos muestran que significa la metápolis en Andalucía, pues ponen de manifiesto como esta afecta a la vida y bienestar de los ciudadanos en las diferentes escalas. En consecuencia, es fundamental posicionarse en cada una de estas múltiples escalas pues solo así se podrán tomar decisiones que no atenten contra las cualidades del territorio.
Es importante una lectura inteligente, capaz no sólo de comprender que cualquier decisión espacial de un grupo social actúa sobre su paisaje vivencial, transformándolo y recreándolo, sino que también los resultados de estas acciones van a tener una incidencia directa sobre la calidad de vida de las personas. Por ello sustentar cualquier intervención en el territorio sobre una buena lectura de los componentes presentes en la configuración del paisaje parece una tarea fundamental.
En consecuencia, es urgente que esta lectura en la que convergen las metáforas globales y las singularidades locales no esté sólo circunscrita al plano de la investigación, sino que se necesita una traslación efectiva al de la ordenación del territorio. En este sentido, la herencia histórica de las ciudades andaluzas ofrece un sustrato que tiene que estar presente marcando los diferentes hitos que dan sentido fenomenológico a la ciudad. No se trata pues de impedir las lógicas de mercado en los cambios urbanos, sino que éstas no opaquen las raíces, los tempos y las secuencias históricas que cargan de significado singular a los territorios.
La resilencia de los componentes connotativos en estos ámbitos es una oportunidad de transformación del territorio desde las administraciones. Pero, sobre todo, son los ciudadanos los principales beneficiarios de este cambio de lógicas. Unos paisajes legibles, connotados y reconocibles permitirán que, a través de la experiencia individual y colectiva, los ciudadanos se impliquen en sus cambios.
Notas
[1] Este artículo se encuadra en los Proyectos Nacionals I+D SEJ2006-15371-C02-01 y SEJ 2006-14277-C04-03, de los cuales forman parte cada uno de sus autores.
[2] El Correo de Andalucía, 23-V-99.
[3] ABC 21-X-2005.
[4] Diario de Sevilla, 27-V-2008.
[5] Diario de Sevilla, 10-VI-2008.
[6] Diario de Córdoba, 24-IX-2008.
[7] La Opinión de Granada, 24-XI-2004.
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Ficha bibliográfica: