Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] Nº 69 (24), 1 de agosto de 2000 |
INNOVACIÓN, DESARROLLO Y MEDIO LOCAL.
DIMENSIONES SOCIALES Y ESPACIALES DE LA INNOVACIÓN
Número extraordinario dedicado al II Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
DEMOGRAFÍA E INNOVACIÓN. REFLEXIONES SOBRE UN CASO
ANDALUZ
ENTRE LOS SIGLOS XVIII Y XX.
Eduardo de los Reyes Peis
Doctor en Geografía e Historia Universidad de Granada
Profesor de Instituto
Demografía e innovación. Reflexiones sobre un caso andaluz entre los siglos XVIII y XIX (Resumen)
Un estudio demográfico se convierte en un testigo o indicador eficaz del impacto que cierto tipo de innovaciones produce en la sociedad o, a la inversa, de cómo la ausencia de innovaciones puede influir decisivamente sobre la evolución de las variables demográficas.
Ejemplos de cómo los comportamientos demográficos son respuesta a un contexto social y económico determinado, que dificulta la innovación y/o la difusión espacial de la misma, los tenemos en el retraso con que disminuye la mortalidad en algunas zonas y en los desequilibrios que provoca un crecimiento demográfico superior al crecimiento de la renta.
Palabras clave: Demografía/ innovación/ mortalidad/ emigración.
Demography and innovation. Reflexions on an Andalous case between XVIIIth and XIXth Century (Abstract)
A demographic study becomes an efficient keypoint of the impact that certain kind of innovations cause in society or, the other way around, how the lack of these innovations can condition the evolution of demographic variables, especially mortality.
Examples of how demographic behaviour is the result of a certain social and economic context that makes innovation and its spatial difussion difficult, are the delay of mortality in certain zones and the ups growing of the zone.
Keywords: Demography/ innovation/ mortality/ emigration.
En el terreno demográfico, innovación suele ser sinónimo de modernización, de cómo una zona geográfica determinada, en un período histórico concreto, cambia cierto tipo de condicionantes sociales y económicos para dar lugar a una modificación sensible del tamaño de su población.
Al parecer, la norma histórica a largo plazo ha sido la constatación de bajas tasas de crecimiento de la población que, a su vez, son el producto de una amplia diversidad de sistemas socioeconómicos, culturales y éticos (Ch. Wilson y P. Airey, 1999). Pero confundir la regularidad histórica con una ley determinista que imponga el equilibrio "homeostático" en la relación población-recursos es, cuando menos, arriesgado. El hecho de que los países occidentales y, actualmente, muchos países en desarrollo hayan completado la transición demográfica con trayectorias y tiempos diferentes, parece ser un argumento sólido para hablar del equilibrio demográfico que, a largo plazo, se impone en toda situación; porque, según se argumenta, si dicho equilibrio ha sido compatible con diversos sistemas socioeconómicos y culturales, nada parece obstar para la construcción de un modelo demográfico universalista que haga tabla rasa de la singularidad de la transición en cada sociedad y momento histórico. En este sentido, Wilson y Airey (1999: 195) previenen de la dificultad de aplicar los postulados darwinistas a sociedades complejas y dudan que "incluso los modelos mejor desarrollados sean capaces de captar toda la complejidad de la evolución demográfica humana".
El mismo modelo homeostático, de corte malthusiano, que sigue utilizándose de llave maestra en la apertura de ciertas incógnitas planteadas por determinadas dinámicas demográficas (D. Gómez, 1992), hace aguas al reducir la causa del éxodo rural a una simple cuestión de densidad poblacional cuando, por lo general, suele suceder al contrario de lo que dicta el modelo: baja densidad para las zonas emisoras y alta para las de destino, precisamente por el desequilibrio entre concentración de recursos y distribución espacial de la población en el territorio. En el caso de los movimientos migratorios, resulta evidente, pues, que hay que hablar de un crecimiento demográfico superior al crecimiento de la renta. Esa combinación desigual es la que conduce a un empeoramiento de las condiciones de vida, pero no se da con la misma intensidad en todos los grupos sociales, de ahí la "selectividad migratoria" (L. Alfonso, 1993: 74-77).
La cuestión, por tanto, se reduce a saber si la modernización demográfica va unida al crecimiento económico. Aquí es donde hay que resituar el objeto de estudio de esta disciplina, subrayando el papel que los fenómenos demográficos tienen como testigo de las transformaciones que las estructuras económicas y sociales sufren a lo largo de la historia y en distintos ámbitos geográficos (D. S. Reher, 1988: 65).
La influencia del crecimiento económico y sus desigualdades es
patente en el retraso con que se vive la modernización demográfica
en España, en general, y en algunas áreas, en particular,
de las que Guadix, como veremos a continuación, es un buen ejemplo.
El retraso en la caída de la mortalidad
Un acercamiento a la demografía de Guadix en los tres últimos siglos, nos permite comprobar enseguida que la tasa de mortalidad (TM) fue elevada durante mucho tiempo en esta ciudad y superior a la media nacional, sin olvidarnos del valor relativo de esa media; a ello contribuyó, sin duda, la dramática intensidad que la mortalidad infantil adquirió a lo largo de buena parte de este período.
La segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX fue un período especialmente grave para la población guadijeña (o accitana), pues, aunque la TM comienza a descender a partir de 1900, hasta 1931 se moverá todavía por encima del 20 por mil; y el bajo nivel alcanzado a mediados del siglo XIX no se volverá a recuperar hasta después de la Guerra Civil, es decir, casi un siglo más tarde.
Estas oscilaciones de la mortalidad, a finales del siglo pasado, son observables también en otras áreas geográficas españolas (J. M. Martínez y M. Rodríguez, 1983. Reher, 1988. A. Serrano y A. M. Olivares, 1983. A. Cohen, 1987) y en el conjunto español, donde el índice se situaría en torno a un 38 por mil en el siglo XIX en su conjunto (M. Livi, 1968: 90) y en una cifra próxima al 30 por mil para la segunda mitad del mismo siglo (J. Nadal, 1976: 145-149). Desde esa fecha irá descendiendo paulatinamente para situarse por debajo del 20 por mil, en 1910, y alrededor del 8 por mil a mediados de los años 70.
Si comparamos la evolución de esta tasa en Guadix y en España (cuadro nº 1) comprobaremos que, a pesar de un cierto paralelismo en las fluctuaciones de la misma, en el caso de esta ciudad la rapidez de la caída es mucho más acusada, ya que se parte de niveles más elevados y se llega a cotas más bajas.
Para el conjunto de Andalucía la tendencia es similar (D. Sánchez, 1996: 158-169): la TM se eleva de 29,7 por mil a 32,9 por mil, entre 1860 y 1887, para volver a descender a 31,5 por mil en 1900. Dentro de nuestra región los niveles no son homogéneos, presentando una mayor mortalidad las provincias orientales, con respecto a las occidentales. Por otra parte, las áreas urbanas también presentan unas tasas superiores a las de las zonas rurales; así, por ejemplo, mientras que en la provincia granadina la TM alcanza un 36,2 por mil, en 1887, en la capital se eleva hasta un 39,3 por mil. Este aumento se atribuye, sobre todo, a las malas condiciones ambientales de unas ciudades en plena expansión demográfica.
En Guadix, cuarta ciudad de la provincia granadina por aquel entonces,
las diferencias no son tanto de tendencia como de intensidad: en 1860 la
TM es dos puntos más baja que la del conjunto regional; en 1887
ha empeorado ostensiblemente, equiparándose a las capitales de Andalucía
oriental (39,4‰) y en 1900 también desciende, pero no tanto como
la media regional (38,6‰).
Cuadro nº 1
Tasas medias de mortalidad (por mil)
Guadix Tasas Var. (%) | España
Tasas Var. (%) |
|||
2ª/XIX
1901/10 1911/20 1921/30 1931/40 1941/50 1951/60 1961/70 |
40,4
35,6 31,6 21,9 20,5 11,6 7,1 7,4 |
-11,9
-11,2 -30,7 -6,4 -43,4 -38,8 4,2 |
30,0
24,9 23,4 19,0 17,1 12,9 9,4 8,6 |
-17
-6,0 -18,8 -10,0 -24,6 -27,1 -8,5 |
Fuente: Nadal (1976). Censos de Población. Rgtro. Civil de Guadix.
Elaboración propia
Estos datos, unidos a los de una fecundidad muy elevada hasta el primer tercio del siglo XX (en torno al 45‰), próxima a los límites de la llamada "fecundidad natural" (G. Tapinos, 1990: 122. R. Pressat, 1981: 93), reflejan las características de un sistema de alta presión demográfica en el que destaca el incremento de la mortalidad infantil desde las décadas centrales del siglo XIX, consecuencia indirecta de un aumento de la densidad poblacional que no corre parejo con un paralelo desarrollo económico.
Cuadro nº 2
Mortalidad "infantil" y "juvenil" (en ‰)
Período | 0-1 años | 1-5 años |
1876/80 | 244,8 | 263,0 |
1881/85 | 252,6 | 321,2 |
1886/90 | 295,5 | 359,4 |
1891/95 | 253,6 | 259,7 |
1896/00 | 206,3 | 271,5 |
1901/05 | 208,4 | 226,2 |
1906/10 | 221,1 | 277,1 |
1911/15 | 244,7 | 202,6 |
1916/20 | 189,7 | 266,1 |
1921/25 | 157,7 | 212,8 |
1926/30 | 119,8 | 136,5 |
1931/35 | 105,1 | 87,8 |
1936/40 | 156,6 | 132,4 |
1941/45 | 106,6 | 60,3 |
1946/50 | 70,0 | 54,4 |
Fuente: Rgtro. Civil de Guadix. Elaboración propia
Hasta la tercera década del siglo XX, de cada mil niños nacidos en Guadix, más de doscientos morían antes de cumplir un año de vida, alcanzándose límites superiores al 400 por mil en 1864, 1865 y 1893. La cuestión empeora si atendemos a la mortalidad juvenil (niños de 1 a 5 años) que, al igual que en otros lugares de la geografía española, presenta valores superiores a los de la mortalidad infantil (cuadro nº 2), probablemente por su naturaleza "exógena" (Reher, 1988).
Calculando las posibilidades de supervivencia de un niño a diferentes
edades (cuadro nº 3), podemos advertir de un modo más claro
la mejora en las condiciones de mortalidad entre finales del XIX y principios
del XX. En Guadix, la probabilidad de que un niño sobreviva hasta
el primer año de edad, mejora con altibajos un 19% entre el principio
y el final de la serie, o un 32% si comparamos la cifra mayor y la menor.
A los seis años, el incremento en las probabilidades de supervivencia
ha sido de un 61%, y a los once años de un 80%. Dicho de otra forma:
en 1881 de cada 1.000 habitantes nacían 41 niños y de ellos
llegaban a los 11 años unos 22; en 1950 nacen 22 de cada mil habitantes
y alcanzan la edad de once años 19.
Cuadro nº 3
Supervivientes por cada mil nacidos
Período | 1 año | 6 años | 11 años | Período | 1 año | 6 años | 11 años | |
1871-75 | 780 | 1911-15 | 755 | 602 | 590 | |||
1876-80 | 755 | 556 | 1916-20 | 810 | 594 | 580 | ||
1881-85 | 747 | 507 | 485 | 1921-25 | 842 | 663 | 652 | |
1886-90 | 704 | 451 | 418 | 1926-30 | 880 | 760 | 751 | |
1891-95 | 746 | 552 | 525 | 1931-35 | 895 | 816 | 808 | |
1896-00 | 794 | 578 | 552 | 1936-40 | 843 | 831 | 716 | |
1901-05 | 792 | 613 | 603 | 1941-45 | 893 | 839 | 831 | |
1906-10 | 779 | 563 | 549 | 1946-50 | 930 | 879 | 874 |
Fuente: Rgtro. Civil de Guadix. Elaboración propia
Estos datos nos indican que, pese a haber disminuido la natalidad, el tamaño del núcleo conyugal aumenta paulatinamente, con el consiguiente empobrecimiento de las economías familiares (Reher, 1988: 99-101).
Respecto a las causas de la mortalidad infantil, hay que hacer especial mención de las llamadas causas exógenas, que en 1876 eran las responsables de más de cuatro quintas partes de las muertes y en 1950 siguen sumando casi dos tercios del total de las muertes infantiles. Ha disminuido la importancia de estas causas entre el principio y el final de la serie pero siguen siendo, en su conjunto, los factores que más muertes provocan, tanto en los niños de 1 a 5 años como en los menores de un año. Si disminuyen a un ritmo distinto en el grupo de 1 a 5 años es por la persistencia de costumbres erróneas sobre el cuidado y alimentación de los niños, especialmente en el delicado momento del destete (E. Rodríguez, 1996. A. Cohen, 1996. E. Perdiguero, 1993), y que nos remiten al tema de las actitudes culturales porque este tipo de prácticas (supersticiones, falsas creencias, costumbres viciadas, ignorancia, etc.), que desembocaban inexorablemente en cuadros diarreicos y posterior muerte del niño por deshidratación, aumentaban su frecuencia en relación directa al grado de subdesarrollo de una región ya que éste, a su vez, derivaba en un mayor nivel de analfabetismo.
La lejanía económica y cultural de las clases populares respecto a los avances de la medicina se pone así de manifiesto en el retraso con que los adelantos en salud pública auspiciados por la ciencia médica se acomodan en áreas geográficas más desfavorecidas como la nuestra. Y es que, como señalan Schofield y Reher (1994: 23-28), no sólo debemos prestar más importancia a la educación y la cultura como elemento aglutinador y difusor de todos los avances en la lucha contra la muerte, sino que debemos estudiar el papel de la medicina desde una nueva óptica que va más allá de simple "sanadora" de enfermos para convertirse en "educadora" de nuevas actitudes ante la enfermedad.
Las mejoras en la nutrición, la difusión de medidas higiénico-sanitarias y el desarrollo de la medicina pudieron tener un efecto más beneficioso en aquellos lugares donde las condiciones de vida y el estado higiénico fuesen ínfimos porque, partiendo de un nivel tan bajo, el efecto de las mejoras suele ser más visible.
Este retraso en el descenso de la mortalidad de origen infeccioso, sobre todo la de los niños, se traduce en una esperanza de vida muy alejada de las medias nacionales, hasta bien entrado el siglo XX, aunque se observa una rápida ganancia a partir del primer tercio del siglo. La esperanza de vida al nacer había experimentado en Guadix, para ambos sexos, un aumento de tan sólo 0,7 años entre 1877 y 1910, frente a los 12,6 que aumentaba en España; pero entre 1910 y 1950 esa ganancia es de 35,8 años en Guadix y de 20,4 años en España. En resumen, podemos decir que, en torno al último tercio del siglo XIX, la esperanza de vida al nacer de la población accitana no llegaba a los 24 años, mientras que en España era algo inferior a los 30 y en la mayoría de los países de Europa Occidental alcanzaba o superaba ya los 40. El valor alcanzado en España en 1900, próximo a los 35 años, había sido sobrepasado por Inglaterra, Francia o Suecia desde hacía más de un siglo; en Guadix tendremos que esperar otros treinta años más para poder superar ese valor, que se señalaba como límite superior de la esperanza de vida de las poblaciones preindustriales (W. Kula, 1977: 358. A. Sauvy, 1964: 27-34. V. Pérez, 1980: 39-43). Esta intensa y acelerada caída de la mortalidad en Guadix hasta mediados del siglo XX, como puede deducirse de los rápidos progresos de la esperanza de vida, refleja el profundo atraso de los niveles y condiciones de vida, tanto respecto a otros países de Europa Occidental, como respecto al conjunto de la población española y tuvo, durante mucho tiempo, su más dramático indicador en el elevado número de muertes infantiles.
La cuestión sería, entonces, saber si el rápido
progreso experimentado en la esperanza de vida se relaciona con un progreso
económico de similar magnitud. La respuesta es, obviamente, negativa.
La explicación a esta discordancia la da J. Nadal (1976: 227) al
advertir que, "a partir de un nivel de vida mínimo, la mortalidad
de una población depende hoy mucho más de factores sociales
y sanitarios (política higiénica, educación) que del
desarrollo económico propiamente dicho". Por eso, el descenso de
la mortalidad de las áreas geográficas más pobres,
como es el caso que nos ocupa, responde más a una "importación"
de los adelantos médicos o higiénico-sanitarios que a un
incremento considerable de su nivel económico, que fue relegado
a un segundo plano por la propia dinámica del sistema.
Las causas de la mortalidad
El análisis de las causas de muerte nos permite subrayar la asociación entre el bajo nivel de vida (de la mayoría de los habitantes) e intensidad de la muerte porque, como podemos comprobar en los cuadros nº 4 y 5, las causas que más muertes provocaban (y que determinaban la evolución de la curva) eran las infecciosas, tanto las ligadas directamente a la (mala) nutrición, como aquellas otras fruto de la pobreza, la falta de medidas higiénicas, el hacinamiento o la ignorancia. Incluso, las otras razones esgrimidas para explicar la caída de la mortalidad (avances de la medicina, salud pública,...) tardan más en llegar a esta ciudad y no se difunden por igual entre todas las capas sociales.
Vistas en conjunto, las grandes crisis epidémicas de los siglos XIX y XX apenas perturbaron la distribución "normal" de causas de muerte; un par de ejemplos bastarán:
La epidemia de cólera de 1885 produjo un 7,8 por ciento, de las muertes de ese período, pero fue superado por el conjunto de las enfermedades infecciosas del aparato respiratorio (11,1%), los casos de difteria (10,9%), el grupo de causas no atribuibles a microorganismos (29,1%) y por los otros procesos diarreicos (17,02%).
La gripe de 1918 significó el 3,69 por ciento de las causas
de muerte del segundo decenio del siglo, pero otras seis expresiones diagnósticas,
en conjunto, fueron responsables del 65 por ciento de las defunciones de
esa década: infecciones del aparato respiratorio (14,7%), procesos
diarreicos (19,7%), mortalidad perinatal (7,5%), enfermedades cerebrovasculares
(7,1%), enfermedades cardíacas (11,5%) y deficiencias en la nutrición
(4,3%).
Queda claro, pues, que el principal responsable de la caída de
la mortalidad que dio paso a la modernización demográfica
accitana no fue la disminución de la frecuencia e intensidad de
las crisis, sino el paulatino descenso de las enfermedades infecciosas
"ordinarias" y, dentro de éstas, de las transmitidas por el agua
y los alimentos. La importancia de este factor, la mortalidad "ordinaria",
en el descenso de las tasas de mortalidad no es un tema novedoso ni en
Europa (McKeown, 1978: 65-77) ni en España (Nadal, 1976: 169); lo
que resulta singular en el caso de Guadix es que la importancia relativa
de las enfermedades infecciosas no disminuya hasta tan tarde, cuando en
muchas regiones europeas habían empezado a descender desde mediados
del siglo XIX, y en España desde el primer tercio del siglo XX;
un retraso atribuible al lento avance del nivel de vida, sobre todo en
lo que afecta a la alimentación, el vestido y la vivienda, y al
progreso técnico.
Cuadro nº 4
Principales causas de muerte por grupos de edad (1871-1950)
Fuente: Rgtro. Civil de Guadix. Elaboración propia.
Las tasas específicas de mortalidad por causas revelan que a las enfermedades infecciosas se deben las cuatro quintas partes del descenso de la mortalidad que tiene lugar entre la penúltima década del siglo XIX y 1950. Entre ellas destacan las transmitidas por el aire (39%) y las transmitidas por el agua y los alimentos (36%), aunque no descendieron al mismo ritmo ni en la misma época.
Dentro de las enfermedades infecciosas, las rúbricas más repetidas hacen referencia, directa o indirectamente a enfermedades gastrointestinales que, agrupadas bajo la denominación procesos diarreicos, fueron responsables de un 20 por ciento del descenso de la mortalidad y casi la mitad del mismo se opera después de 1931. El principal grupo de riesgo de las enfermedades transmitidas por el agua y los alimentos lo constituían los niños de hasta cinco años. La preferencia de las patologías intestinales por este sector de población se explica, en parte, por la mala o inadecuada alimentación, pero también por los factores culturales referidos a las costumbres sobre la crianza y atención de los niños.
Otra quinta parte del descenso de la mortalidad ordinaria fue debido
a cuatro enfermedades no infecciosas: mortalidad perinatal, enfermedades
cerebrovasculares, digestivas y deficiencias en la nutrición. Las
dos últimas parecen tener, al igual que los procesos diarreicos,
una clara relación con la escasez y/o deficiencia cualitativa de
los alimentos consumidos. Incluso un porcentaje difícil de cuantificar
podría ser consecuencia de la malnutrición y de diversos
estados carenciales, bien de los propios niños, bien de sus madres.
Cuadro nº 5
Tasas de mortalidad específicas
% reducción
total
(1881-90 a 1941-50) |
% reducción antes de 1931 | |
Infecciones por el aire | 39 | 80,93 |
Difteria | 14 | 99,66 |
Bronquitis, neumonía, pulmonía... | 9 | 43,54 |
Sarampión | 5 | 90,86 |
Viruela | 4 | 92,01 |
Tuberculosis | 2 | 90,48 |
Resto enfermedades del grupo | 7 | 74,40 |
Infecciones por agua y alimentos | 36 | 76,63 |
Procesos diarreicos | 20 | 57,53 |
Cólera | 10 | 100,00 |
Fiebre tifoidea, tifus | 3 | incremento |
Disentería | 3 | 90,71 |
Otras enfermedades infecciosas | 3 | 42,64 |
Infecciones parasitarias | 2 | 77,59 |
Resto enfermedades del grupo | 1 | 36,22 |
Enfermedades no infecciosas | 20 | 43,90 |
Deficiencias en la nutrición, avitaminosis y otras enf. del metabolismo | 6 | 57,63 |
Enf. del sistema digestivo | 5 | 95,28 |
Enf. cerebrovasculares | 5 | 61,21 |
Anomalías congénitas, malformaciones y mort. perinatal | 4 | incremento |
Resto enfermedades del grupo | 2 | 42,30 |
Mal definidas, desconocidas | 1 | incremento |
Fuente: Rgtro. Civil de Guadix. Elaboración propia
En las enfermedades infecciosas transmitidas por el aire, la otra categoría destacada en la mortalidad ordinaria, el mejor estado nutricional pudo haber permitido a la población adquirir una mayor resistencia frente a algunas de ellas (R. Rotberg y T. K. Raab, 1990: 338) y, además, la frecuencia de los brotes epidémicos seguramente influyó de manera importante en el incremento de la inmunización. Pero en otras enfermedades, como la viruela o la difteria, el papel de los descubrimientos médicos, así como los cambios operados en la virulencia de los microorganismos causantes de las mismas, resultaron determinantes en su declinar. Sin embargo, la mayor mortalidad de unas y otras vendría determinada por la frecuencia de los contagios que aumentaban en proporción directa a las malas condiciones de las viviendas. Enunciada de esta forma, la relación de las innovaciones médicas con el nivel socioeconómico se demostraría por el distinto ritmo con que se difunden los adelantos científicos en las distintas áreas geográficas y entre las distintas capas sociales. (McKeown, 1990: 115-116). Una cuestión fácil de demostrar en Guadix acudiendo al ejemplo detallado en el cuadro nº 6.
Cotejando la información que sobre la residencia de los difuntos
nos proporcionan los libros del registro civil, podemos comprobar la incidencia
de algunas enfermedades infecciosas según las distintas zonas urbanas.
Para simplificar las comparaciones, he distinguido sólo tres áreas
en la ciudad que se corresponden con la zona urbanizada entre finales del
siglo XIX y principios del XX, la zona de cuevas y los barrios que formaban
parte del municipio pero estaban situados fuera del perímetro urbano.
Los habitantes del barrio de las cuevas pertenecen, en su inmensa mayoría,
al sector más pobre de la población guadijeña y su
población, por estas fechas, oscilaba entre el 40 y el 45 por ciento
del total de la ciudad. Por eliminación, y a pesar de la excesiva
simplificación que ello comporta, podemos suponer que los habitantes
de la zona urbanizada pertenecen a las clases media y alta. Por último,
es menos significativo el caso de los barrios periféricos, ya que
aquí la relación entre hábitat y enfermedades puede
verse alterada por la influencia de otros factores no relacionados directamente
con el nivel socioeconómico, como la distancia al núcleo
urbano, mayor dispersión de la población, situación
geográfica, etc.
Cuadro nº 6
Distribución espacial de casos epidémicos (%)
Epidemia | Fecha | Zona urbanizada | Zona de cuevas | Barrios periféricos |
Viruela | Oct a Dic/1876 | 22,2 | 76,4 | 1,4 |
Cólera morbo | Jul/1885 | 36,5 | 58,7 | 4,8 |
Viruela | Ene/1906 a Ene/1907 | 19,8 | 71,9 | 8,3 |
Escarlatina | Sep/1908 a Ago/1909 | 30,6 | 46,9 | 22,4 |
Viruela | Ago/1912 a Mar/1913 | 26,7 | 64,0 | 9,3 |
Fuente: Rgtro. Civil de Guadix. Elaboración propia
Los datos representados no dejan lugar a dudas sobre la incidencia de
las tres enfermedades infecciosas entre las capas más pobres de
la población accitana. Especialmente grave es el caso de la viruela:
más de dos tercios del total de muertes provocadas por esta enfermedad,
en los tres brotes que he aislado, se localizaron en la zona de las cuevas;
y ello a pesar del carácter igualitario que algunos le suponen a
esta enfermedad porque mataba por igual a ricos y a pobres (McKeown, 1990:
80). Otro tanto ocurre con el cólera, la escarlatina y otras enfermedades.
Podemos concluir, por lo tanto, que la mayor presencia de estas infecciones
entre las capas pobres obedecía a las difíciles condiciones
higiénicas y al hacinamiento de personas y animales en habitaciones
insanas, sin ventilación, que generan una mayor frecuencia de contactos
y, por ende, un mayor riesgo de infección (V. Pérez, 1980:
73).
Consecuencias del crecimiento desequilibrado: la emigración
Un somero estudio del balance migratorio de Guadix (cuadro nº 7) nos remite, nuevamente, al papel de la demografía como testigo o indicador de las consecuencias que ciertos tipos de cambios económicos producen en la sociedad, al permitirnos comprobar que existe una relación inversa entre el aumento poblacional de las zonas rurales y el crecimiento económico de las áreas geopolíticas en que se inscriben dichos núcleos rurales (A. M. Higueras, 1967. C. Carvajal, 1979 y 1986. F. Rodríguez, 1982. M. E. Cózar, 1984. M. Olson, 1986): en períodos de estancamiento económico aumenta la población rural, resultado del saldo positivo en el balance migratorio y los movimientos naturales; en períodos de crecimiento económico, por el contrario, el éxodo rural dirigido a los núcleos urbanos provoca una disminución del número de habitantes porque el incremento del nivel de vida de las comunidades rurales se hace a costa de la expulsión de buena parte de su población, precisamente la de menor calificación profesional y una posición marginal en la propiedad de la tierra, por su menor rendimiento.
Entre 1911 y 1930, los saldos migratorios son claramente positivos como
consecuencia de sucesivas crisis económicas motivadas por los efectos
inflacionistas de la Primera Guerra Mundial y del período de recesión
de finales de los años veinte. Pero, a partir de 1950, la tendencia
cambia bruscamente y, en las tres décadas siguientes, la intensidad
del fenómeno migratorio alcanza límites difícilmente
superables por otras localidades andaluzas: los saldos migratorios nos
hablan de la salida de más de 21.000 personas entre 1950 y 1980,
aproximadamente un 70 por ciento de la población accitana de 1950.
Se anulaban así, vía emigración, los generosos saldos
naturales que venía detentando la ciudad en la primera mitad del
siglo XX, por haber sido una de las zonas que más tardíamente
realizó el proceso de transición demográfica, y que
la situaban entre las áreas de mayor crecimiento de la provincia
(Carvajal, 1986: 46-50 y 172-173).
Cuadro nº 7
Balance migratorio en Guadix
Período | Pobl. Inicial | Crec. Natural | Crec. Real | Bal. Migratorio | % |
1871/76 | 11.066 | 808 | 724 | -84 | -0,8 |
1877/86 | 11.790 | 19 | 199 | 180 | 1,5 |
1887/96 | 11.989 | 258 | 111 | -147 | -1,2 |
1897/00 | 12.100 | 343 | 552 | 209 | 1,7 |
1901/10 | 12.652 | 1.042 | 1.168 | 126 | 1,0 |
1911/20 | 13.820 | 637 | 2.321 | 1.684 | 12,2 |
1921/30 | 16.141 | 3.569 | 5.808 | 2.239 | 13,9 |
1931/40 | 21.949 | 3.596 | 4.074 | 478 | 2,2 |
1941/50 | 26.023 | 3.363 | 4.065 | 702 | 2,7 |
1951/60 | 30.088 | 5.634 | -5.384 | -11.018 | -36,6 |
1961/70 | 24.704 | 3.944 | -4.864 | -8.808 | -35,7 |
1971/80 | 19.840 | 1.661 | 20 | -1.641 | -8,3 |
Fuente: Censos de población. Rgtro. Civil. Elaboración
propia
Las causas de ese éxodo rural no difieren de las ya conocidas en otros ámbitos (J. M. Naredo, 1974. A. M. Higueras, 1967) y se refieren a la crisis de las sociedades agrarias tradicionales. El retraso en la promoción social, económica y cultural de las áreas rurales, que estimula la emigración a los núcleos urbanos, se debe, por una parte a la organización social y, por otra parte, a las limitaciones propias del sector primario.
Una organización social que alienta el peonaje agrícola es un lastre para la promoción social de los campesinos, por su escasa cualificación profesional. En el mismo sentido, las discordancias entre propiedad y explotación de la tierra, tan comunes en las comarcas del Sur, conducen a una descapitalización del campo porque el arrendatario o aparcero no invierten dinero en bienes que no son de su propiedad y el arrendador tampoco, porque prefiere invertir las rentas obtenidas de la tierra en otras actividades que le reporten mayores ganancias, en lugar de revalorizar su explotación.
Por lo que atañe a las dificultades del sector primario, es sabido que, en un sistema de economía abierta, las actividades agrícolas son incapaces de soportar, a igual nivel de vida, la "competencia" de las actividades industriales. El valor añadido de los productos agrícolas es muy escaso o casi nulo porque escasas o nulas son las transformaciones sufridas por los mismos. Por otra parte, el tiempo y el espacio son dos limitaciones de las actividades agrícolas que no afectan de igual modo a las actividades industriales. Cada cosecha necesita un tiempo mínimo de desarrollo, durante el cual queda expuesta a las variaciones de los ciclos climáticos, en relación inversa con el grado de desarrollo técnico de la agricultura. Además, cada cosecha se da sobre una determinada área territorial que sólo se puede ampliar a costa de elevados gastos de acondicionamiento o mejora; por eso el volumen de productos agrícolas a disposición del consumidor difícilmente se acompasaba al ritmo de la demanda, siendo habituales unos desfases, por arriba o por abajo, que daban lugar a situaciones siempre desfavorables para los pequeños agricultores.
En definitiva, con las limitaciones impuestas por la brevedad de esta
comunicación, podemos decir que los modos de vida "tradicionales"
se mantienen en Guadix hasta el siglo XX. Durante la primera mitad del
siglo algunos hechos importantes contribuyeron a retrasar la crisis del
sistema económico tradicional (llegada del ferrocarril, industria
azucarera, etapa autárquica de postguerra, ...), pero con la etapa
desarrollista, a partir de los años sesenta, se ampliaron los horizontes
comerciales, se acentuaron las deficiencias propias del sector primario
y, además, se fomentó el trasiego de trabajadores desde los
núcleos rurales hasta los urbanos y Guadix, como acabamos de ver,
fue un penoso contribuyente en este proceso. Se trataba, como ya dijimos
anteriormente, de una emigración selectiva que afectaba de manera
abrumadora a los trabajadores del sector primario, como lo demuestra el
cambio operado en la distribución de la población activa
por sectores, precisamente en estas fechas, y que supone una disminución
de casi 26 puntos en tan sólo quince años (del 47% de población
activa de este sector, en 1955, se pasa a algo más del 21%, en 1970).
Conclusiones
La población de Guadix creció a un ritmo superior al del conjunto nacional durante la segunda mitad del siglo XIX (0,84% frente a 0,61%) y esa diferencia irá aumentando hasta 1970, en parte por la rápida disminución de la mortalidad y en parte por la lentitud con la que va disminuyendo la natalidad. Este mayor crecimiento, unido a una estructura económica de base agraria incapaz de absorber la mano de obra que generaba el excedente demográfico, contribuirá a la salida de miles de accitanos de su ciudad natal entre 1950 y 1980.
En definitiva, este rápido acercamiento a la demografía accitana nos permite aportar algún dato al debate sobre las causas que permitieron el declive de la mortalidad y que tiene un componente múltiple.
Nuestros datos parecen confirmar que la ciencia médica no aportó progresos significativos hasta bien entrado el siglo XX, cuando la tendencia era claramente a la baja. La mejora en la alimentación pudo estar en el origen de la atenuación de muchas causas de muerte, pero se entiende mal que, en un contexto de enorme desigualdad social y bajo nivel de vida, pudieran haber mejorado sustancialmente las condiciones socioeconómicas de la mayoría de la población hasta el punto de provocar esa inflexión en las curvas de mortalidad. La importancia del factor cultural pudo también ser la clave para explicar el descenso de cierto número de causas de muerte ligadas más a prácticas viciadas, ignorancia sobre los mecanismos de contagio y difusión de ciertas infecciones, así como costumbres erróneas sobre la propia malignidad de las enfermedades. A todo ello habría que añadir la tardía institucionalización de la salud pública en España, en especial en regiones deprimidas como la nuestra, pero que, una vez llevada a cabo, llegaría a tener un papel relevante en la instrucción de la población y la práctica de medidas preventivas, a través de diferentes organismos (brigadas sanitarias de la II República, centros sanitarios de higiene, etc...). Una actividad que denota una mayor implicación del Estado en el bienestar de la población y que terminaría por erradicar buena parte de las condiciones ambientales que eran responsables de las altas tasas de mortalidad del pasado.
La historia demográfica de Guadix se convierte así en
un ejemplo de cómo las innovaciones están estrechamente unidas
a las condiciones económicas y sociales, en ambas direcciones. Cuando
los cambios en la estructura económica y social son los que posibilitan
la existencia y difusión de cierto tipo de mejoras sustanciales
en las condiciones de vida, podemos decir que se trata de una evolución
controlada o, al menos, previsible en sus consecuencias. Cuando las innovaciones
se "importan" sin que se hayan modificado de manera significativa dichas
condiciones económicas, sociales y culturales, pueden tener un efecto
no deseado en forma de desequilibrios importantes, cuya respuesta demográfica
habitual suele ser la emigración.
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