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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona.
ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. IX, núm. 194 (01), 1 de agosto de 2005

 

LA UTOPÍA DE LA “GESTIÓN DEMOCRÁTICA DE LA CIUDAD”[1]

 

Ana Fani Alessandri Carlos

Profesora Titular del Departamento de Geografía, Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas, Universidade de São Paulo.

E-mail: anafanic@usp.br

 


La utopía de la gestión democrática de la ciudad (Resumen)

El texto tiene como objetivo elaborar, sintéticamente, una lectura crítica sobre la “gestión democrática de la ciudad” en un momento en que causa preocupación el “coro de investigadores” que creen que ésta, sea el camino para la solución de los problemas enfrentados por las ciudades brasileras. El raciocinio se funda en la simplificación de la noción de “derecho a la ciudad”, que acaba construyendo un discurso ideológico que ha impedido la crítica a ese modelo.

 

Palabras claves: ciudad, ciudadanía, derecho a la ciudad, gestión, movimientos sociales.


The utopia of the "democratic management of the city” (Abstract)

The text objective is to elaborate a comprehensive, critical perspective about city’s democratic administration, in a moment the “wanna be” researchers stir general concerns as they believe a “democratic administration” to be the way to solve the problems in Brazilians cities. The reasoning behind it is based on a simplified concept of “the right to the city”, which winds up creating an ideological speech that obstructs any criticism to that model.

 

Keywords: city, citizenship, right to the city, administration, social movements


 

 

El debate en torno al “derecho a la ciudad” está, actualmente, a la orden del día en Brasil, debido a la creación del Ministerio de la Ciudad (en 2003) y a la realización de las conferencias sobre la ciudad (realizadas en el transcurso de 2003, tanto en el ámbito local como nacional). Es impensable negar la importancia de estos acontecimientos que relativizan la indiferencia delante de las desigualdades que sustentan las ciudades capitalistas en los países subdesarrollados; así como, indican para el reconocimiento de los movimientos sociales urbanos que están en la base de la sociedad brasilera. En este proceso, la ciudad y la ciudadanía son recolocadas en el centro del debate sobre el entendimiento del mundo moderno capaz de crear elementos para la construcción de nuevos horizontes para la sociedad. Sin negar esos avances, desde otra perspectiva, es preocupante la ideologización del proceso.

 

Para el desarrollo del tema son fundamentales dos interrogantes: ¿Hasta que punto la idea de “derecho a la ciudad” revela sus potencialidades, en un periodo de la historia en que la expansión del capital, como realización del capitalismo, produjo la ciudad, como una mercancía y, por esta condición, intensificó la contradicción entre los espacios integrados al capitalismo (por la intermediación del capital financiero) y los espacios de la desintegración de las extensas periferias en donde la privación (trabajo, alimentación, recreación) es la tónica dominante? ¿Hasta que punto el proyecto de “gestión democrática de la ciudad” contempla la potencialidad de la noción de “derecho a la ciudad” capaz de fundamentar un pensamiento utópico?

 

El raciocinio aquí desarrollado se apoya en la consideración de tres planos: aquel que contempla la práctica socio-espacial, donde emergen los movimientos sociales; el plano del Estado que define la planificación espacial a través de las políticas públicas; y aquel del conocimiento (análisis de estos procesos), a partir de dos conceptos relacionados: ciudadanía y derecho a la ciudad. Lo que está en discusión en este texto no es una crítica a la “gestión democrática de la ciudad”; sino, que al pensamiento a-crítico que hace de éste un proyecto revolucionario.

 

Los movimientos sociales

 

En primer lugar, es necesario afirmar que los movimientos sociales urbanos en sus diferentes contenidos revelan exigencias diferenciadas. Algunos se orientan a la urgencia (vivienda, empleo, servicios); otros, colocan en jaque la producción de la ciudad a través del cuestionamiento de las políticas públicas y de la planificación que aumenta las desigualdades; una tercera categoría, critica la existencia de la propiedad del suelo urbano. Estos movimientos, en el seno de la sociedad, indican la inestabilidad y la fragmentación de una producción espacial que yuxtapone la morfología socio-espacial.

 

La morfología vivida en la práctica socio-espacial, ilumina la producción del espacio urbano en su contradicción fundamental, que es la producción social de la ciudad en contraposición a su apropiación privada. Es decir, el acceso al suelo urbano, tanto para vivienda como para ocio, está subyugado a la existencia de la propiedad privada del suelo que define el lugar de cada uno en la ciudad y en la distribución de los bienes y servicios urbanos.

 

Los mecanismos que producen la vivienda en el espacio, revelan la extrema segregación con el desarrollo de la propiedad privada, que le devuelve al mercado inmobiliario la intermediación necesaria para la satisfacción de esta necesidad. Mas, el acto de habitar no se restringe al espacio privado, él involucra una relación con los espacios públicos, como lugares de encuentro, reunión, reivindicación y sociabilidad. Ahí, el individuo se coloca en relación con el otro y con la ciudad y sus posibilidades. Este es el sentido del uso, vivido por el ciudadano a través de su cuerpo incorporando todos sus sentidos. Sin embargo, el uso se enfrenta con las restricciones siempre ampliadas de la propiedad privada que en su crecimiento suprime las posibilidades de realización de la vida humana. De esa forma, mudanzas profundas impuestas por la necesidad de reproducción del capital penetran el plano de la práctica social sometiendo los lugares a su funcionalización. En este sentido, la casa-mercancía tiene el significado limitado de la función de morada. La práctica espacial urbana revela así, la extrema separación/disociación de los elementos de la vida, que fragmentados crean la separación de los momentos de la vida cotidiana, al separar cada vez más los locales de residencia de aquellos de trabajo y generando nuevos locales de entretenimiento (de acceso pago) en la medida en que las calles de los barrios pierden el sentido de lugares de recreación y puntos de encuentro. Por otro lado, el precio de la tierra urbana define el lugar donde se reside, por el acceso impuesto por la renta – definida en el mundo del trabajo. En esta dimensión, en el plano de lo vivido, el espacio y el tiempo se presentan entrecortados, en fragmentos, por actividades divididas y circunscritas, y el habitar en su sentido de acto social va desapareciendo en la medida en que la vivienda se reduce al abrigo o a la fuga.

 

Es así como las periferias se van consolidando como abrigo de una parte significativa de la población urbana que no tiene acceso a la tierra ni a los bienes y servicios urbanos que valorizan los lugares. Es así como en la periferia se encuentran las favelas construidas en locales donde la propiedad privada no prevalece – espacios públicos – loteos irregulares y ocupaciones provisorias para los que “nada tienen”.

 

En esta condición, la ciudad invadida por el valor de cambio – como condición de la existencia y extensión de la propiedad privada –, al mismo tiempo en que se orienta para las necesidades de la reproducción siempre ampliada del capital, suprime el uso que los habitantes harán de la ciudad. La reproducción de la vida entra en conflicto con las políticas que producen la ciudad en la dirección de la realización de la reproducción política y económica (no sin conflictos entre los dos planos) produciendo la ciudad funcionalizada que en el período actual de transformaciones aceleradas va a producir mudanzas significativas, transformando los lugares de realización de la vida.

 

El plano del habitar revela, de esta manera, en toda su profundidad esta contradicción. El plano de lo inmediato que da contenido a lo vivido redefine la vida social que se deteriora en la metrópoli, donde la calle tiende a desaparecer como acto, el cierre del pequeño comercio disminuye las posibilidades de los contactos cotidianos, la destrucción de los lugares de encuentro elimina la espontaneidad debido a la imposibilidad del encuentro; la extensión de la periferia revela el empobrecimiento de la población “presa” en las favelas y loteos sin infraestructura, mas al mismo tiempo en esa periferia se agigantan los condominios fortificados destinados a las clases de alto poder adquisitivo. Segregación, jerarquización de los lugares y ciudadanos en la ciudad revelan los contenidos de la urbanización.

 

En este proceso la propiedad de la tierra se vuelve abstracta bajo la forma privada que fundamenta la segregación, que delimita las posibilidades de uso de los lugares al mismo tiempo en que crea las posibilidades de su cuestionamiento, a través de la acción de los movimientos sociales urbanos en la medida en que se confronta con el uso (la apropiación como fundamento del conjunto de la vida social) impuesto por la reproducción económica. Esta contradicción revela embates en torno de la construcción-reconstrucción de la ciudad.

 

Así, en su origen, la segregación de la ciudad es consecuencia de la existencia/extensión de la propiedad que al negar el uso hace surgir la lucha. En este sentido, la ciudad revela los conflictos de la producción del espacio – la ciudad como concepto expresa un contenido que revela una realidad concreta. De esta manera, la potencialidad de los movimientos sociales urbanos radica en que reúnen las contestaciones, definen el rechazo, colocando el derecho a la ciudad en el centro de la lucha, demostrando la necesidad de la transformación radical de la ciudad que aparece y es vivida como pérdida y privación, extrañamiento y caos, en la cual la velocidad, apreciada como triunfo indiscutible de la técnica, fundamenta la ideología del progreso que sustenta el “chantaje utilitario” que hace con que las políticas urbanas que valorizan los espacios destinados a la realización de la reproducción del capital sean consideradas una necesidad de todos en la búsqueda del progreso inevitable.

 

Así, la lucha por el derecho a la ciudad ocurre cuando éste no existe, surgiendo como necesidad, como negación de la fragmentación, indicando nuevas contradicciones entre integración/desintegración/deterioración de los lugares en la ciudad en relación a la economía globalizada; entre transformación/persistencia en el plano local de la vida cotidiana (vividos como carencia, percibidos como extrañamiento) indicando la funcionalización del espacio-tiempo.

 

La cuestión central es como se amplían y profundizan en el mundo moderno las contradicciones derivadas de la reproducción de la sociedad, en un momento de generalización de la urbanización anunciada por el desarrollo de la ciudad, es decir, con su “explosión”, revelando una nueva relación Estado-espacio, a través, por ejemplo, de las políticas públicas.

 

El Estatuto de la Ciudad, la Conferencia de la Ciudad

 

La precariedad de la vivienda y la pérdida del sentido del acto de morar provocan, a lo largo del tiempo, una crisis, generando un profundo embate en la sociedad brasilera. Es así que surgen los movimientos urbanos en conflicto con el Estado. En este sentido, el movimiento por la reforma urbana acabó dando origen a una legislación[2] que se centra en el problema de la propiedad y de la ciudad, apoyada en una nueva base jurídica para el desarrollo urbano con transformaciones sobre el derecho a la propiedad, incorporando la noción de derechos urbanos y sustentabilidad. En ese contexto, se establece la función socio-ambiental de la ciudad y de la propiedad (artículos 26 y 73/74). Reducida la ciudad a su condición de sujeto[3], explotadora y consumidora de los recursos naturales, la resolución de los problemas de la ciudad se reducen a la búsqueda de la sustentabilidad, capaz de reestablecer una supuesta armonía que evita la diferencia y propone un modelo de inteligibilidad del mundo que ignora las contradicciones profundas que explican las actuales relaciones sociales en la ciudad. Esta sistematización involucra serios riesgos de simplificación de la realidad, inclusive el de vincular los problemas vividos en las ciudades con el proceso de crecimiento poblacional.

 

Los documentos producidos, bajo la coordinación política del Estado, apuntan inequívocamente en la dirección de que el derecho a la ciudad debe ser entendido como el “derecho a la vivienda más servicios”, una simplificación que deja de lado el tema del habitar en su dimensión plena, esto porque el “derecho a la ciudad” está relacionado con lo que el Estado está dispuesto a ceder para la gestión de la ciudad, trayendo como consecuencia el entendimiento limitado de la noción.

 

En esta condición, la producción de una política para la ciudad, aunque surja de foros de debates con participación popular, no se libera de la racionalidad del Estado capitalista en sus alianzas representadas en la democracia representativa. Un ejemplo claro de esta racionalidad es que en el Estatuto de la Ciudad y en los textos de la Conferencia de la Ciudad, el derecho a la ciudad aparece a través de la realización de la “función social de la propiedad” y no de su negación como fundamento de la ciudad segregada.

 

¿Qué es lo que el discurso esconde bajo un grosero manto ideológico? En primer lugar, que el proceso, comandado por el Estado, no ocurre sin la cooptación de los movimientos urbanos, lo que trae como consecuencia la sumisión de sus intereses a los intereses del Estado. En segundo lugar, que la producción del espacio bajo el amparo del Estado gana un carácter estratégico, o sea el Estado regulador impone las relaciones de producción a la sociedad a través de la dominación del espacio, relacionando espacios dominados/dominantes para asegurar la reproducción general de la sociedad. Así, la búsqueda de cohesión/coherencia y equilibrio basada en la eficacia de lo que se denomina “desarrollo sustentable”, al eliminar conflictos y contradicciones, se transforma en ideología. Y de esta manera, la crítica al Estado se reduce al problema de la definición administrativa de la ciudad y de su capacidad productiva que se extiende por todo el espacio. De igual manera, las políticas van a crear la posibilidad de crecimiento porque el espacio es el lugar de la planificación de una lógica de crecimiento comandada por el Estado.

 

Con mucha facilidad el “derecho a la ciudad” se transforma también en el acceso por una “mejor calidad de vida”, lo que presupone una vida organizada bajo el comando de un modelo manipulado en torno del bienestar, que produce la satisfacción del individuo involucrado en el consumo, del individuo en su condición limitada de usuario de bienes de consumo/calidad ambiental.

 

En esta dirección, lo que asigna contenido actualmente para el término ciudadano es su condición de consumidor, sea de mercancías – su casa perdió el sentido del habitar cuando se transforma ella misma en mercancía mientras áreas enteras de la ciudad se transforman en reservas de valor–, sea de servicios públicos –su acceso valoriza/desvaloriza los lugares de la ciudad aumentando el precio del m2 de suelo urbano. En esta dinámica, el derecho a la ciudad no podría escapar a la subyugación del mercado, que aparece como portador de racionalidad, sustentado institucionalmente por la existencia de la propiedad privada de la tierra urbana– que al fragmentar el espacio urbano instaura el acceso diferenciado a la tierra urbana como condición inicial.

           

Es en este contexto que se produce la idea de la “función social de la propiedad” que presenta una contradicción en los términos, ya que la propiedad asume, en el mundo moderno, varias funciones. Una función económica que se impone sobre el habitar y sobre todos los lugares y momentos de la vida cotidiana en la ciudad, proyectando el espacio homogéneo (debido a su condición de mercancía) y fragmentado (venda de pedazos del espacio definido los usos). De este modo, los mecanismos que producen la vivienda revelan la extrema segregación impuesta – por la existencia de la propiedad privada del suelo urbano – por la necesidad de la reproducción del capital, revelando en el plano de la práctica socio-espacial la fragmentación de los lugares sometidos a la funcionalización. Una función social – a preservación de la desigualdad – fundamento de la producción de la ciudad capitalista. En esta condición, la función “social” oscurece su sentido segregador apoyado en la idea de la existencia de un “interés común” de la sociedad sobre el interés individual, lo que impone a todos los habitantes la producción del espacio como realización de la lógica del Estado y de sus alianzas – situación que se revela claramente en las Operaciones Urbanas realizadas en Sao Paulo en los últimos años[4].

 

Los debates en el seno del Estado demuestran, también, la necesidad de superación de lo que se llama de “falta de planificación de una ‘gestión autoritaria’ que llevó al crecimiento agresivo para el medio ambiente”, cuando en realidad el punto central es el del cuestionamiento al sentido de la planificación del espacio por la mediación del Estado fundado en alianzas políticas contradictorias, producidas y administradas en el contexto de la institución que produce la funcionalización del espacio de la vida, fragmentándolo y excluyendo una parte significativa de la población en la medida en que todo el espacio se vuelve productivo para el capital.

 

En realidad nos enfrentamos hoy en día con nuevas condiciones de raridades – el agua, el aire –, no obstante se ignora que estas raridades deben ser entendidas como momentos de un único proceso histórico, como momento crítico en el cual el desarrollo del proceso de producción capitalista transformó abundancia en raridad, como producto de un modelo de crecimiento de la economía capitalista que es ocultado por los análisis que buscan el camino del desarrollo sustentable como proyecto alternativo para la sociedad.

 

Ciudadanía y “Derecho a la Ciudad”

 

La reproducción de la sociedad capitalista se realiza en varios planos, entre los cuales es necesario considerar la importancia del saber técnico que genera las bases para la realización de la dominación del Estado, que en un primer momento transforma la ciudad en un cuadro físico, representada en un mapa y, por esta condición, posible de ser rediseñada en función de las acciones políticas. Una visión que niega la idea de que la ciudad es una obra humana producto de la historia. En un segundo momento, produce la banalización del sentido del “derecho a la ciudad”. Esta producción ideológica – realizada bajo el patrocinio del Estado – niega la posibilidad de realización de un derecho pleno en la medida en que el discurso sobre la ciudad, producido por las ciencias fragmentadas, ha esquivado un análisis crítico de ese proceso, produciendo, en último término, la reducción del “derecho a la ciudad” como “derecho al paisaje”. De este modo, la producción ideológica elabora el conocimiento sobre el cual va a fundarse el discurso político que refuerza la capacidad de acción del Estado de intervención y gestión, y apoyando como revolucionaria la política de establecimiento de la función social de la propiedad, muchos análisis oscurecen el sentido segregador y desigual con que el proceso de producción de la ciudad se realiza – esto se revela en las Operaciones Urbanas realizadas en Sao Paulo en los últimos años.

           

Actualmente, muchos presuponen que el Estado brasilero (presidido por un presidente de izquierda) es otro y que tiene otra lógica y, en esa perspectiva, se eximen de la crítica al Estado y a su lógica espacial. Así, sin la construcción de una crítica al Estado se perpetúa el Estado. Por ello, la identificación precaria de algunos gobiernos de izquierda con los intereses de la sociedad como un todo.

 

Daí a identificação precária de alguns governos de esquerda com os interesses da sociedade como um todo.  Así, alejados de la elaboración de un análisis crítico sobre la actuación y las alianzas del Estado se refuerza la institución con la imposición del triunfo identitario, del discurso político homogenizador, que inaugura la tendencia al desaparecimiento de la reflexión crítica.

 

El problema radica en que al llevar el debate para el seno del Estado, bajo su coordinación, incluso a partir de los movimientos sociales, éstos adquieren una nueva racionalidad: la racionalidad del Estado y de la planificación del Estado, que tiene en el espacio la condición de su dominación. Es así que el debate se establece dentro del Estado y esta situación no está desproveída de importancia, pues elimina el sentido eminentemente social de los movimientos urbanos para llevarlos al plano de lo político y en él posibilitar la manipulación.

 

Una interrogante inevitable: ¿Cómo analizar las diferencias que afloraron en el espacio a través de los movimientos sociales que colocan concretamente la vida en la ciudad a partir del acto de habitar?

 

El “derecho a la ciudad” como categoría de análisis permite la desmitificación de los discursos posibilitando la elaboración de un proyecto que tenga sustentación real como repuesta a las carencias. De este modo, se puede entender que la lucha por la vivienda no es la lucha por “un techo más servicios”, sino que la lucha por la vida y contra las formas de apropiación privada fundamentadas en las necesidades de la realización económica. En este sentido, se trata de pensar transformaciones que permitan la existencia humana, que camina en la dirección contraria al mercado y a los intereses de los segmentos que sustentan el Estado.

 

Así, los movimientos considerados como “fuerzas sociales nuevas” producen la conciencia de una sociedad y amplían las posibilidades de acción relacionadas al espacio en su estado crítico y que no surgen en el seno del Estado, ni pueden dejar cooptarse por él. Por lo tanto, la solución a los desafíos sólo ocurre cuando consiguen afirmar sus diferencias, o sea fuera del Estado.

 

Al final, como escribe Marx, en “A Questão Judaica”, la transformación radical de la sociedad niega la política, puesto que ésta reduce el hombre a la condición de miembro de una sociedad civil que lo reduce la egoísmo y lo somete a la propiedad privada. Además, lo político no escapa de las manifestaciones del control burocrático, ni del control democrático, ni de las exigencias del partido político y de sus alianzas, produciendo de esta manera un espacio político caracterizado por su funcionalización e instrumentalización. En este proceso, lo urbano, entendido como una estrategia, acentúa la degradación y disemina la norma que invade la vida cotidiana en toda su extensión.

 

En segundo lugar, los debates en torno del “derecho a la ciudad” lo identifican como la realización de una ciudadanía caracterizada por el acceso a la vivienda y a servicios, adicionados del “derecho a la movilidad, en un ambiente urbano sustentable”.

 

La noción de ciudadanía que fundamenta la propuesta de “gestión democrática de la ciudad” se ha apoyado en la definición de Marshall[5], para quien la ciudadanía tendría como contenido la realización de los derechos civiles, políticos y sociales. Entretanto, Murilo de Carvalho[6] llama la atención para el hecho de que puede haber ciudadanía sin que esos tres derechos estén presentes en una determinada sociedad; inclusive resalta que la existencia simultánea de los tres constituiría lo que denomina de “ciudadanía plena”, como ideal puesto como horizonte para la sociedad occidental, mas que es inalcanzable, pues la garantía de vigencia de esos derechos dependería de la existencia de una eficiente máquina administrativa del poder ejecutivo capaz de permitir, a la sociedad políticamente organizada, la reducción de los excesos de la desigualdad producida por el capitalismo, garantizando el bienestar para todos con justicia social.

 

Por lo tanto, esta ciudadanía sólo puede ser realizada dentro del estado capitalista, como su expresión lógica. De este modo, la potencialidad de la noción de ciudadanía se limitaría a la existencia de la sociedad civil surgida con el desarrollo del capitalismo y, lo que es más importante, para su preservación. Entonces, la conquista de la ciudadanía sería esencial para la realización de la sociedad capitalista. Es así que el proyecto de una “gestión democrática de la ciudad” surge en la actualidad como condición de la reproducción capitalista en su nueva etapa de desarrollo. Es lo que muestran, por ejemplo, los análisis de Annick Osmont[7] indicando que el concepto de governancia – que fundamenta la “gestión democrática” – fue retomado por el Banco Mundial, a fines de los años 1980, para operacionalizar la construcción de un modelo de acción cuyo objetivo es permitir el “ajuste” de las economías de los países en vías de desarrollo a las necesidades de expansión del neoliberalismo. En este sentido, la nueva gestión urbana produciría un ambiente propicio para la reproducción de la lógica neoliberal comandada por el Banco Mundial.

 

Como señala Décio Saes[8], la instrumentalización de la condición general indispensable a la concretización de la participación política de la mayoría de la sociedad, implica la superación del modelo capitalista de sociedad, es decir entiende que la realización de una ciudadanía plena e ilimitada “se sitúa más allá del horizonte de la sociedad capitalista y de sus instituciones políticas” [9].

 

Este es el sentido de los análisis de Agnes Heller en su libro “A filosofia radical”, en el cual escribe que el capitalismo produce una serie de carencias, entre ellas lo que denomina de “carencias radicales”, “que se forman en las sociedades fundadas en relaciones de subordinación y de dominio, pero que no pueden ser satisfechas cuando se permanece en el interior de ellas. Son carencias cuya satisfacción sólo es posible con la superación de esta sociedad” [10]. De este modo, el derecho a la ciudad asumiría el sentido que Heller designa como “carencia radical”, una necesidad que surge en la contracorriente de la historia que transforma la propiedad comunal en potencia abstracta en la sociedad capitalista. Tendría como contenido el mismo sentido que Don Thomaz Balduíno[11] indica en su análisis sobre los movimientos sociales en el campo brasilero, que se movilizan por el “derecho a la tierra”: “dignidad, distribución, fiesta, poesía, alegría de vivir” que es el sentido último de la idea de “derecho a la ciudad” expuesto por Henri Lefebvre.

 

 



Notas

 

[1] Texto traducido por Oscar Alfredo Sobarzo Miño.

 

[2] Ese proceso generó en 2001 la Ley Federal 10.257 – Estatuto de la Ciudad.

 

[3] Conforme aparece en el documento: “Diagnóstico da Infra-estrutura e Meio Ambiente”

 

[4] Esta temática fue analizada en la investigación presentada em el libro “Espaço-tempo na metrópole”, Sao Paulo: Contexto, 2001.

 

[5] Marshall, 1967. Capítulo 3.

 

[6] Carvalho, 2004.

 

[7] Osmond, 1998.

 

[8] “las libertades civiles se configuraron como fenómeno esencial y necesario para la reproducción del capital, pues el poder político continúa en las manos de los grandes bancos y de las instituciones o sociedades financieras, por eso los gobiernos de izquierda siempre tuvieron que adaptarse al poder de la clase capitalista dirigiendo la economía dentro de los límites fijados por los intereses económicos y políticos de la clase social”. (Saes,  2003: 25-26)

 

[9]Saes, 2003: 38.

 

[10] Heller, 1983.

 

[11] Presidente de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), en exposición en el II Simposio Nacional de Geografía Agraria, realizado en el Departamento de Geografía de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de Sao Paulo, Brasil, en septiembre de 2003.

 

 

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© Copyright Ana Fani Alessandri Carlos, 2005

© Copyright Scripta Nova, 2005

 

Ficha bibliográfica:

ALESSANDRI, A. La utopía de la gestión democrática de la ciudad. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2005, vol. IX, núm. 194 (01). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-194-01.htm> [ISSN: 1138-9788]

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