Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] Nº 94 (1), 1 de agosto de 2001 |
MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL
Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
ENFOQUES PARA UNA ANTROPOLOGÍA DE LA MIGRACIÓN
Enfoques para una antropología de la migración (Resumen)
Este trabajo, necesariamente esquemático, define la migración contemporánea hacia los países de la Unión Europea como resultado de diferentes condiciones coincidentes en la motivación migratoria. Aquéllas serían, en su más notoria particularidad, a) la economía de mercado, b) la movilidad de los mercados financieros, c) la movilidad internacional de la fuerza de trabajo, d) la innovación tecnológica como forma dinámica de movilidad laboral, e) la sustitución constante de los trabajadores a cambio de subsidios de desempleo, f) las jubilaciones anticipadas, g) la ingenuidad profesional permanente de la fuerza de trabajo joven, h) el vacío estructural constante del empleo a causa de la flexibilidad temporal de los contratos, i) la disponibilidad permanente de una oferta de trabajo barata fuera de los países occidentales europeos, j) la atracción que ejercen los consumos materiales y sociales de la Unión Europea sobre sus periferias económicas, y k) el ideal de progreso y deseo de libertad personal que ofrecen los países democráticos a las personas que viven en regímenes autoritarios. Este conjunto de condiciones se refleja en el discurso, personal y colectivo, de los migrantes y de sus orígenes.
Palabras clave: estrategias de la migración/ mercado de trabajo/ movilidad laboral
El referente contemporáneo
Entendida en nuestro presente, la dinámica migratoria es, en la decisión de sus individuos, muy simple: se reduce a ser la expresión de un deseo de vivir mejor conforme a cánones representativos de una satisfacción de necesidades, primero materiales, y sucesivamente sociales, estéticas y espirituales, generalmente definidas en su praxis por el Occidente. Los que emigran al Occidente desde los llamados países del subdesarrollo quieren ser, paradójicamente, occidentales en la forma económica y mantenerse al mismo tiempo en la identidad de otros ideales espirituales. Las contradicciones suelen ser obvias en este punto, pues tanto como la forma económica, la economía de mercado, es de sello occidental, también el formato cultural que sigue a dicha forma económica, es occidental. Los conflictos de interpretación del sistema ideacional que se intentan desde la parte migratoria, por una parte, y desde la parte anfitriona, por otra, son de magnitud dialéctica. O sea: mientras la migración entiende que debe ser respetada y protegida su identidad de origen, la sociedad de acogida actúa dentro de la perspectiva de que la identidad anfitriona es, por si misma, el valor definitivo de toda condición adaptativa. Lo que ofrece, trabajo, no es negociable en términos de identidad; más bien lo es en términos económicos, esto es, como un valor de mercado.
Si atendemos a las consecuencias de este planteamiento, y si la migración es un valor de mercado, entonces, la economía de mercado es el principal supuesto de la negociación entre las partes. Según esta condición, el código por el que se regula el componente ideológico de la economía de mercado, es liberal dentro del supuesto de que la circulación financiera y la inversión de capitales debe estar abierta a la empresa privada, y del mismo modo que ésta necesita tener libertad de maniobra para disponer la forma productiva que le resulta más conveniente, también asume que la libre circulación de mercancías supone la libre circulación del trabajo. Los valores predominantes son el beneficio máximo posible y la libre competición en el objetivo de conseguir el dominio del mercado. Éste es, por lo tanto, el valor de negociación que se adjunta a la idea de exportar y recibir contingentes de migración humana.
En el entretanto, es difícil conciliar la identidad individual, étnica y nacional, con la idea de que ambas últimas son valores políticos identificables con los valores pragmáticos de la economía de mercado. Si para esta última la internacionalidad del negocio y de la mercancía es el supuesto dominante, lo nacional y lo étnico se pueden considerar interposiciones que estorban toda idea de circulación sin fronteras de lo que es propiamente asunto económico de disposición multinacional. De hecho, por lo tanto, si la migración va con la economía de mercado, y si es parte del sistema de negociación de esta última, la presentación de la identidad étnica o nacional en el contexto de las relaciones estrictamente económicas, se convierte en un supuesto objetivamente anacrónico. Sin embargo, la presencia activa del supuesto es indudable, y en el proceso de la vida social de la economía adquiere un valor de negociación de la identidad a veces necesario, pero siempre en contradicción con la virtualidad circulatoria de la idea que acompaña a las representaciones dinámicas que atribuimos a la economía de mercado.
En esta ocasión, mientras hemos aludido a supuestos que nos parecen contradictorios, pero contenidos en los procesos sociales de la economía de mercado, al mismo tiempo, nos permitimos plantear otras cuestiones aparentemente más familiares en la cuenta cotidiana de los antropólogos. Entrados en una primera perspectiva, puede entenderse que, fuera de la utopía, los ideales migratorios son sencillos en su expresión, la del deseo de realizarse mejor la vida de los individuos, aunque para ello sea necesario hacerlo fuera de su medio actual. Por lo mismo, cabe significar que si los consumos materiales y sociales que acompañan a las formas de vivir del Occidente estuvieran presentes en grado semejante en los países emisores actuales de migración, las cantidades migratorias disminuirían ostensiblemente. Se limitarían a ser la expresión de necesidades ideológicas que van más allá de la satisfacción de los consumos estrictos mencionados. Sin embargo, cuando, como en el caso presente, millones de individuos se identifican con el código ideacional del Occidente, sin que en sus propios países éste se convierta en una realidad convencional semejante a la que demuestran tener los ciudadanos occidentales, entonces, podemos prever que, por identificación con éstos, se producirán migraciones desde los puntos del sistema que no satisfacen dichas necesidades.
No podemos pensar, por lo tanto, que todas las diferencias culturales que representan los diversos grupos étnicos llegados como inmigrados, reaccionarán del mismo modo ante la misma infraestructura cultural o que es propiamente la de los nativos. Pero sí podemos entender que, aún siendo diferentes los grupos étnicos inmigrados entre si, las condiciones de entrada son las mismas para los componentes de esta diversidad social. Lo que no es igual es la percepción que hacen de los inmigrados los grupos anfitriones, y tampoco es igual la percepción que tienen los primeros respecto de los segundos. Así, aunque los prismas, emblemas, juicios y enfoques de la cuestión migratoria varían de percepción entre ambas partes, las formaciones simbólicas del mundo anfitrión suelen parecerse cuando se piensan en términos objetivos, o desde los códigos de ideación del progreso material pensado como referente decisivo de la vida social. El itinerario adaptativo de los inmigrados es también diverso, pues mientras son muchas las resistencias etnoculturales que demuestran tener entre si ambas partes, la anfitriona y los componentes de la diversidad, al mismo tiempo, son también diversas las actuaciones y sensibilidades de cada parte ante las experiencias que realiza con la otra u otras. En todo caso, si ambas formaciones, la anfitriona y la inmigrada, son diversas en sus posiciones sociales y origen, los modos de percibirse serán también diversos.
Por estas razones, la ignorancia de aquel discurso etnográfico que se prolonga parcialmente a otros lugares cuando los individuos o grupos de una determinada identidad étnica se desplazan a residir en ellos, incluso temporalmente, como en el caso de las migraciones golondrinas, convierte en analógico lo que podría ser contextual. Asimismo, y en otro sentido, podemos pensar la migración en términos de personas que abandonan sus hogares distantes, que se arriesgan a perder su norte cultural y que lo hacen en la ciénaga ética del discurso etnocéntrico, en el de aquel que les niega solidaridad afectiva y que, sin embargo, se disponen a soportar con entereza y con los medios cognitivos y capacidades adaptativas que forman parte de sus recursos naturales de energía y culturales de aproximación a los otros, en especial a los que representan ser particularidades anfitrionas.
En ocasiones, uno puede entender la prevalencia de un enfoque psicoemocional, de carácter individual, unas veces, y de representación colectiva, otras. Esto es: también puede ser un enfoque previsible, empíricamente legítimo, en especial cuando a la distancia geográfica que nos separa de los orígenes locales añadimos lo que pueden ser distancias culturales temporales profundas, las que nos recuerdan episodios de otras historias. A este respecto, he pensado a menudo en las peripecias migratorias, no sólo desde el punto de vista de los individuos que pasan de un punto a otro de las pruebas profundas de los viajes del desarraigo, sino que también he recordado con los inmigrados de hoy a lo que fuera el gran viajero Ulises de ayer, o el Edipo que llegó a ser tal precisamente porque huía de la seducción del pecado, y que lo cometió cuando por ser un migrante, acometía a su propio padre. En la desgracia el viaje migratorio es también recuerdo de desventuras personales.
Presión demográfica
También es indudable que la presión demográfica se convierte fácilmente en causa de migración. Lo es, asimismo, el hecho de que esta causa es funcional en la medida que demuestra que una porción de los individuos de un grupo territorial constituye un sobrante social respecto de la capacidad del sistema productivo para alimentarlos suficientemente. En este punto, al referirnos a presión demográfica no entendemos ésta a modo de una muchedumbre que no cabe cómodamente en el espacio que ocupa. Más bien consideramos la presión como el efecto de una compulsión derivada de una urgencia social que no puede ser satisfecha con los recursos disponibles por un grupo de individuos, o por el colectivo que identificamos con una comunidad local, en un caso, o con una región o con una nación, en otro. Se trata, por lo mismo, de una incapacidad socialmente contradictoria en el sentido de que unos individuos caben en el espacio que ocupan mientras otros sobran dentro del mismo espacio. En este contexto, la presión demográfica suele ser pensada en el sentido de un desequilibrio social producido por el exceso de individuos que permanecen dentro de la misma estructura productiva, sin que, al mismo tiempo, ésta pueda proporcionar a su propia población la cantidad de alimentos y de recursos que son necesarios para su subsistencia dentro del mismo medio territorial. Dentro de este supuesto, se incluyen como forma de presión demográfica la mortalidad precoz o muerte de una gran proporción de individuos antes de alcanzar las edades de reproducción, y el deterioro físico de aquellos otros que no pueden acceder a la satisfacción de sus necesidades de nutrición y cuyas esperanzas de vida, por lo mismo, son muy cortas.
Conforme los valores de satisfacción son primariamente orgánicos, y entendiendo que las sociedades primitivas son exponentes culturales máximos de este nivel de subsistencia, también podemos reconocer en los periodos de civilización acompañados por grandes desarrollos técnicos, científicos y del conocimiento, ampliaciones conceptuales respecto de la idea de presión demográfica. En este sentido, los componentes relacionados con dicha presión orgánica se extienden a otros que son derivas de necesidades vinculadas a satisfacciones secundarias o que no pertenecen directamente al complejo específicamente orgánico de la subsistencia. Me refiero, en este caso, a las necesidades sociales identificadas con la transformación de los alimentos silvestres en alimentos cocidos, a los productos artesanos y de oficios, a los de la industria y la arquitectura, a la alfabetización, a la imprenta, a la educación y a todo cuanto constituye el argumento fundamental de una civilización, el vivir urbano y el cosmopolitismo. En la comparación, el carácter de las presiones demográficas se modifica agregándoles nuevos niveles de necesidad. Según eso, si las poblaciones primitivas suelen migrar en función de demandas orgánicas de subsistencia insatisfechas, las poblaciones modernas incluyen, además, necesidades secundarias del tipo de las que hemos indicado antes.
Aunque las demandas estrictamente orgánicas no las excluimos de la necesidad migratoria, sin embargo, cuando aparecen la economía de mercado y sus producciones destinadas a ser consumidas por poblaciones internacionales, el carácter de la presión demográfica se extiende a la satisfacción de necesidades sociales superiores a la misma subsistencia. En el punto donde existe la demanda y no se satisface, es donde comienza la presión demográfica y es donde, por lo mismo, se inicia el proyecto migratorio. Así, las representaciones y, en éstas, las expectativas de satisfacción relativa, forman parte de una presión demográfica. Empero de ello, las urgencias orgánicas de alimento son prioritarias y tienen un valor de presión migratoria natural a la que podemos añadir los fenómenos de presión que resultan de los conflictos sociales internos que no tienen solución dentro de la misma sociedad, y que, por lo tanto, conducen con frecuencia a la expulsión de un grupo por el otro, o simplemente a la emigración organizada y selectiva de uno de ellos en función de sus posibilidades de movimiento más allá de los límites territoriales propios.
El supuesto migratorio incluido en el concepto de presión demográfica incluye en el presente desequilibrios sociales no sólo referidos a la satisfacción de necesidades orgánicas o naturales, centradas en el alimento, sino que también podemos reconocerla en el punto donde una ideación basada en la incapacidad del medio propio para proporcionar educación superior a los hijos de una familia desprovista de recursos económicos, se convierte en motivo migratorio. No se trata, por lo tanto, de urgencias orgánicas lo que determina en este caso el movimiento migratorio. Acontece, por lo mismo, que la presión demográfica en las poblaciones modernas que han superado el techo de las primeras urgencias orgánicas, las de comida en lo fundamental, se ha situado sucesivamente en el tiempo en puntos donde la imagen migratoria tiene su propia estratigrafía social. O sea, existen los hambrientos del llamado tercer mundo cuya movilidad migratoria sucede a una experiencia de incapacidad para alimentarse en el medio territorial que abandonan. Y existe la imagen migratoria de los que abandonan sus hogares para instalarse en países que ofrecen más altos niveles de vida que los propios de origen, incluyendo en tal caso la misma realización del yo en el progreso de la dignidad y de los recursos sociales. Y existen los individuos que emigran para obtener condiciones económicas que les permitan entrar en ambientes profesionales que no tienen en sus propios países.
Así, la presión demográfica pasa históricamente de ser un asunto de urgencia orgánica a ser un asunto de urgencia económica del yo, hasta ser poco a poco la expresión de motivaciones prestadas o adquiridas por difusión de ideas, abiertas asimismo por los medios de comunicación de masas influyendo en individuos que no se sienten bien colocados en su medio actual. El vivir social contemporáneo de los países avanzados es parte, pues, del ingreso de millones de individuos del tercer mundo en la identificación con los códigos ideacionales del primer mundo, y en este supuesto son también millones las personas que se encuentran en estado latente de movilización migratoria a partir de los recursos para realizarla. El sueño ha comenzado a ser universal, y la decisión de realizarlo es imparable cuanto más amplia sea la estructura territorial de la llamada globalización, o economía de mercado que une a los insatisfechos del mundo en los paralelos del progreso material y de la realización personal abierta.
En la perspectiva, la presión demográfica alcanza a ser equivalente a una presión migratoria determinada por individuos que llegan de los mundos periféricos del Oeste europeo, y de USA en el caso americano, previamente identificados con los ideales de progreso que éstos proclaman como buenos y que no pueden conseguir en sus territorios de emisión migratoria. De hecho, las muchedumbres sociales de las ciudades europeas y del Occidente en general, apretujadas en pequeños espacios se han convertido en modelos de realización personal cuya seducción por publicidad y sugerencia visual se efectúa por medio de las diferentes expansiones de la economía de mercado. Por lo mismo, cuanto más amplia es la difusión del modelo, mayor es la incapacidad de éste para distribuirlo materialmente en todos los espacios sociales de su influencia virtual. De hecho, por lo tanto, el gran fracaso de la economía de mercado consiste en su incompetencia para distribuir los recursos sociales que mientras los proporciona a su propio medio occidental, sin embargo, es incapaz de distribuir a los demás individuos de la especie a los que, paradójicamente, intenta conquistar por la vía del mercado, de los consumos, sin integrarlos, al mismo tiempo, en los beneficios de la participación económica y de la dirección estratégica del sistema productivo.
Un reflejo de este fracaso se manifiesta en forma de grandes presiones
migratorias y desalojos territoriales de poblaciones insatisfechas con
su doble marginalidad, material y social. En este punto, si el negocio
de la economía de mercado alcanza a todas las latitudes del planeta,
las poblaciones que forman parte de la misma están desigualmente
repartidas en los consumos de bienes que les proponen los artífices
publicitarios del mercado. Una de las consecuencias de este desfase entre
los países avanzados, los occidentales, que se reconocen como beneficiarios
de la economía de mercado, y los que les son satélites en
la producción de materias primas y estacionamiento de poblaciones
marginales, es la emisión por parte de éstas de contingentes
migratorios espontáneos que, por este carácter, tienden a
incrementar el caos social en sus propias muchedumbres urbanas mientras,
al mismo tiempo, grupos tamizados de estos orígenes inician el viaje
hacia los países del Occidente que les han prometido participar
de los beneficios de la economía de mercado.
Imagen colonial de la migración
De hecho, y en las diversas paradojas que nos ofrecen estas circunstancias lábiles de la economía de mercado, los países que se han convertido en emisores de migración son también los que hasta hace poco tiempo eran países de colonización occidental. En este sentido, la economía de mercado tendría mucho que ver con el espíritu de sustitución de una colonización política por una colonización cultural a través de la economía: sería una estrategia posterior o adaptativa de las posibilidades históricas de un poder, el occidental, expulsado políticamente, pero recuperado económicamente. De un poder, asimismo, donde la concentración de dominio económico por parte del Occidente se ha convertido en una mejor estrategia que lo fuera directamente siendo antes una concentración de potestades políticas y militares.
Si el estilo de las potencias coloniales en el pasado era el de la dominación directa, por la vía militar, de las poblaciones nativas y la consiguiente sustitución de sus jefaturas locales o regionales por otra de administradores y colonos metropolitanos ejerciendo la ocupación territorial, en el presente la dominación se ha convertido en un medio más sutil. Los sistemas de dependencia tienen un carácter diferente: son directamente económicos y se ejercen por medio del control de las inversiones financieras que permiten condicionar la ejecución de políticas nacionales o de los Estados. Así, la distribución mundial de los volúmenes estratégicos del capital financiero mueven las economías internacionales, tienen capacidad para producir efectos globales, pero sus destinos sociales son desiguales, por lo menos en el sentido de que mientras las mayorías trabajadoras del Occidente están empleadas en los salarios del bienestar, sólo pequeñas minorías del resto del mundo ocupan esta clase de beneficio social.
Por esta razón, si en las presentes condiciones históricas el poder financiero demuestra tener una mejor estrategia que la que tuviera el poder político directo de antaño, sin embargo, también lo que ocurriera en forma de anticolonialismo político en el pasado, empieza dándose en forma de anticolonialismo económico. Las epidemias, las hambres, las crisis coyunturales, la desorganización social, el desconcierto ideológico y el incremento de la presión del resto del mundo, están ya presentes en forma de determinismos migratorios dirigidos a satisfacer a una parte de emprendedores selectivos que ven en la migración un modo de salvar su propia supervivencia de entre el caos de su vivir cotidiano. La migración es, en la economía de mercado, un aspecto de su fracaso cuando intenta extenderse a todo el mundo, precisamente porque su capacidad productiva y de distribución no son parejas con la capacidad siempre menor o nula que hacia el consumo de estas producciones demuestran tener dichas poblaciones.
Por eso, cuando decimos que el contexto económico, y en especial la capacidad financiera, se encuentra en el fondo de la causalidad migratoria, lo que reconocemos es el hecho, aparentemente indirecto, de que las áreas de sustento material socialmente más diversificado o estructuralmente más complejas son, también, las más atractivas para quienes viven en regiones económica y socialmente más simples. Y lo son, por añadidura, porque la estructura tecnológica, la división del trabajo y la concentración financiera tienen una gran movilidad y, en ésta, una gran capacidad para atraer fuerza de trabajo extranjera. Así, y en correspondencia, la movilidad migratoria constituye una expresión de la misma movilidad del mercado, y es, asimismo, una expresión de la movilidad del conocimiento aplicado a la producción de bienes sociales. En los puntos geográficos periféricos, o marginales a los centros de decisión de la producción de mercado, es donde esta clase de economía es menos productiva, y es donde, por lo tanto, se dan mayores emisiones de migración. Y es así porque también es en estos lugares donde la estructura profesional es más débil, si la consideramos en términos de exigencias técnicas, de conocimiento y de oportunismo ocupacional.
El problema surge en el punto donde las mayorías sociales de ambos mundos participan de la misma ideología consumista, En este caso, la insatisfacción del resto del mundo se convierte en semillero revolucionario o dotado de potencial disolvente en el interior de sus propios escenarios nacionales. De hecho, y en estas condiciones, el motivo migratorio actúa de descarga universal de las tensiones interiores de los países integrados en el resto del mundo, pues en realidad los individuos que deciden realizar la migración suelen ser los más decididos si se consideran en términos de consciencia progresista, y son los que, potencialmente por lo menos, constituyen el grupo de presión más activo contra la situación de subdesarrollo propio. Así, la cuestión puede ser planteada en los siguientes términos: mientras la economía de mercado es una forma de estrategia productiva que alcanza a todas las poblaciones del mundo, sólo minorías de éste obtienen satisfacción material suficiente dentro de sus propios países. El resto, formado por las grandes mayorías de la fuerza de trabajo, estimuladas asimismo por una misma idea consumista, necesaria en el objetivo del desarrollo permanente de la estructura productiva, quiere tener o participar de lo que tienen los trabajadores occidentales.
Siendo diferentes entre si ambos mundos en productividad y diversidad productiva, ambos son también distintos en capacidad económica. Esta diferente capacidad puesta dentro de una misma economía de mercado, convierte al primer mundo en beneficiario material privilegiado, en anfitrión de la identidad migratoria, y sitúa al resto del mundo en emigrado mental cuando se identifica empíricamente con la consciencia del progreso y mira en el Occidente el modelo visible de sociedad que los migrantes no hallan en su propio país. En el desarrollo estructural de esta economía de mercado siempre la fuerza de trabajo se mueve lo suficiente como para que los sistemas productivos dispongan de puestos o empleos que pueden ser ocupados por los del resto del mundo. Es dentro de esta movilidad del mercado donde se disparan los aluviones migratorios que miran al Occidente en busca de alivio temporal a sus vicisitudes de subsistencia.
En lo que advertimos, el reclutamiento de la fuerza de trabajo inmigrada comienza en el punto donde a la superación de la urgencia orgánica sigue la seducción estética del modelo. Éste dispone de un referente de difusión activo, y en la práctica las fuentes de predicación del sistema de economía de mercado residen en los medios de comunicación de masas. En origen, éstos se encuentran situados en los países del Occidente, los más capacitados para el caso de difundir las ideas del liberalismo económico, y hasta de construir en el resto del mundo las inversiones financieras que aseguran la globalización del sistema, aunque en forma de beneficios sociales desiguales. Lo que no consiguen estas inversiones es igualar al resto del mundo con el Occidente, como si éste fuera el orden ideacional cuyo territorio es una exclusividad innegociable, de manera que mientras la estructura social de éste permanece relativamente abierta a partir de la división del trabajo, al mismo tiempo, dicha estructura mantiene una capacidad de representación productiva siempre menor en los países que identificamos con el concepto de resto del mundo. En este sentido, son los sobrantes seleccionados de la fuerza de trabajo que tiene origen en los países del resto del mundo los que adoptan la posición migratoria, y en este carácter son los grupos laborales ideológicamente más enérgicos de sus periferias internacionales.
En si mismo, y en este contexto competitivo, el Occidente no es una
amistad a la que se puede recurrir en situaciones de agobio. Más
bien es un escenario donde es posible encontrar trabajo y salarios superiores
a los que se obtienen en aquellos países que designamos como propios
del resto del mundo. Los trabajos que ofrecen los occidentales son posibles
por el mismo hecho de la diversidad de su mercado de trabajo y por la misma
amplitud de su estructura social. Ambos hechos, propios de una división
técnica del trabajo funcionalmente muy compleja, diferenciada en
los conocimientos y en las aptitudes personales de la fuerza operaria,
definen condiciones abiertas tanto en la estructura del empleo científico
más exigente, como en las formas más sencillas del mercado
de la ocupación laboral. De hecho, y en estas circunstancias, siempre
en el proceso económico que tiene lugar en las grandes estructuras
sociales de la civilización urbana avanzada existen huecos que,
por lo menos durante un tiempo, permanecen abiertos a gentes que no se
han formado en el interior social de dichas estructuras, pero que por sus
condiciones físicas y tradiciones de trabajo en origen pueden acceder
a posiciones que la misma estructura del empleo tiene previstas. Éstas
son, por ejemplo, actividades en la agricultura y en los servicios, cuando
no en oficios artesanos, incluidos otros de alcance industrial como la
albañilería, la carpintería y otros de identidad próxima.
Las inmigraciones de individuos procedentes de las periferias occidentales
coinciden en estas identificaciones de conocimiento, y suelen adaptarse
fácilmente a las exigencias productivas de los empleadores, pues
añaden a dicho carácter una mayor baratura salarial y una
menor capacidad inicial de resistencia política a los abusos de
los empresarios.
Mercado de trabajo y migración
Por lo dicho, podemos entender que las ideas organizadoras de este trabajo se mueven en torno a un componente clave, el significado por la economía de mercado entendida como causa de movilidad de los recursos materiales y de los bienes sociales o humanos considerados en su espontaneidad migratoria. Así, mientras reconocemos la existencia de una economía internacional, de escala basada en procesos productivos que comienzan en el punto donde se dan las materias primas, siguen en los países donde éstas se transforman en producciones industriales listas para su consumo, y acaban distribuyéndose en todas aquellas partes del mundo sometido a esta clase de economía, observamos, al mismo tiempo, que tanto como se mueven los capitales y sus organizaciones productivas, también se mueven las personas y los grupos que viven dentro de este sistema y que, por lo tanto, lo identifican como referente de progreso e identidad de forma de vida.
De conformidad con nuestra intención y enfoque, éstos son criterios organizadores, por lo menos en el sentido de que nos permiten obtener un punto de partida suficiente para entender la migración a escala internacional, puesto que también es internacional la economía de mercado. En este sentido, nada es tan lógico como entender que si la economía tiene carácter internacional, también lo tiene la fuerza de trabajo. Y si los países están abiertos a los productos de esta clase de economía, también es lógico que lo estén a las fuerzas de trabajo que con su migración no hacen otra cosa que repetir en los actos de movilidad de sus personas el modelo internacional de las producciones que consumen. Las migraciones internacionales contemporáneas son, por eso, un trasunto que podemos identificar con la economía de mercado. Este último carácter forma parte de un sistema de movilidad social que incluye una experiencia, la del turismo, y éste se constituye, asimismo, en una especie de primer reclamo, el del llamado mundo occidental, operando de modelo de un modo de vivir cuya expresividad es también parte visual de los triunfos exponenciales del Occidente a los ojos de los que, en la primera oportunidad, se convertirán en emigrantes deseosos de conseguir el mismo premio económico. Este intercambio de turistas por emigrantes es propio de dos hechizos, el de carácter consuntivo, los primeros, y el de carácter perentorio los segundos. Así, del mismo modo que entran los productos, también entran las personas, y en esta relación de intercambio, la fuerza de trabajo que se mueve de una región a otra del planeta, es el símbolo dinámico de una forma de intercambio socialmente identificada con sistemas de consumos mútuamente reclamados, los unos para el gasto de sobrantes, y los otros para el acceso a estos sobrantes. La economía de mercado es una manifestación alternativa de la dualidad situacional de los dos mundos.
Comparativamente, pues, las economías de mercado actuando en forma de escala, o desde las materias primas a los productos industriales y a sus distribuciones para su consumo, incluyen grandes cantidades de trabajadores reconocidos por su valor salarial bajo, y es precisamente en la cantidad y disponibilidad de acceso a éste que los empresarios tienden a ocuparlos de manera preferente, bien en países o regiones más pobres que permiten instalar empresas y contratar con carácter eventual y costo menor que en los centros más avanzados, o bien favoreciendo el empleo de inmigrados en los países avanzados de acogida a partir del escaso compromiso legal y carácter fluctuante que se reconoce en la forma de trabajar estas personas. Aquí, los problemas de honestidad en el cumplimiento de los compromisos laborales, juegan un papel importante, pues mientras los inmigrados asumen la precariedad salarial y del tiempo de trabajo como un paso necesario en su objetivo de conseguir un reconocimiento de legalidad jurídica o derecho formal a trabajar, una cierta tendencia de algunos empresarios consiste en prolongar al máximo la precariedad situacional de los inmigrados, en la medida que ésta les favorece por ser un medio de prolongación de la situación ilegal o de "sin papeles" en que permanecen los trabajadores inmigrados. En este punto, la explotación económica a que se ven sometidos podemos considerarla identificada con los niveles económicos propios de un dramático régimen de subsistencia que es, en realidad, el reflejo de una lucha por la misma supervivencia física en muchos casos.
Estos fenómenos coinciden con el hecho de que los países periféricos a los centros avanzados de la economía de mercado, disponen de una fuerza de trabajo apta para ocupar empleos, generalmente menos cualificados en términos de nivel técnico, que no suelen cubrir en el presente los trabajadores nativos, ascendidos en la escala del sistema de rol/estatus nacional. Es obvio, en este caso, que simplificamos la cuestión migratoria cuando decimos que los migrantes ocupan los puestos de trabajo que rechazan los trabajadores nativos protegidos por subsidios de paro y jubilaciones anticipadas. A este respecto, hay que incidir en otros factores, entre otros, y muy significativos, el hecho del valor económico relativo de los puestos de trabajo que ocupan los inmigrados. Habitualmente, dicho valor es más barato que el que obtienen los nativos. Empero de ello, en muchos casos la escasez de cuadros operarios o dotados de conocimiento en oficios industriales, supone el incremento de la cotización de esta clase de trabajo. En consecuencia, lo que al comienzo es trabajo barato evoluciona hasta equilibrarse con el de los nativos.
Simultáneamente con esta situación, no se interrumpe la introducción de novedades tecnológicas en el aparato productivo, pues éstas son, junto con la movilidad del capital financiero, las claves funcionales de la estrategia del mercado. En la realidad, esto supone que también son permanentes las condiciones de cambio de una parte de la fuerza de trabajo nacional, de manera que en la intersección transitiva que sucede a cada innovación, siempre existen huecos de carácter transitivo que pueden ser ocupados por grupos de trabajo, a menudo de origen internacional o inmigrado, que también son la expresión de la existencia de núcleos permanentes de trabajadores dispuestos a moverse de un punto a otro del sistema, como en el caso de los recolectores de cosechas. En pocos casos estas fuerzas de trabajo estacional son estables, y lo mismo ocurre con ciertos servicios reconocidos por su auge de temporada, como ocurre con el empleo en las estaciones turísticas, y asimismo en la industria combinando el contrato temporal de su fuerza de trabajo menos técnica con renovaciones dependientes del éxito de las producciones en el mercado aleatorio. Esta dinámica nos dice que, tanto como emigran los negocios y los productos, emigran también los trabajadores. La movilidad impuesta a la fuerza de trabajo por la irrupción de nuevas tecnologías contribuye, por lo tanto, a ampliar la estructura mundial de los circuitos económicos y financieros, pero también supone desplazar la expansión de las transiciones conflictivas a la arena de la misma negociación internacional de los modos como la fuerza de trabajo inmigrada puede concurrir a estabilizar los circuitos del empleo de cada fuerza de trabajo nacional.
El sistema salarial fundado en la baratura del trabajo es, como dijimos,
una representación frecuente en las políticas empresarias,
especialmente en las coordinadas por inversiones de carácter multinacional,
o basadas en el beneficio que resulta de emplear trabajadores jurídica
y económicamente desprotegidos, como pueden ser los menores de edad
en las sociedades del llamado tercer mundo. Por la vía de una ilustración,
aunque de carácter menos dramático, una noticia reciente
de periódico, (1) destacaba como
muchos empresarios catalanes preferían invertir en Marruecos que
hacerlo en España. Como justificación, aludían al
hecho de que el costo de producción del artículo resultaba
ser más barato porque la mano de obra marroquí ganaba menos
que la española, y así el producto industrial resultaba ser
entre el 40% y el 50% más barato en Marruecos que en España.
Como ejemplo, añadía que un minuto de confección en
España costaba 30 pesetas, mientras costaba la mitad en Marruecos.
Atribuía la preferencia dada a Marruecos por una parte del empresariado
catalán, al hecho de que la debilidad política del movimiento
sindical marroquí permite despedir con facilidad al trabajador que
no interesa. Mientras tanto, el informante destacaba que el impuesto de
sociedades que deben tributar es del 8% en Marruecos y del 35% en España.
Movilidad laboral
Llegados a este punto, pretendemos destacar la idea de que cuanto más avanzada es tecnológicamente una sociedad, mayor es la probabilidad de que sus cantidades de inmigración sean más elevadas que lo son las de menor estructura social considerada en términos de su división del trabajo. En este contexto, la cantidad social funcionalmente diversificada es causa de que dentro de ella se produzcan combinaciones en mayor número que las que tienen menos diversidad. Y la diversidad funcional considerada en términos económicos es también una pauta de identificación de los rendimientos relacionados con la producción intelectual. Esto significa que los códigos de ideación de la realidad, por ser más ricos que los de menor diversidad, también admiten una mayor heterogeneidad cultural y étnica y, con ello, asumen la creación de espacios que pueden cubrir individuos de otros territorios e identidades de origen, en este caso inmigrados. En condiciones de multiplicidad tecnológica como las europeas, el discurso social es estructuralmente más complejo y cognitivamente más diverso. Por lo mismo, este es un aspecto de su atractivo, y lo es especialmente en la medida que las producciones estéticas y la variedad de los consumos materiales y del ocio se constituyen en particularidades sociales y espirituales de gran riqueza y sugestividad para el imaginario migratorio de los mundos no europeos. Desde la estructura de este imaginario, son muchos los que caben en la economía de mercado, pero son en realidad los migrantes quienes se aprestan a identificarse con lo que ha descubierto su imaginación.
Así, advertimos que en el proceso nacional de adquirir nuevas destrezas, o en el de ser entrenados los trabajadores nativos con nuevos conocimientos, una proporción de esta fuerza de trabajo es despedida de sus empleos por ser considerada obsoleta su preparación técnica. Cuando eso ocurre parte de aquélla desciende al desempleo, mientras otra se recupera por medio de reciclajes técnicos habitualmente provistos por instituciones de formación profesional, privadas y públicas. De hecho, los empresarios suelen preferir formar cuadros técnicos propios, y en este ejercicio tienden a favorecer a los jóvenes más que a las gentes maduras, y en muchos casos adelantan la jubilación de los que consideran mentalmente resistentes al conocimiento de las nuevas tecnologías. Mientras tanto, se entiende a menudo que su readaptación para los nuevos conocimientos es demasiado costosa para la empresa que los tiene contratados. Básicamente, los problemas adaptativos de estos trabajadores surgen a partir del hecho de que las partes técnicas o aplicadas del conocimiento poseen su propia teoría, y así la ignorancia de los conceptos que ésta entraña disuelve fácilmente la voluntad de identificación de la fuerza de trabajo más antigua con las nuevas tecnologías. (2)
A estos factores hay que añadir otros que, aparentemente, son socialmente menos directos, esto es, resultan de los intercambios y relaciones dialógicas que se dan entre nativos e inmigrados. Dependiendo del carácter, distante, afectivo o resistente, según los casos, presente en estas relaciones, la organización, sindical y a veces étnica, de los trabajadores inmigrados se convierte en un factor de historia social, alternativamente resistente e integradora. Por esta razón, hay que distinguir entre una actuación de grupo y otra propiamente individual.
Al respecto, los grupos que se reúnen por separado y que tienen consciencia de organización nacional, o étnica en su precisión focal, (3) de identidad cohesiva, tienden a realizar un proceso de integración resistente a lo que es propiamente la identidad anfitriona. En este supuesto, las personas individualizadas en sus procesos de intercambio con los anfitriones, suelen avanzar rápidamente en la adquisición de los códigos ideacionales de la sociedad de acogida. Por el contrario, y en términos étnicos, la organización de grupo procura valores y medios de resistencia cultural que se transmiten a las generaciones contemporáneas, tanto como a las descendientes. Por añadidura, mientras los matrimonios mixtos disminuyen la cantidad y cualidad cohesiva de la identidad étnica inmigrada a sus descendencias, los matrimonios étnicamente homogéneos la refuerzan y se comportan habitualmente como instrumentos de reproducción de la primera identidad, la de origen, de modo que si ésta define las cualidades culturales más compactas de transmisión, la unión mixta reconoce en la socialización de sus descendencias un reforzamiento de la identidad anfitriona en comparación con debilidades de reproducción étnica por parte del pariente que figura como inmigrado en la relación conyugal. En este sentido, la sociedad de acogida suele representar un papel histórico de presión decisiva sobre la continuidad, por una parte, de la propia cultura, y de disolución, por otra, de la cultura de origen del inmigrado.
En el presente, las migraciones internacionales demuestran que la movilidad de los productos se corresponde con la movilidad de las personas, y lo que es más importante: los movimientos migratorios de aquella fuerza de trabajo que tiene su origen en los países pobres, tienen efecto en los salarios de los trabajadores de los países de acogida. El hecho de que, generalmente, los migrantes son fuerza de trabajo barata y poco cualificada, tiende a demostrar que su acceso al mercado laboral de los países anfitriones avanzados contribuye a disminuir el valor salarial de la fuerza de trabajo nacional menos cualificada, o de capacidad técnica equivalente. Por otra parte, si es obvio que entre los trabajadores inmigrados una porción, aunque pequeña, de éstos pueden ser considerados cualificados, también suele serlo que cuando dichos trabajadores vienen de regiones con tradiciones culturales menos valoradas en prestigio nacional inmediato, su posición comparada dentro de la fuerza de trabajo tiende a ser disminuida socialmente, y su efecto en la cualificación del empleo es una menor remuneración económica. Al mismo tiempo, la concurrencia de estos niveles de cualificación en el mercado de trabajo dentro de los países de acogida, también contribuye a que disputen a la baja los salarios de sus equivalentes nativos, especialmente a partir del momento en que se comportan como una masa técnica abundante en dicho mercado.
La generación de estos resultados tiene que ver, por lo tanto, con la economía de mercado y con la internacionalización del trabajo, y coincide especialmente con la internacionalización de la economía. Este factor propiamente identificado con la llamada globalización cultural, ha supuesto la desarticulación estructural de las economías tradicionales, y es desde este supuesto que se está produciendo la expulsión de grandes masas de fuerza de trabajo de los países que se han estado incorporando a la ideología de esta clase de mercado. El resultado consiste en el empobrecimiento técnico de la fuerza de trabajo de los países de origen, precisamente porque en el seno de éstos los huecos que se dan en la estructura del empleo suelen coincidir con insuficiencias salariales o con aluviones de oferta que no se corresponden con la capacidad productiva de los sistemas económicos locales. En este sentido, suelen ser paralelos el abaratamiento de los salarios en los países de origen de la migración con los de los países de acogida, sin embargo de lo cual estos últimos tienden a ofrecer una estructura de empleo más abundante que la de los de origen migratorio. La contradicción consiste en el hecho de que en los países de acogida el estatus del empleo inmigrado siempre tiene una consideración menor que la de los nativos, mientras el de éstos suscita una potenciación a la baja de su cotización salarial cuando existe un múltiplo laboral disponible.
Las oquedades estructurales ocupadas por inmigrados señalan, pues, hacia el hecho de que los nativos constituyen una primera referencia sutil del problema inmigratorio. En este supuesto, la perspectiva del proceso nos conduce a considerar una primera demanda de empleo barato a la que sigue un primer rechazo por parte de la fuerza de trabajo nativa a esta misma oferta de salario. Por esta razón, los dos factores nacionales, dirección empresaria disputando precios en el mercado internacional, y base laboral nativa disputando salarios a escala internacional, intervienen como fuerzas de presión interna mientras, en todo caso, la fuente decisiva del sistema se encuentra situada en el contexto de la economía competitiva. La inmigración es, por lo tanto, una clase de fenómeno social derivado de la asimetría impuesta por el mercado internacional, por la incertidumbre de sus desplazamientos regionales y por la temporalidad laboral que impone a la fuerza de trabajo. La precariedad del discurso productivo, basada en la recomposición permanente del mercado, en la instalación constante de nuevas tecnologías, y en la fluencia inestable de los capitales de inversión, es también causa de que las fuerzas laborales en el interior de las sociedades avanzadas entren en la competición internacional por la vía de las precariedades del mismo sistema hecho incertidumbre.
En un caso realmente ilustrativo de esta situación, un empresario de Lleida manifestaba la necesidad que tenía de contar con trabajadores que acudieran a la recolección de la fruta. A este respecto, preguntado por el porqué no contrataba fuerza de trabajo nativa en lugar de inmigrados, respondió que había recurrido a la fórmula de escribir formalmente a 8,000 personas que por su situación de desempleo pensaba que desearían obtener el puesto de trabajo que les ofrecía. En este supuesto, afirmaba que sólo unas 700 habían contestado estar dispuestas a realizar dicha actividad, sin embargo de lo cual en el momento de la incorporación sólo estuvieron presentes un número de 75, (4) o sea algo menos que el 1%.
De muchas maneras, la prueba de que estas sustituciones de nativos por inmigrados tienen que ver con percepciones de prestigio y con aumentos de seguridad a partir de los subsidios de paro, de compensaciones por jubilación anticipada y del pago de pensiones, se confirma en las cifras gubernamentales de desempleo, hasta el presente nunca inferiores a un millón de trabajadores españoles. La oscilación permanente ronda en torno al millón y medio de parados. Y es precisamente esta última condición estadística del paro en España, la que en el pensar frecuente de una parte de la opinión pública se constituye en paradoja laboral, hasta el punto de ser motivo de desconfianza cuando también los empresarios insisten en contratar fuerza de trabajo forastera.
Es en esta contradicción no explicada, pero sugerida por el conocimiento de casos concretos, como el anterior de Lleida, donde recae el escepticismo público relativo a la eficacia de las políticas gubernamental y empresaria respecto de la migración y del empleo de la propia fuerza de trabajo nativa en paro. Y es también en el conocimiento de que los inmigrados son preferidos por ser más barato su trabajo que el de los nativos donde, por lo mismo, una cierta parte de la población resiste la idea de consentir desarrollos de la política migratoria que pasen por alto estas situaciones empresarias y las picardías de una parte, de número indeterminado, de la fuerza laboral nativa.
En estas condiciones, el mercado de trabajo parece estar abierto y, sin embargo, es mejor decir que está entreabierto y que las brechas de esta apertura estructural se abren y cierran conforme la temporalidad del trabajo es una función de la misma incertidumbre que introduce en el empleo la economía de mercado. En este contexto, se observan huecos de control importantes en la estructura del empleo. Por ejemplo, uno de ellos es la existencia de una economía sumergida o no registrada formalmente por las oficinas gubernamentales, y otra puede serlo el de los desempleados que reciben subsidio y que, sin embargo, obtienen ingresos no declarados por trabajos estables definidos como chapuzas. O los mismos jubilados que se han adelantado a su tiempo legal de retiro, o la demora que se da por prolongación de sus edades de incorporación a la fuerza de trabajo activa de grandes números de jóvenes. En todas estas experiencias podemos reconocer una composición estructural definida por un conjunto de individuos aptos para realizar su ingreso en el mercado del empleo y que, sin embargo, permanecen inscritos en las cifras del paro. Estas cifras suponen cantidades superiores al número de inmigrados que llegan para suplir a esta fuerza de trabajo aparentemente sumergida en situaciones diversas, pero constitutivas de desempleo real. Así, en este punto la cantidad de fuerza de trabajo real desempleada y de jubilación anticipada en un determinado momento, tiende a ser mayor que la cantidad de números migratorios que entran en el país de acogida. Incluso dichos números pueden ser insuficientes cuando la demanda del mercado de trabajo reclama una mayor cantidad comparada de trabajadores que pueden proporcionarle los que aspiran a tener empleo. En este sentido, los grandes números de inmigrados que se reclaman para ocupar los vacíos que dejan los nativos, son superiores al del número de nativos actualmente disponible en forma de oferta de su capacidad de trabajo.
En general, la disputa por los puestos de trabajo entre nacionales e inmigrados no es frecuente en la medida que los primeros disponen de medios de seguridad proporcionados por el Estado, más que por los empresarios, pues éstos prefieren disponer de trabajadores que por su precariedad legal son menos conflictivos que los nacionales mientras, además, reciben salarios siempre inferiores a los nativos y comprometen en el conflicto productivo menos que estos últimos cuando se trata de compensaciones por despido. De hecho, la fuerza muscular es un factor importante en el rendimiento laboral o productividad aplicada a los trabajos de recolección, y en este supuesto es también cierto que las exigencias de productividad objetivas aumentan en relación con el inmigrado, más que en el trato con los nativos.
Desde luego, y en estas circunstancias, la fuerza de trabajo inmigrada no aparece compitiendo actualmente con la fuerza de trabajo nacional, especialmente en la medida en que esta última desprecia lo que se ofrece a la primera. También cabe incidir en el reconocimiento de que ambos grupos laborales se realizan dentro de urgencias de trabajo diferentes. Así, la fuerza de trabajo nacional funciona dentro de la consciencia de que sus niveles de seguridad mínimos le permiten rechazar lo que otros, los inmigrados, asumen como nivel previo de socialización en la sociedad del progreso, también llamada eufemísticamente del bienestar por los doctrineros de la economía de mercado. Por esta razón, este que llamamos primer nivel de socialización laboral satisfecha, se entiende que no es socialmente competitivo en la medida que los nativos lo rechazan por haber superado los límites mínimos de seguridad y de subsistencia a través de los subsidios de desempleo y de atención sanitaria universal, a medida, en todo caso, que también los medios económicos de solidaridad representados por la familia aseguran la protección física y social del desempleado en las circunstancias ya comentadas.
Básicamente, pues, mientras predomina la ideación economicista de la migración, y siendo la economía de mercado una construcción dinámica en estado permanente de cambio, de transición y readaptación de la fuerza de trabajo, lo que no ocurre en los países de origen de los inmigrados, ocurre en los países de acogida: la movilidad y circulación permanente de los individuos en los empleos. Dicha movilidad es un agente de inestabilidad personal, pero también lo es del carácter de la estructura social. En la perspectiva profunda de los arraigos, es indudable que los migrantes están realizando una experiencia de transición, y por lo que respecta a los anfitriones como integrantes de la sociedad de acogida, las cantidades de inmigrados que se establecen, aunque temporalmente en muchos casos, en el contexto del mismo proceso productivo, constituyen una forma de presión cultural que en ocasiones tiende a ser percibida como una amenaza a los ritmos de la identidad cotidiana. Muchas de las resistencias que se observan por parte de los anfitriones hacia los inmigrados, son el resultado de la percepción de que cuanto mayores sean los volúmenes demográficos de éstos representados en la estructura social de la sociedad de acogida, mayores serán las cantidades de depresión cultural del sistema social anfitrión.
Estos temores se dan, sobre todo, en los puntos sociales demográficamente
más débiles del sistema anfitrión. Cuando este último,
como en el caso de las zonas rurales que asumen muchos trabajadores en
la recolección agrícola, se halla dentro de la experiencia
de convivir socialmente con estos últimos, se incrementan los componentes
y alarmas de la ansiedad, precisamente porque parte de ésta se identifica
con la idea de pérdidas de identidad en la medida que la extrañeidad
cultural se introduce en el proceso de la sociedad de acogida sin que ésta
disponga de recursos de asimilación suficiente de la cantidad inmigrada.
El tenor del discurso social en estas condiciones tiende al agonismo, precisamente
porque disminuye la capacidad de control social sobre una masa extraña,
la inmigrada, que con independencia de ser socialmente activa, sin embargo,
su inmersión en el contexto social anfitrión es entendido
como un factor de desorganización de la estabilidad cotidiana. Por
el contrario, en las zonas metropolitanas, la asimilación demográfica
de estos inmigrados es más fácil, pues por ser en mayores
números los anfitriones, el discurso social de los primeros permanece
desapercibido por la mayoría de los nativos. En este sentido, el
volumen inmigrante puesto en relación con el volumen anfitrión,
constituye una variable estratégica en lo que concierne a los grados
de conflicto que resultan de la proxemia o de la distancia que mantienen
entre si ambas partes. Desde luego, la fórmula de separar territorialmente
las identidades inmigradas de las nativas, permite asegurar una cierta
evasión social de la realidad. Sin embargo, ésta no resulta
ser una solución conveniente desde el punto de vista de la integración
de las poblaciones, aunque dicha integración siempre supone la experiencia
de mestizajes, (5) no sólo biológicos,
sino también culturales, y lo que es más importante, en el
proceso de formación de una identidad definitiva, supone la deriva
histórica hacia la posesión de una consciencia de identidad
común, a la que normalmente se llega cumplida la tercera generación.
(6) La separación étnica territorial entre poblaciones
anfitrionas y de origen inmigrado acaba siendo definitiva, en muchos casos,
y termina siendo asunto de rechazo y discriminación mutua. El problema
no es cuán diferentes son las poblaciones en los inicios del intercambio,
sino cuán diferentes permanecen siendo las identidades de las generaciones
que les siguen en la historia de su existencia.
Notas
1. Cf. El País, 14-II-2001. Barcelona.
2. Algunas de las ideas que empleamos en este apartado del trabajo industrial moderno, las hemos elaborado en otro lugar, y en forma de teoría antropológica. Ver ESTEVA FABREGAT, C. Antropología Industrial. Barcelona: Anthropos, Editorial del Hombre. 1984-b
3.Sobre estos particulares de la etnicidad y de su organización me he referido en ESTEVA FABREGAT, C. Estado, Etnicidad y Biculturalismo. Barcelona: Ediciones Península. 1984-a.
4.Programa Mil.lenium, Televisió Catalana, Canal 33, 10-II-2001.
5. Cf. ESTEVA FABREGAT, C. El Mestizaje en Iberoamérica.Madrid: Editorial Alhambra. 1988.
6. En relación con el fenómeno
de integración definitiva del inmigrado en la identidad anfitriona,
he destacado que es la tercera generación la más proclive
a definirse en el sentido anfitrión. Ver: ESTEVA FABREGAT, C. Immigració
i confirmaciò ètnica a Barcelona. Quaderns d'Alliberament
2/3, 1978, P. 47 - 90. Barcelona
© Copyright: Claudio Esteva Fabregat, 2001
© Copyright: Scripta Nova, 2001