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Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 146(103), 1 de agosto de 2003 |
LOS VIEJOS EN SU CASA, EN SU CIUDAD
Los viejos en su casa, en su ciudad (Resumen)
El creciente envejecimiento poblacional hace imprescindible favorecer la máxima adaptabilidad de las personas a sus progresivos deterioros físicos y/o mentales; y ésta, necesariamente, deberá ser acompañada por la adecuación del alojamiento, su entorno inmediato y las condiciones urbanas.
Esto, sumado a otras transformaciones de la vida cotidiana, ha instalado con máximo vigor los temas de adaptabilidad, flexibilidad y accesibilidad como consignas de diseño.
Los énfasis de esas consignas se centran normalmente en requerimientos de seguridad y eliminación de barreras para un desempeño senil adecuado. Pero sabemos que eso no basta; la mera protección y cuidados también reducirán nuestra capacidad de atención y de esfuerzo para desenvolvernos en un entorno no siempre previsible.
La arquitectura puede, y debe, ayudar a generar ámbitos estimulantes de la actividad física y mental, también en la vejez, apoyando y espoleando la curiosidad y la fruición en el aprovechamiento más pleno posible de nuestras aptitudes.
The old people in their houses, in their city (Abstract)
According to the increasing ageing of people, it's essential to support the maxim adaptability of people to their progressive physical and mental deterioration and this, must necessarily be accompanied by lodging adaptation, by their immediate surroundings and by the urban conditions.
In addition, everyday life changes have strongly installed the subject of adaptability, flexibility and accessibility as a design instruction.
The emphasis of these instructions is commonly based on the security requirements and the elimination of barriers for a good performance. But we know this is not enough, a protecting and careful container will reduce our effort and attention capability to develop in a not always foreseeable environment.
Architecture can and must generate stimulating spaces for physical and mental activity, during the old age too, accompanied by curiosity and delight, trying to make the most of our aptitudes.
Sabemos que la superviviencia de las especies depende fundamentalmente de su capacidad de adaptación a sus alteraciones y a las del entorno, su posibilidad de reacomodar su hábitat y de reorganizar su metabolismo en sincronización con esos cambios.
La especie humana, a lo largo de algunos miles de años, ha sabido compaginar su modus-vivendi en función de las más variadas situaciones, muchas de ellas generadas por una de sus cualidades diferenciales: su imaginación. Alguna vez propuso un elixir de la larga vida, y en los últimos 100 años ha podido duplicar su expectativa de longevidad (bajo ciertas condiciones económicas). Ahora se le ha ocurrido que también podría vivir fuera del planeta Tierra. Pero han sucedido algunos hechos que alteran metabólicamente estructuras de agrupamiento y de comportamiento, sin que se termine de acomodar el cuerpo social a esas radicales alteraciones.
En función de esto se pueden señalar algunos cambios -adaptaciones- que se produjeron simultáneamente, o fueron causadas por esas alteraciones:
-La segregación de la familia amplia en familia nuclear y sus posteriores derivaciones por separaciones, madres solteras, parejas homosexuales. Los viejos quedan viviendo solos. -La explosión demográfica. -El nuevo papel de la mujer en la sociedad. -Las expectativas democratizadoras promovidas desde la modernidad. -El desarrollo de la seguridad social y los sistemas jubilatorios. -Las alteraciones que afectan específicamente a los presuntos beneficiarios de esa sobrevida, a los viejos: como la precariedad y morbilidad derivadas del envejecimiento y la progresiva aparición de demencias, que a partir de los 85 años de edad crecen al 50 por ciento -La aparición de una verdadera "cultura de la ancianidad"[2] En cada una de aquellos re-acomodamientos a las más diversas situaciones geográficas, climáticas o sociales, el hombre se las ha ingeniado para resolver su alimentación; se ha recubierto con distintas vestimentas; ha desarrollado distintos modos de organización grupal; ha sabido construirse un entorno que le permite resolver su vida cotidiana, su actividad productiva, su agresividad. Pero con el envejecimiento de la población aparecen nuevos desafíos; entre ellos una re-adaptación del hábitat.
El hábitat como problema
La idea del alojamiento, paralelamente a esos cambios sociales y a la asunción de conquistas por las clases postergadas, se modifica radicalmente en el siglo XX. La vivienda para cada familia, la vivienda mínima, y una gama de nuevos conceptos sobre confort, estándares y accesibilidad se han incorporado como idea de “derechos” para algo que hace 100 años empezaba a sugerirse como utopías. Para muchos sigue siendo una aspiración aún inalcanzable, pero desde múltiples vertientes (políticas, técnicas, filosóficas) el tema se asume como objetivo.[3]
Desde la acelerada urbanización que acompañó el desarrollo industrial, el alojamiento masivo fué asumido cada vez con mayor protagonismo como tema arquitectónico, hasta convertirse prácticamente en uno de los emblemas programáticos del Movimiento Moderno. Hoy, frente a la acelerada transformación en los modos de vida, ese protagonismo se renueva permanentemente. Y en las últimas décadas a llevado encarar su estudio de manera integral, considerando que el hábitat no solo es el techo, la vivienda como objeto urbano, sino un conjunto de elementos que abarca dimensiones culturales, físicas, psicológicas, económicas, sociales, políticas. Punto de vista que compromete a casi todas las disciplinas que de alguna manera contemplan la calidad de vida de los individuos y de la sociedad en su conjunto; se trata de un planteamiento ambiental, ecológico.
En los años 70 comienza a plantearse en Argentina la necesidad de destinar un porcentaje de la construcción de nueva vivienda para asignarla específicamente a los ancianos (dotándolos de ciertas características que las haría aptas para algunos tipos de minusvalidez física). Esas primeras viviendas, que en nuestro país constituyeron un 5 por ciento de las operaciones subvencionadas, se entregaban en propiedad, igual que todas las demás. Hoy esas unidades fueron vendidas o heredadas, no necesariamente por otros ancianos, con lo que se perdió todo el sentido de aquella especificidad; y en el 95 por ciento restante sus ocupantes han envejecido.
Por la misma época en Europa y EEUU se emprendió la construcción de grupos de vivienda especialmente diseñados y equipados para 3ª edad. En Argentina, en los ´80, se construyó una serie de conjuntos, especialmente para ancianos carenciados, asignados en comodato, para ser transferidos en los recambios a otros ancianos. Esto constituyó un progreso en cuanto a la especificidad. Hoy, allá y aquí se ha comprobado que esa especificidad conduce a aislamientos y marginaciones que son contraproducentes para una vida plena, socialmente activa y comprometida.
Respecto al ambiente urbano, tengamos en cuenta que es por su naturaleza, plural; pero también que, a diferencia del privado, las representaciones del espacio público son la consecuencia de una decantación larga en el tiempo. El envejecimiento poblacional, como síntoma social generalizado, es todavía joven; y es muy factible que las actitudes y necesidades de los ancianos, como grupo, hayan presionado poco en la definición del entorno urbano; por lo que será necesario superar las instancias de plazas, bancos y petancas; y de instituciones que reemplazan sus viviendas, cuando éstas ya no pueden ser asumidas. Pensamos que esta problemática debería encararse en el marco orgánico e integral de la estructura urbana y sus redes de soporte.
El tema central de este trabajo se refiere a cómo tendría que ser una vivienda y una ciudad que sea apta para todos, también para los ancianos; y cómo podrían plantearse caminos para que ésto sea posible. Nos referimos básicamente al alojamiento y al entorno urbano referido a los adultos mayores que, viviendo en forma autónoma, requieren unas características especiales capaces de resolver las condiciones de uso planteadas por el deterioro físico y/o mental, progresivo, derivado de la edad.
No encaramos aquí el asunto de las residencias para ancianos institucionalizados, públicas o privadas (que no representa más del 3 por ciento del alojamiento de adultos mayores); ni de los establecimientos para el alojamiento de personas con problemas específicos, psiquiátricos o físicos.
Nuestro campo de trabajo hemos tratado de acotarlo a los ancianos autoválidos, que pueden resolver casi todas sus actividades vitales por sí mismos, pero para los que es necesario atender y prever situaciones derivadas de una precariedad mayor, y fundamentalmente progresiva: Precariedad física, mental, económica, afectiva.
Asumido así, este campo tiene límites mucho más difusos:
- Porque no está claro en qué momento se ingresa en la tercera edad, ni hasta cuando un anciano se puede desempeñar de un modo suficientemente autónomo; cuando está cada vez más claro que esa autonomía está íntimamente ligada a las "ganas de vivir" y estas ganas dependen no solo de que la vida sea físicamente posible, sino de una serie de estímulos para la actividad, la participación o la contemplación. Y fundamentalmente de su capacidad de adaptación.
- Porque debemos observar comportamientos y necesidades de ancianos actuales para adjudicárselas a ancianos futuros, en un momento de extraordinaria fluidez y transformación de expectativas, costumbres y tecnologías.
- Porque pretendemos abordar el tema no solo desde sus aspectos específicos, de aplicación relativamente inmediata, cubriendo las falencias detectadas, sino aproximarnos a definir condiciones programáticas, técnicas, económicas y jurídicas que hagan viable la inclusión natural de los adultos mayores en la concepción y construcción del hábitat, desde consignas asimilables a las del "diseño universal".
¿Cómo quieren, pueden o deberían vivir los viejos?
Es cierto que la vejez, cada vez con más claridad, empieza a ser asumida por la gente como una etapa de la vida. Aunque esa asunción se produzca en realidad cuando uno ya tiene cierta edad (lo que significa, como decía Borges, que se tiene una edad bastante cierta). Porque antes de eso nadie puede ni quiere suponer que alguna vez va a envejecer. Tanto es así que incluso nos cuesta imaginar qué les pasa a los ancianos; no solo lo que les pasa existencialmente, sino circunstancialmente, cuando no advertimos las dificultades que pueden tener para moverse, para ver, para recordar. Pero el problema es que casi nadie quiere morirse; todos queremos aguantar aquí abajo el mayor tiempo posible, como sea. Y en realidad, de viejos, vamos a hacer o nos va a pasar todo lo que hacen los que ya llegaron: con las mismas dificultades, las mismas imprudencias, los mismos impudores.
Sabemos que el envejecimiento trae aparejadas nuevas situaciones y nuevas relaciones del adulto mayor con su entorno inmediato; cambios graduales en la mayoría de los casos, y profundos en otros, que tienen que ver con una progresiva disminución de habilidades físicas o perceptivas; y con una menor posibilidad de adaptación a cambios y a situaciones límites.
Cuando hablemos de adaptabilidad, nos referiremos a situaciones de equilibrio dentro de estos sistemas interactuantes. Porque estos procesos de adaptación dependen del grado de incidencia que el grupo y el individuo tengan sobre el medio. Donde existen mayores posibilidades de dominio y control sobre su medio, mayor es el grado de adaptabilidad y mejor el posicionamiento ante los cambios posibles que se presentan en el tiempo sobre un lugar. De igual manera, la falta de control sobre el medio deviene, ante cualquier alteración, en situaciones de disconformidad y desequilibrio.
Es necesario indagar qué necesita la tercera edad en cuanto a su entorno y a todo lo que ello implica. Pero cuando nos abocamos a estudiar la problemática del hábitat referida a este grupo etáreo específico, nos encontramos con la dificultad de determinar qué cuestiones pueden ser generalizables y cuales otras son de orden particular, tendiendo en cuenta que, ante muchas de las preguntas que hacemos, las respuestas tienen que ver con el mundo de lo afectivo y de la historia de cada individuo con su lugar.
Datos de un relevamiento
Desde el año 1995 nuestro grupo de investigación, “Hábitat y comunidad para la Tercera Edad”, diseñó y realizó una serie de relevamientos sobre el modo de vida y problemas específicos de los ancianos: Ese año se realizó una encuesta entre los adultos mayores que concurrían a los Centros de Jubilados Barriales, para relevar (entre otras instancias) su situación habitacional. En 1998/99 se levantaron datos sobre problemas de enfermos de Alzheimer en sus hogares, se analizaron comportamientos en un centro de contención y se realizaron entrevistas con sus cuidadores.[4] Desde 2002 se realizan relevamientos de ancianos caedores en sus hogares, aplicando un protocolo validado, para verificar la incidencia de causas ambientales y comportamentales en las caida (cuya incidencia se comenta más adelante).
Resumiremos ahora algunas conclusiones extraidas del estudio realizado en los Centros de Jubilados Barriales, realizado en colaboración con otro grupo de investigación de nuestra Universidad, dirigido por el Lic. Leopoldo Halperín Weisburd. Se trataba de una muestra intencional, cuya finalidad no era realizar inferencias de tipo estadístico, sino la de analizar aspectos socioeconómicos de la población encuestada, y una gama de comportamientos y preferencias en aspectos referidos a la vivienda, al barrio y a la ciudad.
El criterio de selección de los Centros (15 sobre un total de 70 diseminados en la ciudad), a cuyos miembros se entrevistó, fue el de abarcar espacialmente la mayor cantidad de barrios (dispersión de la muestra) y, al mismo tiempo, elegir aquellos que congregaran a mayor cantidad de concurrentes. Los aspectos de este relevamiento que aportan datos más específicos a este trabajo son los siguientes:
Sobre una muestra compuesta por 506 casos el 54 por ciento eran mujeres y el 46 por ciento varones; un 6 por ciento menor de 60 años y un 94 por ciento de entre 60 y 90 año, del cual el 79 por ciento se ubicaba en la franja de 65 a 79 años.
La mayoría de los encuestados, 7 de cada 10 casos, vive en casas. Cerca del 29 por ciento habita en departamentos y un porcentaje muy reducido, el 2,4 por ciento, vive en pensiones o inquilinatos.
El 72 por ciento conforma el grupo de los propietarios, un 10 por ciento son inquilinos y el 18 por ciento reside en otras situaciones, con sus hijos, inquilinatos, pensiones, etc.
En lo que respecta al estado general de las viviendas, según los propios encuestados, es bueno en un 69,5 por ciento de los casos; entre los que declaran habitar en viviendas en regular o mal estado existe un mayor peso relativo de aquellos que viven en casas. Es importante destacar que el esfuerzo de mantenimiento de estos hogares recae sobre el presupuesto mínimo de sus ocupantes, por lo general reducido a la jubilación o pensión.
El 83 por ciento de los casos manifiesta estar conforme con la vivienda en que habitan. Pese a esto, si comparamos este ultimo dato con la pregunta siguiente "si estaban dispuestos a mudarse de vivienda" respondieron: afirmativamente un 33 por ciento y por la negativa un 67 por ciento .
Es notorio destacar que es más proclive a la idea de un cambio de vivienda la población mas joven de la encuesta, un 60 por ciento de los menores de 60 años; y que se mantiene estable en un porcentaje mas bajo, en un promedio del 30 por ciento , en la población que va desde los 60 a los 80 años, descendiendo abruptamente pasada esta edad.
Otro dato importante es que los encuestados que realizaron estudios secundarios y universitarios se muestran más dispuestos al cambio, por encima de la media general.
La predisposición al cambio de vivienda, respecto a la edad, es interesante de observar; porque coincide en esta pequeña muestra con lo que afirma la bibliografía en general: en lo que refiere a la disposición al cambio y a la adaptación en los adultos mayores, éstas disminuyen sensiblemente con la edad.
Sobre los 506 casos encuestados, las tres cuartas partes se manifiestan conformes con el barrio donde residen, por su cercanía al centro. Existe una generalizada conformidad con la dotación de servicios de los barrios; este dato adquiere mayor importancia si se tiene en cuenta que la expansión territorial de la muestra incorpora casi la totalidad de los barrios.
Si se analiza el perfil de conformidad con la disponibilidad del transporte público de pasajeros, el 92 por ciento se mantiene regularmente distribuida, bajando en aquellos que se encuentran en puntos mas alejados.
Cuando se indaga sobre la disponibilidad de espacios verdes aumentan los niveles de insatisfacción; indicando que, a juicio de nuestra población anciana, no todos los barrios de la ciudad han guardado un equilibrio adecuado entre edificación y espacios verdes. Crece el nivel de disconformidad cuando se les consulta sobre su cercanía al mar, un 40 por ciento preferiría residir en zonas vinculadas a la costa.
El entorno social del barrio, por densidad y calidad, satisface al 89 por ciento de los ancianos que residen en el centro; los del pericentro y barrios jardín son los que manifiestan mayor grado de conformidad, y el umbral más bajo se encuentra entre los residentes en el barrio del puerto.
En resumen, las deficiencias más importantes en los barrios, a juicio de nuestros mayores, están vinculadas a su relación con el medio natural, tanto a la costa como a los espacios verdes interiores. Estos aspectos pueden cobrar mayor importancia en esta edad probablemente por la mayor disponibilidad de tiempo libre para disfrutarlos.
Conclusiones de la muestra
- La vivienda, para la mayoría de las personas que conforman la muestra, es el bien más importante, no solo por su valor material, sino también por su valor de identidad y pertenencia. Este dato tiene su correlato con la conformidad con el barrio donde habitan y donde además poseen sus referentes (amigos, vecinos, etc.)
- Las personas menores de 60 años son notablemente más proclives a cambiar a una nueva vivienda para mejorar su calidad de vida. Y este dato tiene una incidencia crucial, tanto desde el punto de vista económico como programático.
- Se puede destacar que la mayoría de las personas que conforman la muestra provienen de estructuras familiares tradicionales y, además, que por la ubicación de sus domicilios en barrios pericéntricos, han contribuido a la formación de éstos. Muchos de ellos residían en sus barrios cuando aun no estaban consolidados; y han colaborado con la provisión de servicios, la sala de primeros auxilios, la escuela, etc.; lo que nos hace pensar que el grado de pertenencia e identidad con el lugar es muy fuerte. Estas características contribuyen a dar respuesta negativa a la idea del cambio de vivienda, aun cuando éste suponga una mejora en la calidad de vida.
- Es interesante reflexionar en cómo serán las próximas generaciones de viejos; los adultos que hoy conforman familias mononucleares tienen una importante movilidad urbana, el empleo es menos estable y, donde ya no tiene tanto peso la identificación con un lugar determinado (barrio, etc.), es donde la incidencia de los medios de comunicación masivos han venido a reemplazarlas o al menos tienen un efecto mayor.
Comentarios
En general, los resultados de un relevamiento de comportamientos, opiniones o necesidades de una muestra de población, tiene por objeto elaborar un diagnóstico y/o producir un hecho que pueda dar respuesta a esas opiniones – necesidades.
Un producto de mercado, un candidato político, una decisión sanitaria o urbanística pueden “diseñarse” o pueden actuar de acuerdo a esas opiniones. La eficacia de esa respuesta, la calidad de ese producto en relación a las expectativas de los clientes – usuarios – electores, depende de las calidades de cada uno de los tres pasos que componen esos procesos: a) el relevamiento de la muestra (según la metodología apropiada a cada caso); b) la interpretación y elaboración de los datos obtenidos; c) el producto – respuesta propiamente dicho. Y, si esos procesos se desarrollan en condiciones aceptables, pueden ser esperables resultados que resuelvan necesidades, avalando su eficacia.
Pero algunas veces esas prospecciones de requerimientos se resuelven en una forma tan mediata que será difícil discernir lo que es circunstancial (en el momento de la toma de datos) de lo permanente.
Es el caso de estos relevamientos sobre los ancianos en relación al alojamiento, su entorno inmediato y el uso del barrio y la ciudad. Algunos datos pueden indagarse con una objetividad presuntamente estable, como podrían ser las condiciones ambientales que favorecen o reducen la posibilidad de caídas (motivo de un estudio específico que encara nuestro grupo de investigación). Pero es difícil suponer cómo debería ser la vivienda y el entorno urbano a partir de un relevamiento sobre las actuales condiciones de uso o de una prospección de las aspiraciones de los ancianos. Y esto por dos razones obvias:
- La primera es que la construcción del alojamiento no se resuelve en forma inmediata, y aunque así fuera, tiene una duración que normalmente excede en mucho la vida de sus primeros habitantes; de modo que, cuando esté en condiciones de uso, esos habitantes no serán los mismos a los que se consultó o, en todo caso, la evolución de su envejecimiento habrá modificado su relación con el entorno de un modo que le era imprevisible pocos años antes. Son conocidos los cambios de actitudes que se suscitan después de los 60 – 65 de edad, como las depresiones post-jubilatorias o las disminuciones psicofísicas que quitan expectativas y motivaciones vitales. Pero también se da la situación opuesta; los que a partir de esa edad encuentran y desarrollan actitudes que habían estado apagadas durante su vida previa.[5]
- La segunda es que las condiciones de vida doméstica y urbana dentro de, digamos 25 ó 30 años (dado el actual aceleramiento de los cambios), no parecen hoy muy previsibles (y son motivo de un sinnúmero de prospecciones más o menos fantasiosas). Y estas condiciones de vida serán seguramente más diferentes para los viejos: Porque van a ser muchos más en relación al resto de la población; porque van a ser muchos más los mayores de 85 años (A partir de los 85 años el 50 por ciento de los ancianos padece algún tipo de demencia, fudamentalmente el "mal de Alzheimer”); porque los sistemas previsionales de hoy van tener que readaptarse; porque dentro de 25 años muchos adultos mayores habrán incorporado la informática (a la que los viejos de hoy se resisten), estarán mejor comunicados y podrán realizar actividades desde su casa.
Aplicabilidad
Por esas razones pensamos que, de la lectura de los datos extraídos de los relevamientos realizados, podemos deducir proposiciones, aplicables al diseño y a la construcción del hábitat para la tercera edad, que corroboran recomendaciones que ya son aplicadas en muchos casos, junto a otras que pueden contribuir a comprender mejor la impostergable necesidad de comenzar a aplicarlas sistemáticamente.
Sabemos que la vivienda es para todo el mundo un referente fundamental, el territorio que cada uno siente como propio (ver Rapaport, 1974). Pero, a partir de las disminuciones e inseguridades que sobrevienen con la edad, tener un "lugar propio" constituye un requerimiento tan dramático como los apoyos afectivos, sanitarios o económicos que consienten la supervivencia.
Vimos que, en la medida que envejece, la gente se aferra con más ahínco a lo que conoce: el barrio, la casa, las cosas que representan su conexión con el mundo. Es por eso que, en principio, se asume como consigna que el anciano permanezca en su propia casa, la de toda la vida, mientras sea posible. Pero esta consigna conlleva la necesidad de que la casa seaapta para habitarla desde condiciones psicofísicas que se deterioran. Y para ello casi siempre es necesario adaptar el ambiente a esos nuevos requerimientos, paralelamente a las adaptaciones que el individuo va asumiendo en forma de hábitos, rutinas o de prótesis.
Normalmente esa adaptación ambiental consiste en eliminar o neutralizar las "barreras arquitectónicas". Pero fundamentalmente deberá atender a desactivar las "trampas"que, desde la construcción, el amoblamiento y la decoración, se fueron acumulando mientras se gozaba de todas las aptitudes; y a brindar “soportes ambientales” ajustados a los nuevos requerimientos .
Pero muchas veces no es posible permanecer en la casa de siempre: Por razones de redistribución familiar; porque la vivienda resulta demasiado grande cuando los hijos se han ido; o porque es más fácil cambiarla que adaptarla. Entonces el nuevo alojamiento habrá que buscarlo de modo que cumpla con las condiciones previstas.
Pero entonces se puede pensar en otros términos; de modo de compensar en parte los desarraigos que no se pudieron evitar: Se puede prever, así, que grupos de adultos mayores se organicen para compartir locales y servicios de apoyo, de un modo que no sería alcanzable ni rentable individualmente. Estas viviendas podrían gozar de todas las condiciones de autonomía convencionales; con un apoyo utilizable según progresivos requerimientos.[6].
Estas viviendas así organizadas (nuevas o existentes remodeladas) tendrían una utilización, por parte de ancianos solos o en parejas, acotada a su supervivencia, que es bastante más breve que la de las construcciones. Y sería deseable que esos conjuntos sean reutilizables siempre por mayores de 65 años; que puedan ser autogestionados; que puedan generar recursos para su mantenimiento, a partir de la explotación de servicios para uso interno, vendiendo servicios a terceros.
Es por ello que, también a partir de esta situación, es imaginable la implementación de sistemas asimilables a los de "tiempo compartido", en los que los usuarios solo comprarían el tiempo de uso (aproximadamente un tercio de la vida útil de la vivienda); mientras los mecanismos de propiedad inmueble sean los que provean de la necesaria seguridad de futuro. (Desde nuestro equipo de investigación se estudian variantes para la compra de ese "tiempo compartido" a partir de cuotas de ahorro, durante determinado tiempo previo a su jubilación. Complementariamente, se analizan las posibilidades jurídicas de implementar en Argentina mecanismos asimilables a los de Hipoteca revertida, desarrollados en Estados Unidos).
Premisas y consideraciones para un hábitat inclusivo
Partimos de que una mejor comprensión de las necesidades y aspiraciones de la gente debería ser la razón de la actividad del arquitecto, a la que se subordinarán sus conocimientos, sus aptitudes, sus concepciones expresivas y semánticas. Por eso debemos comprender primero que estas extrapolaciones, que hacemos para aproximarnos a las necesidades específicas de la tercera edad, deben ser integradas a una concepción unitaria de la vida de la gente. Entonces, si comprendimos que es precondición para un mejor envejecimiento la capacidad de adaptación (capacidad que se adquiere y cultiva durante toda la vida), entenderemos mejor lo que significa la capacidad de adaptación del ambiente construido. Y desde allí deberemos replantearnos nuevamente esas premisas fundamentales en el diseño del hábitat, que son la adaptabilidad y la flexibilidad.
Pero para enmarcar esas premisas debemos tener en cuenta antes dos grupos de condicionantes:
- Los que derivan de los requerimientos de uso. - Los que se pueden asumir como actitudes típicas.
Requerimientos de uso
Si bien la mayoría de estas consideraciones se tienen en cuenta en cualquier proceso de diseño del alojamiento, los requerimientos extremos sirven para visualizar mejor el lugar que ocupan las decisiones; por eso aquí enfatizaremos los que adquieren especial preponderancia cuando se plantea el caso de la vejez, y lo hacemos a partir de las dificultades que condicionan la percepción y utilización del entorno físico:
- Dificultades cinestésicas: motoras; prensiles; equilibrio. - Dificultades sensoriales: visuales; auditivas; táctiles. - Dificultades cognoscitivas: orientación; memoria; demencias Por supuesto que estas dificultades no evolucionan aisladamente ni tampoco se dan todas en la misma magnitud. El hecho de enumerarlas y analizarlas por separado para nada puede significar que se atienden a unas en detrimento de otras. Porque en general cualquiera de éstas, que pueden originarse por distintos motivos, arrastran a algunas de las otras, incrementando sus efectos.
A modo de ejemplo, una de las consecuencias más comunes derivadas de una o varias de esas dificultades, son las caídas, origen a su vez de un sinnúmero de patologías. (El accidente – sintomático o causante de otras patologías - que más crece estadísticamente con el envejecimiento, llegando a constituir como tal la causa más frecuente de muerte después de los 65 años). Por tal motivo ampliamos aquí algunos datos y comentarios que pueden ilustrar sobre su posible incidencia como premisa de diseño:
- Las caídas en la 3ª Edad (según el FICSIT - Falls and Injuries Cooperative Studies on Inervention Techniques - de Atlanta) reconocen tres factores causales: personales o intrínsecos (enfermedades crónicas, déficits neurológicos, etc.), conductuales (actividades y elecciones que pueden alterar el mecanismo de balance, como correr o usar calzado inapropiado) y ambientales (obstáculos en el área de circulación, iluminación inapropiada, etc.).. En estudios realizados por nosotros, confirmamos las mismas causas de accidentes en grupos de ancianos caedores; con preponderancia de caidas en la calle o en el dormitorio; y el equipamiento inadecuado (altura de alacenas y armarios, por ejemplo) como motivo de comportamientos peligrosos.
- Un programa piloto realizado en Australia entre 1993 y 1995 indicaría que, mediante simples modificaciones en el hogar, para eliminar factores de riesgo en adultos mayores sanos con 1 caída /año, se redujo en un 60 por ciento la incidencia de caídas después de esas modificaciones. Esas mejoras implican una labor educativa y de concientización que no permite aislar experimentalmente las alteraciones del entorno como tales, pero seguramente permiten comprender mejor la importancia de la relación entre el entorno y la conciencia del mismo. El programa se denomina "Make it safe" y se desarrolla en "Preventing falls in the elderly at home: a community-based program" Peter G.Thompson, Epidemiology Branch, South Australian Health Commision. Adelaide, S.A.
- Los ancianos frágiles son más propensos a las caídas por causas personales, pero su inseguridad intrínseca los hace más precavidos y, como consecuencia, menos expuestos a las deficiencias del entorno como causal de accidentes. Los más vigorosos son más susceptibles a esas deficiencias (por más confiados en su capacidad de reacción) que así, para ellos, adquieren mayor relevancia como factor de riesgo (haciéndose allí más necesarias las medidas precautorias y educativas). Según un estudio prospectivo "Home hazards and falls in the ederly: The role Health and Functional Status" por Many E. Northridge, Mitchael C. Nevitt, Jennifer L. Kelsey and Bruce Link.
Actitudes típicas
Esta dicotomía entre ancianos frágiles y vigorosos suele asociarse con sendas actitudes y comportamientos a los que podemos llamar el síndrome del pusilánime y el síndrome de Tarzán; el del que no se anima a hacer casi nada y el del que se cree capaz de casi todo.
Los médicos conocen bien estas predisposiciones: la del que se cuida más de los necesario y la del que se expone mas de lo conveniente. Independientemente de la historia previa de cada uno de estos estereotipos, de los valores o simpatías que cada uno ponga en juego, estos extremos nos ayudan a pensar sobre qué clase de ambiente requiere o propone cada uno de ellos. El pusilánime solicitaría un hábitat sobreprotector, sin sorpresas, blando, siempre controlable. A Tarzán le gustaría vivir en un medio que le permita poner en juego todas las predisposiciones de su entusiasmo.
Pero un ambiente total y permanentemente controlable y libre de peligros es solo alcanzable en forma de territorios muy acotados; cuando se sale de él se está más expuesto, sin entrenamiento previo, a los avatares del entorno común.
Entonces; ¿cómo mantener despierta nuestra capacidad de atención y un cierto entrenamiento sensorial y físico (que no consista solo en una gimnasia programada), en viviendas y ciudades que permitan y sugieran un uso pleno de nuestras aptitudes, pero donde los peligros que se pueden encontrar sean reconocibles, evitables y superables?
Porque, paralelamente, las dificultades antedichas acarrean más lentitud en los movimientos y el andar, inseguridad, temor, depresión; que, aunque no deriven en consecuencias traumáticas directas, están en el origen de un cambio de actitud en el desenvolvimiento de los adultos mayores.
Por eso, al considerar esos requerimientos y actitudes, deberíamos tener en cuenta al menos otras dos predisposiciones que los enmarcan y en los que podríamos apoyar nuestras estrategias:
- La primera sería un incremento de los hábitos y las rutinas. Para describirla transcribiremos estos párrafos de Simone de Beauvoir, de su excelente libro "La Vejez": "Contra la precariedad objetiva de su situación, contra su ansiedad íntima, el viejo trata de defenderse; hay que interpretar -por lo menos en gran parte - como defensa la mayoría de sus actitudes. Hay una que es común en casi todos: se refugian en sus hábitos. "Hay una marca de la edad que me sorprende más que todos sus signos físicos: la formación de hábitos". (...) El papel del hábito, bajo su doble forma de automatismo y de rutina, es tanto más esencial para el anciano cuanto más degradada está su vida psíquica. (...) Los montajes, la rutina, sólo pueden funcionar si el mundo exterior está exactamente reglamentado y no suscita ningún problema: cada cosa debe estar en su lugar, cada acontecimiento debe producirse a su hora. En parte por eso el menor desorden irrita al anciano de una manera que puede parecer enfermiza. (...) el anciano tiene más de un motivo para aferrarse a sus hábitos; pero también se habitúa a tener hábitos, lo que lo lleva a obstinarse en manías desprovistas de sentido. (...) Por el contrario, cuando un hábito está bien integrado en la vida, la enriquece, hay en él una especie de poesía. (...) El viejo concede más valor que nadie a la poesía del hábito, pues confundiendo pasado, presente, futuro, lo arranca del tiempo, que es su enemigo, le confiere esa eternidad que ya no encuentra en el instante..."
- La segunda sería la asunción de una actitud contemplativa, que aparece en la vida del anciano al tener una mayor cantidad de "tiempo libre", que no alcanzan a llenar las actividades cotidianas de ;mantenimiento; ni las que son asumidas como nuevas rutinas y hábitos. Esto lo lleva a pasar buena parte de ese tiempo observando lo que sucede o esperando que las cosas sucedan de una determinada manera, en general la misma manera en que sucedió la vez anterior. Los que durante su vida han sabido ejercer un cierto contacto con la naturaleza, en general estarán mejor dispuestos a canalizar esa actitud contemplativa, que ayuda a ordenar y reconocer el tiempo, en la observación de sus desarrollos cíclicos. Pero la mayoría de los viejos urbanos prefieren observar (a veces parecen controlar) los movimientos y actividades de los otros; de los más jóvenes, de una mascota, o de otros viejos, con los que puedan comentar esas actividades, previéndolas y registrando las pequeñas alteraciones. Porque la observación de las rutinas también ayuda, como el asumirlas en los comportamientos, a defenderse de sus temores y de sus inseguridades.
En base a estos requerimientos y actitudes podemos plantear dos campos de acción, independizables en el modo de encararlos, pero necesariamente unidos en sus efectos:
- Una educación y concietización que ayude a comprender y ejercitar comportamientos acordes a la edad y a las posibilidades de cada individuo. (Tema a desarrollar en otro contexto)
- Un entorno que nos permita movernos y desarrollarnos plenamente, capaz de motivar actitudes enriquecedoras del modo más seguro posible. (Tema que nos ocupa en este momento)
¿Qué hacer desde la arquitectura? En base a esas consideraciones se hacen estas reflexiones en una disciplina desde la que se estudia y construye el entorno físico habitable. Hoy están claramente definidas una serie de proposiciones y recomendaciones para la accesibilidad, la eliminación de barreras y trampas arquitectónicas; son las que atienden problemas puntualmente definibles y aislables para resolverse mediante acciones puntuales y se enuncian más adelante como respuestas de diseño constructivas.
Pero la arquitectura no puede reducirse meramente a aplicar normativas o recomendaciones. Por supuesto que no tendrá ninguna vigencia real si no las atiende, pero no será capaz de promover o complementar un verdadero desarrollo humano si no las supera. Y esa superación solo puede partir de una comprensión profunda de la situación vital a la que atiende (En este caso la de la vejez, como período que ya abarca hasta una cuarta parte de nuestro tiempo en la tierra y durante el cual, desde nuestras posibilidades, nos gustaría seguir participando y actuando).
Porque la arquitectura no es solo la ingeniería del hábitat, es una disciplina proposicional, que asume la posibilidad de producir un entorno más rico, más bello, más estimulante. Y ésto solo puede hacerse conectando con las ilusiones y la posibilidad de producir emociones que se desarrollan desde la niñez. Y esas respuestas y proposiciones deberán planteanse de distinta manera desde dos perspectivas y requerimientos: La del entorno a construir, donde la flexibilidad y adaptabilidad deben ser consideradas como requisitos programáticos; y la del entorno ya construido, donde habrá que diferenciar los elementos duros de los que son susceptibles de eliminación o de modificaciones. Y desde cada uno de éstos extraeremos experiencia, conceptos y teoría aplicables en el otro.
Entonces, para enunciar las posibilidades de adaptar o construir un alojamiento y un entorno capaces de cobijar los requerimientos y actitudes derivados del envejecimiento, y de dar cabida a esas ilusiones, vamos a avanzar desde el enunciado de unas respuestas de diseño y constructivas, para terminar en la proposición de unas pautas de actuación.
Respuestas de diseño y construcción
Las respuestas de diseño y constructivas abarcan desde las más “automáticas o mecánicas”, en el sentido de facilitar los movimientos, hasta las más abstractas, más difíciles de enunciar (o de detectar como impedimento). Porque las primeras son más fáciles de asociar a una forma (o al tratamiento de una forma) que da respuesta a un uso, o que lo dificulta; y las otras, en cambio, aluden a requerimientos ambientales u organizativos más difusos, o que requieren la sincronización de varias respuestas formales. Llamaremos entonces, para su enunciación, formalizables a las primeras y o;ambientales a las segundas, conscientes de la imposibilidad de desvincular, en su asunción, unas de otras.
- Respuestas formalizables serían las que se dirigen, en general específicamente, a resolver los problemas asimilados, por simplificaciones conceptuales, a la eliminación de barreras arquitectónicas o trampas del entorno. Casi siempre van dirigidas a atender o atenuar las dificultades cinestésicas: de movilidad, accesibilidad, aprensión manual. Son enunciables desde una ergonomía de la discapacidad, y se resuelven mediante elementos (formas u objetos) y/o tratamientos de los mismos. Una enumeración básica incluiría: las rampas al 6 por ciento de pendiente; los pasamanos a 0,70 y 0,90m. de altura; suelos antideslizantes; eliminación de obstáculos de paso; altura de asientos, muebles, alacenas, etc.; agarraderas en baños; forma y tamaño de manijas, botones, asas, etc.[7]
- Respuestas ambientalesson las que se dirigen a resolver requerimientos de origen sensorial o cognoscitivo que, si bien están en el sustento de toda percepción y reconocimiento del espacio físico, se hacen más evidentes cuando atienden trastornos o disminuciones como las derivadas del envejecimiento.
Están en la base de la configuración del espacio arquitectónico, entidad objetiva (no formalizable en sí mismo, pero que permite ubicar y encontrar aquellos elementos formalizables), resultante de la conjunción de formas, texturas, colores, sonidos y, fundamentalmente, la luz que permite visualizarlo. Espacio arquitectónico que se refiere tanto al interior como al exterior de los edificios, a sus relaciones recíprocas; y que, a los efectos de estas consideraciones, abarca al espacio urbano.
Hacen a la organización de los recorridos (con todas las implicancias de tiempo que esto implica) y del fácil reconocimiento del entorno y de sus partes, imprescindible cuando disminuyen la memoria y la capacidad de orientación. Solo son asumibles desde una formación disciplinar experimentada en arquitectura y urbanismo.Una ejemplificación básica incluiría: Organizaciones espaciales claramente identificables; caminos y accesos reconocibles y diferenciables; tiempos de movimiento y recorrido realizables; diferenciación por color y textura de elementos "formalizables" (puertas, muebles, agarraderas); diafanidad.- luminosidad difusa con acentos significantes; atenuación de contraluces.[8]
A partir de la conjugación de respuestas formalizables y ambientales deberemos resumir las soluciones arquitectónicas y urbanísticas que resuelvan las necesidades y aspiraciones de los adultos mayores. Pero a su vez, para que esto pueda ser posible, habrá que conciliarlo con todos los otros condicionantes y las variables que inciden en la construcción del hábitat. Y, en el momento de tomar decisiones, habrá que establecer prioridades ("decidir es prescindir" decía W. Churchill).
Por eso, al adaptar o construir alojamiento para la tercera edad, lo ideal puede ser eliminar escaleras, desniveles o irregularidades en el suelo; asegurar unos anchos de paso y desplazamiento que permitan moverse con muletas o silla de ruedas; proveer alturas de muebles y artefactos adecuados; etc., etc.
Pero, si ese ideal no es totalmente factible, tendremos que hacer lo posible: Si no podemos eliminar escalones, es fundamental iluminarlos, texturarlos y acompañarlos de pasamanos; y reacomodar las actividades de los viejos de modo que se resuelvan en una sola planta (mejor, a nivel de la tierra). Aunque no se puedan cambiar artefactos en el baño, instalar agarraderas. Si no se pueden reponer solados, eliminar las pequeñas alfombras en el interior; y texturarlos, para hacerlos antideslizantes, en el exterior.
Por supuesto que esas respuestas de diseño y constructivas no generan por sí mismas aquellas ilusiones ni emociones que constituyen el verdadero motor vital, aquel que asociamos a un proyecto que enmarca o da nombre a las ganas de vivir. Las que van asociadas a un cierto sentido de aventura (física o mental) motivada por una curiosidad militante y motora. (Esa idea que desde Grecia se asume como valor en occidente, diferente de una actitud mas teosóficamente resignada).
Ese sentido de aventura, que tiene sus inicios en la infancia, posiblemente sea reasumible a lo largo de nuestra vida, también en la vejez. Y entre los innumerables desencadenantes posibles de motivaciones vitales, deberíamos incluir seguramente algunos factores que favorezcan y propicien el valor estimulante del entorno.
Pautas de actuación
En función de ésto, y por sobre esas respuestas de diseño y constructivas - formalizables y ambientales - vamos a resumir unas “pautas organizativas” y unas “pautas motivadoras” que podemos enunciar así:
- Pautas organizativas serían aquellas proposiciones y consideraciones (algunas de ellas ya asumidas expresamente desde políticas oficiales en muchos países) que podemos definir como superestructurales; dependen de decisiones que se deben tomar desde la promoción de las operaciones, involucrando (además de las obvias cuestiones económicas) compromisos y vinculaciones entre distintos agentes, cuestiones urbanísticas y de suelo disponible, los modos de gestión, etc. Son aplicables a emprendimientos de la administración pública, privados o mixtos; y enmarcan y condicionan las decisiones estrictamente arquitectónicas o urbanísticas; porque surgen de consideraciones que hacen al modo de vida que nos proponemos. Las principales serían:
-Preservar y adaptar, en lo posible, el entorno doméstico habitual.
-Promover que un necesario cambio de residencia, o la adaptación del habitual, pueda ser asumido como proyecto vital, antes de que resulte traumático e impostergable.
-Evitar enfáticamente las grandes concentraciones de ancianos en grupos de viviendas o residencias: no mas de 100 a 150 ancianos (y en lo posible menos) y organizándolas para facilitar su uso en pequeños grupos de personas.
- Que la vivienda o residencia esté siempre integrada, accesible y asimilada al entorno urbano.
- Apuntar a la continuidad del plano del nivel cero urbano que, sumada a la estrategia del transporte adaptado, permitiría el acceso concreto en todos los puntos.
- Que los servicios que acompañan grupos de vivienda o residencias específicas estén abiertos al uso externo de ancianos y de la comunidad.
-Promover la participación activa de las entidades autogestionadas de ancianos (centros de jubilados y otras), y las comunitarias en general, en esa integración.
- Pautas motivadoras son las que asumimos pensando que desde el diseño del hábitat es necesario prever y posibilitar algunas actividades y actitudes que favorezcan la fruición, el goce en el uso más pleno de nuestras capacidades cinestésicas, sensoriales o cognoscitivas. El encuentro y la charla, los juegos de salón o al aire libre, los hobbies y tareas manuales, la huerta y jardinería, leer o escuchar música, contar cuentos o cantar, pueden ser acciones superadoras de la mera TV si sabemos colocarlas en el camino y al alcance de la vida cotidiana. Y podemos ayudar a que el acceso a ellas comprometa una voluntad y un esfuerzo posible para realizarlas; y que el camino o el modo de canalizarlas involucre una acción física o mental superior a la necesaria para las actividades de mantenimiento o las rutinas cotidianas. Porque creemos que, desde la organización del entorno, es posible ayudar a inducir aquel placer de usar nuestras aptitudes, que desde niños constituye la más creativa fuente de alegrías.
Reflexiones finales
Como ya se dijo, el acelerado envejecimiento de la población ha generado a veces acciones unidireccionales que fueron derivando en la institucionalización o la "ghettización" de los grupos de ancianos alojados. Porque las primeras reacciones ante problemas nuevos normalmente consisten en generar respuestas específicas, fuera de contexto, estereotipadas. (Recordemos cómo consignas higiénicas, fundamentadas teóricamente desde los postulados del Movimiento Moderno, derivaron en rutinas constructivas y simplificaciones urbanísticas, proclives para la especulación inmobiliaria, catastróficas, que tardaron mucho tiempo en reelaborarse, dejando gran cantidad de ciudad desestructurada). Así, se hicieron muchas viviendas y barrios especialmente planteados para ancianos; y se redactaron innumerables recomendaciones, reglamentos y leyes para eliminar "barreras arquitectónicas".
En función de esto, viviendas para la tercera edad fueron heredadas o readquiridas por jóvenes; barrios realizados especialmente para jubilados fueron rodeados de rejas y sistemas de seguridad que generan más aislamiento; y se agregan rampas (desde veredas rotas) para acceder a edificios por los que luego es más difícil circular que entrar; se proveen autobuses de piso bajo sin acondicionar andenes de parada (y para ser llevados por los mismos conductores neurotizados y prepotentes de nuestras grandes ciudades). Así, se invierten esfuerzos y dinero en la construcción de parches que ni empiezan a resolver el tema y que hacen creer, a los que toman las decisiones, que van solucionando problemas.
Hoy está cada vez mejor asumido que es necesario preservar la inclusión social de la tercera edad en una comunidad integradora desde parámetros etáreos, raciales, religiosos, etc. Que es imprescindible tratar estos temas ecológicamente asumiendo esta longevidad sin precedentes de nuestra especie. Y es a partir de esa asunción que deberemos replantearnos nuestro hábitat.
Si en los últimos 100 años hemos construido tanta teoría arquitectónico urbanística (mala, regular y buena); si hemos construido tanta ciudad (mala, regular y buena); incorporando el w.c., la electricidad, el automóvil, las comunicaciones; si hemos desarrollado una medicina y unos sistemas previsionales que permiten sobrevivir (aguantar) hasta edades avanzadas; seguramente podremos imaginar y evolucionar hacia un mundo que contenga a los viejos socialmente integrados en un hábitat seguro y estimulante.
Creemos que este enfoque permite recalcar que el alojamiento, que puede ser considerado como una cuestión estadística, jurídica o económica -y arquitectónica-, debería asumirse como un tema sanitario, como una necesidad vital.
Deberemos comprender que la vida cotidiana es la que ocupa casi todo el tiempo de nuestras vidas, y que su calidad transcurre inexorablemente unida a la del ambiente en que se desenvuelve. Por eso, la calidad de vida que nos propongamos deberá evolucionar en todos los frentes. Y nosotros (los arquitectos) sabemos que la calidad ambiental (la que ayudamos a construir) no es algo que se podrá agregar otro día, cuando tengamos dinero; sabemos que es un desencadenante estratégico (como la educación), además de aquella necesidad vital. Sabemos que es un rasgo clave en la cultura de los pueblos.
Por eso la construcción o el reacondicionamiento de una casa es un motivo de ilusión para toda la gente; porque permite inferir que en ese nuevo ámbito se realizarán las aspiraciones y los sueños que se vislumbran desde esa cultura. Y esto no solo les sucede a los jóvenes que se van a casar. Seguramente también esta ilusión se la podría plantear la gente como proyecto para su vejez. Para que el pusilánime y el aventurero se muevan con más seguridad y que ambos encuentren motivos de sugestión capaces de promover la intriga, la curiosidad, las ganas de vivir.
Porque es probable que la tercera
edad pueda ser más plena si la vislumbramos como un proyecto,
una edad en la que podremos hacer cosas que tuvimos que postergar mientras
estuvimos produciendo o criando hijos; más plena que si la encaramos
solo con resignación y nostalgia por lo que dejamos. Y algunas
de esas cosas podremos hacerlas readaptando nuestro hogar o en una nueva
casa.; y en una ciudad reconocible, accesible y auspiciosa, que nos
contenga a todos.
Notas
[1]Equipo
de investigación pluridisciplinar Hábitat y Comunidad
para la Tercera Edad.
Arquitectos: Escudero,
Juan Manuel (director); Badillos, Gastón; ;Orso, Antonino; Irazabal,
Graciela; Passantino, Luis Daniel; Rigone, Horacio; Santella, Hugo;
Temperley, María Paz; Yeannes, Mariana. Médico; (Geriatra;
Gerontóloga): Scharovsky, Diana. (asesora).
Lic. Sociología:
Barbieri, María Cristina; López, Jorge (asesor). Lic.
Psicología: Canale María. Inés; Mulero, Elvira.
Economía, C.P.N.: Vega, Roberto. Derecho: Mayorano, Ernesto.
(asesor) Terapia Ocupacional: Roumec, Bettina.
[2]En el contexto de este contradictorio marco macrosocial, la Cultura de la Ancianidad constituye un sistema de valores con sus elementos particularizadores y que está también en relación con la orientación global homogeneizadora. Sin embargo, conecta con ella desde su situación específica, puesto que las personas mayores no pueden plantearse la producción, pero sí el consumo, y esta particularidad, añadida a la proximidad de la muerte, da origen al desarraigo y al estigma que constituyen la base de la relación de la Cultura de la Ancianidad con los demás grupos de edad, con el resto de la sociedad.” (Fericgla, 1992. p. 18)
[3] "Desde este punto de vista, el siglo XX puede ser considerado como la época de la conquista del espacio, pero no en el sentido de los cosmonautas: el conjunto de la población francesa ha conquistado el espacio doméstico necesario para el desarrollo de la vida privada (...) Ahora bien, estos cambios cuantitativos implican cambios cualitativos. Más espacio para vivir en la propia casa es otro espacio y otra manera de vivir en él. El aumento del espacio en las viviendas se ha realizado mediante el aumento del número de habitaciones, y ello ha implicado su especialización funcional. Se dispone una nueva configuración del espacio doméstico donde aparece una gran novedad, al menos para el pueblo: el derecho de todo miembro de la familia a llevar su propia vida privada. Así la vida privada se desdobla: en el seno de la vida privada familiar nace la de los individuos" ( Ariès y Duby, 1989. Tomo V p. 62 y 71)
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