Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (20), 1 de agosto de 2005

 

EL MITO DE LA CASA PROPIA Y LAS FORMAS DE HABITAR

Dra. Alicia Lindón[1]

Universidad Autónoma Metropolitana, campus Iztapalapa, ciudad de México y Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT.

E- mail: alindon@attglobal.net

 


El mito de la casa propia y las formas de habitar (Resumen)

Se analiza el proceso de expansión de la ciudad de México en el territorio considerado “el paradigma de la urbanización popular de los noventa”: Valle de Chalco. Estudiamos este proceso desde el punto de vista de los sujetos que lo protagonizan: Los habitantes. En particular nos interesa la subjetividad espacial que los orienta en la construcción social del lugar. Dentro de la subjetividad espacial, nos concentramos en el “mito de la casa propia”. El trabajo tiene los siguientes objetivos: Descifrar ese fragmento del imaginario urbano que llamamos el mito de la casa propia. Y luego, indagar cómo se articula con las formas de habitar. En la primera parte se presentan las formas de aproximación al caso utilizadas para generar la información en trabajo de campo. Luego, se analiza el “mito de la casa propia”. Y en la última parte, se trata la articulación de este mito con las formas de habitar la periferia, distinguiendo dos tipos ideales: El habitar utópico replegado” y el habitar del rechazo atópico.

Palabras clave: mito de la casa propia, periferia, habitar, subjetividad espacial, atopía/utopía


Homeownership’s Myth and the Dwelling Forms (Abstract)

This paper analyzes the process of Mexico City’s growth, covering a territory considered as “the paradigm of popular urbanization during the nineties”: The Chalco Valley. We study this process from the viewpoint of the subjects who are main actors: the inhabitants. Particularly, we are interested by the spatial subjectivity orienting them during the process of social construction of place. Inside the social subjectivity, we are focusing on the “homeownership’s myth”. In the last part, we are dealing with the articulation of this myth with the dwelling forms in the periphery, evidencing two ideal types: the first being an utopian and retreated dwelling form, and the other one sustained on atopian refused.

Key Words: homeownership’s myth, periphery dwelling form, spatial subjectivity, atopia/utopia.


 

Este texto se refiere a un territorio particular que ha sido considerado como el paradigma de la urbanización popular e irregular de los años noventa en la ciudad de México: Valle de Chalco, en el oriente de la ciudad. Es la periferia más externa y reciente de la ciudad hacia el sudoccidente y su incorporación al uso urbano, de manera irregular, se inició a fines de los años setenta. 

 

Uno de nuestros hallazgos de investigación de este territorio, y sobre el que nos centramos en esta ocasión, es el de “las utopías y quimeras” que mueven a los habitantes del lugar y que han formado parte importante de este proceso de avance de la periferia metropolitana hacia el oriente. Usualmente, esta componente de subjetividad espacial –las utopías espaciales[2]- se omite en la interpretación urbana, en buena medida por la regencia otorgada a las dimensiones económicas y a veces políticas, que suelen crear la ilusión de que todo lo explican. Cuando el estudio de la ciudad llega a incluir utopías, lo más frecuente es considerar las que han elaborado los urbanistas, pensadores y filósofos (Hiernaux, 2003), o dicho con otras palabras, el “segundo espacio” de Soja (1996). Pero a diferencia de aquellas utopías urbanas más reconocidas, aquí se consideran las utopías de los propios habitantes del lugar. Aunque también se debe reconocer que muchas veces, estas utopías del habitante resultan de la apropiación social de las grandes utopías de los urbanistas y pensadores (Hiernaux y Lindón, 2004).

 

Las utopías y quimeras que orientan a las personas a establecer su residencia en un lugar marginal y carente de todo en un inicio, son parte de un imaginario colectivo, de una subjetividad compartida que emerge en decisiones y acciones concretas, como la compra de un lote irregular en la zona, como la decisión de dejar una vivienda compartida con familiares en una zona más céntrica de la ciudad y mejor equipada. En otra ocasión hemos analizado este nivel de acciones concretas desplegadas por los habitantes desde la perspectiva de las estrategias residenciales (Hiernaux y Lindón, 2003, Lindón, 1999). Frente a los enfoques tradicionales del mercado de suelo urbano, las estrategias residenciales agregan una dimensión no considerada y muy relevante como son redes articuladas de prácticas espacializadas realizadas por el habitante. Sin embargo, las estrategias residenciales tampoco agotan el tema, por eso en esta ocasión nos abocamos a otra faceta, como es la subjetividad espacial que acompaña a dichas estrategias y termina por concretarse en diferentes formas de habitar.

 

En el caso de estudio, estos ideales –utopías, quimeras- encuentran un núcleo importante que estamos denominando el “mito de la casa propia”, al que se suele sumar otro mito también muy extendido, como es el de “ser patrón de sí mismo”. Estos retazos de la subjetividad colectiva en principio son relevantes en el momento en el que las personas deciden trasladar su residencia a la zona. Pero también juegan un papel importante una vez que las personas se instalan en el lugar y comienzan a establecer formas particulares de habitarlo. 

 

Desde esta perspectiva, nuestro trabajo tiene como objetivo descifrar ese fragmento del imaginario urbano colectivo vigente entre los habitantes de esta periferia, que llamamos el mito de la casa propia e indagar cómo se articula con las formas de habitar. Para ello, el texto se organiza de la siguiente forma: La primera parte del trabajo presenta de las formas de aproximación al caso que hemos utilizado para generar la información en trabajo de campo. Luego, se analiza el núcleo de la subjetividad espacial que denominamos el “mito de la casa propia”. Y en la última parte, se aborda la articulación de este mito con las formas de habitar la periferia, distinguiendo dos tipos ideales: El habitar atópico y la utopía de habitar la periferia.

 

La presentación del caso y las formas de aproximación

 

Como gran parte de los estudiosos de lo urbano en México, desde hace 15 años trabajamos sobre la conformación de la periferia de la ciudad. La periferia ha sido la expresión más evidente del dinamismo urbano. Y dentro de las periferias de la ciudad de México, la oriental atrajo toda nuestra atención por constituir la zona de expansión más acelerada de la ciudad desde los años ochenta. Actualmente este territorio alberga a medio millón de habitantes en unos 40 kilómetros cuadrados, en lo que a inicios de los años setenta era una zona rural. En la ciudad de México también se han desarrollado periferias bajo la modalidad de fraccionamientos exclusivos para sectores sociales de ingresos medios y altos[3], (en general en el Occidente de la ciudad), pero nuestro interés se canalizó hacia la periferia oriental, es decir, hacia los grandes bolsones de pobreza urbana. También es importante diferenciar esta periferia de las iniciadas en las dos décadas previas, ya que la periferia vallechalquense se fue ocupando por un proceso de fraccionamiento irregular, con fines especulativos, y en el cual no hubo invasiones ni tomas colectivas y organizadas de tierras, como fue frecuente en las décadas precedentes. La incorporación de esta zona a la mancha urbana ocurrió exclusivamente dentro de mecanismos de mercado, aunque irregular, y ello contribuyó a que los comportamientos individuales de los diferentes actores fueran centrales. 

 

Desde un inicio comprendimos que estudiar este territorio bajo la etiqueta (y los enfoques) de pobreza urbana, territorios de la exclusión social o mercados de suelo urbano irregular, encubría la complejidad del caso. Por eso buscamos miradas alternativas a las legitimadas extensamente para estudiar este tipo de territorios, particularmente miradas de tipo micro y centradas en la espacialidad y en la vivencia del espacio.

 

A lo largo de todos estos años tomamos distintos ejes analíticos para comprender un proceso complejo que denominamos la “construcción social de un territorio emergente” (Hiernaux y Lindón, 2000). Algo que hemos manejado en todos estos años es la necesidad de estudiar este proceso desde el punto de vista de los sujetos anónimos que protagonizan esta expansión urbana: Los habitantes de Valle de Chalco. Esto debe entenderse frente a la tendencia generalizada a estudiar este tipo de procesos desde el punto de vista de los fraccionadores y otros agentes que actúan desde esa perspectiva o con ciertas cuotas de poder.

 

En las distintas etapas por las que hemos transitado en este tiempo, nos fuimos centrando sobre diferentes dimensiones de la vida cotidiana urbana, y también hemos recurrido a distintas aproximaciones metodológicas. Nuestros primeros acercamientos a la zona fueron a través de las técnicas más convencionales, aunque siempre produciendo nuestra propia información en trabajo de campo: Por un lado, recorridos y observación; por otro lado, encuestas por cuestionario: Los infaltables agregados. Hicimos distintas encuestas, aplicadas a diferentes muestras, en función de objetivos particulares. En unos casos la unidad de análisis fueron individuos, sobre todo seleccionados por la inserción laboral, pero la mayor parte de los cuestionarios fueron dirigidos a hogares. Como era de esperarse, el análisis de esta información fue de tipo cuantitativo, desde las formas más sencillas del análisis bivariado hasta modelos multivariados.

 

A partir de 1993 fuimos introduciendo crecientemente aproximaciones cualitativas. Inicialmente triangulamos lo cuantitativo y lo cualitativo. Desde ese momento nos fuimos interesando cada vez más por el punto de vista del sujeto, es decir el habitante de la periferia. Actualmente, trabajamos casi exclusivamente con acercamientos cualitativos. Esto se relaciona con replanteamientos teóricos, por ejemplo, nuestro interés creciente en la construcción socio-simbólica del espacio y particularmente de los espacios vividos, la experiencia espacial y el papel del lenguaje en este proceso. Sobre todo nos ha interesado recuperar narrativas de vida de los habitantes. También en este caso hemos realizado narrativas autobiográficas a distintos perfiles de habitantes, de acuerdo a proyectos de investigación concretos: Mujeres, cónyuges, trabajadores por cuenta propia, propietarios de comercios, habitantes…. Este tipo de aproximación implicó que el análisis también tomó el curso de la interpretación crecientemente más densa. A lo largo del trabajo con las narrativas de vida, fuimos pasando por diferentes estrategias de análisis, desde las iniciales bastante ceñidas a una matriz de análisis construida en función de nuestros interrogantes teóricos, hasta otras posteriores en donde reconstruimos los esquemas analíticos más apegados a cada discurso.

 

En cuanto a los sujetos estudiados, aunque varió el perfil, siempre fueron residentes de esta periferia pobre con trayectorias de vida marcadas por la alta movilidad espacial. La movilidad espacial ha variado entre unos y otros: A veces, era movilidad residencial a lo largo de la vida, otras veces era alta movilidad espacial cotidiana en el presente y también hallamos otra expresión de la movilidad espacial: La migración campo-ciudad y la migración a Estados Unidos.  

 

Asimismo, es importante señalar que no hemos estudiado situaciones promedio, ni tampoco situaciones que correspondan a la mayor parte de los casos. Más bien, nos interesa recuperar la heterogeneidad, las distintas voces, la polifonía. Precisamente, la polifonía incluye tanto lo muy instituido como lo emergente, lo que aun no toma una forma clara. Por eso, a pesar de recurrir a diferentes estrategias para la producción de información en trabajo de campo, privilegiamos las estrategias cualitativas que buscan la palabra del habitante, particularmente las narrativas de vida, las distintas voces que construyen y reconstruyen el territorio día a día.

 

El mito de la casa propia en la urbanización irregular

 

El proceso de ocupación de esta periferia y otras semejantes, en buena medida ha sido analizado a través de la dinámica de los mercados irregulares de suelo para uso urbano. En esos casos, casi siempre el análisis privilegia el fraccionamiento especulativo de tierras que anteriormente eran de uso rural, las ventas irregulares de los lotes sin servicios y sin equipamientos, y el posterior proceso de autoconstrucción de la vivienda. En esta dinámica el énfasis suele recaer en la capacidad de los fraccionadores (y otros agentes inmobiliarios semejantes) a fin de obtener extensas ganancias. Estos son los actores que el análisis tradicional destaca por su capacidad para controlar el proceso, muchas veces articulados con organizaciones políticas, e incluso, con políticas urbanas, por ejemplo municipales. Otras veces también se ha estudiado el proceso posterior de organización colectiva de los nuevos colonos para demandar los servicios básicos. Ese tipo de perspectivas han aportado conocimiento importante sobre una parte de este proceso. Sin embargo, al replicar el mismo esquema de análisis en diversos casos más o menos semejantes, también ha ayudado a que otras dimensiones quedaran en la penumbra, como los procesos de construcción socio-simbólica de estos territorios, las formas de habitar que allí se desarrollan, las utopías que mueven el imaginario de sus habitantes…..

 

Nuestro trabajo se aloja precisamente en esas otras facetas, y en particular en el imaginario de los colonos que llegan a estas periferias irregulares, carentes de todo, buscando “una vida mejor”. Una de nuestras premisas es que los compradores de estos lotes irregulares, luego habitantes de la nueva periferia, no son actores pasivos que solo actúan inocentemente siguiendo las pautas de los especuladores profesionales. Estos actores también hacen evaluaciones, toman decisiones, persiguen fines, a veces fantasiosos, son actores activos en este proceso que no se reduce a extender los límites de la ciudad sino que implica construirlo en un “lugar” (Hiernaux y Lindón, 2003, 2002 y 2001).

 

En esta perspectiva, hemos encontrado que estos actores –los habitantes- en buena medida están movidos por utopías y quimeras construidas en torno a un núcleo duro del imaginario urbano como es el “mito de la casa propia”. Son utopías porque representan un “proyecto optimista (el de vivir mejor) que aparece como irrealizable en el momento de formularlo”[4]. Estas utopías son “espaciales” porque esa visión optimista de una vida mejor se construye siempre sobre la base de un “donde”, que en esencia es un “espacio”. Aunque a veces el discurso coloquial dice “un lugar en donde vivir mejor”, esa forma de referir al territorio se aproxima más al concepto de espacio, que al de lugar, precisamente porque no es una referencia a un “lugar” concreto y delimitado, vivido y conocido, sino que se plantea en relación a un espacio no claramente ubicado, ni delimitado.

 

La importancia de estas utopías está en que orientan las prácticas, por ejemplo la búsqueda de un lote en donde autoconstruir una “casa propia” y muchas veces, en donde luego instalar un comercio propio. Una vez que las personas se instalan en el lugar de alguna forma (aun improvisada), dichas utopías siguen presentes –aunque reconstruyéndose constantemente- como un marco de referencia desde el cual se toma contacto con el mundo, y en particular como un marco desde el cual se construyen formas de habitar. La reconstrucción de las utopías espaciales a partir del momento que se anclan en un “lugar” es algo inevitable, ya que el lugar en un principio no tiene rasgos claros y evidentes que aseguren la “vida mejor”. Por eso, la utopía espacial inicial tiene que reconstruirse a partir de su aterrizaje en un lugar.

 

El mito de la casa propia es una idea de fuerte arraigo en las sociedades urbanas contemporáneas. En general ha sido asociado a las clases medias urbanas. Nuestra investigación sobre esta periferia ha puesto en evidencia que, aun en condiciones de pobreza y exclusión social este ideal mantiene fuerte arraigo en los imaginarios compartidos. Cuando este tipo de ideales se extienden y son apropiados por diferentes grupos sociales, en ese proceso de apropiación se da una resignificación, el ideal se redefine y toma contenidos específicos aunque muchas veces suele mantener parte de los contenidos originales[5]. Y esa reconstrucción es simultánea a la de la utopía espacial.

 

Para analizar cómo opera en este contexto particular, conviene revisar cada uno de los términos que en él se integran y luego como trama de sentido integradora de todos estos términos.

 

El mito

 

La palabra mito tiene dos sentidos conocidos[6]: Uno se refiere a la “extraordinaria estima de una persona o cosa”, y otro que reconoce al mito como un tipo de “relato que desfigura y así da una apariencia más valiosa”. Filosóficamente, hay otro sentido propio de la palabra mito que es oportuno recordar en esta ocasión: Al mito no se le niega el carácter de verdad, pero se reconoce que es una verdad diferente a la verdad intelectual, es una verdad poética o fantasiosa. El sustrato del mito no es el pensamiento sino el sentimiento. No es una verdad construida desde la razón pura. “El mito surge espiritualmente por encima del mundo de las cosas, pero en las figuras con las cuales sustituye este mundo no ve más que otra forma de materialidad y vínculo. El carácter distintivo del mito es su fundamento emotivo” (Abbagnano, 1996:809), como ha planteado particularmente Ernest Cassirer (1998).

 

Este último sentido de la palabra mito –lo emotivo- nos resulta particularmente pertinente para abordar el tema que nos ocupa en esta ocasión, aunque sin olvidar la perspectiva de la extraordinaria estima o apariencia muy valiosa de algo, que expresan las dos primeras versiones. En otras palabras, nos interesa retener la noción de mito como “una verdad construida dentro del mundo de la fantasía que goza de extraordinaria estima o valoración, que lleva una fuerte carga emotiva y que define una forma de vínculo con lo material y lo externo al sujeto”.

 

La noción de propiedad

 

La noción de propiedad en esencia se construye sobre un núcleo duro de las sociedades contemporáneas: “El tener”, es decir, la posesión. En principio el tener es una expresión socio-cultural del principio de la propiedad privada, verdadera base legal pero también social de las sociedades contemporáneas. En las sociedades urbanas contemporáneas, el tener –sobre la base del sentido de la propiedad privada- ha venido a sustituir el lugar que ocupaba en otro tiempo –en las sociedades tradicionales- el “ser”. Por ejemplo: Ser un trabajador de tal empresa, ser un miembro de tal sindicato o un miembro de aquella comunidad, todas ellas fueron expresiones particulares del ser que gozaron de mucha valoración social. Cuando aquellas formas del ser han retrocedido en cuanto a su significado social (a veces porque las relaciones sociales han desaparecido), se han desdibujado o han perdido su sentido, el “tener” suele presentarse como una alternativa en lo que respecta a la integración de las personas en una estructura social, pero también para la definición del sí mismo (la identidad, el quién soy).

 

Esta importancia del tener no es ajena a lo que Henri Lefebvre llamó “la sociedad de consumo dirigido”. El tener está profundamente asociado con el consumo, y está dirigido socialmente hacia ciertos productos de los cuales se ha construido socio-culturalmente la importancia que implica “tenerlos” o el estatus social que puede adquirir su poseedor.

 

En síntesis, la cuestión de lo propio (la propiedad) toma sentido desde dos ángulos que coinciden, se funden y se potencian: La idea de propiedad privada y la legitimidad social que la acompaña, y por otro lado la perspectiva del acopio de bienes y posesiones.

 

La casa

 

La casa representa el punto de referencia básico desde el cual el sujeto construye su relación con el entorno, es decir la colonia o el barrio, y en consecuencia, el  vecindario. Pero también es el punto de referencia con relación a lo que está más allá del barrio, la ciudad…. La casa usualmente tiene el sentido de protección y abrigo. Bárbara Allen dice (2003, p. 140) la casa es un lugar de síntesis, lugar último, lugar por el cual, aun en situaciones difíciles las personas movilizan sus recursos y defensas para preservarlo. Esta autora también plantea que en ocasiones el sentido de la casa se puede apreciar ante su “pérdida”.

 

Por todo esto no creemos conveniente en esta perspectiva utilizar la palabra vivienda, sino la de casa. La voz vivienda parece más adecuada para los discursos técnicos, políticos o aquellos que por distintas razones no están incluyendo estos sentidos, aquellos que consideran la casa como construcción material. Así se puede constatar en diversas situaciones que las personas dicen “mi casa” y casi nunca mi vivienda. Por otro lado, cuando se habla desde las políticas urbanas y habitacionales, se utiliza la palabra vivienda, y nunca se habla de “políticas de casas”, sino políticas de vivienda.

 

Según Bachelard, la “casa es nuestro rincón en el mundo. Es –se ha dicho con frecuencia- nuestro primer universo. Es realmente un cosmos” (1992, p. 34). La casa es el primer mundo del ser humano, sustituye la contingencia, sin casa el ser humano estaría disperso. Este autor también muestra que “el ser amparado sensibiliza respecto a los límites del albergue” (1992, p. 35). Así la imaginación puede construir muros con elementos tan volátiles como las sombras, y sentir protección dentro de esos “muros”, por ejemplo construidos con sombras. Pero también muestra el autor, que la imaginación puede construir en frágiles y vulnerables fuertes murallas, llevando a su habitante a sentirse desprotegido aun detrás de la muralla. Por esta condición que asocia la casa a su habitante y a su existencia, es que la casa también lleva consigo una memoria. Pero es una memoria compleja, no es solo de lo vivido allí sino también de lo que se ha vivido en otras casas pero que entra en el juego de las analogías y contrastes permanentes. Al mismo tiempo, la protección de la casa hace que en ella también se incluya lo que su habitante proyecta en un horizonte futuro, y no solo su pasado y presente.

 

Con lo anterior queremos destacar que la casa no es cualquier espacio, es un espacio íntimo de alto contenido simbólico, condensador de sentidos, pero también es un espacio básico que ubica al ser humano de una manera particular en el mundo. Entonces, un mito (en tanto verdad fantasiosa pero de gran estima y valor emotivo) tejido en torno a la casa (considerando que es un lugar de condensación de sentido) y la propiedad (de gran valor social), termina constituyendo un fragmento multidimensional de la subjetividad social que tiene profunda repercusión en la vida práctica.

 

Un entramado de sentidos espaciales en torno a la casa propia

 

Si acordamos que la vida moderna y metropolitana está fuertemente regida por el “tener”, tampoco se debe soslayar el hecho de que el tener puede concretarse en objetos y bienes muy diversos, incluso, también en cuestiones intangibles como el poder. De todos los objetos que se pueden tener, “la casa” constituye un caso muy particular del tener por tratarse de un objeto de alto contenido simbólico, como se señaló más arriba. Además, la casa ha llegado a ser la expresión más acaba de la “propiedad privada”. Así, la casa propia se ha constituido en un verdadero “valor moderno”, es un código compartido, aceptado y por lo tanto no cuestionable.

 

Este valor moderno, la propiedad de la casa, en un contexto de exclusión social como el analizado deviene más fácilmente en un mito (en el sentido antes propuesto de la gran estima y valoración social). La casa propia en tanto mito, se constituye en una verdad (a veces fantasiosa) de alto contenido emotivo, que goza de extraordinaria estima o valoración social y que construye una forma de vínculo con el mundo y con el territorio periférico en particular. Este mito es una trama de sentidos y por ello resulta de la articulación de varios planos, que vemos a continuación.

 

En el caso analizado el carácter fantasioso se puede constatar en varias dimensiones. Una de ellas es que generalmente no es una vivienda de la cual se posea la propiedad legal, casi siempre eso es algo que se está gestionando o negociando[7]. Pero en términos prácticos opera como si se tuviera la propiedad, en parte esto ocurre por contraste con otras situaciones conocidas por experiencia: Ni es una casa alquilada, ni prestada, ni es la casa de un familiar, es “la propia” aun cuando no se hayan completado las gestiones legales.

 

El fuerte contenido emotivo deriva de que la casa propia es un mecanismo por el cual los habitantes de esta periferia excluida acceden a la condición de “poseedores”. En este contexto, la posesión es algo emotivo porque es una constatación de que no están fuera de la sociedad y de la ciudad sino “integrados” a ella de una forma: la propiedad, aunque sea en los bordes de la ciudad. La expresión “tener algo propio”, frecuente entre los habitantes de esta periferia, tiene un fuerte contenido emotivo y muestra que se reconoce el código que dicta la sociedad y se lo ha alcanzado en cierta forma. Por ello, es que la propiedad otorga existencia y visibilidad social al habitante de la periferia. El habitante de la periferia se torna más visible no solo en términos de reconocimiento social, sino incluso en términos de reconocimiento político.

 

La alta estima y valoración social de la casa propia se relacionan con que ésta también representa una compensación por las pérdidas sufridas por el sujeto a raíz de procesos que lo han excluido de distintos ámbitos de la vida social (de inserciones laborales formales, de sus comunidades de origen empobrecidas....).

 

En síntesis, la alta valoración y estima social que se le otorga en este contexto a la casa propia deriva de su capacidad para compensar las exclusiones sociales vividas, así como por otorgar seguridad a su propietario. Todas las formas de exclusión social acrecientan el sentido del riesgo permanente. La inseguridad, que si de por sí es algo que atraviesa a las sociedades contemporáneas en casi todos los grupos sociales, es aun más intensa en los grupos sociales excluidos. Por eso, la casa propia acrecienta su valoración como algo que reduce la inseguridad. Algunas expresiones muy usuales en los discursos locales que traslucen la importancia de tener alguna certeza territorializada son las siguientes: “De aquí no me pueden sacar”, “Pase lo que pase, se que tengo un techo”. Estas frases parecen estar antecedidas por algo no dicho: “cuando ya no hay instituciones que me den seguridades”. Al mismo tiempo, se puede descifrar que el contenido implícito en esas frases es “las seguridades me las da el techo que yo he conseguido”.

 

En otras sociedades se ha encontrado que el mito de la casa propia se relaciona con los horizontes de tiempo hacia el futuro: Uno de ellos es el de asegurarse un techo para la vejez, pero en otros casos también con la herencia (la transmisión), es decir, asegurar un techo para los sucesores. En ambos casos se expresa un particular horizonte de tiempo, proyectado hacia el futuro (Cuturello y Godard, 1982; Choko, 1994; Choko y Harris, 1990). En el contexto de la periferia que estudiamos no encontramos esto, posiblemente en parte sea porque los horizontes de futuro en estos contextos son muy limitados, aun en términos de la propia vejez o de la herencia. En nuestro caso, el significado sobre todo se construye desde el presente (“ya soy propietario”), o bien desde un presente que se conecta con un pasado de carencias (hoy me compensa lo que ayer perdí o lo que no tuve).

 

Por último, también se observa que este mito replantea la relación del individuo con el mundo, con el entorno (el barrio), con el entorno más extenso y difuso (la periferia) y con la ciudad: La condición de poseedor le permite entrever de alguna forma el futuro. No como un futuro anclado en ese lugar, en esa casa, sino “utilizando” esa propiedad a través de su venta, para acceder a otros lugares, incluso a periferias más lejanas y desconocidas. En otras palabras, al quedar la casa propia teñida por este mito le permite al habitante construir sueños y quimeras en lugares desconocidos, proyectar un futuro mejor (optimista, la utopía), aunque no es anclado en un lugar como el campesino a la tierra, sino como la utopía de continuar desplazándose en busca de mejores condiciones de vida.

 

El mito de la casa propia para el habitante de la periferia se entreteje en la subjetividad colectiva con la idea de progreso, también fuertemente arraigada. Así, esa casa “propia” que goza de reconocimiento social, que ubica al hogar en la condición de “poseedores”, que otorga seguridad en un mundo en el cual el habitante de la periferia ha visto diluirse todo aquello que le dio seguridad en otro momento, solo era posible en la periferia más inhóspita. La periferia es el territorio en el que el sujeto puede sostener su sueño de progreso, de que ha “mejorado”, no porque tenga mejores condiciones de vida en sentido material, o porque acceda a vida más urbana, sino porque accedió en un fragmento minúsculo de territorio –un lugar- que le otorga la condición social de “poseedor” de algo muy valorado.

 

Esa valoración por la casa propia, aun lleva consigo otro agregado también muy reconocido: La casa propia libera de los mecanismos de control social de la familia extensa y de la co-residencia con la parentela, que la vida en la ciudad le ha hecho ver como fuente de conflictos antes que como solidaridades y apoyos mutuos. Esto muestra que el mito de la casa propia también está fuertemente entrelazado en la subjetividad colectiva con otras dimensiones, sobre todo relativas a la familia y la vida familiar. Por ejemplo, se asocia el mito de la casa propia con el ideal de la familia nuclear con débiles lazos sociales y afectivos con sus parentelas y comunidades de origen, con la búsqueda de independencia, incluso con el ideal de la familia que alcanza su casa propia y que no se relaciona más que superficialmente con el entorno, con el vecindario[8]. Esta subjetividad tejida en torno a la casa propia permite entrever modos de vida individualizantes y un creciente distanciamiento de modos de vida comunitarios. El mito de la casa propia deja atrás aceleradamente los lazos comunitarios y las parentelas sin reconstruir otros que los sustituyan. Estas dimensiones han sido muy poco estudiadas en América Latina sobre todo porque en el pensamiento social sigue teniendo un peso muy grande la “idea-prejuicio” de que la pobreza urbana siempre va de la mano de la solidaridad y lo comunitario.

 

Las formas de habitar utópicas y atópicas

 

Entendemos las formas de habitar como aquellos sistemas de relaciones que establece el habitante con el espacio habitado, incluyendo conductas o prácticas, pero también, representaciones y significados relativos al espacio habitado (Allen, 2003). Por lo anterior, el habitar es un concepto complejo que incluye prácticas, utopías y mitos orientadores así como la territorialidad, es decir esa forma de vinculación del ser humano con su espacio de vida. En otros trabajos[9] hemos analizado la territorialidad y, siguiendo a Di Meo (2000, p. 44), hemos destacado su carácter multiescalar.

 

La primera escala de la territorialidad es “nuestra geograficidad”, el aquí y ahora, es el espacio inmediato en el que está el sujeto (el lugar) y en el cual se desarrollan su acciones presentes. La segunda es la red territorial integrada por los lugares vividos por el sujeto en otros momentos de su vida. Y la tercera dimensión es el conjunto de referentes mentales a los cuales remiten tanto las prácticas como el imaginario del sujeto. Esos territorios de sus prácticas pueden ser muy lejanos, muy cercanos, muy extensos, muy estrechos.

 

Como la territorialidad es parte central del habitar, entonces se puede plantear que se habita un lugar pero mentalmente ese lugar está dentro de una red muy amplia de lugares que de una manera u otra están tejidos entre sí a través del “hilo” que es la vida del propio sujeto habitante. Por ello, el habitar –a través de la territorialidad que contiene- remite al lugar inmediato que se habita, pero también a otros lugares habitados anteriormente, así como a lugares nunca habitados pero que son parte del imaginario de la persona. De esta forma, el habitar se refiere a un espacio de límites imprecisos y al mismo tiempo se condensa en un lugar particular, como es la casa. En este sentido la casa es un lugar de síntesis o de condensación para la persona. Y el mito se construye sobre ese lugar particular que es la “casa”, y no sobre un espacio amplio y difuso. El mito de la casa propia no es ajeno a las formas de habitar.

 

Desde esta perspectiva, el análisis de las narrativas de los habitantes del lugar nos llevó a encontrar varias formas de habitar con territorialidades multiescalares y en las cuales el mito de la casa propia a veces se desdibuja y otras se potencia. A continuación presentamos dos de estas formas de habitar, seleccionadas por la relación que tienen con el mito de la casa propia. A una de ellas la denominamos el “habitar utópico replegado” y la otra es para nuestro análisis, el “habitar del rechazo atópico”.

 El habitar del rechazo atópico

 

De acuerdo a Ángelo Turco, en las modernas sociedades urbanas: “El habitar ya no comporta la experiencia íntima de la seguridad” (Turco, 2000, p. 290)[10]. El habitar deja de otorgarle seguridad al sujeto cuando toma la forma de un “estar” en un lugar al cual no se pertenece. El estar implica que el lugar es vivido como un locus o una localización y no un lugar al cual se pertenezca.

 

La atopía es una crisis de la territorialidad que suele derivar de la alta movilidad cotidiana hogar/trabajo. Por eso, la atopía, desde los años sesenta quedó emparentada con las periferias dormitorio (Turco, 2000, p. 289). En esencia supone la ruptura del vínculo arcaico entre la historia humana y el anclaje terrestre. Otras formas actuales de atopía por ultramovilidad las encontramos en el caso de las nuevas burguesías gestionarias globalizadas, que se desplazan constantemente por trabajo pero en otras escalas y no sobre itinerarios repetitivos (Hiernaux y Lindón, en proceso).

 

En la periferia pauperizada que analizamos la forma de vincularse con el lugar, para algunos de sus habitantes se acerca al modelo típico-ideal que denominamos “el habitar del rechazo atópico”. Este habitar se caracteriza por una atopía más compleja que la mencionada antes, ya que se asocia con la movilidad espacial biográfica y no cotidiana. En otras palabras, no se trata de una ruptura con el lugar habitado por alta movilidad cotidiana laboral, sino por una muy alta movilidad residencial a lo largo de la biografía, lo que le representa al sujeto un acervo considerable de distintos lugares vividos, que integran su memoria espacial. En el esquema más conocido, la atopía deriva del “no estar” físicamente en el lugar más que en las noches cuando se regresa del trabajo (de ahí el viejo concepto utilizado para analizar estos fenómenos, la “periferia dormitorio”). En la periferia vallechalquense y en el tipo de habitar que consideramos, la atopía aparece junto al “estar” cotidianamente en el lugar ya que en casi todos los casos se trata de familias que no solo lograron la “casa propia” sino que también lograron albergar en la casa o muy próximo a ella, el trabajo (como un comercio familiar). Hay atopía a pesar de estar en el lugar. Como ha señalado Bárbara Allen (2003, p. 140), la indiferencia ante la casa que se habita constituye un afecto muy importante, que indica una fuerte disfunción en el habitar.

 

Así, en esta periferia oriental de la ciudad de México son frecuentes los discursos que desacreditan el lugar, son reiteradas las expresiones “aquí no me voy a quedar”, “solo estoy aquí por ahora, mientras consigo otra cosa”, “nunca me gustó este lugar”, “aquí llegamos porque no había otra opción mejor”..... Estas palabras son expresiones emergentes particulares de lo que Ángelo Turco llama atopía: “La atopía proclama el desfallecimiento del hombre-habitante que, privado de cierta suerte de su sustancia cultural, se siente desarmado frente a los procesos de degradación de la territorialidad” (2000, p. 289).

 

Cuando se ha construido este tipo de habitar, al sujeto no le interesa establecer un vínculo con ese territorio, ni proyectar un futuro allí. Su espacio de vida es concebido como una mera “localización”, un sitio en el cual solo se está en un presente, aunque ese presente se prolongue en el tiempo siempre se vive como un ahora. 

 

Ese rechazo por el lugar no impide que se establezca una relación utilitaria con el lugar habitado: Es una localización posible aunque no valorizada, más bien rechazada, desacreditada o al menos, indiferente. La casa es el lugar del “estar”, y éste solo tiene validez en el presente. Ni es un lugar al cual el sujeto esté vinculado por una historia pasada, ni al que quiera vincularse por un proyecto futuro.

 

Esta construcción de sentido de rechazo por el lugar, inicialmente se ancla en el entorno vecinal y barrial en el cual está la casa, pero luego se transfiere a la casa misma. Esta atopía hace que el habitante se sienta un “ocupante”, incluso un “ocupante transitorio”. El espacio es vivido como un presente que no tiene pasado ni se proyecta en un futuro. La falta de esos horizontes en la vivencia del tiempo permite que el espacio de la casa se viva como un punto en el que solo se “está”.

 

La falta de pasado con relación al lugar es una ausencia de memoria del lugar (son migrantes y se sienten como tales por el desanclaje y desarraigo). La falta de futuro con referencia al lugar expresa la falta de sueños y fantasías respecto al lugar: Seguirán siendo migrantes sin interés en participar en la memoria del lugar.

 

Esta condición de ocupante transitorio tiene fuertes implicaciones en la forma de habitar: Se trata de sujetos que desean relocalizarse o desplazar su lugar de residencia a otro sitio, “levantar su casa” y trasladarla a otro sitio mejor. Están dispuestos a volver a colonizar otros territorios que presenten algún atractivo. Incluso, cuando no están dadas las condiciones concretas para ello, está presente como fantasía geográfica: Dejar el lugar. Este aspecto es relevante si recordamos que muchas veces los estudios urbanos consideran que la expansión de la urbanización (el desplazamiento de las fronteras metropolitanas) se debe esencialmente a las prácticas especulativas que mueven el mercado de suelo urbano. En otra ocasión hemos analizado esto desde la perspectiva de la vivencia de la “aventura de colonizar los confines” de la ciudad, poniendo de manifiesto que en ese proceso de avance de la ciudad sobre su entorno también tiene un papel nada despreciable ese habitar atópico unido al mito de la casa propia (Hiernaux y Lindón, en proceso; Lindón, en proceso-c).

 

Todo esto deja un interrogante abierto ¿Cómo el mito de la casa propia pudo generar un habitar atópico? Lo esperable sería que este mito condujera a un habitar profundamente arraigado al lugar, ya que la propiedad en esencia es sobre un recorte espacial muy concreto. Sin embargo, el tipo de habitar es diametralmente opuesto al arraigo. Precisamente, el rechazo por el lugar concreto en el cual se logró la casa propia, lleva a que se valore la “propiedad” y no la casa. Lo que era un “todo” en términos de sentido –“casa propia”- se fracciona en dos. Por un lado la casa y por otro, la propiedad. La casa solo toma sentido como la expresión circunstancial de la propiedad, lo que se valora no es esa casa, sino tener una propiedad que puede entrar en la lógica de mercado, ser vendida y así generar los recursos para acceder a otra casa. El mito de la casa propia fue importante en el momento de tomar la decisión de trasladar la residencia a esta periferia, luego, el contexto local se vivió de manera tan adversa que el habitante no logra establecer ninguna relación vinculante con el lugar, solo se ha construido un sentido de rechazo por el lugar. La adversidad que contribuyó a ello fue múltiple: Las carencias materiales del entorno, los conflictos con los vecinos, las carencias de la propia vivienda, las dificultades para resolver lo cotidiano… En última instancia, el mito de la casa propia para este tipo de habitar, fue parte de un ideario de gran influencia en el momento inicial pero que rápidamente se desvanece ante la evidencia de su fracaso para desencadenar la quimera que se perseguía más allá de la casa propia: La tan esperada movilidad social ascendente

 

El mito de la casa propia no se pierde, pero se fragmenta en el habitar, pierde el núcleo “casa” y en consecuencia, se hace “a-tópico”. Paradójicamente la propiedad se hace atópica. En estricto sentido, la propiedad está definida en un topos, pero lo relevante es que en este habitar, la propiedad es concebida como algo independiente de la casa y del lugar por su capacidad de operar como mercancía. Esto resulta semejante al proceso que hace un siglo Simmel denominó “la tragedia de la cultura”, refiriéndose al proceso por el cual la obra de arte se “independiza” de quien la produce al hacerse mercancía.

 

 El habitar utópico replegado en un micro-lugar

 

Otros sujetos del mismo contexto local desarrollan una forma de habitar que se puede entender de acuerdo al modelo típico ideal que denominamos “habitar utópico replegado” en un micro-lugar, que es la casa.

 

En este habitar el sentido del lugar se construye sin la fragmentación encontrada en el tipo anterior. En otras palabras, el sentido del lugar mantiene la unión entre la “casa” y la “propiedad”. Ambas dimensiones constituyen un todo de alto valor simbólico. Sin embargo, la fragmentación se da en otra escala: El sentido del lugar fragmenta la casa propia del entorno en el cual está. Así se valora la casa propia pero no el entorno.

 

La “casa propia” se vive como el mito logrado y por ello, deviene en el símbolo del progreso familiar. De esta forma, el habitar se aproxima al sentido que Schutz (1974) le diera a la “residencia” (a diferencia del habitar como simple “ocupante”). De acuerdo a Schutz, la residencia implica un cierto vínculo entre el sujeto y el espacio de vida, sin llegar a ser un vínculo profundo como el arraigo. Así, en este habitar se construye subjetivamente a la “casa propia” como algo más que el simple locus, empieza a construirse como un “lugar”.

 

Esta forma de darle sentido a la casa -en el curso del habitar- integra el mito de la propiedad y lo concreta en un cierto anclaje del sujeto al lugar, que no se observa en el modelo atópico. Este vínculo con el lugar no da identidad por pertenencia, pero si por posesión. La casa propia toma un sentido complejo. Por un lado es un bien intercambiable en el mercado, pero también es una posesión material y aun tiene otro aspecto que de cierta forma sintetiza los dos anteriores: Permite imaginar un futuro. El sentido de la casa va más allá de lo utilitario y material, al incluir la fantasía derivada de lo que su materialidad puede representar en el futuro.

 

La temporalidad de este tipo de habitar incluye el futuro. Pero lo relevante es que aunque ese horizonte de tiempo surge por la relación con un territorio en particular en el presente, el habitante no se concibe necesariamente anclado en ese lugar (en la casa, la colonia o el entorno). La relación con el espacio es más difusa, puede ser ese mismo lugar pero también concibe la posibilidad de habitar otros espacios, aun imaginarios.

 

En el habitar utópico el futuro aparece “móvil” espacialmente o desanclado, pero esa movilidad en el espacio –siempre en busca de algo mejor, de un sueño de progreso- es posible por la condición de propietarios de un fragmento de territorio en el presente. Dicho de otra forma, el acceso a la propiedad –la condición de poseedor- es lo que permite entrever alguna forma de futuro vendiendo esa propiedad y desplazándose a otros lugares, incluso a periferias más lejanas y desconocidas, nuevas Terrae Incognitae en donde volver a empezar el mismo proceso. Entonces, la utopía periférica no arraiga al sujeto en el espacio de vida, pero crea un vínculo entre el habitante y un espacio difuso. Se hace posible la quimera, el sueño y la fantasía geográfica de acceder a “otros lugares” algún día. Las “fantasías geográficas”[11] están desprendidas de su espacio de vida, de su lugar, y construidas como lugares fantasiosos. El núcleo de esas fantasías geográficas es vender la casa propia para poder desplazarse a otro lugar.

 

La quimera también es la de haber iniciado un proceso de “movilidad social ascendente”, estar “progresando” por haber accedido a la condición de “poseedor”, pero también la de “seguir avanzado”. Además, la posesión de la casa se vive como muy meritoria y valorada por las particulares condiciones biográficas de las cuales parte el sujeto: Las carencias.

 

Al inicio también se planteó que este sentido del lugar si no fragmenta la casa de la propiedad, en cambio si separa la casa del entorno. La casa propia es “su” lugar, pero ese sentido no se hace extensivo al entorno. La casa se vive como si estuviera desprendida del entorno. Lo que está más allá de la casa –el entorno, el barrio con su vecindario- suele tomar dos sentidos. En unos casos es rechazado, no se establece ningún vínculo con el entorno ni con los habitantes del mismo, es decir, con los vecinos. En otros, no se rechaza el entorno pero la visión que se tiene de él es fragmentada. No se lo percibe como un todo, sino como ciertos elementos aislados que solo son reconocidos por su “utilidad” en términos de resolver necesidades cotidianas. Así el entorno no es visto como un barrio, es decir un todo integrado, sino como elementos sueltos (sobre todo diferentes comercios que permiten resolver aspectos específicos de lo cotidiano).

 

Es importante destacar que para los habitantes que desarrollan un habitar de este tipo, el mito de la casa propia no se desdibujó ante la experiencia misma de habitar un lugar concreto, sin embargo tampoco fue capaz de desarrollar anclaje ni arraigo en el lugar.

 

En síntesis, se desarrolla un habitar utópico en el estricto sentido de la palabra: Por un lado es optimista por la propiedad lograda. Por otro, al mismo tiempo es un habitar que se tensa entre un repliegue presente en un lugar concreto y delimitado (la casa propia) y un habitar futuro “sin lugar” pero “con espacio” impreciso, indefinido, sin límites claros (la fantasía geográfica). Por ello es un habitar que también incluye lo paradójico, ya que al mismo tiempo es “u-tópico” (los espacios fantasiosos) y “tópico” (replegado en un micro lugar, la casa).

 

Reflexiones finales

 

El análisis de la periferia vallechalquense, nos ha permitido mostrar que la ciudad no solo la hacen los agentes con poder y las políticas urbanas. También participan activamente en su constante construcción los habitantes anónimos. Asimismo, hemos constatado en este caso, que en la construcción social del territorio periférico, sus habitantes no solo participan desde acciones claras y racionales, sino también a partir de prácticas orientadas por fantasías, quimeras y sueños. De igual forma hemos insistido en que en esa construcción social del territorio, también llega a conformar un sentido de rechazo e indiferencia por el lugar, aunque en otros casos lleve al apego por el lugar. 

 

El análisis del habitar en esta periferia excluida nos ha mostrado que el ideal modernista de “progreso” como una búsqueda permanente, no está ausente aun en condiciones de exclusión y pobreza. Y una de las formas bajo las cuales se presenta es el “mito de la casa propia”, que a su vez tiene la capacidad de “territorializar” ese ideal modernista.

 

El análisis del caso empírico también nos permitió constatar que aun cuando este fragmento de la subjetividad colectiva pueda inicialmente ser asumido por la mayor parte de los habitantes de este territorio, en el habitar ese mito termina reconstruyéndose de diferentes formas. Así, en unos casos, termina diluyéndose ante la constatación de que el progreso es una quimera. Mientras que en otros, llega a fortalecerse. Asimismo, también cabe destacar que el mito de la casa propia no tiene que pensarse necesariamente como ese fragmento de la subjetividad que arraiga al sujeto en un territorio. De hecho, los hallazgos empíricos muestran que en unos casos, ese mito no impide desarrollar un habitar atópico, totalmente indiferente y desprendido del lugar de vida. Y en otros, llega a producir un vínculo espacial pero difuso y fragmentado, no sobre un lugar concreto, ni profundo y duradero.



Notas

 

[1] Profesora-investigadora del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, en el Área de investigación Espacio y Sociedad, y profesora de las licenciaturas en Geografía Humana y en Sociología de la UAM-Iztapalapa, y del Posgrado en Estudios Sociales. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Formación: Licenciatura en Geografía, Universidad de Buenos Aires. Maestría en Estudios Urbanos, El Colegio de México. Doctorado en Sociología, El Colegio de México.

 

[2] Hablamos de “utopías espaciales” a pesar de que en principio pueda parecer contradictorio con la etimología de la palabra (sin lugar). Sin embargo, nuestra aproximación termina reafirmando el sentido etimológico ya que estas utopías tienen un contenido “espacial” pero no de “lugar”. Estamos diferenciando los conceptos de “espacio” y “lugar” en el sentido planteado por Yi Fu Tuan (1977). En otras palabras, el espacio se concibe en términos de lo extenso y sin límites precisos, mientras que los lugares se conciben como concretos y delimitados. Cabe destacar que en adelante cada vez que se utilicen estas dos voces (espacio y lugar), es en este mismo sentido.

 

[3] Actualmente se suele denominar metafóricamente a este tipo de barrios lujosos cerrados como “Ciudades amuralladas” o también se habla de la “medievalización” de la ciudad.

 

[4] Exactamente esta es la forma en que se define la palabra utopía en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española (1992, p. 2053).

 

[5] Con la misma perspectiva, en otra ocasión abordamos como en este contexto de pobreza y exclusión social también encuentra fuerte arraigo el ideal modernista del “progreso”. Aunque, su reconstrucción local nos llevó a denominarlo “logro”. (Lindón, 2000-a)

 

[6] Según el Diccionario de la Lengua Española en la vigésima primera edición.

 

[7] En el caso mexicano, esto es sumamente complejo en términos jurídicos por el carácter “ejidal” de las tierras que fueron fraccionadas y vendidas, lo que implica que legalmente no era posible la venta. Azuela, 1989.

 

[8] Estas dimensiones las hemos trabajado en: Lindón, 1999 y 2002; y también en: Hiernaux y Lindón, 2003.

 

[9] Hemos analizado la “territorialidad” en diversas ocasiones, pero particularmente nos remitimos a dos trabajos que actualmente se encuentran en proceso de publicación (Lindón, en proceso, a y b).

 

[10] La propuesta de Ángelo Turco lleva consigo la idea del riesgo permanente y la falta de seguridades –tan analizada en las sociedades actuales- pero en su caso la originalidad radica en que lo hace a través de la componente espacial.

 

[11] Usamos la expresión “fantasía geográfica” en el sentido que le diera Rowles, G. (1978), es decir como el recurso imaginario que amplía, extiende, fragmenta, la espacialidad del sujeto.

 

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© Copyright Alicia Lindón, 2005

© Copyright Scripta Nova, 2005

 

Ficha bibliográfica:

LINDÓN, A. El mito de la casa propia y las formas de habitar. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (20). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-20.htm> [ISSN: 1138-9788]

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