Scripta Nova
REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES Universidad de Barcelona. ISSN: 1138-9788. Depósito Legal: B. 21.741-98 Vol. VII, núm. 138, 1 de abril de 2003 |
Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo de una interpretación del espacio (Resumen)
En este artículo exploramos las posibilidades que ofrece la toponimia para el estudio aplicado de procesos de marginalidad geográfica. Tomando como ejemplo algunos topónimos de Cataluña y Aragón, y de otros lugares de la Península Ibérica, documentados al menos desde la Edad Media, analizamos la evolución de estos nombres en sí mismos y en relación al ámbito espacial al que se han aplicado, o se aplican. Se trata de observar, en definitiva, si la toponimia nos suministra una información significativa para evaluar los procesos de transformación y cambio que sufre el territorio, y de comprobar si las situaciones de marginalidad física reflejadas por algunos topónimos antiguos se han visto alteradas, o no, por el paso del tiempo.
Palabras clave: marginalidad geográfica, toponimia, fronteras, centralidad/excentricidad, principio de excepcionalidad.Toponymy and geographical marginality. The names of place as a reflection of an interpretation of space (Abstract)
Geographical marginality is in essence a dynamic and changing concept. Just as a territory changes with the passing of time, places and the individual and collective perception of these places also change. As a result, the notion of marginality, from a geographical perspective, is always relative. Hence, its study requires an analysis of the fundamental co-ordinates that lie at the heart of geography: space and time. Based on this premise, this paper seeks to explore the possibilities provided by toponymy for the applied study of the processes of geographical marginality. Taking as examples a number of toponyms from Catalonia, Spain and different countries of the world, the paper examines the evolution of these names and their evolution in relation to the spatial context in which they have been, or continue to be, used. The objective of this study is to determine whether toponymy provides significant information for evaluating the processes of transformation and change undergone by a territory, and to verify whether situations of territorial marginality reflected by ancient toponyms have been altered with the passing of time.
Key-words: Geographical marginality, toponymy, borders, centrality, eccentricity, principle of excepcionality.Los nombres de lugar (también conocidos como topónimos o nombres propios geográficos) constituyen por sí mismos un amplio campo de estudio, cuyo interés no se circunscribe al ámbito académico[1]. De hecho, la naturaleza peculiar de estos nombres y su trascendencia social se encuentran en la base de la curiosidad que despiertan con carácter general. Un especialista en la materia, el lingüista Joan Coromines, ha explicado esta circunstancia de un modo que creemos muy elocuente:
“El estudio de los nombres de lugar es una de las cosas que más ha desvelado la curiosidad de los eruditos e incluso la del pueblo en general. Es natural que sea así. Estos nombres se aplican a la heredad de la que somos propietarios, o a la montaña que limita nuestro horizonte, o al río de donde extraemos el agua para el riego, o al pueblo o la ciudad que nos ha visto nacer y que amamos por encima de cualquier otra, o a la comarca, el país o el estado donde está enmarcada nuestra vida colectiva. ¿Puede pensarse que el hombre, que desde que tiene uso de razón se pregunta el porqué de todas las cosas que ve y que siente, no se preguntaría sobre el porqué de estos nombres que todo el mundo tiene continuamente en los labios” (Coromines, 1965: I, 7).
El hecho de que toda la sociedad, en principio, sea depositaria del patrimonio lingüístico que constituyen los nombres de lugar ha llevado a algunos autores a plantearse la cuestión de su “pertenencia”. A este respecto, Henri Dorion habla de la memoria colectiva como punto de referencia fundamental en relación con la naturaleza del topónimo:
“El nombre de lugar es a la vez propiedad de todos y de nadie. Si hay que hablar en cualquier caso de pertenencia hay que referirse a la memoria colectiva. Tal nombre es tomado en préstamo por sus usuarios, con la particularidad de que el uso puede modificar el objeto del préstamo. En definitiva, el nombre de lugar es antes que nada un modo de comunicación y un testimonio del contexto de su origen, de sus transformaciones y de todo aquello que tales transformaciones atestiguan” (Dorion, 1993: 9).
Los diccionarios acostumbran a definir el término topónimo como “nombre propio de lugar” (en este sentido, Real Academia Española, 1984: 1320). Se trata, de todos modos, de una definición excesivamente abierta, que algunos autores han intentado acotar. En este sentido, una definición propuesta que creemos significativa es la que considera el topónimo como un “nombre propio que sirve para distinguir un lugar preciso y único en un contexto concreto” (Moreu-Rey, 1995: 45). De todos modos, tales intentos de definición no son incompatibles con la voluntad, manifestada en ocasiones, de caracterizar el concepto de topónimo desde una perspectiva más amplia y más abierta -y, por tanto, más útil a efectos prácticos-. El último autor citado, precisamente, en una de sus obras fundamentales sobre los aspectos teóricos de la toponimia, propone una aproximación conceptual que nos parece muy remarcable, puesto que pone un énfasis particular en la vertiente espacial o locacional:
“Se entiende por nombres de lugar -o nombres geográficos-, en el sentido más amplio de la expresión, todos los nombres simples o expresiones compuestas que designan los lugares habitados, tanto antiguamente como en la actualidad (nombres de países, de comarcas, de territorios de cualquier tipo, de aglomeraciones urbanas o rurales -ciudades, villas, pueblos y aldeas-, o subdivisiones de estas aglomeraciones -barrios, arrabales, calles, plazas-, o nombres de edificios aislados de todas las categorías, etc.); como también los lugares deshabitados; los nombres relativos al relieve (llamados también orónimos), tanto de tierras interiores como de zonas costeras: montañas, llanuras, altiplanos, islas, cabos, calas, bahías; los nombres de lugar relativos al agua (hidrónimos), sea ésta corriente o estancada, terrestre o marítima: mares, lagos, ríos, arroyos, torrentes, fuentes, lagos, pantanos; los nombres de las vías de comunicación (odónimos). En general, tanto si se trata de nombres vigentes como si se trata de nombres pretéritos -o caídos en desuso-, cabe considerarlos a todos los efectos como nombres de lugar” (Moreu-Rey, 1982: 10).
En general los especialistas, al tratar de caracterizar la toponimia como campo de conocimiento, se han referido de un modo específico a su naturaleza interdisciplinaria. Unas veces han puesto énfasis en las materias que tienen una mayor relación con el estudio de los nombres de lugar; y otras veces han puesto el acento en la perspectiva de análisis adoptada. El canadiense Poirier, por ejemplo, habla de los tres grandes bloques de “ciencias auxiliares de la toponimia”: la historia, la geografía, y la lingüística (desdoblada en dialectología y fonética) (Poirier, 1965). Por su parte, Dauzat incide de un modo particular en las vertientes psicológica y sociológica de la toponimia, y afirma que “esta ciencia constituye un capítulo precioso de psicología social. Nos enseña cómo se han designado, según las épocas y los medios las villas y los pueblos, las propiedades y los campos, los ríos y las montañas. En suma, nos permite comprender mejor el alma popular, sus tendencias místicas o realistas, sus medios de expresión en definitiva” (Dauzat, 1971:9). A su vez, un autor especialista en metodología, Querol, defiende con argumentos basados en la propia naturaleza de la disciplina la necesidad de unas actitudes epistemológicas abiertas. Para este autor, “la toponimia estudia un material que contiene una gran pluralidad de informaciones, de tal modo que puede haber innumerables formas de acceder a ellas y ninguna de ellas debe postergar a las otras; sólo así puede quedar la puerta abierta a hipótesis que no se han planteado pero que pueden tener su razón de ser en el futuro” (Querol, 1995:65).
El carácter plural de la toponimia y el papel que ejerce como “puente” entre disciplinas muy diversas queda bien reflejado en el texto siguiente, en el cual, su autor, Moreu-Rey, propone una caracterización amplia del objeto y del alcance de la disciplina:
“La toponimia pertenece a las denominadas ciencias humanas, campo que abraza también las diferentes ramas de la historia, la historia de la economía y de las instituciones, la sociología y la antropología cultural, la geografía humana, la lingüística y la filología (...). La toponimia utiliza básicamente los servicios de otras tres ciencias: la historia, la lingüística y la geografía, pero debe recurrir también al auxilio suplementario de la epigrafía, la arqueología, la archivística y la paleografía, así como la etnografía y el folclore, la psicología social, la topografía o la botánica. Inversamente, la toponimia ayuda y podrá ayudar cada día más a estas ciencias. En estos momentos ya es considerada como uno de los múltiples instrumentos de investigación en ciencias humanas. De un modo progresivo, tanto la toponimia en particular como la onomástica en general han sobrepasado el estadio infantil en el cual habían sido confinadas. En nuestro país, concretamente, los estudios onomásticos, salvando algunas excepciones, no habían ido mucho más allá del nivel taxonómico o clasificatorio: estudio de etimologías individuales, clasificación de topónimos en períodos lingüísticos o históricos, etc. Puede decirse que hoy en día la toponimia y la onomástica se han situado en un nivel superior de validez; en definitiva, han dejado de ser simples auxiliares de la filología o la etimología para pasar a ser unos ámbitos reconocidos específicamente dentro del campo general de las ciencias del hombre” (Moreu-Rey, 1982:11).
Transcribimos a continuación las palabras de otro especialista sobre estas cuestiones, H. Dorion. Su reflexión complementa, desde una perspectiva crítica, las consideraciones que acabamos de señalar:
“Recordemos en primer lugar que la toponimia, del mismo modo que numerosas ciencias humanas, se inscribe en una doble dimensión: la del espacio (denominada también ‘función toponímica’) y la del tiempo (la ‘memoria toponímica’). En consecuencia, la toponimia tiene una relación esencial con la geografía (los nombres de lugar constituyen el vocabulario propio de esta ciencia) y con la historia (puesto que los nombres son el testimonio, a través del tiempo, de una forma determinada de relación entre el hombre y el lugar). Por otro lado el nombre de lugar es un signo lingüístico y, como tal, interesa a la semiología. Asimismo es la expresión de la percepción de un comportamiento, por lo que implica a la psicología -sobretodo a la psicología social. Finalmente, el análisis morfológico o semántico del nombre, tanto en su origen como en su evolución posterior son objeto de estudio de la lingüística y de la psicolingüística, mientras que el análisis sintético o sinóptico de grandes contingentes de nombres queda para el campo de la sociolingüística y puede desembocar en estudios propiamente sociológicos” (Dorion, 1984:103).
De las diferentes aproximaciones referidas podemos extraer una conclusión básica: estamos ante una materia que no puede justificarse por sí misma, sino que requiere la aportación de disciplinas muy diversas para poder llegar a resultados sólidos. Y la mayoría de especialistas destaca que, entre estas disciplinas, la geografía, entendida como “ciencia general del espacio”, puede jugar un papel fundamental. En los años cincuenta, el inglés H.C. Darby expresó esta circunstancia de un modo muy claro, señalando la limitación que podía significar no tener en cuenta la vertiente geográfica de los nombres de lugar:
“Debemos subrayar que la afinidad entre toponimia y geografía no es una cuestión secundaria. Un autor como Allen Mawer ya alertó del peligro de una aproximación exclusivamente filológica, y destacó la importancia de tener un conocimiento directo tanto de los nombres como de los lugares. Él mismo escribió que las conclusiones del filólogo deben ser siempre puestas en relación con la realidad topográfica; sea a través de mapas, de comprobaciones en directo o de encuestas específicas. Y es que, frecuentemente, el conocimiento del territorio nos da las claves del significado de los nombres” (Darby, 1957: 390-391.).
Los nombres de lugar y la idea de “marginalidad geográfica”
Notas metodológicas
Iniciamos con este epígrafe el análisis de lo que constituye, en este artículo, nuestro objeto principal de estudio: la verificación de la conexión existente entre la idea genérica de “marginalidad geográfica” y algunos nombres de lugar. Dicho de otro modo, trataremos de ver en qué medida, en qué circunstancias y bajo que supuestos el estudio de una serie homogénea de topónimos nos puede proporcionar una información relevante acerca del carácter “marginal” o “no marginal” que haya tenido, o que actualmente tenga, un territorio determinado. A estos efectos hemos de señalar que, como punto de partida, consideramos el término marginalidad en los dos sentidos que ha tenido habitualmente tal concepto: físico (en alusión a los espacios que se encuentran alejados físicamente respecto a lo que se considera el “centro”), y socioeconómico (cuando se hace referencia a un espacio cuyos índices demográficos y de desarrollo socioeconómico, con carácter general, lo sitúan en una clara posición de desventaja y dependencia respecto al “espacio central”).
En relación al estudio de los nombres de lugar desde la perspectiva de la geografía, deben tenerse en cuenta algunos aspectos metodológicos fundamentales. Los topónimos, en los términos en que han sido definidos, no pueden utilizarse en el análisis geográfico de cualquier manera. El analista debe prestar atención, a nuestro juicio, a tres aspectos en particular:
a)
El hecho de que numerosos topónimos no tienen un sentido claro o fácilmente
inteligible.
b) El problema del cambio (en relación al espacio y en relación al tiempo).
c)La vigencia del denominado “principio de excepcionalidad”.
Respecto al primer punto, Moreu-Rey considera que, dado un determinado conjunto de topónimos, se pueden distinguir en él dos grandes grupos: los nombres cuyo sentido es claro y comprensible y los nombres que aparentemente no tienen sentido alguno, porque no corresponden a ninguna palabra hablada dentro del ámbito geográfico y lingüístico estudiado. A los primeros, este autor les llama topónimos transparentes; a los segundos, topónimos no transparentes o fósiles. Se trata en definitiva, de “antiguos nombres comunes cristalizados o petrificados, y conservados en algunos casos durante milenios” (Moreu-Rey, 1982:13).
En relación al segundo punto, el analista nunca debe olvidar que la noción de cambio es fundamental a la hora de interpretar cualquier topónimo. Por una parte hay que hablar de cambio lingüístico: los nombres -cualquier tipo de nombre- sufren una evolución determinada a lo largo del tiempo; cuanto más antiguo es un nombre, mayor transformación puede haber sufrido. Pero, por otra parte, debe tenerse también en cuenta el cambio geográfico: el hecho de que el territorio -y, por tanto, el “objeto denominado”- también está sujeto a las alteraciones que comporta el transcurso del tiempo. En la práctica, conocer las transformaciones más importantes que hayan afectado a un lugar determinado puede resultar de una gran ayuda para poder interpretar con exactitud el sentido inicial de un nombre relacionado con este lugar.
El tercer punto, por último, alude a lo que es una pauta de comportamiento bastante habitual en toponimia. Por principio de excepcionalidad se entiende el hecho de que, a menudo, los nombres de lugar tienden a reflejar las “características excepcionales” del medio, antes que las “características típicas”. Desde el punto de vista teórico, este principio fue formulado a principios del siglo XX por el ruso Savarensky (Dorion & Poirier, 1975:93), y se han referido a él, posteriormente, otros autores, como Rousseau (1960) o el mismo Dorion (1989).
Primer supuesto de estudio: el reflejo del concepto de “frontera” en la toponimia
Es un hecho observado con carácter general que la idea de “frontera” (entendida como un límite o divisoria de naturaleza política o administrativa) a menudo se encuentra reflejada en el territorio a través de los nombres de lugar.
El geógrafo no debe extrañarse de esta circunstancia. Todas las colectividades humanas, desde los tiempos más remotos, han desarrollado prácticas o sistemas para delimitar de algún modo el territorio: sea para hacer explícita una relación de propiedad o pertenencia, sea para señalar los límites de un determinado derecho o jurisdicción. Podría afirmarse que, en la práctica, marcar limites (en el sentido de establecer algún tipo de frontera sobre el terreno) ha sido una de las maneras mediante las cuales el hombre ha ejercido lo que se ha dado en llamar “sentido de la territorialidad”.
En el lenguaje geográfico son frecuentes las palabras, los giros o expresiones que hacen referencia a este comportamiento. La raíz MARK, por ejemplo, de origen germánico y equivalente originariamente a la idea de “marca” o “frontera”, se encuentra en la misma base del verbo marcar (castellano y catalán), y de sus múltiples derivados (Coromines, DECat, V:468-473). Uno de tales derivados, la palabra comarca, ha tenido una gran trascendencia como término geográfico, aplicado a la idea de “división de territorio que comprende varias poblaciones” (RAE, 1984:342). Pero lo cierto es que, si nos remontamos hacia su origen, la documentación histórica nos pone de manifiesto que en los siglos XIII y XIV era utilizada con el significado de “frontera” o “territorio fronterizo” (es decir, colindante a la marca o frontera). No será hasta tiempos mucho más modernos (siglo XVII, en Cataluña) que dicha palabra comenzará a adquirir un significado parecido al actual.
Si nos situamos en el ámbito de la toponimia, los ejemplos son múltiples y muy variados. En general, encontramos dos tipos de comportamiento: la referencia a los elementos “físicos” de la delimitación y la referencia a la “frontera” como concepto genérico. Analizaremos ambos supuestos por separado.
a) Topónimos que aluden a la delimitación en sentido físico. Son muy habituales, sobretodo a escala local, las referencias a elementos físicos utilizados para delimitar el territorio: hitos, mojones y señales en general. Se suele dar el caso de que tales señales hayan desaparecido con el paso del tiempo, y que se mantenga el topónimos como testimonio de su existencia. En Cataluña, como ejemplos de este tipo, tenemos el caso de numerosos parajes en medio rural que reciben el nombre de el Molló, els Mollons, el Terme o el Cap de Terme. En algunos casos han dado lugar a nombres de poblaciones: Molló (derivado del latín MOTULONE) o Prats de Molló, en el Pirineo. Un ejemplo parecido es el de Perafita (del latín PETRA FICTA), pequeño pueblo del interior. Un topónimo de esta misma naturaleza, y de una gran importancia territorial, es el de Montseny (del latín MONTEM SIGNUM, o sea, “montaña señal”); el hecho de que sea una montaña de una gran visualidad explica que, ya desde antiguo, haya sido considerada como un punto de referencia básico dentro del territorio comprendido entre Barcelona y Girona.
b) Topónimos que aluden al concepto genérico de “frontera”. Una variante respecto a la situación anterior es el caso de los topónimos que reflejan el “carácter fronterizo” de un determinado lugar; esto es, que se fundamentan en la circunstancia de que el lugar a identificar se encuentre situado en las proximidades de una frontera (o, incluso, que sea adyacente a ella). Tal supuesto se produce en relación con numerosos lugares del mundo: Arcos de la Frontera o Jerez de la Frontera, por ejemplo, en la provincia de Cádiz (España), aluden a la frontera histórica entre los dominios españoles y musulmanes; Bordertown, a su vez, es el nombre de una ciudad australiana próxima a la divisoria entre los estados de South Australia y Victoria, y una situación parecida se da en las poblaciones mexicanas de La Frontera o de Fronteras, en relación a los estados de Chiapas y de Sonora, respectivamente. Señalaremos, finalmente, que es frecuente también el caso de que el “carácter fronterizo” sea propio no sólo de un lugar o ciudad, sino de toda una región, o incluso un país. Así sucede con el nombre del condado de Borders, en Escocia, muy próximo al límite con Inglaterra, o con nombres eslavos como Krajina o Ukraine, cuya raíz etimológica alude en ambos casos a la idea de “frontera” (Garrido, 1997: 212).
Segundo supuesto de estudio: los topónimos y la referencia a la idea de “más allá”
Aludiremos seguidamente a los topónimos que, más que aludir a una ubicación extrema o periférica, suponen una idea de “más allá”. En un estudio lingüístico reciente sobre este caso, circunscrito a los países de la Europa latina (Terrado, Vázquez & Selfa, 2000), se han señalado tres posibles variantes en la formación de estos nombres. Son las siguientes:
a) Topónimos que parten de las preposiciones latinas ULTRA, ILLINC o ILLAC. Lo característico de estos topónimos es que, tomando como punto de referencia un elemento geográfico dado, o bien un determinado límite o frontera, aluden al espacio situado más allá del mismo. Así sucede con los nombres formados a partir de la preposición latina ULTRA: el francés Outrepont (“más allá del puente”) o el italiano Oltrarno (“más allá del Arno”); esta misma idea explica el topónimo de origen culto Ultramar (“más allá del mar”). Un sentido idéntico tienen los topónimos formados con las preposiciones ILLINC e ILLAC. Uno de los más conocidos es el nombre de la región portuguesa de Alentejo (equivalente a “más allá del río Tejo o Tajo). Casos paralelos dentro de la Península Ibérica son Alendorrío (aldea de la provincia de Lugo, en Galicia), Allende el Río (Cantabria) o un paraje denominado Dellà Segre, en Mequinenza (Aragón).
b) Topónimos que parten del latín TRANS-. Como en el caso anterior, los ejemplos son múltiples: algunos de los más conocidos son el italiano Trastevere (equivalente a “más allá del Tíber”) y el portugués Trás-os- Montes. En España hay numerosos núcleos de población cuyo topónimo alude originariamente a esta idea de “más allá”: Traslaloma, aldea de la provincia de Burgos; Traslaviña (lugar de la provincia de Vizcaya); Trascastro (nombre de diversas aldeas de la provincia de Lugo, Galicia); Trevélez (con el sentido de “más allá del río Vélez) o Tresserra (despoblado del municipio de Arén, provincia de Huesca; tiene el sentido de “más allá de la sierra”).
c) Topónimos que parten del latín SUPER-. La preposición latina SUPER- ha evolucionado en sobre en diversas lenguas románicas, y alude a una idea de posición (“encima de”) o bien de lejanía (“más allá de”). En toponimia puede tener, también, ambos sentidos: Sobre-roca, casa situada sobre un risco, en Valldarques (Coll de Nargó, provincia de Lleida, España) es un ejemplo del primer caso; Sobrecastell (Arén, provincia de Huesca), Sobrepuerto (Biescas, provincia de Huesca), Sobre dos Campos (Abella, A Coruña), Sobre a Igrexa (Guísamo, A Coruña) y Sobrepontes (Portomouro, A Coruña) son ejemplos del segundo.
Tercer supuesto de estudio: la idea de “marginalidad” en algunos aspectos de la toponimia de la comarca del Baix Camp (Tarragona, España)
Finalmente, como tercer supuesto de estudio, hemos querido mostrar hasta qué punto la toponimia puede reflejar unas determinadas condiciones de marginalidad (como las derivadas del carácter montañoso del terreno o de la escasez de agua); para ello nos hemos centrado en una área concreta de Cataluña, la comarca del Baix Camp (provincia de Tarragona), que hemos estudiado en nuestra tesis doctoral (Tort, 1999) [2].En relación con las dos condiciones señaladas hemos podido comprobar que en la toponimia del Baix Camp se cumple plenamente el denominado “principio de excepcionalidad”, al cual nos hemos referido en las notas metodológicas.
a) La idea de “llano” o “llanura” tiene mayor reflejo en la toponimia de la zona montañosa (y periférica) que en toponimia de la zona llana de la comarca. Considerando en conjunto la comarca del Baix Camp, hemos detectado que los topónimos que contienen la palabra pla (que se utiliza habitualmente en catalán para referir la idea de “llano”) presentan una distribución territorial muy desigual. Con la particularidad que el mayor número y la mayor densidad de tales topónimos aparece en los municipios más montañosos (y, por tanto, con menor superficie topográficamente llana): 36 en Prades, 26 en Arbolí, 24 en la Mussara, 23 en L’Albiol, 21 en Riudecols, 26 en Vilanova d’Escornalbou. En cambio, en los municipios de un perfil físico predominantemente llano (y a pesar de la importancia tradicional que ha tenido en ellos la agricultura) se registra, por lo general, un número de topónimos de este tipo muy bajo: 5 en Reus, 4 en Les Borges del Camp y tan sólo 1 en La Selva del Camp, Cambrils o Riudoms.
b) Aparecen muchos más topónimos alusivos a “fuentes” en las zonas sin disponibilidad de agua que en las que disponen de ella (las primeras son, asimismo, las que tienen un carácter más periférico dentro de la comarca). Una particularidad geográfica parecida a la anterior encontramos, en relación también al conjunto de la comarca, respecto a los topónimos que contienen la palabra font (nombre habitual para aludir en catalán a la idea de “fuente”). Partimos de la base, en este caso, que a causa de las características topográficas y geológicas del terreno, la disponibilidad de agua con carácter extensivo es mucho mayor en el llano que en las zonas montañosas. Pero, en cambio, los testimonios toponímicos de la presencia de agua (al modo de surgencias naturales) muestran un comportamiento inverso. Así, observamos que el mayor número de topónimos se registra, una vez más, en la montaña (municipios del norte y del oeste): 66 en Prades, 39 en L’Albiol y Riudecols, 38 en Arbolí. En cambio, en la zona llana del Baix Camp, los topónimos de este tipo son muy escasos: 9 en Reus, 3 en La Selva del Camp, 2 en Cambrils. En cualquier caso, cabe subrayar que el comportamiento de esta pequeña zona de Cataluña no se aparta de lo que es, en el fondo, una pauta de comportamiento universal. No hay que olvidar, como nos indica el profesor Dorion, que “en pocos lugares se encuentran, como en el Sahara, tantos topónimos formados a partir de nombres que aluden a la existencia de agua; y es que sólo aquello que es extraño y vital merece ser consignado, localizado, puesto en relieve, señalizado de un modo expreso” (Dorion, 1989:3).
Conclusiones
1. La toponimia, ciencia de naturaleza pluridisciplinaria, puede ser un instrumento muy útil para el estudio de realidades territoriales, sean actuales o históricas. Es importante que el geógrafo, como especialista en el análisis de los procesos espaciales, tome conciencia de este hecho, y tenga en cuenta el estudio de los nombres de lugar en sus investigaciones.
2. En relación, específicamente, con los problemas de “marginalidad geográfica”, la toponimia puede suministrar una información territorial significativa en múltiples sentidos. En nuestro estudio hemos verificado la relevancia de esta información en diversos supuestos:
a) Como reflejo, directo o indirecto, de la idea de frontera (y de las condiciones de “marginalidad”, o de “alejamiento físico” respecto al centro, que significa el concepto de frontera en la mayoría de los casos).
b) Como reflejo de una ubicación territorialmente marginal, expresada generalmente a través de la idea de un “más allá” (respecto a un determinado límite o referencia geográfica).
c) Como reflejo de una situación de marginalidad socioeconómica, a través de la alusión a los factores geográficos que, dentro de un contexto específico, resultan más problemáticos (en el caso estudiado, en la comarca del Baix Camp, se trataba de dos factores: la ausencia de terreno llano para el cultivo y la escasez de agua para el consumo humano).
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Notas
[1] Una versión inglesa de este trabajo, con el título Toponymy and Geographical Marginality, fue presentada como comunicación en la Conferencia anual de la Comisión sobre problemas de marginalidad geográfica en los albores del siglo XXI, de la Unión Geográfica Internacional, celebrada en Estocolmo (Suecia) en junio de 2001.
[2] Como datos básicos señalaremos que esta comarca, una de las 41 en que se estructura administrativamente el territorio catalán, tiene una superficie de 695,3 km2 y una población de 140.540 habitantes (1996). Cuenta con un total de 27 municipios, de los cuales 3 ocupan la franja litoral; 7 se extienden por la zona montañosa del norte, y los 17 restantes tienen una ubicación interior y unas características físicas y paisajísticas propias de la región históricamente conocida como Camp de Tarragona. Nuestro estudio se basó en lo que denominamos toponimia básica de la comarca, que comprendía aproximadamente 16.500 topónimos.
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Copyright Joan Tort, 2003
© Copyright Scripta Nova, 2003
Ficha bibliográfica:
TORT, J. Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo
de una interpretación del espacio. Scripta Nova. Revista electrónica de geografía
y ciencias sociales. Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de ABRIL de
2003, vol. VII, núm. 138, . <http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-138.htm>
[ISSN: 1138-9788]