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UNIVERSIDAD DE BARCELONA
ISSN:  0210-0754
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año VII.   Número: 42
Diciembre de 1982

PARADIGMAS EN GEOLOGIA: DÉL CATASTROFISMO A LA TECTÓNICA DE PLACAS

Ian Moffat


Nota sobre el autor

lan Moffat nació en Newcastle Upon Tyne, Inglaterra, en 1947. Se graduó en Geografía en 1969 en la Universidad de Londres. Cinco años más tarde obtuvo el grado de Maestría (M. Sc. degree) en. el Departamento de Geografía de la Universidad de Newcastle Upon Tyne, con una tesis sobre la distribución mundial del poblamiento. En 1980 alcanzó el grado de Doctor en la misma universidad, elaborando en su tesis doctoral un modelo de simulación dinámico del crecimiento urbano en Gran Bretaña entre 1801 y 1971.

Ha sido profesor en varios centros de enseñanza superior, entre los cuales los Departamentos de Geografía de las Universidades de Newcastle Upon Tyne y de Liverpool. En la actualidad es profesor adjunto (Lecturer) en el Department of Environmental Science de la Universidad de Stirling, en Escocia. Sus principales temas de interés se refieren a la di- námica de los sistemas ambientales y el medio urbano. Es autor de diversos artículos de carácter metodológico y trabajos de investigación sobre los temas de su especialidad. Una información sobre las actividades que se reaJizan en el centro en donde presta actualmente sus servicios puede encontrarse en su artículo Environmental science at Stirling ("Journal of Environmental Studies", vol. 18,1982, págs. 289-293).

El trabajo que editamos en "Geo-Crítica" fue publicado primeramente con el título Paradigm development in Geography en el número 33 de las "Seminar Series" del Departamento de Geografía de la Universidad de Newcastle Upon Tyne. Agradecemos al autor y al editor de dicha serie el permiso que nos han concedido para la publicación castellana de este trabajo.
 

El traductor

La traducción del inglés ha sido realizada por Mario Vendrell, Doctor en Geología, y profesor adjunto de Cristalografía y Mineralogía en la Facultad de Geología de la Universidad de Barcelona.

Ilustraciones

Parte de las ilustraciones utilizadas para esta edición proceden de la obra. "Moving Continents and Moving Oceans" Seiya Uyeda. University of Tokyo


De acuerdo con Kuhn "la trasmisión sucesiva de un paradigma a otro a través de la revolución es el modelo normal de desarrollo en la ciencia madura" (Kuhn 1970, pág. 12). M ientras su extenso ensayo sobre la estructura del cambio científico es sometido a un amplio debate, sorprende que sólo unos pocos historiadores de la ciencia hayan investigado con detalle la forma como se desarrolla un paradigma. (Lakatos y Musgrave, 1970 pp. 49- 50). De hecho, Kuhn establece que "la discriminación entre episodios normales y revolucionarios (en la ciencia) exige un atento estudio histórico, y pocas partes de la historia de la ciencia lo han recibido. Se debe conocer no simplemente el nombre del cambio, sino la naturaleza y estructura del conjunto de circunstancias antes y después de que ello ocurra. A menudo, para esto, se debe conocer también el modo como el cambio ha sido recibido cuando se propone por primera vez". (Kuhn, 1970, pág. 251, en Lakatos y Musgrave).

En Geología, por ejemplo, varios textos han aceptado los cambios recientes en esta ciencia como un caso clásico de una revolución científica de tipo Kuhniano (Gass, Smith y Wilson, 1971; Hallam, 1973). Recientemente, sin embargo, Mulkay ha sugerido que el análisis del desarrollo científico de Kuhn es atípico, y que la "ramificación" se produce en la ciencia, cuando los científicos cambian de un área de investigación hacia otra menos desarrollada (Mulkay, 1975). Se necesitan, sin duda, estudios históricos detallados de este importante problema epistemológico. Por ello el propósito de este trabajo es describir el desarrollo de dos cambios paradigmáticos en geología.

En la primera parte se intentan repasar brevemente algunos aspectos del debate entre uniformistas y catastrofistas, que tuvo lugar en Gran Bretaña durante el siglo XIX. Este debate permitió establecer finalmente el paradigma uniformista en la geología. Integradas en este paradigma había, por lo menos, dos hipótesis ortodoxas sobre la permanencia del fondo de los océanos, las cuales fueron aceptadas acríticamente por los geólogos uniformistas durante varias décadas. Por ello en la segunda parte se discute la manera como la hipótesis no ortodoxa de la deriva continental fue recibida por los geólogos uniformistas cuando se propuso por primera vez.

Esa parte dedica un especial interés al contenido científico de los trabajos, utilizando, hasta donde es posible, los argumentos de los científicos involucrados en los intentos de defender o atacar la hipótesis de la deriva continental. A esto sigue un relato de la difusión de la teoría de tectónica de placas. También aquí se hace una reconstrucción del desarrollo de esta teoría examinando el contenido de algunos importantes trabajos. Finalmente en la cuarta parte, se resume el modelo de desarrollo de un paradigma en geología, con el fin de clarificar algunos de los problemas inherentes a la discusión entre el relato de Kuhn sobre la revolución científica y el modelo de Mulkay del desarrollo científico mediante ramificaciones.
 

1.- El debate entre uniformistas y catastrofistas

Kuhn escribió que "las primitivas etapas de desarrollo de muchas ciencias se han caracterizado por una continua competición entre varias visiones distintas dela naturaleza (...), en ausencia de un paradigma, o de algún candidato a serio, todos los hechos que podían posiblemente pertenecer al desarrollo de una ciencia dada, parecen igualmente significativos (...). No es sorprendente, por ello, que en los estudios tempranos del desarrollo de una ciencia, diferentes personas examinando el mismo conjunto de fenómenos, pero usualmente no todos el mismo fenómeno particular. los describan e interpreten de diferentes formas" (Kuhn, 1970, págs. 4,15-17). En las etapas de formación de la geología numerosas personas tuvieron diferentes visiones sobre la naturaleza de su contenido y los métodos de estudio. Hubo, por ejemplo, una gran controversia entre neptunistas y vulcanistas. Más importante fue, sin embargo, el debate entre  uniformistas  y catastrofistas, porque el resultado del mismo, tuvo un importante efecto sobre la subsecuente aceptación de la hipótesis de la deriva continental.

Los catastrofistas veían que las claras discontinuidades encontradas en los registros geológicos y paleontológicos se formaron por cambios en la naturaleza, los cuales fueron demasiado violentos para ser explicados en base a los procesos físico-químicos naturales que operan sobre la superficie de la Tierra. Por otra parte, los uniformistas creían que los procesos de erosión y depósito que pueden observarse operando en la superficie de la Tierra, habían actuado de manera muy similar en el pasado geológico. Según Bartholomew, Lyell escribió a Murchison en 1828 declarando su convicción de que "ninguna otra causa ha actuado desde los tiempos más primitivos a los que podemos alcanzar hasta el presente, sino sólo aquellas que están ahora actuando", y dando una nueva dimensión de su convicción añadía que estas causas "jamás actuan con diferentes grados de energía de la que ahora ejercen". As(, entre 1826 y 1829 Lyell obtuvo suficiente confianza en su propuesta como para avanzarla como una metodología con la que establecer las bases de sus PrincpIes of Geology (Bartholomew, 1972-73, pp. 261-303). Estos dos puntos de vista enfren tados sobre la naturaleza de los procesos geológicos fueron tema de extenso, y a menudo acalorado debate, y los defensores de ambas escuelas citaron evidencias empíricas quedaban soporte a su argumentación (Cannon 1960).

Gradualmente, la argumentación uniformista empezó a dominar la geología. En 1830 Lyell, uno de los principales abogados del uniformismo, definió la geología como "1a ciencia que investiga los sucesivos cambios que han tenido lugar en los reinos orgánico e inorgánico de la naturaleza, que investiga las causas de estos cambios y la influencia que han ejercido en la modificación de la superficie y la estructura externa de nuestro planeta'  (Lyell 1830, pág. 1).

Muchos de los argumentos de su primera edición recibieron criticas hostiles por parte de algunos de los principales geólogos catastrofistas. Pero durante este largo debate entre uniformistas y catastrofistas, ambos grupos tendieron a moderar Suposiciones más extremadas. Hacia 1869 Huxley escribía: "A mi entender, no hay ninguna clase de antagonismo teórico necesario entre el catastrofismo y el uniformismo. Al contrario, es perfectamente concebible que las catástrofes puedan formar parte de la unifomidad. Ilustremos un caso por analogía. El movimiento de un reloj es un modelo de acción uniforme, un buen reloj significa acción uniforme. Pero el avance del reloj es en esencia una catástrofe (...) Sin embargo, todas estas catástrofes irregulares y aparentemente desordenadas serían el resultado de una acción absolutamente uniforme". (Huxley, 1869, pág. 7). Otros geólogos, como Thomson, continuaron su ataque "contra el ultrauniformimo de los últimos años como una aberración temporal contra la que vale la pena protestar enérgicamente", (Thomson, 1871, pág. 217). De todas formas, los extremismos de ambas escuelas de pensamiento se fueron debilitando. Esto fue observado por Geikie cuando escribió: "estamos todavía en libertad para mantener que entre las dos modernas escuel de geología - la Huttoniana o uniformista y la catastrofista - la primera tiene un mayor balance de probabilidades a su favor (...) Con tal de que sus puntos de vista no se lleven hasta el extremo y en tanto que sus premisas aceptadas no se consideren como verdades realmente demostradas, nos proporciona el único método satisfactorio que ha sido discutido para dilucidar la verdadera historia de nuestro globo" (Geikie, 1870, pág. 187). Incluso, la 11ª edición de los clásicos Principios de Geología de Lyell no es tan rígidamer uniformista como la primera (H.B. Woodward, 1911, pág. 78).

La aceptación gradual de la metodología uniformistá, como se evidencia en los Pricipios de Geología, de Lyell, difícilmente podría ser considerada como una revolución científica. Sin embargo,el cambio de la perspectiva geológica ha sido denominado correctamente por Kuhn como un paradigma. De hecho, Kuhn cita los Principios de Lyell como un paradigma en el sentido de que "durante un tiempo sirvió implícitamente para definr los problemas legitimados y los métodos de un campo de investigación para sucesivas generaciones de científicos prácticos" (Kuhn 1970, pág. 10). Estaba incluida en el paradigma uniformista la suposición ortodoxa de que el fondo oceánico había sido siempre el mismo desde la primera evidencia en los registros geológicos. Se dieron por lo menos, dos interpretaciones diferentes a esta suposición. La primera, conocida como escuela de pensamiento estabilista, suponía que la actual distribución de continentes y fondos oceánicos había sido aproximadamente constante, aparte de cambios locales del nivel del mar o levantamiento de áreas terrestres. La segunda escuela, conocida como el grupo del continente transoceánico, creía que la extensión de los continentes se había extendido anteriormente por los actuales fondos oceánicos (Simpson 1940). La creencia de que los contientes y los océanos eran rasgos permanentes en la superficie de la tierra, era común en muchos geólogos a mediados del siglo XIX. Lonsdale, por ejemplo, escribía: "yo creo que la estabilidad del mar y de las tierras pueden ser consideradas,sin ninguna duda, como verdades demostradas en geología". (Lonsdale 1846, pág. 199). De modo similar, en una discusión paleontológica Huxley afirmó que "ocurra lo que ocurra entre los geólogos f(sicos, de hecho los paleontólogos catastrofistas están prácticamente extinguidos. En estos momentos no forman parte de la doctrina geológica reconocida (...).

Pienso que está en favor de esta hipótesis el hecho de que es consistente con la persistencia de una uniformidad general en las posiciones de las grandes masas de tierra yagua. Desde el período Devónico, o incluso antes, hasta hoy, los cuatro grandes océanos, Atlántico, Pacifico, Artico y Antártico, pueden haber ocupado sus actuales posiciones y sólo sus costas y canales de comunciación han experimentado alteraciones incesantes " (H uxley, 1870, pág. 43). Darwin,por su parte,dió también un completo apoyo a esta hipótesis ortodoxa uniformista en sus estudios sobre los problemas relacionados con las corrientes generadas en un esferoide viscoso. Darwin sugirió que

"esta clase de movimiento actuando sobre una masa que no es perfectamente homogénea levantaría en la superficie pliegues que se moverían en direcciones perpendiculares al eje de mayor presión. En el caso de la Tierra los pliegues se producirían al norte y a1 sur del ecuador y se dirigirían hacia el este en las latitudes septentrionales y meridionales (...) La configuración gener/ll de los continentes (los grandes pliegues) en la superficie de la Tierra me parece notable cuando se considera en conexión con estos resultados. Puede haber pocas dudas de que; en conjunto, las montañas más altas son ecuatoriales y de que la tendencia gener/ll en los gr/lndes continentes es norte y sur en aquellas regiones (...) Pero si esta causa fue 1a que principalmente determinó la dirección de las desigualdades terrestres, entonces debemos mantener que la posición general de los continentes ha sido simpre como ahora, y que, después de formarse los pliegues, la superficie adquirió una rigidez considerable, de forma que las desigualdades no podían experimentar subsidencia durante el ajuste continuo hacia la forma de equilibrio de la Tierra, adaptada en cada período. Respecto a este punto vale la pena señalar que muchos geólogos son de la opinión que los grandes continentes han estado siempre más o menos en sus actuales posiciones." (Darwin 1870, pág. 580).

Más tarde, Dana reafirmó su creencia en la estabilidad de los continentes cuando escribió que "los continentes han sido siempre continentes; aunque algunas partes puedan haber estado durante un tiempo sumergidas algunos centernares de pies, los continentes nunca han cambiado su posición con los océanos" (Dana, 1881, pág. 410; 1846).

Dada esta posición ortodoxa de los uniformistas, mantenida por numerosas autoridades, pocos cuestionarían la permanencia de los océanos y de los continentes. Sin embargo, a pesar del establecimiento del paradigma, esta ortodoxia conservadora fue atacada de distintas maneras por algunos astrónomos y geólogos. En 1882, Fisher intentó dar cuenta de la "hasta ahora inexplicable distribución de la tierra y el agua sobre la superficie del globo". (Fisher 1882, págs. 243-4). Basándose en la teoría de Darwin (Darwin 1870), Fisher sugirió que una súbita ruptura de la corteza terrestre puso en orbita una gran cantidad de costra gran(tica para formar la Luna. Por consiguiente, "las cuencas oceánicas son la cicatriz que darán testimonio del lugar de la separación (...) Lo que quedó de la corteza granítica estarla, por tanto, roto en fragmentos, que ahora son los continentes. Esto haría que el Atlántico fuera una gran desgarradura, y explica el paralelismo existente entre los contornos de América y el Viejo Mundo. (Fisher 1882, págs. 243-4). De modo similar, Dickering intentó explicar el origen de la Luna basando su argumentación, en parte,en Darwin y Fisher. Escribió que "la opinión general de muchos geólogos es que las formas continentales han existido siempre, que son indestructibles" (Pickering 1907, pág. 28). Pero él sugirió que "cuando La Luna se separó de nosotros, tres cuartas partes de esta corteza salió, y se piensa que el resto se partió en dos para formar los continentes del este y del oeste. Estos, entonces, flotaron en la superficie líquida como grandes icebergs" (Pickering 1907, pág. 30). Quizás una de las razones por la que los geólogos uniformistas, de manera general, no acogieron con calor las explicaciones astrónómicas sobre la distribución de los continentes y océanos fue, como Rupke ha observado, que "la connotación histórica catastrofista la hizo poco atractiva a los geólogos" (Rupke, 1970. pp. 349-50.)
 
 

No todos los geólogos aceptaron la ortodoxia de los uniformistas. En 1890 Blanford escribía que "la cuestión de la permanencia de los fondos oceánicos (...) ha tenido la mayor importancia en este país desde la expedición del Challenger. La opinión de que las partes profundas del océano han sido las mismas desde los primeros períodos de los cuales tenemos registros en los estratos de la tierra, ha conseguido la aprobación de algunos eminentes geólogos y biólogos. Sin embargo, hay muchos que tienen graves dudas sobre el tema y yo pienso que los argumentos de ambas partes son dignos de reconsideración" (Blanford 1890, pág. 59). Entonces procedió a acumular una gran cantidad de datos sobre la distribución de los animales para reconsiderar la cuestión de la permariencia de los fondos oceánicos. Concluyó que "aunque no pueda afirmarse que la permanencia general de los fondos oceánicos y de las áreas continentales se apoye en alguna prueba firme, la evidencia general en favor de este punto de vista es muy fuerte. Pero no hay, sin embargo, ninguna evidencia en favor de la visión extrema aceptada por algunos físicos y geólogos de que todos los lechos oceánicos situados ahora a más de 1000 brazas de profundidad, han estado siempre qebajo del mar" (Blanford 1890, pág. 107). Treinta años más tarde Sollas puntualizó que "los notables alineamientos de volcanes, islas volcánicas, líneas de costa y cadenas de montañas en áreas circulares no parecen haber excitado el interés que cabría esperar" (Sol las 1903, pág. 180). La mayoría de geólogos que estaban trabajando dentro del paradigma uniformista no mostraron, naturalmente, mucho interés por el problema de la distribución global de! mar y de la tierra. Generalmente, ellos continuaron construyendo continentes imaginarios para seguir explicando los datos empíricos que aumentaban sin cesar. En 1909 por ejemplo, muestras del Leptocoeline flabellites, recientemente obtenidas por Carlos Darwin en las islas Malvinas fueron identificadas como los mismos fósiles del Devónico inferior de Argentina, Brasil, Bolivia y la parte este de Norte América, pero eran distintos de los fósiles devónicos europeos. Para explicar la distribución de este mítico continente, se ideó una tierra de Flabellites localizada sobre el océano Atlántico (Schwarz 1909, pp. 145-148). Esta práctica de imaginar nuevos continentes para explicar algunos hechos geológicos fue, naturalmente, enteramente compatible con fa hipótesis del contienente transoceánico formulada dentro del paradigma uniformista. Como un nuevo ejemplo de esta práctica, puede citarse que en 1910, Willis formuló algunos principios de paleogeografía; el primer principio era que "Los grandes fondos oceánicos constituyen rasgos permanentes en la superficie terrestre y han existido, donde están ahora, con cambios moderados de su contorno, desde que el agua se acumuló por vez primera" (Willis 1910, pág. 243). De forma similar Schmidt en un artículo para la Enciclopedia Británica afirmó que "el Pacífico se formó en tiempos muy remotos, y no ha experimentado cambios importantes" (Schmidt 1911, pág. 435). Como se ve, la inercia de la doctrina ortodoxa encontraba una extraordi- naria dificultad para modificarse.
 

2.- La teoría de Wegener de la deriva continental

La idea de que los continentes y océanos no tenían formas permantes en la superficie de la tierra ha sido propuesta en algunos bosquejos de hipótesis entre 1620 y 1924 (Rupke 1970, págs. 349-50). Las diferentes hipótesis no habían conseguido desalojar la doctrina ortodoxa, en parte porque las visiones catastróficas propuestas eran consideradas todavía, por la mayoría de los geólogos, como contrarias a la práctica normal de la geología en el paradigma uniformista. Los argumentos usados por los estabilistas y los transocéanicos, aunque no eran mutuamente excluyentes, ni claramente definidos, estaban diametralmente opuestos a la hipótesis no ortodoxa de la deriva continental. De las numerosas hipótesis relativas a la deriva continental Taylor, en particular, realizó una elegante formulación de los argumentos en favor del movimiento continental a gran escala, pero la mayor parte de los cient(ficos consideran al astrónomo, geofísico y meteorólogo alemán Alfred Wegener como el auténtico pionero de la Teoría moderna de la deriva continental "(Tarling, and Tarling, 1972; Taylor 1910; Wegener 1912, 1966). Efectivamente Wegener fue capaz de lanzar un ataque en gran escala intentando deshacer los fundamentos de los puntos de vista geológicos uniformistas estabilistas y transoceánicos. No es, por ello, sorprendente que esta hipótesis no ortodoxa fuera recibida con críticas y, a menudo de forma claramente hostil.

La reacción inicial a la hipótesis de la deriva continental de Wegener, publicada por primera vez en 1912, fue compleja. La mayoría de los geólogos o bien siguieron sin estar convencidos, o bien se declararon en contra de la idea de deriva de los continentes. En 1922 Lake sugirió que "cualquiera que haya podido ser originalmente la propia actitud de Wegener, en su libro no busca la verdad, defiende una causa y es ciego a cualquier hecho o argumentación que se diga en su contra. Muchas de sus pruebas son superficiales. Sin embargo, es un experto abogado y presenta un caso interesante (...) Sugiere mucho, pero no ha probado nada" (Lake 1922, pág. 346). De manera similar, el comentario de Platt al trabajo de Wegener no fue favorable a la hipótesis de la deriva continental (Platt 1921, págs. 367-69). Un año después Lake escribió un comentario más comprensivo, pero concluía: "así pues, queda claro que las características geológicas de los dos lados del Atlántico no se unen como Wegener imagina, y si las masas continentales fueron alguna vez continuas no se dispusieron como Wegener las dispone" (Lake 1923 ía), pág. 187; Lake 1923 (b), págs. 30-31). Por aquellos años las ideas de Wegener estaban atrayendo la atención de un gran número de geólogos. En un informe realizado a la asamblea de la British Association celebrada en Hull, Wright concluía que "la discusión como tal era interesante iluminando las extremas divergencias de opinión producidas al considerar la hipótesis bajo distintos aspectos - astronómico, f(sico, meteorológico y biológico - pero resulta muy claro que la comprobación más segura de su validez radica en el campo de la geología" (Wright 1923, págs. 30-31). De igual modo en la asamblea de la Royal Society of South Africa, varios científicos mostraron diferencias de opinión sobre la hipótesis de la deriva continental (Anon 1923, pág. 131).

Hacia 1925 Gregory, que apoyaba ardientemente la hipótesis transoceánica, escribla: "Wegener cree que los continentes se han movido grandes distancias incluso en tiempos geológicamente recientes y por eso, con gran habilidad y atractivo, explica muchos problemas de geografía, geología, climatología, biología y geodesia. El proceso ofrece una fácil respuesta a las dificultades y no puede desecharse como imposible o despreciarse éomo fantástico (...); no haya priori ninguna objeción al principio y el veredicto a la teoría del profesor Wegener dependerá en si explica más dificultades de las que crea" (Gregory 1925, pág. 225). Además, Gregory insinúa un cambio de opinión sobre las ideas de Wegener cuando añade que "'la recepción favorable de la teorla del profesor Wegener es significativa de marcados cambios de opinión respecto a la estructura y la historia de la Tierra. Muestra que la idea antiguamente difundida de que los oceános y continentes han estado siempre en sus actuales posiciones no estorba ya las interpretaciones geológicas y apoya la creciente creencia en la moviiidad efectiva de la corteza terrestre" (Gregory 1925, pág. 257). Sin embargo, no todos los geólogos estuvieron convencidos de los argumentos de Wegener. Collman, por ejemplo, escribió que "se puede establecer con seguridad que un cuidadoso estudio de los dos mayores periodos de glaciación conocidos en la geología (el Permo-carbonífero, y el Pleistoceno) no proporciona apoyo a la teoría de la deriva de los contienentes y los paseos(1)  de los polos" (Coleman 1925, pág. 60).

Collet, Bull y Bailey dieron soporte a la hipótesis de la deriva continental desde sus estudios independientes sobre la formación de montañas. Al contrario de lo que ocurría con las ambiguas pruebas presentad~ anteriormente por los geólogos, esta nueva prueba era potencialmente capaz de ganar más apoyo geológico y geofísico para la hipótesis no ortodoxa de Wegener. En su estudio sobre la formación de los Alpes, Collet escribió que "todos estos resultados se han obtenido independientemente de la hipótesis de Wegener. Por ello creo que constituyen un gran soporte para la teoría de Wegener" (Collet 1926, pág. 306). De modo similar Bull sugería que "se concede gran importancia a la prueba y refutación de la hipótesis de la deriva continental porque si es verdadera, conduce a revisar las ideas que se han propuesto para explicar la formación de montañas (...) Además, ello debe modificar profundamente nuestra concepción de las variaciones climáticas durante los tiempos geológicos, particularmente la discutida causa de las glaciaciones, y los un tanto extravagantes puentes de tierra que los paleontólogos han erigido a veces en sus imaginaciones, se desmoronarán si está hipótesis se eleva a la dignidad de teoría. Las pruebas en apoyo de la deriva continental son fuertes y parece que van creciendo, y si, como parece probable, se establece su exactitud, entonces la formación de las montañas será un detalle en un largo esquema de sucesos" (Bull 1927, pág. 154). Bull apreciaba claramente la importancia de la hipótesis de Wegener y el autor concluye que "la cuestión de la deriva continental puede verse como algo más que una hipótesis de trabajo, pero la aceptación de la misma, aunque ensancha los aspectos a considerar, no nos ha proporcionado aún un conocimiento definitivo de la fuerza que origina el movimiento" (Bull, 1927, pág. 156). Bailey, por su parte, aportó más apoyo a la hipótesis en su estudio de las montañas paleozóicas de Europa y América. Este autor escribió:

"El estudio que hemos realizado de las cadenas montañosas con sus pliegues y fallas, que individualmente pueden ser del orden de 100 millas, implica el reconocimiento de algún tipo de deriva continental. En los últimos años Wegener ha desarrollado su idea en una escala particular- mente grande. Ha dado cuenta de conocidas correspondencias en la gelogia de los dos lados del Atlántico, suponiendo que el océano fluyó entre el Viejo Mundo y el Nuevo, cuando las dos masas continentales se separaron en dos y derivaron con lentitud geológica. Uno no puede dejar de sentir que Wegener puede estar diciéndonos la verdad. Las pruebas disponibles son todavía toscas y ambiguas" (Bailey 1928, pág. 21).

El hecho de que muchas de las pruebas presentadas por los geólogos fueran toscas y ambiguas se refleja claramente en las discusiones que sobre la teoría de la deriva continental se mantuvieron en 1928 en el Symposium de Tulsa, Oklahoma.

En su comprensiva introducción al Symposium, el presidente hizo notar que "el problema de la deriva continental ha suscitado muchas y eruditas discusiones en los círculos geológicos. Muchos autores, merecedores de todo respecto, la defienden; otros están indecisos pero favorablemente inclinados; otros, aún, no son favorables; y algunos están violentamente opuestos... (Waterschoot van der Gracht 1928, pág. 1), Y concluyó afirmando:

"Estas hipótesis, aunque revolucionarias, son serias y no pueden ser sumariamente desechadas. No son sueños extravagantes, sino que están basadas en opiniones muy serias; tienen el apoyo de muchos cientificos a los que debo respeto, mientras que otros, al menos, están de acuerdo en que deben ser tenidas en cuenta seriamente como posibilidad. Es más, la idea de la deriva tiene la ventaja de ser la primera en ofrecer explicaciones aceptables a una serie de problemas geológicos, que antes no tenian una adecuada respuesta. La forma en que se integran los hechos principales en esta teoria sugiere verdaderamente que se producen importantes derivas inter e intra continentales. Los detalles del cuadro, y en particular la explicación mecánica y fisica, necesitan todavia de una más amplia investigación" (Waterschoot van der Gracht 1928, pág. 75).

Aparte de la comunicación presentada por Wegener y las dos contribuciones hechas por el presidente del Symposium, la mayoría de los ponentes estaban o indecisos o violentamente opuestos a la hipótesis de la deriva continental.

En 1927 Du Toit publicó una amplia cantidad de pruebas empíricas en apoyo de la hipótesis de la deriva continental. Un año más tarde Schuckert valoró críticamente el trabajo de Du Toit. Schuckert sugería que

"La geologia ortodoxa puede armonizar todos los datos expuestos en el libro de Du Toit -y de hecho muchos otros de naturaleza orgánica que él silencia- y además, no tiene que encontrar razones para el origen del Pangaea y el extraordinario vuelo que se produjo en el mesozóico final de varios fragmentos de Africa. Naturalmente, de acuerdo con la paleogeografia, la geología ortodoxa todavia no ha aceptado de modo general ninguna teoria que explique la manera como estos extensos puentes de tierra se han ido bajo las aguas oceánicas, y sin embargo estamos todos de acuerdo en que las enormes masas continentales se han roto en los fondos marinos. Que el contienente se ha fracturado es un hecho comprobado en Madagascar y la India -que formaron una vez parte de Africa,- e incluso, sorprendentemente, en el enorme continente australiano que ha sido parcialmente roto y reconstruido en las partes que hoy aún permanecen" (Schuckert 1928, pág. 274).

De modo similar, Gregory era capaz de interpretar algunas de las observaciones geológicas en la historia del océano Atlántico como un apoyo a la hipótesis ortodoxa del continente transoceánico del paradigma uniformista. Este autor escribió que "la cubeta atlántica es entonces, una de las grandes caracterlsticas geográficas meridionales, debida a una sucesión de subsidencias (...) La cubeta atlántica no es el fondo de un pliegue; corta de través muchos pliegues y no hay ninguno paralelo a ella. Es una larga cordillera sumergida, y las fracturas que presenta han sido la sede de una poderosa actividad volcánica (...) la principal subsidencia del Atlántico empezó en el Cretácjco superior y se completó después del Mioceno, fue una de las grandes caracterlsticas terrestres coincidente con el climax del plegamiento de los Alpes y el Oeste de América. Las características geográficas meridionales que se corresponden a ello son los Andes y el Gran Rift Valley del Este de Africa". (Gregory 1919, pág. LXVII-CXXII). En su respuesta a las críticas de Schuchert, Du Toit puntualizó que había un conjunto creciente de pruebas que apoyaban claramente la hipótesis de la deriva continental, y estas pruebas le inclinaban hacia esta hipótesis. Además, añadía: "una hipótesis que puede explicar ciertos hechos puede ser errónea; una que no pueda hacerlo, difícilmente será cierta" (Du Toit 1929, pág. 183).

Hacia 1929 las evidencias de que se disponía a favor o en contra de la hipótesis heterodoxa de la deriva continental no eran concluyentes.

Los que apoyaban la hipótesis continuaban recogiendo pruebas a la luz de la hipótesis de la deriva continental pero también ponían de manifiesto algunas de las debilidades en su esquema, especialmente el origen de la fuerza que podía mover los continentes a través de la superficie de la Tierra. Los geólogos tradicionales continuaban su trabajo en el estabilismo o en la concepción del continente transoceánico, pero también observaban inconsistencias en el paradigma ortodoxo. Como Holmes dijo, "no hay duda de que la resistencia de una parte de los geólogos en aceptar el claro testimonio de las rocas en favor de la deriva continental se debe al hecho de no haber encontrado fuerza gravitacional ni otra adecuada para mover los bloques continentales" (Holmes 1929 a, pág. 344). Dirigiéndose a la escuela de pensamiento del continente transoceánico y, en particular, a la creencia de Gregory de una subsidencia de los continentes en gran escala por debajo de los actuales océanos, Holmes sugería que "esto es, naturalmente, el punto de vista de la geología ortodoxa más antigua, y tendríamos que darnos cuenta de que los que sostienen esto deben estar preparados para enfrentarse a las dificultades geofísicas, que son tan serias como aquellas con las que se encuentran los que defienden la deriva continental" (Holmes 1929 a, pág. 287). Como defensor de la deriva continental, Holmes dirigió la atención hacia la fuerza subyacente que podría mover los continentes. Arguyó que la forma de S de la dorsal atlántica tiene la estructura superficial, y las propiedades sísmicas, que necesariamente acompañarlan la deriva de los continentes. Además, sugirió que la fuerza motriz subyacente en la deriva continental hay que buscarla en el interior de la Tierra en forma de hipotéticas corrientes de convección, una idea sugerida por Bull en relación con la formación de montañas (Holmes 1929 a; Bull 1921, 1927). Finalmente Holmes arguyó que "una característica importante de la hipótesis de la deriva continental es que está levantando el interés por doquier en el mundo de la geología y en los métodos geofísicos de exploración de las profundidades; métodos que, como rayos X de la Tierra, permitirán, antes o después, someter la hipótesis a severos y profundos tests" (Holmes 1929 a, pág. 347).

En el mismo año Holmes abordaba el problema del movimiento de la Tierra y la radioactividad de la misma. La base de su argumentación era que las fuerzas dominantes que movían la corteza, debían provenir de la Tierra misma. Este argumento, naturalmente, se oponía de forma directa a las primeras hipótesis, que requerían un mecanismo astronómico para provocar la deriva continental. Tras considerar brevemente varias de las hipótesis que intentaban explicar la deriva continental, por ejemplo el concepto Polflucht de Wegner, Holmes sugirió que la desintegración radioactiva en el interior de la Tierra puede causar corrientes de convección que podrlan separar los continentes y también formar los nuevos fondos oceánicos. Escribió que

"el calentamiento diferencial del sustrato, ser ía un sistema de corrientes ascendentes en algún lugar de una región continental, separándose al llegar arriba en todas direcciones hacia las zonas periféricas más frías. Las corrientes descendentes se harían más fuertes más allá de los bordes continentales, ponde se encontrarían con las corrientes débiles de las regiones oceánicas (...) donde las corrientes ascendentes giran, el cizallamiento y las corrientes resultantes en la corteza producir ían una región alargada o una cuenca disruptiva que tendría subsidencia entre los dos bloques principales, si esta cuenca fuera afectada por el fondo de las corrientes, el geosinclinal interpuesto podría dar lugar a una nueva región oceánica. La formación de un nuevo fondo oceánico supondría la descarga de una gran cantidad de calor excedente (...) debemos notar que (la hipótesis de las corrientes de convección) proporciona un mecanismo para producir la deriva continental, y al mismo tiempo para descargar parte del exceso de calor generado en el sustrato" (Holmes 1929 b. págs. 579-580).

Es importante hacer notar que Holmes no sólo sugirió la creación de nuevo fondo oceánico acompañado de material basáltico, sino que también sugirió que se explicaba igualmente el hundimiento de continentes, el cual era sostenido por los que apoyaban la hipótesis de continentes transoceánicos. Este autor escribió que "la desaparición de otras áreas continentales, como las viejas tierras Atlánticas, puede explicarse fácilmente por la deriva continental y el desarrollo gradual de los nuevos fondos oceánicos" (Holmes 1929 b, pág. 598). La gran importancia de la hipótesis de Holmes sobre las corrientes de convección radica en que sirvió para explicar la deriva continental, la formación de montañas, las cadenas de islas, los fondos oceánicos, la formación de geosinclinales; el crecimiento y desaparición de bordes continentales, de áreas centrales, y valles transversales; la distribución de terremotos y volcanes; las transgresiones y regresiones marinas, así como la posibilidad de mantener el magnetismo terrestre. No es sorprendente que Holmes insistiera en que "su éxito geológico general parece justificar su adopción provisional como hipótesis de trabajo inusualmente esperanzadora" (Holmes 1929 b, pág. 600).

Mientras que Holmes era capaz de percibir las profundas implicaciones de su hipótesis de las corrientes de convección, pocos geólogos se daban cuenta, aparentemente, de su importancia. Quizás una razón de su negligencia fue que Holmes, publicó sus dos artículos en revistas de poca difusión. Sin embargo el casi estéril debate continuó desde 1930 hasta 1960, con la intervención de autores eminentes y bien informados que sostenían tanto la hipótesis ortodoxa como la movilidad de los continentes, y que aportaban para contraatacar a sus oponentes. Hacia 1941, Holland, en su revisión pro Wegeneriana sugirió que una gran cantidad de pruebas circunstanciales favorecían la hipótesis de la deriva continental. Afirmó que la evidencia parece "exigir, hasta donde llega nuestro conocimiento, la deriva continental a gran escala para su explicación (...) Incluso si ninguno de los datos individua- les citados como pruebas hasta hoy puede ser considerado como crucial si se le considera aisladamente, la nube de testigos que cuentan la misma historia tienen sin duda la suficiente significación como para que se los tenga en cuenta" (Holland 1941, págs. 156-157). Aceptó sin embargo, que los geofísicos todavla tenlan buenas razones para rechazar la posibilidad de la deriva continental, mientras no se demostrase empíricamente cual era su fuerza motriz.

La necesidad que tenían los geólogos y los geofísicos de combinar sus descubrimientos fue planteada por Trueman en su informe sobre geologla en la British Association. Este autor sugirió que "estudios como estos son un preliminar esencial para entender claramente la naturaleza de la estructura de la corteza (especialmente las de las áreas oceánicas) , los movimientos continentales y la formación de montañas. Pero debemos reconocer que el conocimiento fundamental en relación con muchos de estos ámplios problemas procede también de los estudios de estratigrafía; por ejemplo, los estudios geofísicos pueden ayudar a explicar el origen de las montañas, pero gran parte de su estructura debemos aprenderla de las mismas rocas. Aquí se necesita por lo tanto, la estrecha cooperación de geólogos y geofísicos (Trueman 1948-9, pág. 192).

Las afirmaciones de Trueman fueron proféticas, en el sentido de que los estudios de magnetismo de las rocas y del fondo oceánico han contribuído de modo esencial al desarrollo de la deriva continental como una teorla más que como hipótesis durante la década de los 60. Pero sus trabajos tuvieron poco impacto en las posiciones encontradas de geólogos ortodoxos y no ortodoxos de finales de los 40.

Naturalmente, hubo otros geólogos y geofísicos que se inclinaron favorablemente a la hipótesis heterodoxa de Wegener sobre la deriva continental. En 1950, King examinó las tierras llanas del mundo como una nueva aproximación a la geomorfologla, y escribió que "la coincidencia en la elevación y edad de los paisajes de pedillanura no deformados en los distintos continentes, indica que un comportamiento tectónico similar, es bastante fuerte como para sugerir que las fuerzas globales, y probablemente la deriva, están involucrados en su explicación"(King 1950, pág. 126). De modo similar Daly, en su examen del origen del hemisferio terrestre y de los continentes, apoyaba la deriva continental, y preguntó: "¿puede reconciliarse el esquema genético propuesto que implica un Sial ininterrumpido inicial en el hemisferio terrestre con la existencia de las cuencas oceánicas del Atlántico e Indico? Como respuesta, ¿existe alguna explicación mejor de estas cuencas, que en gran parte son más jóvenes que el fondo del Pacifico, que la de que son anchas hendiduras en el antaño contínuo Pangeas? A pesar de las dificultades en la física del proceso y a pesar del escepticismo algo dogmático de algunos (no todos) de los geólogos y geofísicos, el que escribe no puede abandonar la idea de que aunque Wegener estaba equivocado en sus argumentaciones geoflsicas, ten ía razón al proponer su conocrda teorla de la migración continental con su corolario, el oriyen post-Devónico de las dos cuencas oceánicas del Viejo Mundo" (Daly 1951, pág. 921). Asimismo, en 1952 Meinesz apoyó las ideas de la deriva continental mediante sus argumentos geofísicos usando armónicos esféricos como método de análisis. Concluyó: "Podría, por tanto, adelantar la hipótesis de que los continentes y los océanos fueron creados como resultado de la concentración de la capa del sial inicial en la superficie por dos sistemas sucesivos de corrientes en la Tierra, y que uno de los sistemas tuvo lugar antes de la formación de la corteza, y el otro después de la formación;el primero formó un solo y enorme continente y además produjo la diferenciación entre corteza y la capa de sial, mientras que el segundo desgajó este proto-continente y condujo a la creación, al menos a grandes rasgos, de los actuales continentes" (Meinesz 1952, pág. 384).

Mientras que algunos científicos estaban proporcionando nuevas pruebas en apoyo de la hipótesis de la deriva continental, otros geólogos y geofísicos todavla se negaban a considerar la idea. Durham, por ejemplo, usó evidencias climáticas y biológicas para rechazar la hipótesis de la deriva continental. Consideraba que "podría parecer que las relaciones climáticas y biológicas de varias faunas cenozoicas de la cuenca del Pac(fico, junto con la falta de afinidades más marcadas entre las faunas terciarias de la cuenca Nord-atlántica, se opone fuertemente a las versiones de la "deriva continental", de Wegener, de Grabau o de Du Toit en tanto que estas teorías postulan una distribución diferente de las masas continentales y unas posiciones de los polos distintas en el Terciario y ahora" (Durhan 1950, pág. 1247). De modo similar, Jefterys rechazó la hipótesis de Wegener cuando escribió que "de hecho podemos aplicar a la teoría propuesta por Wegener las palabras utilizadas por Dutton en relación con la teoría de la contracción térmica: es cuantitativamente insuficiente y cualitativamente inaplicable. Es una explicación que no explica nada de lo que necesitamos explicar". (Jefferys 1976, pág. 485).

Dada la gran cantidad de pruebas e hipótesis en conflicto es evidente que entre 1930 y 1960 el debate de la hipótesis de la.  deriva continental no estaba cerrado. Tal como Bullard ha comentado correctamente "las razones de la falta de conclusión de las discusiones radican parcialmente en ambigüedades y carencias de las pruebas, y parcialmente en la falta de una prueba evidente del movimiento" (Bullard1964, pág. 2).
 

3.- La conversión en paradigma de la teoría de la tectónica de placas

El callejón sin salida en que se metió el debate de la deriva continental se resolvió claramente por las nuevas ideas y las más recientes pruebas proporcionadas por los estudios de paleomagnetismo y la oceanografía. En 1961 Dietz propuso un nuevo concepto de la evolución de los continentes y los fondos oceánicos formulando la hipótesis de la expansión de los fondos oceánicos. Consideró que "la concepción expansiva prevee una deriva continental limitada" (...) Ei antiguo escepticismo sobre la deriva continental se desvanece rápidamente, especialmente a causa de los hallazgos del paleomagnetismo y los nuevos análisis tectónicos. Una de las objeciones principales a la hipótesis de Wegener sobre la deriva continental fue que era físicamente imposible que un continente "navegue como un barco" a través del sima; y en ninguna parte hay una deformación del fondo marino que provoque un movimiento del continente. La expansión del fondo del mar obvia esta dificultad, ya que los continentes no se mueven nunca a través del sima sino que o bien se mueven con él, o bien permanecen quietos aún un tiempo mientras el sima se mueve bajo ellos" (Dietz 1961, pág. 856). Obviamente este nuevo concepto, que fue anticipado por Holmes en 1929, (Holmes 1929), requeriría muchas investigaciones antes de ser aceptado. Como señaló Press: "hasta que no se conozca más sobre la naturaleza de la corteza y el manto superior, permanecerán ~in respuesta problemas básicos de la geología como el origen de los continentes y de las cuencasoceánicas, la naturaleza de la orogenia y el vulcanismo así como el mecanismo de los terremotos" (Press 1961, pág. 455).

En 1962, Hess elaboró también un útil armazón de hipótesis referente a la historia de las cuencas oceánicas. Pretendía que su enfoque se acercara "tanto como era posible a un enfoque uniformista" (Hess 1962, pág. 559). Pero, de hecho, invirtió la posición ortodoxa de que los océanos tenían forma permanente en la superficie de la Tierra. Su punto de vista era el de que "las cuencas oceánicas no tienen forma permanente y los conpueden haberse deformado" (Hess 1962, pág. 618). Su hipótesis empezó con la hipótesis de Holmes de las corrientes de convección en el manto. Aunque muchos geólogos y geoflsicos no hicieron caso a la hipótesis radical de Holmes, Hess sugirió que "si fuera aceptada, se podrla construir una hipótesis bastante razonable para describir la evolución de las cuencas oceánicas y las aguas que contienen. Una amplia serie de hechos anteriormente inconexos se disponen de una forma regular, que sugiere que nos estamos aproximando mucho a una teoría satisfactoria (Hess, 1962, pág. 607)

Utilizando los datos paleomagnéticos, que apoyaban fuertemente la hipótesis de la deriva continental, y aceptando la hipótesis de Holmes de las corrientes de convección en el manto, Hess, independientemente de Dietz, sugirió la expansión del fondo marino como una hipótesis de trabajo. Hess imaginó "un sistema de convección en el manto que implica un movimiento real de la superficie de la Tierra que flota pasivamente en la parte superior de las células covectivas. En este caso, en cualquier tiempo dado los continentes situados sobre una célula no se moverlan en la misma dirección que los situados sobre otras. El ritmo de movimiento sugerido por las mediciones paleomagnéticas se sitúa entre 1 cm/año y 10 cm/año. Si aceptáramos las antiguas pruebas, queconstituían el principal argumento en la teoría de la deriva continental, sobre la separación de América del Sur respecto de Africa producida desde final del Paleozóico, y aplicando el uniformismo, resulta un movimiento de 1 cm/año" (Hess 1962, pág. 608).

Como en la hipótesis de Dietz, Hess sugirió que "las crestas centro-oceánicas podrían representar las huellas de los bordes ascendentes de las células convectivas, mientras que el cinturón de deformación y el vulcanismo circumpacífico representa los bordes descendientes de la convección, la cadena centro-atlántica está en el centro porque las áreas continentales de cada lado se han separado de ella al mismo ritmo, es decir a 1 cm/año. Esto no es exactamente lo mismo que la deriva continental. Los continentes no navegan a través de la corteza oceánica empujados por fuerzas desconocidas; más bien flotan pasivamente sobre el manto material según llega este hacia la superficie en el centro de la cresta oceánica y entonces se separa lateralmente" (Hess 1962, págs. 608-609).

De modo similar, Wilson afirmó: "En primer lugar donde se halla una cresta centro- oceánica situada a medio camino entre dos continentes, estos estuvieron alguna vez en contacto. En segundo lugar, los bordes de la cordillera lateral y las I (neas de costa pueden ser usadas para reensamblar los continentes en las posiciones que tuvieron antes". (Wilson 1963, pág. 926). A partir de estas dos generalizaciones Wilson construyó un mapa de los continentes en el mesozóico medio suponiendo que la deriva continental se produjo debido a la expansión del fondo oceánico a partir de las crestas centro-oceánicas.

Estas tres hipótesis de la expansión del fondo oceánico fueron de fundamental importancia en el debate de la deriva continental, por lo menos por tres razones.

En primer lugar, la hipótesis de la expansión del fondo oceánico fue una reformulación radical de la idea de Taylor, Molengraaf, Holmes, y una extensión del punto de vista de Menard (Taylor 1910; Molengraaf 1961; Holmes 1929; Menard 1958). Si era cierta, esta nueva hipótesis de la expansión del fondo del mar mostraba que no sólo se habían movido los continentes, sino que también el fondo era geológicamente muy joven y se estaba construyendo activamente. Naturalmente esto invertiria las propuestas ortodoxas tanto de la escuela transoceánica como de la estabilista.

En segundo lugar, la hipótesis se basaba en pruebas empíricas detalladas, facilitadas por las investigaciones geológicas recientes en los océanos.

Por último, la hipótesis podía ser sometida a comprobaciones rigurosas en lugar de juzgarla simplemente por criterios ambiguos o pruebas circunstanciales presentadas por geólogos que realizaban estudios terrestres.

Vine y Matthews en 1963 proporcionaron una prueba favorable a la hipótesis de la expansión del fondo marino. Basándose en las anomalías magnéticas observadas mientras cruzaban el norte del océano Atlántico y el noroeste del  Indico, sugirieron que "un 50 por ciento de la corteza oceánica puede ser magnetizada al revés y esto ha sugerido un nuevo modelo para explicar las anomalías magnéticas en las cordilleras oceánicas" (Vine and Matthews 1963, pág. 948). Advirtieron que si las corrientes de convección nacían en una cadena oceánica y si tiene lugar la expansión del fondo marino, entonces "bloques de material alternativamente magnetizado de forma normal e invertido podrían salir del centro de la cordillera paralelamente a la cresta" (Vine and Matthews 1963, pág.. 948). Como se ve, las cadenas oceánicas desempeñan un papel principal en la hipótesis de la expansión del suelo marino y en la deriva continental.

La simplicidad del modelo de Vine y Matthews de la expansión del fondo marino y la magnetización de las rocas, juntamente con la antigua evidencia de la deriva continental impulsaron a Bullard a sugerir amplios programas de investigación de la tierra en el mar y en el laboratorio. Señaló en este sentido que "si éstos se continúan intensamente durante 10 o 20 años es probable que se llegue a un acuerdo. Por lo que conocemos en la actuali- dad parece evidente que el resultado será que los continentes se han movido" (Bullard 1964, pág. 24).

Un año más tarde, en el Symposium de 1965 sobre deriva continental apareció una actitud favorable hacia la aceptación de la hipótesis de la deriva continental. Bullard, resumiendo el Symposium escribió que "ha habido dos hilos a lo largo de este Sympo- sium: la interpretación de las observaciones y la discusión de los mecanismos. Ciertamente, todos los oradores sobre continentes o sobre paleomagnetismo han interpretado sus resulta- dos en términos del movimiento de los continentes. Es difícil no impresionarse en favor de este acuerdo de muchas I(neas de estudio que conducen a conclusiones comparables, aunque haya habido algunos puntos de vista disconformes (...) hay dificultades muy reales para explicar el movimiento de los continentes, pero debemos recordar que las explicaciones y las dificultades dependen de la composición, propiedades y temperatura de los materiales de.! interior de la Tierra, cuyo conocimiento es muy difícil (...) Si los hechos se observan correctamente debe haber algún modo de explicarlos y coordinarlos y muchos precedentes ponen de manifiesto la imprudencia que representa el estar demasiado seguros de unas conclusiones basadas en propiedades supuestas de materiales imperfectamente conocidos situados en regiones inaccesibles de la Tierra" (Bullard 1965, págs. 322-323). En una comunicación al mismo Symposium Evans estimó que "no cabía esperar que se llegara a decisión alguna en una reunión de este tipo. Las distintas actitudes de aquellos que aceptan y de los que se niegan a la aceptación de la posibilidad de la deriva continental parecen "continuar invariables" (Evans 1966, pág. 400).

Aunque Bullard sugirió qlle deberían organizarse grandes programas de investigación para los próximos 10 o 20 años para poder afirmar o no si los continentes se han movido, hacia 1968 el problema era considerado ya resuelto por muchos geólogos.

En 1965 Wilson sugirió que las fallas de transformación y en tijera "están conectadas a una red continua de cinturones móviles en la Tierra, los cuales dividen la superficie en grandes placas rígidas" (Wilson 1965, pág. 343). La importancia de estas fallas de transformación consistía en que sólo podrían existir "si hay un desplazamiento de la corteza y probar su existencia podría Ilevarnos directamente al establecimiento de la deriva continental y mostraría la naturaleza del desplazamiento realizado" (Wilson 1 ~65, pág. 347). Al año siguieflte Dietz, ensanchó su hipótesis de la expansión del fondo marino proponiendo un nuevo modelo geotectónico. Este modelo suponía que "tanto los continentes como el fondo oceánico son r(gidos; el fondo del mar se comporta como una cinta transportadora y los continentes son movidos pasivamente; y el nacimiento de los continentes está sujeto a un colapso que provoca el crecimiento continental" (Díetz 1966, pág. 178).

En 1967 McKenzie Y Parker formulan el inicio de una teoria de placas en el mundo de la tectónica. Ellos también propusieron que "el fondo marino se expande como una placa rígida, e interacciona con otras placas en regiones s(sm (camente activas, las cuales muestran también una reciente actividad tectónica (McKenzie and Parker1967, pág. 1276). Utilizando la técnica usada por Bullard, Everett y Smith en su intento de ensamblar todos los continentes, McKenzie y Parker ampliaron "el concepto de Wilson de las fallas de transformación a los movimientos en una esfera, añadiendo la hipótesis básica adicional de que las áreas asísmicas se mueven como placas r(gidas en la superficie de una esfera" (McKenzie y Parker 1967, pág. 1277; Bullard, Everett and Smith 1965, págs. 41-51).

De modo simitar Morgan aplicó el concepto de fallas de transformación a una super- ficie esférica. Dividió la superficie de la Tierra en veinte unidades, o bloques corticales de corteza, algunos de los cuales tenían el tamaño de un continente y otros eran de dimensiones subcontinentales. A continuación identificó tres límites de los bloques corticales de corteza y en concreto, uno "de tipo elevación por donde se está formando el nuevo material de la corteza. El segundo límite es de tipo zanja, por donde se destruye la superficie de la corteza (...) el tercer límite es de tipo falla, por donde el material de la corteza está junto a otro material cortical no destruido". (Morgan 1968, pág. 1959). El resultado de este estudio es que '10s argumentos presentados aqu ( apoyan la existencia de grandes bloques "r(gidos" de corteza. Que las unidades continentales poseen una rigidez es algo que ha estado implícito en el concepto de la deriva continental. Que las grandes regiones oceánicas podrían tener también esta rigidez resulta algo inesperado (...) El modelo de bloques corticales puede posiblemente explicar la posición central de muchas elevaciones oceánicas y la simetría de su diagrama magnético" (Morgan 1968, pág. 1980).

En el mismo año Le Pichon intentó llevar más lejos el trabajo de Morgan comproban- do "si los datos más uniformemente distribuídos de la expansión del fondo marino, ahora disponibles, son compatibles con una tierra sin expansión". (Le Pichon 1968, pág. 3661). El resultado de este estudio fue la confirmación de la suposición de Morgan de que la superficie de la tierra podía aproximarse por un pequeño número de bloques r(gidos con movimiento relativo de unos respecto a otros. Además, Le Pichon demostró que "todos los movimientos están interrelacionados, de forma que la cordillera centro oceánica sin expansión no puede ser comprendida independientemente de los demás. En consecuencia, cualquier cambio importante en el patrón de expansión debe ser global (...) el mecanismo de expansión del fondo marino en las cordilleras centrooceánicas corresponde entonces, a la ruptura de una placa, preferiblemente a lo largo de líneas de debilidad, como respuesta a una situación de tensión" (Le Pichon 1968, pág. 3693).

También en 1968, Isacks, Oliver y Sykes presentaron un trabajo sobre "Sismología y Nueva Tectónica Global". Este trabajo, ámpliamente basado en observaciones sismológicas, proporcionaba "un sólido apoyo a la nueva tectónica global que se fundamenta en la hipótesis de la deriva continental, la expansión del fondo marino, las fallas de tranformación y el empuje de la litosfera en los arcos insulares" (Isacks, Oliver y Sykes 1968, pág. 5855). Y concluían que "el amplio fenómeno de la sismologla proporciona una información crucial sobre los procesos básicos del interior de la tierra que han formado y están formando las caracterlsticas superficiales de interés para la geologla clásica. Incluso si está destinado a no ser utilizada todavla durante algún tiempo en lbS próximos años, la nueva tectónica global posee sin duda un efecto saludable, estimulante y unificador sobre todas las ciencias de la Tierra" (Isacks, Oliver and Sykes 1968, pág. 5895).

Hacia 1968, la "nueva tectónica global", ahora conocida por el titulo menos grandioso de "teoría de la tectónica de placas" se ha desarrollado como un paradigma revolucionario en geología. La revolución ha abierto, naturalmente, muchos nuevos problemas a la investigación. Tal como Bullard estimó "no parece probable que todos los continentes estuvieran unidos en un solo bloque durante 4.000 millones de años y se rompieran e iniciaran su deriva durante los pasados 100 millones de años. Es más probable que el proceso que vemos actualmente haya estado siempre en acción y que durante todo el tiempo geológico hayan existido placas en movimiento transportando a los continentes. Podemos su- poner que los continentes se han escindido varias veces y formado nuevos océanos y en ocasiones se hayan unido y se hayan soltado. Estamos sólo en el inicio del estudio de los acontecimientos preterciarios, y todo lo que puede decirse ahora son especulaciones y debe tomarse sólo como una indicación de la dirección a la que tenemos que mirar" (Bullard 1969, pág. 75). La teoría de la tectónica de placas ha abierto un amplio mundo nuevo de investigación en las ciencias de la Tierra.
 

4.- Desarrollo de paradigmas en geología: ¿evolución, revolución o ramificación?

En la historia de la ciencia han habido diversos puntos de vista sobre la forma como se desarrolla un paradigma. Algunos científicos creen que la ciencia se desarrolla de un modo evolutivo, mientras que otros consideran que la ciencia es esencialmente un proceso revolucionario y recientemente Mulkay ha sugerido que la "ramificación" es un importan- te proceso de cambio científico (Kuhn 1970, Mulkay 1975). Tomando estos "modelos" distintos de desarrollo quizá sea útil comparar el desarrollo de la geología, tal como se ha descrito en la páginas anteriores, con los tres modelos de desarrollo científico.

Según Kuhn, los Principios de Geología de Lyell representan un paradigma para muchos geólogos del siglo X IX, en el sentido de que "la realización era suficientemente novedosa como para atraer a un grupo duradero de fieles que rechazaron los otros modelos de actividad cient(fica. A la vez era suficientemente incompleto como para que el grupo de cientifícos prácticos redefinido tuviera una amplia serie de problemas por resolver" (Kuhn 1970, pág. 10 Ed. casto pág. 33). Kuhn tiene razón al calificar la síntesis de Lyell como un paradigma en el sentido de que los Principios de Geologíá de Lyell permitieron hacer triunfar al punto de vista uniformista. Queda sin contestar ,sin embargo, una cuestión fundamental: la aceptación del paradigma uniformista por la mayoría de los geólogos, ¿fue un proceso revolucionario o evolutivo?

En lo que se refiere al proceso temporal de cambio de lealtad de, por ejemplo, la geologra catastrofista al paradigma uniformista, Toulmin tiene razón al plantearse la cuestión de si es válida la distinción de Kuhn entre ciencia "normal" y ciencia "revolucionaria", (Toulmin 1970, págs. 39-47 Ed. casto págs. 133-143). Debe destacarse que se tardó más de cuarenta años para que la mayoría de geólogos aceptara la doctrina uniformista (1830- 1871). Este cambio gradual de muchos íaunque no de todos) los geólogos desde posiciones competidoras de actividad científica hasta la aceptación de la forma modificada de uniformismo fue esencialmente un proceso temporal evolutivo y no revolucionario.

Si nos fijamos en el contenido del cambio, entonces, Kuhn tiene razón al designar ei crecimiento gradual del paradigma uniformista como un proceso revolucionario. La aceptación del paradigma uniformista dió una "definición más rígida del grupo científico" (Kuhn 1970, pág. 19). Además, el paradigma uniformista facilitó a los geólogos el "único método satisfactorio descubierto para aclarar la historia pasada de nuestro globo" (Geikie 1870, pág. 187). Esta. metodología, cuando fue finalmente aceptada, redefinió algunos de los mayores problemas que los geólogos tendrían que examinar, y también definió el campo de las generalizaciones teóricas fundamentales.

Lamentablemente,tanto Kuhn como Toulmin pasaron por alto aparentemente el hecho de que una de las generalizaciones teóricas fundamentales de la geología era la suposición de que las partes profundas de los océanos habían sido las mismas desde los primeros períodos de los que se conserva algún vestigio en los estratos terrestres. Mientras esta suposición permaneció invariable, muchos geólogos ya fueran partidarios de la hipó- tesis de los continentes estables o de la hipótesis de continentes transoceánicos, podían unirse bajo el paradigma uniformista. Como estas dos hipótesis no eran contradictorias entre sí, permitieron el establecimiento de un gran cuerpo coherente de conocimientos que podrían construirse utilizando e! principio del uniformismo tal como lo definieron Hutton y Lyell (Hutton 1785; Lyell 1830). En este sentido, la ciencia normal de Kuhn continuó construyéndose sobre los fundamentos uniformistas y numerosos geólogos podían hacer contribuciones de diversos grados de importancia para la ciencia. Mientras que no se cuestionó la suposición de que los grandes fondos oceánicos tenían formas permanentes en la superficie de la tierra, se pudo acumular de forma evolucionaria un impresionante cuerpo de conocimientos.

En geología, esta suposición básica fué siendo cuestionada poco a poco por algunos científicos. Algunas hipótesis tempranas sugirieron que podía haberse producido un desplazamiento horizontal de los continentes en gran escala. Estos primeros ataques a la generalización teórica básica del uniformismo no tuvieron éxito por varias razones. Primeramente, casi todas las primeras hipótesis de la qeriva continental implicaban la existencia de una fuerza catastrófica que pudiera separar los continentes. Como la idea de un cambio catastrófico había sido ya rechazada por la gran mayoría de los geólogos, fue difícil encontrar muchos apoyos para esta hipótesis de trabajo en el paradigma uniformista. En segundo lugar, la suposición de un fondo oceánico permanente fue aceptada de forma incuestionable por muchos geólogos como una verdad demostrada. Por tanto no era un problema geológico legítimo el intentar explicar la distribución de tierras yagua sobre la superficie de la Tierra. En tercer lugar, las primeras hipótesis catastróficas de la deriva continental no conseguían encontrar el apoyo de suficientes pruebas geológicas como para ganar el apoyo de los geólogos uniformistas más ortodoxos. Finalmente, incluso si los continentes se habían movido lateralmente, esto no molestaba de modo inmediato a muchos geólogos que trabajaban en sus propios problemas.

Sólo cuando Wegener desencadenó su ataque contra la ortodoxia de los geólogos uniformistas empezó a resquebrajarse el supuesto básico sobre la permanencia de los fondos oceánicos.  ¿Por qué, pues, tuvo éxito el ataque de Wegener, mientras que otros intentos anteriores fallaron?.
 
 


 

Está claro que la hipótesis de Wegener de la deriva continental no era, por sú misma, totalmente satisfactoria; no destruía la suposición de los fondos oceáncios permanentes,. Sin embargo, puso en movimiento una amplia discusión que culminó en la revolución geológica de final de los 60.  Pero anquq la argumentación de Wegener atacaba la suposición central de la ortodoxia uniformista, de hecho no consiguió desmantelarla inmediatamente.  Otra vez podemos dar algunas razones para explicar el poco éxito inicial de Wegener.

En primer lugar, en su incio numerosos geólogos ortodoxos podían explicar muchos, si no todos, los datos presentados por Wegener sin acudir a la deriva continental.  Era imprudente por tanto, aceptar una nueva teoría o hipótesis cuando el viejo paradigma parecia ser una buena explicación para la inmensa mayoría de los problemas geológicos sustanciales.  Por ello, numerosos geólogos pudiern continuar su propia investigación sin plantearse de forma innecesaria la validez de las suposiciones fundamentales de su ciencia.

En segundo lugar, muchos geólogos no se entusiasmaron con la hipótesis de Wegener porque parecía no existir la fuerza motriz de los continentes, ni había ninguna medición convincente del movimiento.  Y finalmente quizás el aspecto más imortante del argunmento de Wegener era que apelaba a una minoría de geólogos, tales como Du Toit y Holmes para buscar nuevos conceptos y evidencias que pudieran incrementar la generalización de la hipótesis, y al mismo tiempo, hacer la hiótesis más precisa.

Así, tras una inicial, y a veces, hostil recepción durante los años 1920, los argumentos sobre la deriva continental resultaron bastante poco concluyentes y los geólogos conservadores, a pesar de dar a la hipótesis de Wegener cierta audición, no veían ventaja alguna en adoptar una nueva hipótesis frente al paradigma tradicional.  La forma extrema de este conservadurismo aparece ilustrada por la humorada de Jeffreys de que la hipótesis de la deriva continental "es una explicación que no explica nada que necesitemos explicar" (Jeffreys, 1976, pág. 485). Los geólogos moderados, aunque simpatizaban con la hipótesis de Wegener, esperaban más pruebas antes de convencerse de la validez de la nueva hipótesis.  Finalmente, los geólogos radicales, no sólo apoyaban la nueva hipótesis, sino que realmente intentaban aportar nuevos conceptos y pruebas que pudieran convencer a algunos moderados, y quizás a algunos geólogos conservadores.

Entre las filas de los geólogos radicales, merce especial mención el estudio de Holmens de los movimientos de la Tierra y la readiactividad (Holmes, 1929b).  Poco después de que entre 1930 y 1940 Du Toit aportase más pruebas en apoyo de la hipótesis, Holmes formuló el nuevo concepto de la creación de fondo oceánico.  Este concepto que una vez modificado desempeñó un papel importante al principio de los años 1960, fue un corolario de la hipótesis de la deriva continental, pero significó también una modificación importante de la hipótesis inicial de Wegener.

Naturalmente, podría ser erróneo afirmar que Holmes llegó a concebir el mecanismo correcto en su totalidad para la expansión del fondo marino y la deriva continental.  Sin embargo, él insistió en que su idea era "una hipótesis de trabajo de perspectivas poco usuales" (Holmes, 1929b, pág. 600).  Todavía tuvieron que pasar 30 años antes de que la importancia del concepto de Holmes fuera confirmado.

Quizá no carezca de significado el hecho de que transcurriera un largo período hasta que la sugerencia inicial de Holmes fuera fructíferamente reelaborada. La ortodoxia del paradigma uniformista tenía aún mucho éxito en la construcción, de un modo evolutivo, un cuerpo válido de conocimientos geológicos. Aunque era cierto que los supuestos iniciales del paradigma geológico uniformista habían sido seriamente atacados, -especial- mente por Wegener, Du Toit y Holmes- de hecho sobrevivió, algo alterado, pero intacto, Sin embargo, en la ciencia joven y menos desarrollada de la geofísica, el compromiso hacia el paradigma uniformista fue menos fuerte. Por ello. Ias ideas heterodoxas de los antiguos geólogos sobre la deriva continental pudieron obtener una calurosa recepción en la joven disciplina que no había desarrollado aún su propio paradigma. De este modo tuvo lugar una fertilización cruzada de ideas procedentes de geología, las cuales hallaron menos resistencia en la geofísica, Quizás, este proceso puede ser descrito como una "ramificación" usando la terminología de Mulkay y existan importantes ramificaciones tanto en la geología como en las ciencias más modernas.

Las ideas de los geólogos radicales fueron reelaboradas por Dietz, y Hess en la forma de la hipótesis de la expansión del fondo marino. (Dietz 1961 y 1966; Hess 1962), Utilizando datos de los que Holmes no pudo disponer estuvieron en condiciones de sugerir que los continentes flotan pasivamente en el material del manto y que este llega a la su- perficie por las crestas de las cordilleras oceánicas.

Hacia 1965 la hipótesis de la expansión del fondo marino fue completamente modificada por la introducción del concepto de placas (Wilson 1965). Las técnicas desarrolladas por Bullard y otros fueron aplicadas para demostrar decisivamente que tanto la hipótesis de la deriva continental como la de la expansión del fondo marino pueden ser incluídas bajo la concepción más general y preciso de la teoría de la tectónica de placas. En el espacio de tres años (1965-1968) esta nueva teoría, apoyada por un gran número de pruebas ha sido aceptada por la mayoría de los geólogos. De esta forma, en lo que se refiere al proceso temporal y al contenido de la teoría de tectónica de placas, es posible demostrar que ha tenido lugar una revolución intelectual a través de la ramificación en geología, geofísica, y otras ciencias afines, y que se ha iniciado otro ciclo de desarrollo paradigmático.
 
 

Nota

1. N. de T.: Se refiere de modo despreciativo a la alternancia en la polaridad de la Tierra,actualmente establecida a través de los cristales de magnetita contenidos en las coladas basálticas de la dorsal atlántica (brújulas fósiles).
 
 

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