Scripta
Nova |
Dra. Alicia Lindón[1]
Universidad Autónoma Metropolitana, campus
Iztapalapa, ciudad de México y Sistema Nacional de Investigadores, CONACYT.
E- mail: alindon@attglobal.net
El mito de la casa propia y las formas de
habitar (Resumen)
Se analiza el
proceso de expansión de la ciudad de México en el territorio considerado “el
paradigma de la urbanización popular de los noventa”: Valle de Chalco.
Estudiamos este proceso desde el punto de vista de los sujetos que lo
protagonizan: Los habitantes. En particular nos interesa la subjetividad
espacial que los orienta en la construcción social del lugar. Dentro de la
subjetividad espacial, nos concentramos en el “mito de la casa propia”. El
trabajo tiene los siguientes objetivos: Descifrar ese fragmento del imaginario
urbano que llamamos el mito de la casa propia. Y luego, indagar cómo se
articula con las formas de habitar. En la primera parte se presentan las formas
de aproximación al caso utilizadas para generar la información en trabajo de
campo. Luego, se analiza el “mito de la casa propia”. Y en la última parte, se
trata la articulación de este mito con las formas de habitar la periferia,
distinguiendo dos tipos ideales: El habitar
utópico replegado” y el habitar del rechazo atópico.
Palabras
clave: mito de la casa
propia, periferia, habitar, subjetividad espacial, atopía/utopía
Homeownership’s
Myth and the Dwelling Forms (Abstract)
This paper analyzes the process of Mexico City’s
growth, covering a territory considered as “the paradigm of popular
urbanization during the nineties”: The Chalco Valley. We study this process
from the viewpoint of the subjects who are main actors: the inhabitants.
Particularly, we are interested by the spatial subjectivity orienting them
during the process of social construction of place. Inside the social
subjectivity, we are focusing on the “homeownership’s myth”. In the last part,
we are dealing with the articulation of this myth with the dwelling forms in
the periphery, evidencing two ideal types: the first being an utopian and
retreated dwelling form, and the other one sustained on atopian refused.
Key
Words: homeownership’s myth, periphery dwelling form, spatial subjectivity,
atopia/utopia.
Este texto se
refiere a un territorio particular que ha sido considerado como el paradigma de
la urbanización popular e irregular de los años noventa en la ciudad de México:
Valle de Chalco, en el oriente de la ciudad. Es la periferia más externa y
reciente de la ciudad hacia el sudoccidente y su incorporación al uso urbano,
de manera irregular, se inició a fines de los años setenta.
Uno de nuestros
hallazgos de investigación de este territorio, y sobre el que nos centramos en
esta ocasión, es el de “las utopías y quimeras” que mueven a los habitantes del
lugar y que han formado parte importante de este proceso de avance de la
periferia metropolitana hacia el oriente. Usualmente, esta componente de
subjetividad espacial –las utopías espaciales[2]- se
omite en la interpretación urbana, en buena medida por la regencia otorgada a
las dimensiones económicas y a veces políticas, que suelen crear la ilusión de
que todo lo explican. Cuando el estudio de la ciudad llega a incluir utopías,
lo más frecuente es considerar las que han elaborado los urbanistas, pensadores
y filósofos (Hiernaux, 2003), o dicho con otras palabras, el “segundo espacio”
de Soja (1996). Pero a diferencia de aquellas utopías urbanas más reconocidas,
aquí se consideran las utopías de los propios habitantes del lugar. Aunque
también se debe reconocer que muchas veces, estas utopías del habitante
resultan de la apropiación social de las grandes utopías de los urbanistas y
pensadores (Hiernaux y Lindón, 2004).
Las utopías y
quimeras que orientan a las personas a establecer su residencia en un lugar
marginal y carente de todo en un inicio, son parte de un imaginario colectivo,
de una subjetividad compartida que emerge en decisiones y acciones concretas,
como la compra de un lote irregular en la zona, como la decisión de dejar una
vivienda compartida con familiares en una zona más céntrica de la ciudad y
mejor equipada. En otra ocasión hemos analizado este nivel de acciones
concretas desplegadas por los habitantes desde la perspectiva de las
estrategias residenciales (Hiernaux y Lindón, 2003, Lindón, 1999). Frente a los
enfoques tradicionales del mercado de suelo urbano, las estrategias
residenciales agregan una dimensión no considerada y muy relevante como son
redes articuladas de prácticas espacializadas realizadas por el habitante. Sin
embargo, las estrategias residenciales tampoco agotan el tema, por eso en esta
ocasión nos abocamos a otra faceta, como es la subjetividad espacial que
acompaña a dichas estrategias y termina por concretarse en diferentes formas de
habitar.
En el caso de
estudio, estos ideales –utopías, quimeras- encuentran un núcleo importante que
estamos denominando el “mito de la casa propia”, al que se suele sumar otro
mito también muy extendido, como es el de “ser patrón de sí mismo”. Estos
retazos de la subjetividad colectiva en principio son relevantes en el momento
en el que las personas deciden trasladar su residencia a la zona. Pero también
juegan un papel importante una vez que las personas se instalan en el lugar y
comienzan a establecer formas particulares de habitarlo.
Desde esta
perspectiva, nuestro trabajo tiene como objetivo descifrar ese fragmento del
imaginario urbano colectivo vigente entre los habitantes de esta periferia, que
llamamos el mito de la casa propia e indagar cómo se articula con las formas de
habitar. Para ello, el texto se organiza de la siguiente forma: La primera
parte del trabajo presenta de las formas de aproximación al caso que hemos
utilizado para generar la información en trabajo de campo. Luego, se analiza el
núcleo de la subjetividad espacial que denominamos el “mito de la casa propia”.
Y en la última parte, se aborda la articulación de este mito con las formas de
habitar la periferia, distinguiendo dos tipos ideales: El habitar atópico y la
utopía de habitar la periferia.
La presentación del caso y
las formas de aproximación
Como gran parte
de los estudiosos de lo urbano en México, desde hace 15 años trabajamos sobre
la conformación de la periferia de la ciudad. La periferia ha sido la expresión
más evidente del dinamismo urbano. Y dentro de las periferias de la ciudad de
México, la oriental atrajo toda nuestra atención por constituir la zona de
expansión más acelerada de la ciudad desde los años ochenta. Actualmente este
territorio alberga a medio millón de habitantes en unos
Desde un inicio
comprendimos que estudiar este territorio bajo la etiqueta (y los enfoques) de
pobreza urbana, territorios de la exclusión social o mercados de suelo urbano
irregular, encubría la complejidad del caso. Por eso buscamos miradas
alternativas a las legitimadas extensamente para estudiar este tipo de
territorios, particularmente miradas de tipo micro y centradas en la
espacialidad y en la vivencia del espacio.
A lo largo de
todos estos años tomamos distintos ejes analíticos para comprender un proceso
complejo que denominamos la “construcción social de un territorio emergente”
(Hiernaux y Lindón, 2000). Algo que hemos manejado en todos estos años es la
necesidad de estudiar este proceso desde el punto de vista de los sujetos
anónimos que protagonizan esta expansión urbana: Los habitantes de Valle de
Chalco. Esto debe entenderse frente a la tendencia generalizada a estudiar este
tipo de procesos desde el punto de vista de los fraccionadores y otros agentes
que actúan desde esa perspectiva o con ciertas cuotas de poder.
En las distintas
etapas por las que hemos transitado en este tiempo, nos fuimos centrando sobre
diferentes dimensiones de la vida cotidiana urbana, y también hemos recurrido a
distintas aproximaciones metodológicas. Nuestros primeros acercamientos a la
zona fueron a través de las técnicas más convencionales, aunque siempre
produciendo nuestra propia información en trabajo de campo: Por un lado,
recorridos y observación; por otro lado, encuestas por cuestionario: Los
infaltables agregados. Hicimos distintas encuestas, aplicadas a diferentes
muestras, en función de objetivos particulares. En unos casos la unidad de
análisis fueron individuos, sobre todo seleccionados por la inserción laboral,
pero la mayor parte de los cuestionarios fueron dirigidos a hogares. Como era
de esperarse, el análisis de esta información fue de tipo cuantitativo, desde
las formas más sencillas del análisis bivariado hasta modelos multivariados.
A partir de 1993
fuimos introduciendo crecientemente aproximaciones cualitativas. Inicialmente
triangulamos lo cuantitativo y lo cualitativo. Desde ese momento nos fuimos
interesando cada vez más por el punto de vista del sujeto, es decir el
habitante de la periferia. Actualmente, trabajamos casi exclusivamente con
acercamientos cualitativos. Esto se relaciona con replanteamientos teóricos,
por ejemplo, nuestro interés creciente en la construcción socio-simbólica del
espacio y particularmente de los espacios vividos, la experiencia espacial y el
papel del lenguaje en este proceso. Sobre todo nos ha interesado recuperar
narrativas de vida de los habitantes. También en este caso hemos realizado
narrativas autobiográficas a distintos perfiles de habitantes, de acuerdo a
proyectos de investigación concretos: Mujeres, cónyuges, trabajadores por
cuenta propia, propietarios de comercios, habitantes…. Este tipo de
aproximación implicó que el análisis también tomó el curso de la interpretación
crecientemente más densa. A lo largo del trabajo con las narrativas de vida,
fuimos pasando por diferentes estrategias de análisis, desde las iniciales
bastante ceñidas a una matriz de análisis construida en función de nuestros
interrogantes teóricos, hasta otras posteriores en donde reconstruimos los
esquemas analíticos más apegados a cada discurso.
En cuanto a los
sujetos estudiados, aunque varió el perfil, siempre fueron residentes de esta
periferia pobre con trayectorias de vida marcadas por la alta movilidad
espacial. La movilidad espacial ha variado entre unos y otros: A veces, era
movilidad residencial a lo largo de la vida, otras veces era alta movilidad
espacial cotidiana en el presente y también hallamos otra expresión de la
movilidad espacial: La migración campo-ciudad y la migración a Estados
Unidos.
Asimismo, es
importante señalar que no hemos estudiado situaciones promedio, ni tampoco
situaciones que correspondan a la mayor parte de los casos. Más bien, nos
interesa recuperar la heterogeneidad, las distintas voces, la polifonía.
Precisamente, la polifonía incluye tanto lo muy instituido como lo emergente,
lo que aun no toma una forma clara. Por eso, a pesar de recurrir a diferentes
estrategias para la producción de información en trabajo de campo,
privilegiamos las estrategias cualitativas que buscan la palabra del habitante,
particularmente las narrativas de vida, las distintas voces que construyen y
reconstruyen el territorio día a día.
El mito de la casa propia
en la urbanización irregular
El proceso de
ocupación de esta periferia y otras semejantes, en buena medida ha sido
analizado a través de la dinámica de los mercados irregulares de suelo para uso
urbano. En esos casos, casi siempre el análisis privilegia el fraccionamiento
especulativo de tierras que anteriormente eran de uso rural, las ventas
irregulares de los lotes sin servicios y sin equipamientos, y el posterior
proceso de autoconstrucción de la vivienda. En esta dinámica el énfasis suele
recaer en la capacidad de los fraccionadores (y otros agentes inmobiliarios
semejantes) a fin de obtener extensas ganancias. Estos son los actores que el
análisis tradicional destaca por su capacidad para controlar el proceso, muchas
veces articulados con organizaciones políticas, e incluso, con políticas
urbanas, por ejemplo municipales. Otras veces también se ha estudiado el
proceso posterior de organización colectiva de los nuevos colonos para demandar
los servicios básicos. Ese tipo de perspectivas han aportado conocimiento
importante sobre una parte de este proceso. Sin embargo, al replicar el mismo
esquema de análisis en diversos casos más o menos semejantes, también ha
ayudado a que otras dimensiones quedaran en la penumbra, como los procesos de
construcción socio-simbólica de estos territorios, las formas de habitar que
allí se desarrollan, las utopías que mueven el imaginario de sus habitantes…..
Nuestro trabajo
se aloja precisamente en esas otras facetas, y en particular en el imaginario
de los colonos que llegan a estas periferias irregulares, carentes de todo,
buscando “una vida mejor”. Una de nuestras premisas es que los compradores de
estos lotes irregulares, luego habitantes de la nueva periferia, no son actores
pasivos que solo actúan inocentemente siguiendo las pautas de los especuladores
profesionales. Estos actores también hacen evaluaciones, toman decisiones,
persiguen fines, a veces fantasiosos, son actores activos en este proceso que
no se reduce a extender los límites de la ciudad sino que implica construirlo
en un “lugar” (Hiernaux y Lindón, 2003, 2002 y 2001).
En esta
perspectiva, hemos encontrado que estos actores –los habitantes- en buena
medida están movidos por utopías y quimeras construidas en torno a un núcleo
duro del imaginario urbano como es el “mito de la casa propia”. Son utopías
porque representan un “proyecto optimista (el de vivir mejor) que aparece como
irrealizable en el momento de formularlo”[4].
Estas utopías son “espaciales” porque esa visión optimista de una vida mejor se
construye siempre sobre la base de un “donde”, que en esencia es un “espacio”.
Aunque a veces el discurso coloquial dice “un lugar en donde vivir mejor”, esa
forma de referir al territorio se aproxima más al concepto de espacio, que al de
lugar, precisamente porque no es una referencia a un “lugar” concreto y
delimitado, vivido y conocido, sino que se plantea en relación a un espacio no
claramente ubicado, ni delimitado.
La importancia
de estas utopías está en que orientan las prácticas, por ejemplo la búsqueda de
un lote en donde autoconstruir una “casa propia” y muchas veces, en donde luego
instalar un comercio propio. Una vez que las personas se instalan en el lugar
de alguna forma (aun improvisada), dichas utopías siguen presentes –aunque
reconstruyéndose constantemente- como un marco de referencia desde el cual se
toma contacto con el mundo, y en particular como un marco desde el cual se
construyen formas de habitar. La reconstrucción de las utopías espaciales a
partir del momento que se anclan en un “lugar” es algo inevitable, ya que el
lugar en un principio no tiene rasgos claros y evidentes que aseguren la “vida
mejor”. Por eso, la utopía espacial inicial tiene que reconstruirse a partir de
su aterrizaje en un lugar.
El mito de la casa
propia es una idea de fuerte arraigo en las sociedades urbanas contemporáneas.
En general ha sido asociado a las clases medias urbanas. Nuestra investigación
sobre esta periferia ha puesto en evidencia que, aun en condiciones de pobreza
y exclusión social este ideal mantiene fuerte arraigo en los imaginarios
compartidos. Cuando este tipo de ideales se extienden y son apropiados por
diferentes grupos sociales, en ese proceso de apropiación se da una
resignificación, el ideal se redefine y toma contenidos específicos aunque
muchas veces suele mantener parte de los contenidos originales[5]. Y
esa reconstrucción es simultánea a la de la utopía espacial.
Para analizar
cómo opera en este contexto particular, conviene revisar cada uno de los
términos que en él se integran y luego como trama de sentido integradora de
todos estos términos.
El mito
La palabra mito tiene dos sentidos conocidos[6]: Uno se refiere a la
“extraordinaria estima de una persona o cosa”, y otro que reconoce al mito como
un tipo de “relato que desfigura y así da una apariencia más valiosa”.
Filosóficamente, hay otro sentido propio de la palabra mito que es oportuno
recordar en esta ocasión: Al mito no se le niega el carácter de verdad, pero se
reconoce que es una verdad diferente a la verdad intelectual, es una verdad
poética o fantasiosa. El sustrato del mito no es el pensamiento sino el
sentimiento. No es una verdad construida desde la razón pura. “El mito surge
espiritualmente por encima del mundo de las cosas, pero en las figuras con las
cuales sustituye este mundo no ve más que otra forma de materialidad y vínculo.
El carácter distintivo del mito es su fundamento emotivo” (Abbagnano,
1996:809), como ha planteado particularmente Ernest Cassirer (1998).
Este último sentido
de la palabra mito –lo emotivo- nos resulta particularmente pertinente para
abordar el tema que nos ocupa en esta ocasión, aunque sin olvidar la
perspectiva de la extraordinaria estima o apariencia muy valiosa de algo, que
expresan las dos primeras versiones. En otras palabras, nos interesa retener la
noción de mito como “una verdad construida dentro del mundo de la fantasía que
goza de extraordinaria estima o valoración, que lleva una fuerte carga emotiva
y que define una forma de vínculo con lo material y lo externo al sujeto”.
La noción de propiedad
La noción de propiedad en esencia se construye sobre un
núcleo duro de las sociedades contemporáneas: “El tener”, es decir, la
posesión. En principio el tener es una expresión socio-cultural del principio de
la propiedad privada, verdadera base legal pero también social de las
sociedades contemporáneas. En las sociedades urbanas contemporáneas, el tener
–sobre la base del sentido de la propiedad privada- ha venido a sustituir el
lugar que ocupaba en otro tiempo –en las sociedades tradicionales- el “ser”.
Por ejemplo: Ser un trabajador de tal empresa, ser un miembro de tal sindicato
o un miembro de aquella comunidad, todas ellas fueron expresiones particulares
del ser que gozaron de mucha valoración social. Cuando aquellas formas del ser
han retrocedido en cuanto a su significado social (a veces porque las
relaciones sociales han desaparecido), se han desdibujado o han perdido su
sentido, el “tener” suele presentarse como una alternativa en lo que respecta a
la integración de las personas en una estructura social, pero también para la
definición del sí mismo (la identidad, el quién soy).
Esta importancia del tener no es ajena a lo que Henri
Lefebvre llamó “la sociedad de consumo dirigido”. El tener está profundamente
asociado con el consumo, y está dirigido socialmente hacia ciertos productos de
los cuales se ha construido socio-culturalmente la importancia que implica
“tenerlos” o el estatus social que puede adquirir su poseedor.
En síntesis, la cuestión de lo propio (la propiedad) toma
sentido desde dos ángulos que coinciden, se funden y se potencian: La idea de
propiedad privada y la legitimidad social que la acompaña, y por otro lado la
perspectiva del acopio de bienes y posesiones.
La casa
La casa representa el punto de referencia básico desde el
cual el sujeto construye su relación con el entorno, es decir la colonia o el
barrio, y en consecuencia, el
vecindario. Pero también es el punto de referencia con relación a lo que
está más allá del barrio, la ciudad…. La casa usualmente tiene el sentido de
protección y abrigo. Bárbara Allen dice (2003, p. 140) la casa es un lugar de
síntesis, lugar último, lugar por el cual, aun en situaciones difíciles las
personas movilizan sus recursos y defensas para preservarlo. Esta autora
también plantea que en ocasiones el sentido de la casa se puede apreciar ante
su “pérdida”.
Por todo esto no creemos conveniente en esta perspectiva
utilizar la palabra vivienda, sino la de casa. La voz vivienda parece más
adecuada para los discursos técnicos, políticos o aquellos que por distintas
razones no están incluyendo estos sentidos, aquellos que consideran la casa
como construcción material. Así se puede constatar en diversas situaciones que
las personas dicen “mi casa” y casi nunca mi vivienda. Por otro lado, cuando se
habla desde las políticas urbanas y habitacionales, se utiliza la palabra
vivienda, y nunca se habla de “políticas de casas”, sino políticas de vivienda.
Según Bachelard, la “casa es nuestro rincón en el mundo.
Es –se ha dicho con frecuencia- nuestro primer universo. Es realmente un
cosmos” (1992, p. 34). La casa es el primer mundo del ser humano, sustituye la
contingencia, sin casa el ser humano estaría disperso. Este autor también
muestra que “el ser amparado sensibiliza respecto a los límites del albergue”
(1992, p. 35). Así la imaginación puede construir muros con elementos tan
volátiles como las sombras, y sentir protección dentro de esos “muros”, por
ejemplo construidos con sombras. Pero también muestra el autor, que la
imaginación puede construir en frágiles y vulnerables fuertes murallas,
llevando a su habitante a sentirse desprotegido aun detrás de la muralla. Por
esta condición que asocia la casa a su habitante y a su existencia, es que la
casa también lleva consigo una memoria. Pero es una memoria compleja, no es
solo de lo vivido allí sino también de lo que se ha vivido en otras casas pero
que entra en el juego de las analogías y contrastes permanentes. Al mismo
tiempo, la protección de la casa hace que en ella también se incluya lo que su
habitante proyecta en un horizonte futuro, y no solo su pasado y presente.
Con lo anterior queremos destacar que la casa no es
cualquier espacio, es un espacio íntimo de alto contenido simbólico,
condensador de sentidos, pero también es un espacio básico que ubica al ser
humano de una manera particular en el mundo. Entonces, un mito (en tanto verdad
fantasiosa pero de gran estima y valor emotivo) tejido en torno a la casa
(considerando que es un lugar de condensación de sentido) y la propiedad (de
gran valor social), termina constituyendo un fragmento multidimensional de la
subjetividad social que tiene profunda repercusión en la vida práctica.
Un entramado de sentidos espaciales en torno a la casa
propia
Si acordamos que la vida moderna y metropolitana está
fuertemente regida por el “tener”, tampoco se debe soslayar el hecho de que el
tener puede concretarse en objetos y bienes muy diversos, incluso, también en
cuestiones intangibles como el poder. De todos los objetos que se pueden tener,
“la casa” constituye un caso muy particular del tener por tratarse de un objeto
de alto contenido simbólico, como se señaló más arriba. Además, la casa ha
llegado a ser la expresión más acaba de la “propiedad privada”. Así, la casa propia
se ha constituido en un verdadero “valor moderno”, es un código compartido,
aceptado y por lo tanto no cuestionable.
Este valor moderno,
la propiedad de la casa, en un contexto de exclusión social como el analizado
deviene más fácilmente en un mito (en el sentido antes propuesto de la gran
estima y valoración social). La casa propia en tanto mito, se constituye en una
verdad (a veces fantasiosa) de alto contenido emotivo, que goza de
extraordinaria estima o valoración social y que construye una forma de vínculo
con el mundo y con el territorio periférico en particular. Este mito es una
trama de sentidos y por ello resulta de la articulación de varios planos, que
vemos a continuación.
En el caso analizado
el carácter fantasioso se puede constatar en varias dimensiones. Una de
ellas es que generalmente no es una vivienda de la cual se posea la propiedad
legal, casi siempre eso es algo que se está gestionando o negociando[7]. Pero en términos prácticos opera como si se tuviera la propiedad,
en parte esto ocurre por contraste con otras situaciones conocidas por
experiencia: Ni es una casa alquilada, ni prestada, ni es la casa de un
familiar, es “la propia” aun cuando no se hayan completado las gestiones
legales.
El fuerte contenido emotivo deriva de que la casa
propia es un mecanismo por el cual los habitantes de esta periferia excluida
acceden a la condición de “poseedores”. En este contexto, la posesión es algo
emotivo porque es una constatación de que no están fuera de la sociedad y de la
ciudad sino “integrados” a ella de una forma: la propiedad, aunque sea en los
bordes de la ciudad. La expresión “tener algo propio”, frecuente entre los
habitantes de esta periferia, tiene un fuerte contenido emotivo y muestra que
se reconoce el código que dicta la sociedad y se lo ha alcanzado en cierta
forma. Por ello, es que la propiedad otorga existencia y visibilidad social al
habitante de la periferia. El habitante de la periferia se torna más visible no
solo en términos de reconocimiento social, sino incluso en términos de
reconocimiento político.
La alta estima y
valoración social de la casa
propia se relacionan con que ésta también representa una compensación por las
pérdidas sufridas por el sujeto a raíz de procesos que lo han excluido de
distintos ámbitos de la vida social (de inserciones laborales formales, de sus
comunidades de origen empobrecidas....).
En síntesis, la
alta valoración y estima social que se le otorga en este contexto a la casa
propia deriva de su capacidad para compensar las exclusiones sociales vividas,
así como por otorgar seguridad a su propietario. Todas las
formas de exclusión social acrecientan el sentido del riesgo permanente. La
inseguridad, que si de por sí es algo que atraviesa a las sociedades
contemporáneas en casi todos los grupos sociales, es aun más intensa en los
grupos sociales excluidos. Por eso, la casa propia acrecienta su valoración
como algo que reduce la inseguridad. Algunas expresiones muy usuales en los
discursos locales que traslucen la importancia de tener alguna certeza
territorializada son las siguientes: “De aquí no me pueden sacar”, “Pase lo que
pase, se que tengo un techo”. Estas frases parecen estar antecedidas por algo
no dicho: “cuando ya no hay instituciones que me den seguridades”. Al mismo
tiempo, se puede descifrar que el contenido implícito en esas frases es “las
seguridades me las da el techo que yo he conseguido”.
En otras sociedades se ha encontrado que el mito de la
casa propia se relaciona con los horizontes de tiempo hacia el futuro: Uno de
ellos es el de asegurarse un techo para la vejez, pero en otros casos también
con la herencia (la transmisión), es decir, asegurar un techo para los
sucesores. En ambos casos se expresa un particular horizonte de tiempo,
proyectado hacia el futuro (Cuturello
y Godard, 1982; Choko, 1994; Choko y Harris, 1990). En el contexto de la periferia que estudiamos no encontramos esto,
posiblemente en parte sea porque los horizontes de futuro en estos contextos
son muy limitados, aun en términos de la propia vejez o de la herencia. En
nuestro caso, el significado sobre todo se construye desde el presente (“ya soy
propietario”), o bien desde un presente que se conecta con un pasado de
carencias (hoy me compensa lo que ayer perdí o lo que no tuve).
Por último, también
se observa que este mito replantea la relación del individuo con el mundo,
con el entorno (el barrio), con el entorno más extenso y difuso (la periferia)
y con la ciudad: La condición de poseedor le permite entrever de alguna forma
el futuro. No como un futuro anclado en ese lugar, en esa casa, sino
“utilizando” esa propiedad a través de su venta, para acceder a otros lugares,
incluso a periferias más lejanas y desconocidas. En otras palabras, al quedar
la casa propia teñida por este mito le permite al habitante construir sueños y
quimeras en lugares desconocidos, proyectar un futuro mejor (optimista, la
utopía), aunque no es anclado en un lugar como el campesino a la tierra, sino
como la utopía de continuar desplazándose en busca de mejores condiciones de
vida.
El mito de la casa propia para el habitante de la
periferia se entreteje en la subjetividad colectiva con la idea de progreso,
también fuertemente arraigada. Así, esa casa “propia” que goza de
reconocimiento social, que ubica al hogar en la condición de “poseedores”, que
otorga seguridad en un mundo en el cual el habitante de la periferia ha visto
diluirse todo aquello que le dio seguridad en otro momento, solo era posible en
la periferia más inhóspita. La periferia es el territorio en el que el sujeto
puede sostener su sueño de progreso, de que ha “mejorado”, no porque tenga
mejores condiciones de vida en sentido material, o porque acceda a vida más
urbana, sino porque accedió en un fragmento minúsculo de territorio –un lugar-
que le otorga la condición social de “poseedor” de algo muy valorado.
Esa valoración por la casa propia, aun lleva consigo otro
agregado también muy reconocido: La casa propia libera de los mecanismos de
control social de la familia extensa y de la co-residencia con la parentela,
que la vida en la ciudad le ha hecho ver como fuente de conflictos antes que
como solidaridades y apoyos mutuos. Esto muestra que el mito de la casa propia
también está fuertemente entrelazado en la subjetividad colectiva con otras
dimensiones, sobre todo relativas a la familia y la vida familiar. Por ejemplo,
se asocia el mito de la casa propia con el ideal de la familia nuclear con
débiles lazos sociales y afectivos con sus parentelas y comunidades de origen,
con la búsqueda de independencia, incluso con el ideal de la familia que
alcanza su casa propia y que no se relaciona más que superficialmente con el
entorno, con el vecindario[8]. Esta subjetividad tejida
en torno a la casa propia permite entrever modos de vida individualizantes y un
creciente distanciamiento de modos de vida comunitarios. El mito de la casa
propia deja atrás aceleradamente los lazos comunitarios y las parentelas sin
reconstruir otros que los sustituyan. Estas dimensiones han sido muy poco
estudiadas en América Latina sobre todo porque en el pensamiento social sigue
teniendo un peso muy grande la “idea-prejuicio” de que la pobreza urbana
siempre va de la mano de la solidaridad y lo comunitario.
Las formas de habitar utópicas y atópicas
Entendemos las
formas de habitar como aquellos sistemas de relaciones que establece el
habitante con el espacio habitado, incluyendo conductas o prácticas, pero
también, representaciones y significados relativos al espacio habitado (Allen,
2003). Por lo anterior, el habitar es un concepto complejo que incluye
prácticas, utopías y mitos orientadores así como la territorialidad, es decir
esa forma de vinculación del ser humano con su espacio de vida. En otros
trabajos[9] hemos
analizado la territorialidad y, siguiendo a Di Meo (2000, p. 44), hemos
destacado su carácter multiescalar.
La primera
escala de la territorialidad es “nuestra geograficidad”, el aquí y ahora, es el
espacio inmediato en el que está el sujeto (el lugar) y en el cual se
desarrollan su acciones presentes. La segunda es la red territorial integrada
por los lugares vividos por el sujeto en otros momentos de su vida. Y la
tercera dimensión es el conjunto de referentes mentales a los cuales remiten
tanto las prácticas como el imaginario del sujeto. Esos territorios de sus
prácticas pueden ser muy lejanos, muy cercanos, muy extensos, muy estrechos.
Como la
territorialidad es parte central del habitar, entonces se puede plantear que se
habita un lugar pero mentalmente ese lugar está dentro de una red muy amplia de
lugares que de una manera u otra están tejidos entre sí a través del “hilo” que
es la vida del propio sujeto habitante. Por ello, el habitar –a través de la
territorialidad que contiene- remite al lugar inmediato que se habita, pero
también a otros lugares habitados anteriormente, así como a lugares nunca
habitados pero que son parte del imaginario de la persona. De esta forma, el
habitar se refiere a un espacio de límites imprecisos y al mismo tiempo se
condensa en un lugar particular, como es la casa. En este sentido la casa es un
lugar de síntesis o de condensación para la persona. Y el mito se construye
sobre ese lugar particular que es la “casa”, y no sobre un espacio amplio y
difuso. El mito de la casa propia no es ajeno a las formas de habitar.
Desde esta perspectiva, el análisis de las narrativas de los habitantes
del lugar nos llevó a encontrar varias formas de habitar con territorialidades
multiescalares y en las cuales el mito de la casa propia a veces se desdibuja y
otras se potencia. A continuación presentamos dos de estas formas de habitar,
seleccionadas por la relación que tienen con el mito de la casa propia. A una
de ellas la denominamos el “habitar utópico replegado” y la otra es para
nuestro análisis, el “habitar del rechazo atópico”.
El habitar del rechazo atópico
De acuerdo a
Ángelo Turco, en las modernas sociedades urbanas: “El habitar ya no comporta la
experiencia íntima de la seguridad” (Turco, 2000, p. 290)[10]. El
habitar deja de otorgarle seguridad al sujeto cuando toma la forma de un
“estar” en un lugar al cual no se pertenece. El estar implica que el lugar es
vivido como un locus o una localización y no un lugar al cual se
pertenezca.
La
atopía es una crisis de la territorialidad que suele derivar de la alta movilidad
cotidiana hogar/trabajo. Por eso, la atopía, desde los años sesenta quedó
emparentada con las periferias dormitorio (Turco, 2000, p. 289). En esencia
supone la ruptura del vínculo arcaico entre la historia humana y el anclaje
terrestre. Otras formas actuales de atopía por ultramovilidad las encontramos
en el caso de las nuevas burguesías gestionarias globalizadas, que se desplazan
constantemente por trabajo pero en otras escalas y no sobre itinerarios
repetitivos (Hiernaux y Lindón, en proceso).
En
la periferia pauperizada que analizamos la forma de vincularse con el lugar,
para algunos de sus habitantes se acerca al modelo típico-ideal que denominamos
“el habitar del rechazo atópico”. Este habitar se caracteriza por una atopía
más compleja que la mencionada antes, ya que se asocia con la movilidad
espacial biográfica y no cotidiana. En otras palabras, no se trata de una
ruptura con el lugar habitado por alta movilidad cotidiana laboral, sino por
una muy alta movilidad residencial a lo largo de la biografía, lo que le
representa al sujeto un acervo considerable de distintos lugares vividos, que
integran su memoria espacial. En el esquema más conocido, la atopía deriva del
“no estar” físicamente en el lugar más que en las noches cuando se regresa del
trabajo (de ahí el viejo concepto utilizado para analizar estos fenómenos, la
“periferia dormitorio”). En la periferia vallechalquense y en el tipo de
habitar que consideramos, la atopía aparece junto al “estar” cotidianamente en
el lugar ya que en casi todos los casos se trata de familias que no solo
lograron la “casa propia” sino que también lograron albergar en la casa o muy
próximo a ella, el trabajo (como un comercio familiar). Hay atopía a pesar de
estar en el lugar. Como ha señalado Bárbara Allen (2003, p. 140), la
indiferencia ante la casa que se habita constituye un afecto muy importante,
que indica una fuerte disfunción en el habitar.
Así, en esta
periferia oriental de la ciudad de México son frecuentes los discursos que desacreditan
el lugar, son reiteradas las expresiones “aquí no me voy a quedar”, “solo estoy
aquí por ahora, mientras consigo otra cosa”, “nunca me gustó
este lugar”, “aquí llegamos porque no había otra opción mejor”..... Estas palabras son expresiones emergentes
particulares de lo que Ángelo Turco llama atopía: “La atopía proclama el
desfallecimiento del hombre-habitante que, privado de cierta suerte de su
sustancia cultural, se siente desarmado frente a los procesos de degradación de
la territorialidad” (2000, p. 289).
Cuando se ha
construido este tipo de habitar, al sujeto no le interesa
establecer un vínculo con ese territorio, ni proyectar un futuro allí. Su
espacio de vida es concebido como una mera “localización”, un sitio en el cual
solo se está en un presente, aunque ese presente se prolongue en el tiempo
siempre se vive como un ahora.
Ese
rechazo por el lugar no impide que se establezca una relación utilitaria con el
lugar habitado: Es una localización posible aunque no valorizada, más bien
rechazada, desacreditada o al menos, indiferente. La casa es el lugar del
“estar”, y éste solo tiene validez en el presente. Ni es un lugar al cual el
sujeto esté vinculado por una historia pasada, ni al que quiera vincularse por
un proyecto futuro.
Esta
construcción de sentido de rechazo por el lugar, inicialmente se ancla en el
entorno vecinal y barrial en el cual está la casa, pero luego se transfiere a
la casa misma. Esta atopía hace que el habitante se sienta un “ocupante”, incluso un “ocupante transitorio”. El espacio es vivido
como un presente que no tiene pasado ni se proyecta en un futuro. La falta de
esos horizontes en la vivencia del tiempo permite que el espacio de la casa se
viva como un punto en el que solo se “está”.
La falta de pasado con relación al
lugar es una ausencia de memoria del lugar (son migrantes y se sienten como
tales por el desanclaje y desarraigo). La falta de futuro con referencia al
lugar expresa la falta de sueños y fantasías respecto al lugar: Seguirán siendo
migrantes sin interés en participar en la memoria del lugar.
Esta condición de ocupante transitorio tiene fuertes
implicaciones en la forma de habitar: Se trata de sujetos que desean
relocalizarse o desplazar su lugar de residencia a otro sitio, “levantar su casa” y trasladarla a otro
sitio mejor. Están dispuestos a volver a colonizar otros
territorios que presenten algún atractivo. Incluso, cuando no están dadas las condiciones concretas
para ello, está presente como fantasía geográfica: Dejar el lugar. Este aspecto
es relevante si recordamos que muchas veces los estudios urbanos consideran que
la expansión de la urbanización (el desplazamiento de las fronteras
metropolitanas) se debe esencialmente a las prácticas especulativas que mueven
el mercado de suelo urbano. En otra ocasión hemos analizado esto desde la
perspectiva de la vivencia de la “aventura de colonizar los confines” de la
ciudad, poniendo de manifiesto que en ese proceso de avance de la ciudad sobre
su entorno también tiene un papel nada despreciable ese habitar atópico unido
al mito de la casa propia (Hiernaux y Lindón, en proceso; Lindón, en
proceso-c).
Todo
esto deja un interrogante abierto ¿Cómo el mito de la casa propia pudo generar
un habitar atópico? Lo esperable sería que este mito condujera a un habitar profundamente
arraigado al lugar, ya que la propiedad en esencia es sobre un recorte espacial
muy concreto. Sin embargo, el tipo de habitar es diametralmente opuesto al
arraigo. Precisamente, el rechazo por el lugar concreto en el cual se logró la
casa propia, lleva a que se valore la “propiedad” y no la casa. Lo que era un
“todo” en términos de sentido –“casa propia”- se fracciona en dos. Por un lado
la casa y por otro, la propiedad. La casa solo toma sentido como la expresión
circunstancial de la propiedad, lo que se valora no es esa casa, sino tener una
propiedad que puede entrar en la lógica de mercado, ser vendida y así generar
los recursos para acceder a otra casa. El mito de la casa propia fue importante
en el momento de tomar la decisión de trasladar la residencia a esta periferia,
luego, el contexto local se vivió de manera tan adversa que el habitante no
logra establecer ninguna relación vinculante con el lugar, solo se ha
construido un sentido de rechazo por el lugar. La adversidad que contribuyó a
ello fue múltiple: Las carencias materiales del entorno, los conflictos con los
vecinos, las carencias de la propia vivienda, las dificultades para resolver lo
cotidiano… En última instancia, el mito de la casa propia para este tipo de
habitar, fue parte de un ideario de gran influencia en el momento inicial pero
que rápidamente se desvanece ante la evidencia de su fracaso para desencadenar
la quimera que se perseguía más allá de la casa propia: La tan esperada
movilidad social ascendente
El
mito de la casa propia no se pierde, pero se fragmenta en el habitar, pierde el
núcleo “casa” y en consecuencia, se hace “a-tópico”. Paradójicamente la
propiedad se hace atópica. En estricto sentido, la propiedad está definida en
un topos, pero lo relevante es que en este habitar, la propiedad es concebida
como algo independiente de la casa y del lugar por su capacidad de operar como
mercancía. Esto resulta semejante al proceso que hace un siglo Simmel denominó
“la tragedia de la cultura”, refiriéndose al proceso por el cual la obra de
arte se “independiza” de quien la produce al hacerse mercancía.
El habitar utópico replegado en un micro-lugar
Otros sujetos del mismo contexto local desarrollan una forma de habitar
que se puede entender de acuerdo al modelo típico ideal que denominamos
“habitar utópico replegado” en un micro-lugar, que es la casa.
En este habitar el sentido del lugar se construye sin la fragmentación
encontrada en el tipo anterior. En otras palabras, el sentido del lugar
mantiene la unión entre la “casa” y la “propiedad”. Ambas dimensiones
constituyen un todo de alto valor simbólico. Sin embargo, la fragmentación se
da en otra escala: El sentido del lugar fragmenta la casa propia del entorno en
el cual está. Así se valora la casa propia pero no el entorno.
La “casa propia”
se vive como el mito logrado y por ello, deviene en el símbolo del progreso
familiar. De esta forma, el habitar se aproxima al sentido que Schutz (1974) le
diera a la “residencia” (a diferencia del habitar como simple “ocupante”). De
acuerdo a Schutz, la residencia implica un cierto
vínculo entre el sujeto y el espacio de vida, sin llegar a ser un vínculo
profundo como el arraigo. Así, en este habitar se construye subjetivamente a la
“casa propia” como algo más que el simple locus, empieza a construirse
como un “lugar”.
Esta forma de darle sentido a la
casa -en el curso del habitar- integra el mito de la propiedad y lo concreta en
un cierto anclaje del sujeto al lugar, que no se observa en el modelo atópico. Este vínculo
con el lugar no da identidad por pertenencia, pero si por posesión. La casa
propia toma un sentido complejo. Por un lado es un bien intercambiable en el
mercado, pero también es una posesión material y aun tiene otro aspecto que de
cierta forma sintetiza los dos anteriores: Permite imaginar un futuro. El
sentido de la casa va más allá de lo utilitario y material, al incluir la
fantasía derivada de lo que su materialidad puede representar en el futuro.
La temporalidad de este tipo de
habitar incluye el futuro. Pero lo relevante es que aunque ese horizonte de
tiempo surge por la relación con un territorio en particular en el presente, el
habitante no se concibe necesariamente anclado en ese lugar (en la casa, la
colonia o el entorno). La relación con el espacio es más difusa, puede ser ese
mismo lugar pero también concibe la posibilidad de habitar otros espacios, aun
imaginarios.
En
el habitar utópico el futuro aparece “móvil” espacialmente o desanclado, pero
esa movilidad en el espacio –siempre en busca de algo mejor, de un sueño de
progreso- es posible por la condición de propietarios de un fragmento de
territorio en el presente. Dicho de otra forma, el acceso a la propiedad –la
condición de poseedor- es lo que permite entrever alguna forma de futuro
vendiendo esa propiedad y desplazándose a otros lugares, incluso a periferias
más lejanas y desconocidas, nuevas Terrae Incognitae en donde volver a empezar el mismo proceso.
Entonces, la utopía periférica no arraiga al sujeto en el espacio de vida, pero
crea un vínculo entre el habitante y un espacio difuso. Se hace posible la
quimera, el sueño y la fantasía geográfica de acceder a “otros lugares” algún
día. Las “fantasías geográficas”[11] están
desprendidas de su espacio de vida, de su lugar, y construidas como lugares
fantasiosos. El núcleo de esas fantasías geográficas es vender la casa propia
para poder desplazarse a otro lugar.
La
quimera también es la de haber iniciado un proceso de “movilidad social
ascendente”, estar “progresando” por haber accedido a la condición de “poseedor”,
pero también la de “seguir avanzado”. Además, la posesión de la casa se vive
como muy meritoria y valorada por las particulares condiciones biográficas de
las cuales parte el sujeto: Las carencias.
Al inicio también se planteó que este sentido del
lugar si no fragmenta la casa de la propiedad, en cambio si separa la casa del
entorno. La casa propia es “su” lugar, pero ese sentido no se hace extensivo al
entorno. La casa se vive como si estuviera desprendida del entorno. Lo que está
más allá de la casa –el entorno, el barrio con su vecindario- suele tomar dos
sentidos. En unos casos es rechazado, no se establece ningún vínculo con el
entorno ni con los habitantes del mismo, es decir, con los vecinos. En otros,
no se rechaza el entorno pero la visión que se tiene de él es fragmentada. No
se lo percibe como un todo, sino como ciertos elementos aislados que solo son
reconocidos por su “utilidad” en términos de resolver necesidades cotidianas.
Así el entorno no es visto como un barrio, es decir un todo integrado, sino
como elementos sueltos (sobre todo diferentes comercios que permiten resolver
aspectos específicos de lo cotidiano).
Es importante destacar que para los habitantes que
desarrollan un habitar de este tipo, el mito de la casa propia no se desdibujó
ante la experiencia misma de habitar un lugar concreto, sin embargo tampoco fue
capaz de desarrollar anclaje ni arraigo en el lugar.
En síntesis, se desarrolla un habitar utópico en el
estricto sentido de la palabra: Por un lado es optimista por la propiedad
lograda. Por otro, al mismo tiempo es un habitar que se tensa entre un
repliegue presente en un lugar concreto y delimitado (la casa propia) y un
habitar futuro “sin lugar” pero “con espacio” impreciso, indefinido, sin
límites claros (la fantasía geográfica). Por ello es un habitar que también
incluye lo paradójico, ya que al mismo tiempo es “u-tópico” (los espacios
fantasiosos) y “tópico” (replegado en un micro lugar, la casa).
Reflexiones finales
El análisis de la periferia vallechalquense, nos ha permitido mostrar
que la ciudad no solo la hacen los agentes con poder y las políticas urbanas.
También participan activamente en su constante construcción los habitantes
anónimos. Asimismo, hemos constatado en este caso, que en la construcción
social del territorio periférico, sus habitantes no solo participan desde
acciones claras y racionales, sino también a partir de prácticas orientadas por
fantasías, quimeras y sueños. De igual forma hemos insistido en que en esa
construcción social del territorio, también llega a conformar un sentido de
rechazo e indiferencia por el lugar, aunque en otros casos lleve al apego por
el lugar.
El análisis del habitar en esta periferia excluida nos ha mostrado que
el ideal modernista de
“progreso” como una búsqueda permanente, no está ausente aun en condiciones de
exclusión y pobreza. Y una de las formas bajo las cuales se presenta es el
“mito de la casa propia”, que a su vez tiene la capacidad de “territorializar”
ese ideal modernista.
El análisis del
caso empírico también nos permitió constatar que aun cuando este fragmento de
la subjetividad colectiva pueda inicialmente ser asumido por la mayor parte de
los habitantes de este territorio, en el habitar ese mito termina
reconstruyéndose de diferentes formas. Así, en unos casos, termina diluyéndose
ante la constatación de que el progreso es una quimera. Mientras que en otros,
llega a fortalecerse. Asimismo, también cabe destacar que el mito de la casa
propia no tiene que pensarse necesariamente como ese fragmento de la subjetividad
que arraiga al sujeto en un territorio. De hecho, los hallazgos empíricos
muestran que en unos casos, ese mito no impide desarrollar un habitar atópico,
totalmente indiferente y desprendido del lugar de vida. Y en otros, llega a
producir un vínculo espacial pero difuso y fragmentado, no sobre un lugar
concreto, ni profundo y duradero.
[1] Profesora-investigadora
del Departamento de Sociología de
[2] Hablamos de “utopías espaciales” a pesar
de que en principio pueda parecer contradictorio con la etimología de la
palabra (sin lugar). Sin embargo, nuestra aproximación termina reafirmando el
sentido etimológico ya que estas utopías tienen un contenido “espacial” pero no
de “lugar”. Estamos diferenciando los conceptos de “espacio” y “lugar” en el
sentido planteado por Yi Fu Tuan (1977). En otras palabras, el espacio se
concibe en términos de lo extenso y sin límites precisos, mientras que los
lugares se conciben como concretos y delimitados. Cabe destacar que en adelante
cada vez que se utilicen estas dos voces (espacio y lugar), es en este mismo sentido.
[3] Actualmente se suele denominar
metafóricamente a este tipo de barrios lujosos cerrados como “Ciudades
amuralladas” o también se habla de la “medievalización” de la ciudad.
[4] Exactamente esta es la forma en que se define
la palabra utopía en el Diccionario de
[5] Con la misma perspectiva, en otra
ocasión abordamos como en este contexto de pobreza y exclusión social también
encuentra fuerte arraigo el ideal modernista del “progreso”. Aunque, su
reconstrucción local nos llevó a denominarlo “logro”. (Lindón, 2000-a)
[6] Según el Diccionario
de
[7] En el caso mexicano, esto es sumamente
complejo en términos jurídicos por el carácter “ejidal” de las tierras que
fueron fraccionadas y vendidas, lo que implica que legalmente no era posible la
venta. Azuela, 1989.
[8] Estas dimensiones
las hemos trabajado en: Lindón, 1999 y 2002; y también en: Hiernaux y Lindón,
2003.
[9] Hemos analizado la “territorialidad” en
diversas ocasiones, pero particularmente nos remitimos a dos trabajos que
actualmente se encuentran en proceso de publicación (Lindón, en proceso, a y
b).
[10] La propuesta de Ángelo Turco lleva
consigo la idea del riesgo permanente y la falta de seguridades –tan analizada
en las sociedades actuales- pero en su caso la originalidad radica en que lo
hace a través de la componente espacial.
[11] Usamos la expresión “fantasía
geográfica” en el sentido que le diera Rowles, G. (1978), es decir como el
recurso imaginario que amplía, extiende, fragmenta, la espacialidad del sujeto.
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© Copyright Alicia Lindón, 2005
© Copyright Scripta Nova, 2005
Ficha bibliográfica:
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2005, vol. IX, núm. 194 (20). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-20.htm>
[ISSN: 1138-9788]