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Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98
Vol. VII, núm. 146(017), 1 de agosto de 2003

CÓMO LA CASA SE CONVIRTIÓ EN HOGAR. VIVIENDA Y CIUDAD EN EL MÉXICO DECIMONÓNICO

Enrique Ayala Alonso
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, México

Cómo la casa se convirtió en hogar. Vivienda y ciudad en el México decimonónico (Resumen)

La reforma liberal marca en México la culminación de un proceso de transformación social, económico y jurídico que influye poderosamente en las formas de habitar la ciudad y la casa. Uno de los resultados más sobresalientes de este proceso fue la constitución de la casa en Hogar; entendiéndola como el espacio primordial para una nueva familia celosa de su privacidad e intimidad y en una búsqueda creciente por la comodidad. No obstante para que esto sucediera la ciudad tendría que ser capaz de ofertar opciones de vida urbana suficientes para mantener a buen resguardo la casa; son los equipamientos urbanos los que desempeñaran esta función. La construcción del hogar fue también la redefinición de loa ámbitos público y lo privado, que ya no serían opuestos sino complementarios. El ciudadano, sujeto de derechos y obligaciones sería en todo esto el protagonista principal.

Palabras clave: reforma liberal, espacio público, ciudadano, propiedad privada, hogar.

How the house turned into home. Housing and city in the nineteenth-century Mexico (Abstract)

Liberal Reform marks in Mexico the culmination of a process of social, economic and juridical transformations that influences strongly in the ways of residing in the city and in the house. One of the most outstanding results of this process is the transformation of house into “ home”; understanding this as the principal space for new family, urged for privacy and intimacy and with a growing need of comfort. For this to happen the city should be able to offer suitable options of urban lifeto mantain the house with a good surveillance and care; urban equipments, are the ones which will redeem this function. The construction of home is too the definitionalso the redefinition of the public and private boundaries, wich will not becontraries anymore, but complements. The citizen, subject of rights and obligations, will be in all senses the main protagonist.

Key words: liberal reform, public space, citizen, private property, home.

Inicio de una transformación

El siglo XIX fue heredero de un cúmulo de mudanzas en diversos órdenes experimentadas hacía las últimas décadas del siglo previo y primeras de este mismo, cuando México era aún una colonia española. Estos cambios resultaron de la puesta en práctica de las Reformas Borbónicas, cuya repercusión en la ciudad se tradujo en la creación de nuevos equipamientos, servicios e infraestructuras; donde también hubo un cúmulo de disposiciones, bandos, reglamentos, etc., a través de los cuales se intentó modificar los comportamientos colectivos e igualmente introducir nuevas formas de producción. Por esos mismos años también la sociedad se vio influenciada por modas y comportamientos provenientes de otras latitudes distintas a las dominadas por España.

Mediante este proceso dieron inicio formas de concebir, edificar y vivir la urbe y la arquitectura que resultaron en la ciudad moderna. Los muchos elementos desarrollados a lo largo del Siglo de la Luces conformaron una revolución en las formas de habitar no sólo en la urbe sino en los edificios y llegaron a tener un peso específico considerable en la modernización urbana, similar al aportado por la industrialización y el desarrollo del capitalismo durante siglo XIX.

Las ideas urbanísticas ilustradas fueron un fenómeno de gran envergadura en las ciudades coloniales de América, que en mayor o menor medida se vieron transformadas. Este proceso, cuya etapa más vigorosa se produjo en las colonias americanas hacia el final del siglo XVIII, germinaría en el México independiente con otra reforma: la liberal. La capital del país se constituyó así en una urbe plenamente moderna, aunque su industrialización estuviera aún en ciernes o fuera prácticamente inexistente. Las desigualdades sociales también se acentuaron y predominó una vida de signo civil en oposición al ambiente de religiosidad que hasta entonces había sido patente.

A través de esta reforma el Antiguo Régimen quedó sepultado en México. Precisamente a consecuencia de esto fue que se constituyó el espacio público como un ámbito democrático, de libertades y derechos ciudadanos, y se definieron la propiedad y la vida privadas como los bienes más preciados de la sociedad moderna. Apareció también un nuevo personaje en la metrópoli: el ciudadano, el cual no únicamente era quién habitaba la ciudad sino quién había conquistado la igualdad de derechos y obligaciones dentro de la sociedad.

Un siglo completo consumió el proceso comprendido entre ambas reformas, donde la arquitectura se constituyó en el principal interlocutor de las transformaciones urbanísticas, sociales y económicas. La casa antes que otras edificaciones, fue donde se manifestaron las transformaciones más profundas, las cuales poco tuvieron que ver con cuestiones de estilo o de forma arquitectónica; por el contrario, tocaban las maneras de usar, vivir y modelar el espacio.

La construcción del espacio público, de igual manera tuvo su corolario en la casa, la cual se constituyó en el señorío de lo privado. Su implantación en el terreno, su organización interna, su manera de enfrentarse con la calle, los materiales que se emplearon en su construcción y su menaje se transformaron paulatinamente a lo largo de una centuria, para dar paso a nuevas formas de habitar expresadas en lo que comenzó a estimarse como privacidad, intimidad y confort.

Importa ahondar en el proceso de cambio de la casa a hogar a lo largo de esos años de conversión, pues fue precisamente en la constitución del dominio privado donde cobró sentido el espacio público más allá de su acepción como un conglomerado de calles. Se erigió en el lugar de la vida ciudadana, los derechos y las libertades civiles que tuvo su complemento en el ámbito privado, también lugar de gestación del individuo como nuevo ser social.

Un proceso irreversible: la s primera décadas de vida republicana

En el pensamiento de Antiguo Régimen lo público y lo privado eran simplemente términos opuestos. Lo primero se entendía como lo notado de todos; la potestad, jurisdicción y autoridad para hacer alguna cosa; lo que pertenece a todo el pueblo o vecinos y, también, el común del pueblo o ciudad.[1] Por el contrario, lo privado era lo que se ejecutaba a vista de pocos, familiar y domésticamente y sin formalidad o ceremonia alguna, o lo que es particular y personal de cada uno.[2] Pese a estas formas de definir lo público y lo privado, en la práctica cotidiana los límites entre ambas esferas eran aún bastante imprecisos.

A partir de las reformas borbónicas comenzó a tener un sentido esta oposición. Por una parte, la ciudad a través de sus servicios, redes y equipamientos poco a poco se fue constituyendo en un ámbito diferenciado y con los suficientes atributos para distinguirse de los espacios domésticos. En la casa, por su parte, se comenzó a poner freno a la invasión de lo externo, a lo de la calle, aumentando sus cualidades para constituirse en un mundo gratificante, seguro e intimista que brindaba protección a los riesgos y a las agresiones provenientes del mundo distante y ajeno que comenzaba a tener lugar en la calle. Se daban los primeros pasos hacia la construcción del hogar, pues al ser la casa del dominio de los particulares, se podía sustraer con más facilidad de la incertidumbre, las carencias y los múltiples problemas que aquejaban a la ciudad.

En términos de estilo, la arquitectura y en particular la casa, no registraron episodios notables durante el siglo XIX. Por el contrario, la indefinición formal puso en ellas el signo de los tiempos. La Academia de Bellas Artes, desde la cual en las últimas décadas de la vida colonial se había normado la producción arquitectónica, tuvo una existencia incierta. Por temporadas estuvo cerrada y en otras sobrevivió con penalidades y se dejó de dictaminar en ella sobre la calidad de las obras que habrían de hacerse en la ciudad,[3] lo cual ocasionó la pérdida del rigor y de los ideales arquitectónicos impuesto por los autores neoclásicos de la época precedente.

No obstante, los interiores domésticos experimentaron una reforma en favor de una casa recoleta, cómoda e higiénica. Casas de nivel medio, como las ubicadas al frente de las casas de vecindad —según un cronista de la época— mezclaban en sus interiores novedosos objetos importados de Europa con los de herencia colonial e indígena. El mobiliario de la sala por lo común se componía sillas y canapés de tule, conocidos en razón de su decoración como de pera y manzana. Pinturas de paisajes de los alrededores de la ciudad alternaban con imágenes religiosas en la decoración de los cuartos de la casa. Entre las pervivencias de antaño estaban el gran barril para el agua, el tinajero y las destiladeras, y entre las novedades se encontraban la arandela para el alumbrado nocturno, el aguamanil para el aseo cotidiano y el excusado ubicado en la azoteruela. Sólo en las casas de cierta posición llegaba a existir una tina de baño dotada de su correspondiente calentadera.[4]

Según este mismo escritor la transformación de las casas opulentas se produjo más o menos de la manera siguiente:

La casa [rica de antaño] era un primor: con cadena para la hora de comer. En el salón imágenes de Guatemala y cuadros con marcos de plata, tibores de China opulentísimos, sillas de alto respaldo con asientos escarlata de Macedonia, espejos de Venecia y un gran candil con ondas de almendras, flecos de canelones y candeleros de cristal.

Se alumbraba la sala con esperma; había sus tapetes frente al estrado, y era el pavimento un maque reluciente de púrpura con su cenefa de flores sobre fondo color de tierra.

En muchas casas el respaldo de la sala era un altar magnífico, y cuando no había altar, el baldoquín (sic) y las pantallas eran el principal adorno.

Cambiaron mucho esas decoraciones con la independencia; el sofá y los sillones tomaron posesión de las salas, cobraron grandes proporciones los espejos, los floreros en grandes capelos y los relojes de mesa anunciaron el lujo, y los hermosos cuadros constituyeron un adorno de buen gusto y riqueza.[5]

El acontecimiento más importante que se produjo en materia habitacional a nivel urbano en la primera mitad del siglo de la República fue la fundación de la Colonia Francesa en el barrio indígena de San Juan, donde aparecieron las primeras quintas o chaletes construidas por franceses avecindados en México. Se trataba de casas aisladas en medio del terreno con lo cual se iniciaba la construcción en las inmediaciones de la urbe de una tipología de casas de campo, que constituían un bloque arquitectónico en medio del predio, que al paso del tiempo se convertiría en arquetipo de privacidad. La vegetación en estas casas era una constante que no sólo les confería una nueva belleza y un ambiente más sano, sino que las protegía de la vista del exterior y aún de sus propias vecinas. En lugares más alejados de la ciudad como la villa de Tacubaya, donde las elites ansiosas de privacidad construían las nuevas mansiones concebidas para una vida moderna y opulenta, alejada del mundano ambiente de la ciudad:

…La [casa] de Escandón tiene la entrada hermosa, y desde ella se ve, allá en el fondo una parte de la fachada, pues la otra se esconde en el parque como esquiva, para excitar la curiosidad del visitante. Una calzada árboles nobles y elevados nos conduce hasta la entrada, que es circular; un peristilo corintio, con su enlosado de mármol de Génova, sostiene el segundo cuerpo de la casa. Las entradas, por los lados izquierdo y derecho, las forman dos pórticos también corintios. En lo interior, el patio se halla cubierto de una cúpula de cristal, y unas columnas de cantería, estucadas primorosamente, sostienen cuatro alas de portalería y corredores. El salón, comedores, billar, antesala y cocina están al estilo inglés, en el piso bajo. Las recámaras, baños y tocadores, todo con su debida separación é independencia, están en el piso alto. En la espalda están las caballerizas, las cocheras y cuartos para criados. Todo se halla bajo un pié de lujo brillante y que no desecharía un lord inglés. […] En el jardín hay kioscos, cenadores, grutas de hiedra y madreselva, y todos esos resortes de la jardinería para alegrar el ánimo. Hay un estanque de tres varas de profundidad para la natación, tiro de pistola, juego de bolos, un tren de caballos y carritos para los niños, una gran pajarera, faisanes dorados, cisnes negros de Australia con otras aves curiosas, y otros nuevos recursos de distracción y recreo…[6]

Esta casa donde eran patentes las conquistas de la época sobre la privacidad e intimidad, además del lujo y la comodidad, pertenecía a uno de los más encumbrados personajes de la época: Don Manuel Escandón y fue realizada por el arquitecto Vicente Escandón, quien había realizado sus estudios en Roma y Florencia.[7] Llaman la atención en esta crónica las múltiples alusiones que se hacían al estilo de vida inglés que se tenía como el más elegante de entonces, también tenido como lo más profundamente doméstico que se podía encontrar. Esta mansión junto a otras que se construyeron hacía la mitad del siglo en Tacubaya hicieron de esta población un lugar de vida ideal a donde la gente acudía en busca del aire puro y la belleza que ofrecía la ciudad. La población en este sitio aumentaba considerablemente en época de verano, no obstante muchos de poseedores de casas habitaban aquí de forma permanente. Algunos presidentes del país tuvieron aquí sus residencias oficiales.

Otras poblaciones cercanas a la ciudad con motivo del verano o de algunas fiestas patronales también atraían visitante, quienes igualmente habían construido casas de campo que a pesar de permanecer deshabitadas la mayor parte del año modernizaban y hacían crecer a estos sitios, tales eran los casos de la villa de Guadalupe, San Agustín de las Cuevas y Mixcoac (Figura 1). Son de llamar la atención las nuevas formas de vida que en ellos se desarrollaban como alternativa al ambiente urbano tenido por pernicioso e inseguro, dadas sus limitadas condiciones higiénicas y de falta de privacidad.

Figura 1. Casa del señor Michaud, ca. 1860. Casa de campo en la periferia de la ciudad.
Fuente: Archivo General de Notarías, vol. 1867, doc. 188

Funcionalización de la ciudad

La ciudad en su interior experimentaba una difícil transformación, pues a pesar de la emancipación de España, no demasiadas cosas habían cambiado positivamente. Se había abandonado la construcción religiosa y en su lugar se levantaban equipamientos civiles; algunos de ellos, como los mercados, atendían demandas funcionales de la urbe, pero las calles continuaban repletas de gente, gran parte de la cual eran desocupados, pues la falta de trabajo era uno de los mayores problemas que enfrentaba la urbe. Otros equipamientos eran los teatros, los paseos y los monumentos que fortalecían distintas formas de habitabilidad urbana y ofertaban diversas alternativas de vida fuera de la casa.

Los equipamientos instalados por los particulares para otorgar servicios a la población proliferaban por distintos rumbos de la ciudad; cafés, neverías, cervecerías, restaurantes, casas de baño y nuevos paseos, ofrecían una urbe muy distinta a la que años atrás vivieron los virreyes borbónicos y que con vehemencia trataron de modernizar. Los frutos de algunos proyectos ilustrados comenzaron a mirarse más claros que en su propia época, aunque lo conseguido en términos de modernización urbana era absolutamente desigual.

No faltaron tampoco proyectos como el de la penitenciaría, ya no para el castigo de los pecados, sino de los delitos, y también de los enemigos de los distintos gobiernos que se alternaban el poder. La vida de signo civil paulatinamente ganaba espacio, a pesar de que el viejo orden aún era vigente en la organización social corporativa heredada de la época colonial. La Iglesia también continuaba teniendo una presencia avasalladora.

En materia de urbanística, no hubo ninguna novedad en relación a lo plantado por la Ilustración. El Ayuntamiento en 1842 publicó, a manera de plano regulador para la Ciudad de México, un proyecto para modernizar la metrópoli colonial, elaborado casi cincuenta años antes por quien fuera Maestro Mayor de la ciudad, el arquitecto Ignacio Castera. La ciudad republicana carecía de un proyecto urbano propio, no obstante que en la práctica los usos del espacio experimentaban una transformación constante.

Las redes de infraestructura evolucionaron con algunos trabajos. El alumbrado público continuaba su ampliación lentamente. Al principio las lámparas usaron como combustible los aceites vegetales; en 1849 se introdujeron las lámparas de trementina y el gas hidrogeno se utilizó por primera vez hasta 1869. Pocos años más tarde un periodista narraba las particularidades de la modernización en este sistema: «… alumbra menos que el aceite de nabo del tiempo de los virreyes; y la empresa [que proporciona el servicio]… paga dependientes que apagan la luz del gas soplándole… Es cierto que por este procedimiento se llega al mismo fin, que quiere decir, á extinguir la luz; […] y así todo el mundo no sólo ve que tenemos gas, sino que lo huele.»[8] Las lámparas de arco voltaico aparecieron en 1881.

El tiempo de vida urbana aumentó notablemente con el alumbrado público y también la movilidad de la población al interior y en las cercanías de la urbe. En las primeras décadas de vida republicana los coches de alquiler aumentaron considerablemente y se establecieron sitios de carros de alquiler en diversos parajes de la ciudad. También creció el servicio de diligencias que comunicaba la capital con las poblaciones próximas. En la segunda mitad de la centuria se inauguró el ferrocarril a la cercana villa de Guadalupe, el cual comenzó a funcionar en 1857. El de Tacubaya entró en operación un año más tarde. Originalmente estos tranvías funcionaban con vapor pero a causa de los daños que las pesadas máquinas causaban a los pavimentos, y los rieles a las ruedas de los demás vehículos, fueron suspendidos en la octava década.

El agua potable fue la red menos atendida pese a la importancia que adquirió para la higiene personal y a la necesidad de surtir los innumerables equipamientos urbanos, entre ellos los baños públicos, cuyo número había crecido notablemente, pues los hábitos higiénicos también evolucionaban en favor de un mayor cuidado del cuerpo. El abasto a las casas continuó siendo proporcionado básicamente por los aguadores quienes se surtían en las fuentes públicas, aún alimentadas por los acueductos coloniales. Sin embargo, alrededor de la mitad de la centuria, se introdujeron los pozos artesianos, cuya iniciativa se ha atribuido a Sebastián Pane,[9] propietario de una famosa alberca que llegó a ser uno de los lugares de recreo más concurridos de la ciudad.

En la segunda mitad del siglo proliferaron sitios de diversión y esparcimiento para los todos sectores de la población. Las albercas gozaron de gran preferencia al igual que los tívolis, que eran restaurantes ubicados en amplios terrenos arbolados a las orillas de la ciudad, donde el servicio se ofrecía en kioscos o cenadores aislados y rodeados de una vegetación abundante. Esta característica permitía mantener la privacidad de quienes asistían a festines por motivos amistosos, políticos o por amores prometedores y también furtivos.[10]

Las albercas estuvieron por diversos rumbos, sin embargo, fueron célebres las ubicadas en el poniente y al sur de la ciudad, donde se practicaba la natación.[11] Además de los hábitos higiénicos la población adquiría gusto por el deporte, a pesar de ser tenido sólo como una forma de diversión. Los paseos igualmente fueron una alternativa de recreo; algunos de ellos eran parte de la herencia colonial, aunque en el siglo republicano aparecieron algunos más. Entre ellos los paseos públicos de las Cadenas en la Plaza Mayor y el de la Reforma abierto a la libre concurrencia en 1877. Otros paseos fueron los de la Pradera y el Gran Paseo de la Retama.[12] Este último era de propiedad privada y se componía de dos secciones: el Departamento de las Musas y gente fina y el Departamento del pueblo.[13]

El teatro también evolucionó como una importante opción de esparcimiento para la población. Al teatro del Coliseo, de origen colonial, se sumaron varias salas más. La diversidad de representaciones estaban dirigidas a todos los gustos posibles, aunque muchos de los espectáculos estaban constituidos por obras y figuras de renombre mundial, otorgando en este renglón un carácter cosmopolita a la ciudad.

Todas estas obras patentizaban importantes mejorías en la urbe. Sin embargo, era también bastante distinta a lo planteado en la segunda mitad del siglo XVIII en los discursos de policía. Los artesanos expuestos a los avatares mercantilistas y sin contar con opciones de una producción industrial, sobrevivían con grandes penalidades organizados en torno a mutualistas que apenas servían para paliar algunos de sus más graves problemas. No se había logrado el bien común imaginado por la Ilustración.

Finalmente, la cristalización del hogar

La falta de sustento jurídico para los cambios realizados las primeras décadas de vida independiente del país evidenciaban un desequilibrio entre la modernización de la ciudad y la organización social. La falta de libertades, de trabajo y derechos civiles contrastaban con la oferta de opciones de vida urbana configurada por los servicios, infraestructuras y equipamientos que no habían dejado de progresar, aunque fuera desigualmente y con lentitud. La paulatina conformación de una nueva domesticidad dentro de la casa igualmente discrepaba con la pervivencia de la propiedad corporativa. La ciudad continuaba sin poder expandirse por falta de tierras y con una creciente problemática habitacional, donde también se evidenciaba el contraste entre la definición de una nueva forma de vivir la casa y la falta de opciones entre la mayoría de los pobladores de poderlas llevar a cabo.

En la sexta década el conflicto entre los proyectos de nación defendidos por políticos conservadores y liberales se resolvió en favor de estos últimos y se promulgaron de las Leyes de Reforma. Esta legislación dio salida a muchos rezagos sociales y materiales. Se decretaron leyes sobre el matrimonio civil y el divorcio; la desamortización de lo bienes de las corporaciones; la nacionalización de las posesiones del clero; la instrucción pública; la libertad de imprenta; la secularización de panteones, hospitales y establecimientos de beneficencia y, sobre todo, vio luz la Constitución política de 1857.

En esta carta se aseguraban las garantías del hombre, los derechos del ciudadano, el orden de la sociedad y se puso fin a los vestigios del antiguo régimen que lastraban la evolución social. Desapareció el corporativismo en los órdenes social, económico y político, para colocar en el centro de la escena al individuo. Se garantizaron la supresión de la esclavitud, la consagración del domicilio, la inviolabilidad de la propiedad, las libertades de pensamiento, de tránsito y de trabajo.

A través de esta constitución el país finalmente se formalizó como una nación moderna, que entre sus mayores logros estuvo la prescripción del fuero eclesiástico que tanto había influido la vida cotidiana, la política, la economía y a la sociedad novohispana y de las primeras décadas independientes. A partir de este momento comenzó la existencia laica y la vida ciudadana. Igualmente estas leyes dieron un nuevo impulso a dinámicas económicas que venían manifestándose desde tiempo atrás.

Una de las leyes de mayor trascendencia fue la relativa a la Desamortización de fincas rústicas y urbanas propiedad de corporaciones civiles y religiosas, promulgada en junio de 1856, pues dinamizó la economía, al poner en circulación los grandes capitales cautivos en la propiedad inmueble y abrir el mercado de suelo urbano que permitió la expansión de la ciudad. Varios fraccionamientos se crearon en la periferia urbana sobre tierras pertenecientes a haciendas y ranchos y algunas otras de antigua propiedad religiosa; sin embargo, este impulso pronto se contuvo, debido a una inesperada oferta de inmuebles habitacionales al interior de la ciudad, producto de los acontecimientos políticos.

Con la desamortización el problema habitacional había encontrado una aparente salida, al existir un mercado de viviendas que en primera instancia favorecía a los inquilinos que las ocupaban, pues tenían prioridad para adquirirlos sobre cualquier otro comprador. Sin embargo, para hacerse acreedor a ellas era necesario estar al corriente de los pagos de renta, lo cual no era común en una población empobrecida y no fueron demasiados los inquilinos beneficiados. Por el contrario, esta liberación de casas dio otra dimensión al problema de la habitación, pues varias de ellas nuevamente fueron monopolizadas, sólo que ahora por particulares, quienes fueron menos tolerantes que los religiosos y exigían el pago puntual de las rentas y constantemente recurrieron al desahucio amparados en las nuevas leyes.

Tres años después de esa ley se promulgó, en julio de 1859, la de nacionalización de los bienes del clero secular y regular, que tuvo mucho de revancha política de parte del gobierno de Benito Juárez, quien se había visto obligado a un prolongado exilio en otras ciudades del país. La mayoría de los edificios del clero fueron incautados y varios conventos divididos y, sin mayores reformas arquitectónicas, fueron ocupados como casas con un número muy variable de cuartos, la mayoría de ellas carecía de servicios y algunas tenían accesos en servidumbre a través de otras viviendas. Otros conventos más fueron mutilados o vendidos a particulares, quienes los demolieron y en su lugar se levantaron construcciones de todo tipo, entre ellas varias casas.

Esta repartición de inmuebles centrales desalentó la colonización de los fraccionamientos periféricos que ofrecían a los compradores todas las virtudes de una vida sana, tranquilidad y belleza que no existían en la ciudad. En un folleto promocional de la colonia Condesa publicado en 1859 se decía que la finalidad de dicho fraccionamiento era, además de unir «…la Capital con la Villa de Tacubaya […], proteger el trabajo, el valor y la subdivisión de la propiedad de la población que allá se dirige espontáneamente y de preferencia atraída por las favorables condiciones de salubridad y situación de abundancia y belleza.»[14]

Pese a todo, el hogar que desde tiempo atrás paso a paso se había estado conformando finalmente pudo cristalizar. No eran únicamente las mansiones de las elites las que podían ser un refugio ante el bullicio de la ciudad y ofrece una mayor calidad de vida. Muchas otras casas de nivel medio construidas en las nuevas colonias y en la misma ciudad se proveyeron para ello. Las técnicas y materiales constructivos desempeñaron un papel fundamental. Los muros se recubrieron de yesos decorados y pintados, las viguerías de los techos se ocultaron por los cielos rasos y los pisos de baldosas se cambiaron por entarimados de madera. Esto último obligó a levantar el nivel de las plantas bajas, pues era necesario airearlos, lo cual elevó los interiores respecto de los patios y de las calles, dando un mayor resguardo al interior (Figura 2).

Figura 2. Casa Porfiriana, finales del siglo XIX. Los interiores de la casa se elevaron respecto del exterior.
Fuente: Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México

Otras casas se separaron del frente y de los bordes del terreno. Esto puso una brecha con las casas vecinas y con la calle. La tipología de la casa aislada o de bloque comenzó a ser común (Figura 3). La casa de patio de origen colonial continuó construyéndose reconfigurada, pues la mayor altura de los interiores respecto de los exteriores le confería nuevas cualidades de habitabilidad. Se diferenciaba claramente el adentro del afuera en el mismo interior, pues los patios y jardines se usaban separadamente de las habitaciones y lo mismo sucedía con relación a la calle; quedan perfectamente establecidos el imperio de lo privado y el mundo de lo público. Los servicios, antes ubicados en los bajos, en la nueva casa se dispusieron al fondo de la misma; lo meramente funcional debería disimularse, también los aposentos se ocultaban para guardar la intimidad y sólo los recintos destinados a la vida social podían mostrarse.

Figura 3. Casa de la Sra. Braniff, finales del siglo XIX. Los jardines aislaban a las casas de la calle.
Fuente: Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México

Las casas ricas se equiparon con todas las comodidades. Salones de recepción, salas para conversar, salas íntimas, despachos, bibliotecas, billares, boliches, toiletes, cuartos de costura y recámaras para visitas eran algunos de los equipamientos domésticos en los nuevos hogares. Kioscos, fuentes, bancas y hasta lagos y grutas artificiales engalanaban los amplios jardines de muchas mansiones porfiristas, donde posiblemente la idea de la domesticidad llegó a su momento más espléndido (Figura 4).

Figura 4. Interior de una casa porfiriana, finales del siglo XIX.
Fuente: Genaro García, Crónica oficial de las fiestas del primer centenario de la Independencia de México

La morfología urbana resultante de esta arquitectura habitacional era muy distinta a la tradicional en la vieja ciudad, constituida por planos de fachadas continuas y perfiles regulares. La nueva forma de la ciudad era intermitente o discontinua, pues tanto se conformaba por casas remetidas del alineamiento y separadas de sus vecinas como por casas alineadas sobre la banqueta a la vieja manera de hacer ciudad (Figura 5). Los estilos arquitectónicos de moda también tuvieron una presencia importante en la conformación urbana que comenzó a distanciarse de la armonía de los edificios construidos bajo una misma tónica, en favor de una mayor diversificación formal (Figura 6).

Figura 5. Casas en la calle de Vallarta, finales del siglo XIX. La diversidad de tipologías habitacionales produjo una forma urbana discontinua.
Fuente: Tarjeta postal, colección E. Ayala

 

Figura 6. Calles de Bruselas y Liverpool, principios del siglo XX. Los estilos arquitectónicos contribuyeron a la diversificación formal.
Fuente: Tarjeta postal, colección E. Ayala

La edificación habitacional no estaba sujeta a ningún reglamento de construcciones, no obstante los códigos civiles estipulaban algunas normas para garantizar la convivencia entre los habitantes. La mayor parte de estas disposiciones procuraban mantener a buen resguardo la propiedad privada y preservar la privacidad dentro de las casas. Antes de 1872 comenzó a circular una publicación titulada Arquitectura legal,[15] donde su autor, el ingeniero Manuel Rincón, recogía gran parte de esas disposiciones que las complementaba con ideas tomadas de los trabajos de jurisconsulto francés Fremy Ligneville; el objetivo de este libro era dar a conocer los límites para edificar la nueva arquitectura con pleno respeto a los derechos de los otros. Se trataba sobre todo de preservar la privacidad, tan cara al hogar y desde luego la propiedad de los particulares.

La paulatina transformación de las de maneras de vivir iniciada en la época de la Ilustración culminó en la cristalización de la casa en hogar, no sólo por sus cualidades arquitectónicas para proporcionar la privacidad, la intimidad y la comodidad demandas, sino como el refugio de la familia nuclear, donde la autoridad paterna se erguía incontestable. Empero, para que todo esto sucediera la ciudad tuvo que ser capaz de brindar alternativas de vida urbana; sin el desarrollo de la esfera de lo público no hubiera sido posible constituir el mundo de lo privado.

 El liberalismo señaló la cúspide de la renovación doméstica, la cual es el corolario del proceso desplegado en la urbe y principalmente de las ideas políticas que dieron lugar a la creación del Estado moderno. Se concibió al individuo como parte del pueblo abstracto, quién a partir de entonces se convirtió en la esencia de la opinión pública y posee la facultad de participar activamente en los fenómenos políticos. También se crearon espacios para garantizar las libertades individuales más allá de lo que correspondería a cada uno de los individuos; así encontramos los poderes públicos, la opinión pública, los servicios públicos y la ciudad en su acepción de espacio público.

En este contexto lo privado se convirtió en un ámbito privilegiado. La propiedad y la vida privadas se constituyeron en los principales baluartes del Estado y se defenderían ante cualquier amenaza. Es precisamente a través de lo público donde se garantizan las nuevas formas de vida y de propiedad. El hogar es el santuario de ese modo de vivir y la más acabada representación material de esa forma de posesión.

 

Notas

[1] La Academia Española, Diccionario de la Lengua Castellana, Sexta edición, Madrid, La Imprenta Nacional, 1822, p. 672.

[2] Ibídem, p. 664.

[3] Al revisar los archivos de la Academia de Bellas Artes de San Carlos hemos podido comprobar que la Junta de Policía turnaba a la academia proyectos de todo tipo de edificios para ser sancionados antes de otorgar el permiso de construcción.

[4] Guillermo Prieto, Memorias de mis tiempos, México, Porrúa, 1985, pp. 123-124.

[5] Ibídem, p. 143.

[6] Marcos, Arróniz, Manual del viajero en Méjico ó compendio de la historia d la ciudad de Méjico, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1991, (Colección Facsímiles), [edición facsimilar de la de 1858], pp. 241 y 242.

[7] Manuel Payno, «Tacubaya» en Noticias de la Ciudad de México y de sus alrededores, México, Tipografía de Escalante y Cia., 1855, p. 407

[8] Facundo (José T. Cuellar), «Artículos ligeros sobre asuntos trascendentales», vol. I. en La linterna mágica, t. IX, Santander, Imprenta y litografía “El Atlántico”, segunda época, 1890, pp. 35-37.

[9] Prieto, Op. cit., p. 299.

[10] Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986, pp. 249 y 250.

[11] Guillermo Prieto, Op. Cit., p. 300.

[12] Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, México, Porrúa, 1986, p. 254.

[13] Prieto, Op. Cit., pp. 249 y 250

[14] Venta de terrenos en las inmediaciones de la Capital, México, Imprenta de Murguía, 1859, p. 1 (Folleto promoviendo la venta de terrenos).

[15] Manuel Rincón, Arquitectura legal, [s.p.i.] Datos en el interior de la obra permiten saber que se trata de una obra editada en México con anterioridad a 1872, probablemente de 1868.

 

Bibliografía

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DEL CAMPO, Salustiano. Diccionario UNESCO de ciencias sociales. T-IV, Madrid, Planeta-Agostini, 1987.

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Ficha bibliográfica:
AYALA, E. Cómo la casa se convirtió en hogar. Vivienda y ciudad en el México decimonónico. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146(017). <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-146(017).htm> [ISSN: 1138-9788]

 
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