REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental de Geo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. XI, nº 676, 20 de septiembre de 2006 |
LA INDUSTRIALIZACIÓN COMO DETONANTE DE PROCESOS HISTÓRICOS
DE POLARIZACIÓN REGIONAL:
EL CASO DE LA REGIÓN PUEBLA-TLAXCALA
Darío González Gutiérrez
Departamento de Métodos y Sistemas
Universidad Autónoma Metropolitana
La industrialización como detonante de procesos históricos de polarización regional: el caso de la región Puebla-Tlaxcala (Resumen)
Las regiones son sistemas autopoiéticos: producto de la interacción de diferentes actores, que generan procesos recursivos sobre el territorio. Puebla-Tlaxcala es una región originada por un choque político y cultural, que polarizó las relaciones sociales y económicas entre nativos y españoles. Esto se manifestó en el proceso de fundación de la ciudad de Puebla, destinada a españoles, en los bordes de la región tlaxcalteca. En el devenir la polarización se acentuó con el desarrollo de la industria textil controlada por los primeros: Puebla se convirtió en uno de los principales centros productores de la Nueva España y del México independiente, mientras que Tlaxcala no pudo despegar y fue utilizada como reserva de trabajadores y recursos. El proceso reincidió sobre sí mismo en el siglo XX con el desarrollo de la industria automotriz poblana, que reactivó la ancestral polarización regional.
Palabras clave: región polarizada, proceso histórico, sistema autopoiético, industria textil, industria automotriz.
Industrialization as propellant of regional polarization historic processes. Case of analysis: Puebla-Tlaxcala region (Abstract)
Regions are autopoietic systems as a result of the interaction between many actors, which generate recursive processes on the territory. Puebla-Tlaxcala is a region formed by a politic and cultural clash which polarized economics and socials relations between Spaniards and natives: this was evident since the foundation of Puebla city, for the living of Spaniards, in the borders of the Tlaxcala region. In this process the polarization was reinforced by the textile industry, which was controlled by the Spaniards: Puebla become one of the colony and of independent Mexico main producers centers. But Tlaxcala couldn’t take off: was as a territory for the use of its resources and workers. With the development of the motor industry of Puebla, in the XX century, the process effect on itself and push up the old regional polarization.
Key words: polarized region, historic process, autopoietic system, textile industry, motor industry.
El devenir social conforma territorios sobre los que ocurren procesos continuamente. Así, sociedad y territorio actúan de forma recursiva (en un ciclo continuo que se autogenera) formando sistemas localizados denominados regiones. En su interacción funcional sus diversos elementos desarrollan propiedades nuevas o «características constitutivas», por ello en un sistema «el todo es más que la suma de sus partes», y sus atributos «emergentes» no aparecen si se analizan los elementos de forma aislada (Bertalanffy, 2002, p. 55).
El carácter sistémico de las regiones es explicado por Bernardo García (2004, p. 41-42):
Las regiones surgen de la interacción entre los diversos elementos de un sistema que funciona en un espacio dado. Para que esta interacción se logre debe haber flujos de gente, productos, información y decisiones, así como una red de enlaces que los permitan, además de puntos o nodos que amarren todo ello conforme a un esquema jerarquizado y dentro de un área definible.
Para el autor (2004, p. 42) la diversidad es una característica esencial de las regiones: impele la relación de varios actores que intercambian bienes e información. Por ello son espacios heterogéneos, dónde los procesos se desarrollan a diferentes velocidades: los sociales tienden a moverse rápidamente, mientras que los territoriales ocurren de forma lenta y pausada. Estas son observaciones que realiza Fernand Braudel (2002, p. 46-47) al explicar su concepto de geohistoria, y acota que los procesos sujetos a la influencia inmediata de la voluntad humana ?como la economía o la política? corren con mayor rapidez que los enraizados en las profundidades de la civilización, o la solidez del espacio geográfico.
La industrialización es una actividad económica, pero no deja de ser un hecho geográfico y cultural: los sistemas de producción responden a las particularidades de las sociedades que los implementan en determinadas localizaciones. Así, el análisis de los procesos industriales nos lleva de uno a otro polo histórico: del social al espacial y viceversa. Cómo diría Braudel (2002, p. 66): «Hay que ir de uno al otro y luego hacer la ruta al revés». Sólo así podremos comprender la complejidad de los procesos recursivos entre territorio y sociedad. Es en este sentido que Bernardo García (2004, p. 12) explica la relación entre historia y geografía: «La materia fundamental del enfoque geográfico es el espacio aunado al movimiento, lo que implica la presencia constante de cambios y procesos. La historia y la geografía cierran así su círculo».
Con estas premisas, B. García (2004, p. 12) formula una metodología para analizar regiones con base «en el elemento que mejor articule en un conjunto funcional los diversos componentes que lo integran». Así, utiliza el ejemplo de la región egipcia, dónde el río Nilo «funciona como espina dorsal de un complejo económico, social y cultural que ha permanecido vivo desde la antigüedad hasta el momento actual». También muestra como los rasgos culturales articulan funcionalmente a una región: es el caso de la República Checa, «cuya geografía se arma en función de una identidad de lengua e historia que la distingue de los países vecinos y que se amarra en ciertos puntos que poseen significado especial, como Praga, la capital» (García Martínez, 2004, p. 12).
El autor (2004, p. 13-34) emplea al territorio mexicano como tercer ejemplo. Su elemento articulador es la ciudad capital: el centralismo político y económico que ejerce a lo largo de la historia determina la geografía y los procesos sociales que ocurren en el país. El proceso comenzó desde el siglo II de nuestra era, cuando los teotihuacanos se asentaron en el altiplano, y continuó con otras civilizaciones prehispánicas. Durante el periodo colonial se refuerza el papel dominante de la capital preexistente: los caminos son mejorados para comunicar a la ciudad de México con el resto de la Nueva España. Y en la época independiente el centralismo se consolidó con el trazo de vías de ferrocarril y carreteras de forma concéntrica.
Las ideas de B. García ayudan a entender la conformación de regiones considerando, principalmente, relaciones endógenas. Pero la teoría del sistema mundo señala la importancia de ampliar el análisis: muestra cómo la expansión del capitalismo europeo al continente americano, en el siglo XVI, amplio las interacciones regionales, y las integró al ámbito internacional asignándoles un papel en la división del trabajo. [1] Entonces, el análisis debe considerar tanto a los procesos que ocurren al interior de las regiones, como a la forma en que éstas se acoplan de forma selectiva con su entorno ?en sus escalas nacional e internacional. Así lo muestra Blanca Ramírez (1995, p. 17-18; 1991, p. 87) cuando enfatiza los procesos económicos que generan regiones: el capital ?internacional, nacional o regional? se apropia del territorio y adopta formas específicas de acumulación. Pero las contradicciones del capital originan procesos de apropiación diferenciales, que causan desigualdades al interior de las mismas regiones.
La heterogeneidad regional la observamos ?de forma radical? cuando un centro urbano de alta acumulación utiliza otras zonas para obtener recursos: su interacción funcional origina regiones polarizadas articuladas por procesos económicos.
Cuando los elementos del medio físico forman parte de un sistema, continuamente desarrollan nuevas propiedades (características constitutivas), y se transforman en procesos: el río Nilo de hoy no es el de ayer, ni el de 5000 años atrás. Lo mismo sucede con los elementos políticos, económicos y culturales. Así, las propuestas de regionalización deben partir pensando en las interacciones territoriales articuladas con base en procesos ?más que en elementos? en las diferentes escalas.
De esta forma, aquí se analiza la forma en que el poder político se apropia y transforma al territorio tlaxcalteca, y cómo éste reincide sobre procesos económicos que autogeneran la región Puebla-Tlaxcala. También se muestra el papel de sus acoplamientos con el entorno en las escalas nacional e internacional.
Influencia de la polarización cultural y política en la formación de la región Puebla-Tlaxcala
En el caso que nos ocupa partimos de una región natural: el valle Puebla-Tlaxcala en el altiplano del país. [2] Durante la época prehispánica no tenía relaciones funcionales: su zona norte, ocupada por la cultura texcalac (la única independiente de los mexicas en la meseta central), [3] funcionaba como un sistema cerrado con escaso acoplamiento con su entorno; su extensión al sur era una área de conflictos que tampoco tejía relaciones importantes (Martínez, 1991a, p. 58). A partir de la conquista las cosas cambian: se forma una importante región articulada funcionalmente por la rivalidad étnica entre nativos tlaxcaltecas y españoles poblanos, y por los procesos industriales.
En un principio, como retribución por el apoyo recibido en la guerra, los conquistadores respetaron algunas particularidades de los tlaxcaltecas y les otorgaron prerrogativas. [4] Así, quedaron fuera del sistema de encomiendas (Gerhard, 2000, p. 10, 334) y lograron un decreto que impedía el asentamiento de españoles en su territorio. Pero los conquistadores contravinieron lo establecido: decidieron implantar una nueva ciudad para que se instalaran los peninsulares. Y en 1532, en la parte del valle que se extiende al sur de Tlaxcala, fundaron Puebla de los Ángeles [5] (Gerhard, 2000, p. 228; Lomelí, 2001, p. 68-71; Martínez, 1991a, p. 58; Sempat, 1991a, p. 86; Thomson, 1989, p. 2-6). Y es que la región tenía una importancia estratégica que no podía ser pasada por alto: se localiza en las inmediaciones del corredor que une a la ciudad de México con el puerto de Veracruz, principal punto para enlace marítimo con España.
La fundación de la nueva ciudad tenía como objeto dar ocupación a españoles que, esperanzados en obtener encomiendas de indios, querían vivir sin trabajar. Motolinía pensó que esto los ayudaría a desechar los deseos de regresar a su patria, y además serviría de ejemplo para que los nativos aprendieran a cultivar trigo ?cómo se hacía en la metrópoli [6] (Sempat, 1991a, p. 86; Thomson, 1989, p. 4). Andrea Martínez (1991a, p. 59) señala que el proyecto respondió a «un modelo de ciudad española para las Indias, destinada a arraigar a los españoles que no alcanzaron encomiendas de los indios». Así, la fundación de Puebla permitía que los peninsulares ?impedidos de establecerse en Tlaxcala? usufructuasen las riquezas de la región incluyendo su misma mano de obra: desde el principio los tlaxcaltecas se vieron constreñidos a aportar trabajadores para edificarla. [7]
Desde un principio Puebla fungió como sede del corregidor que la administró, junto a las provincias de Cholula y Tlaxcala (Gerhard, 2000, p. 228 334). Esto sucedió cuando la última aún no contaba con una ciudad principal. [8] Fue hasta 1536 cuando comenzó, sobre la ribera del río Zahuapan, la construcción de su capital: la ciudad de Tlaxcala (Gibson, 1991, p. 125).
Dentro de las prerrogativas alcanzadas por Tlaxcala estaba el derecho de elegir cabildos propios. Así, rechazó cualquier intermediario español entre ella y el virrey, y «quedó formalizada como una provincia [...] que se podría llamar ‘india’ [...] Tlaxcala fue pues, socialmente, tan india como Puebla fue española, y esa polaridad tuvo una influencia definitiva en toda su historia colonial» (Martínez, 1991a, p. 60).
Cuando la rivalidad crecía el virrey don Antonio de Mendoza ?en 1539? quebrantó la prohibición para que se establecieran españoles en Tlaxcala, [9] y les otorgó mercedes de tierras para actividades productivas, principalmente la pecuaria. [10] En 1541 se registró un importante crecimiento del ganado residente y trashumante que invadía las cosechas. Por esta razón, siete años más tarde, se desató un conflicto, y el cabildo terminó por exigir la salida del ganado. El corregidor se unió a las protestas: impuso a cada propietario un número máximo de ovejas, y estableció reglas para la cría y el agostadero. El virrey otorgó su apoyo a estas medidas pero, aún así, fueron poco respetadas (Sempat, 1991a, p. 115, 128-129; 1991b, p. 55-56).
Pero el avance español sobre tierras tlaxcaltecas no se realizó con la ocupación de tierras para la cría de ganado. Fue mediante la implantación de un sistema de haciendas que cultivaron de cereales. Éstas transformaron gran parte de la naturaleza agreste del valle (Sempat, 1991a, p. 126; 1991b, p. 13-54).
Todo parece indicar que Puebla fue proyectada como un enclave estratégico en el principal corredor comercial y logístico de la Nueva España, para evitar que permaneciera ocupado por una sociedad que había ganado prerrogativas a la Corona. Por ello contó con un importante respaldo de los poderes coloniales; el obispado [11] y la diócesis que se encontraban en Tlaxcala se trasladaron a ella ?en 1539 y 1543 respectivamente (Gerhard, 2000, p. 19, 334). Además, su ayuntamiento no tardó en solicitar el encabezamiento de alcabalas, [12] y fue el primero en obtenerlo ?en 1601? en la Nueva España. Llegó a ser uno de los más importantes, y se encargó encabezar las alcabalas de jurisdicciones próximas, entre ellas Tlaxcala (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 24, 217). También le fueron concedidos privilegios, por ello Thomson (1989, p. 4) escribe: «Pudieron ser pocos los lugares centrales en la América española con mayor libertad que la de Puebla durante el primer siglo de haber sido fundada: exención de alcabalas [...]». Las prerrogativas, las ventajas de localización y sus recursos naturales «contribuyeron a que Puebla se convirtiera en la ciudad manufacturera más importante de la América Española» (Thomson, 1989, p. 6).
Así, poco tiempo después de haber sido fundada, Puebla opacó a Tlaxcala y llegó a ser la segunda urbe más importante de la colonia; [13] disputó la primacía política y económica a la ciudad de México, y en el siglo XVII las inundaciones que se vivían en ésta despertaron tentativas para convertir a Puebla en la nueva capital del virreinato. Los planes no se concretaron, sin embargo conservó el lugar que había ganado hasta los albores del siglo XX (Thomson, 1989, p. xvii, 2, 6).
A finales del siglo XVIII las disposiciones de la Corona reforzaron la primacía de Puebla sobre Tlaxcala. En 1776 se sustituye el encabezamiento de alcabalas por un sistema de recaudación directa. Así se dividió la Nueva España en doce administraciones foráneas de alcabalas encargadas de gestionar unidades territoriales subalternas llamadas receptorías. Puebla fue elegida como centro administrativo [14] de catorce receptorías dependientes, entre ellas Tlaxcala. [15] La ciudad de Puebla jugó el papel de «capital absorbente», [16] como ejemplo tenemos los datos del periodo 1778-1809: concentra el 58% los montos recaudados en su zona administrativa. Tepeaca ocupa el segundo lugar con el 8.89% y Tlaxcala en el tercero con el 7.49% (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 26, 101-102, 168-169, 194).
Un nuevo mandato de la metrópoli terminaría por hacer irreversible la supremacía poblana sobre Tlaxcala. En 1786 expidió la Ordenanza de Intendentes para reformar la administración colonial, con el fin de imponer burocracias ajenas al medio local capaces de obtener más excedentes. Estos planes se proponían reorganizar las jurisdicciones políticas de la Nueva España tomando como referencia a las administraciones de alcabalas. Así, la Corona designó capitales de intendencia a las poblaciones más importantes para que controlaran territorios definidos. En esta nueva organización Puebla fue elegida como ciudad capital, y Tlaxcala como una provincia subordinada a ella. Esto violó las ordenanzas y privilegios que tenía Tlaxcala ocasionando que su gobernador y el ayuntamiento unieran fuerzas para revertir la situación, y enviaron comunicados a la Corona expresando su inconformidad:
Y siendo la de Puebla fundada en terreno que ésta le cedió ¿será compatible, señor, hacer aquella erigida en cabecera de intendencia, y sujeta ésta a su dominio, con el solo nombre de partido y abatido en lo absoluto su gobierno? (Sempat y Martínez, comp. 1991b, p.145).
Tan antigua como todo esto es la antipatía, y oposición de aquella ciudad [Puebla] a ésta, y su mala e irregular correspondencia y así sirviéndole ahora de estímulo a la primera para reincidir en su envejecido modo de proceder contra la segunda, y explicarse en tono despreciativo (Sempat y Martínez, comp. 1991b, p. 150).
La lucha tuvo resultados: logró que a la jurisdicción de Tlaxcala se le diera el estatuto «militar», independiente de Puebla, sujeto directamente al virreinato de la Nueva España. Parece ser que fue la única provincia que solicitó y obtuvo un cambio en esta reorganización territorial, sin embargo no logró el nombramiento de capital de Intendencia: su rango ya nunca sería igual al de Puebla (Martínez, 1991b, p. 189-195).
La violación de las promesas para conservar los privilegios de Tlaxcala, la fundación de Puebla, el traslado del arzobispado y la diócesis a la misma, la ocupación de tierras tlaxcaltecas por españoles, el encabezamiento y administración de alcabalas, y la diferencia jerárquica estipulada en las Ordenanzas de Intendencias fueron factores que polarizaron las relaciones entre ambas provincias.
En el devenir de estos procesos sociales el valle sufrió lentas transformaciones: la maleza fue sustituida por tierras de cultivo y pastizales controlados por un sistema de haciendas. Sin embargo, sus dos ríos principales ?Zahuapan y Atoyac? permanecieron y se convirtieron en elementos articuladores: en ellos floreció la industria textil, que detonó procesos económicos y consolidó a la región.
Primera fase de la polarización económica: la industria textil.
Durante la época colonial el valle Puebla-Tlaxcala contaba con importantes ventajas: localización en el corredor comercial más importante (Veracruz-ciudad de México-Acapulco), corrientes hídricas, tierras fértiles para producción agrícola-ganadera, concentración de mano de obra, y existencia de mercados.
Estas cualidades hicieron que el sitio fuera uno de los mejores, en la Nueva España, para el desarrollo de la industria textil: con productos de seda, lana y algodón (Gamboa, 1985, p. 25; Salvucci, 1992, p. 88-91). La primera declinó al poco tiempo, y entonces vino la producción de textiles de lana. Ésta se desarrolló en instalaciones especializadas que pertenecían a españoles y fungían como vivienda y taller: los obrajes «la forma más importante de manufactura colonial». (Plana, 2004, p. 21). Ahí se realizaban más de 20 especialidades industriales para fabricar telas y ropas para los trabajadores. El establecimiento debía localizarse en la orilla de un río que moviera la rueda de la máquina del batán. Además el agua ?en cantidades abundantes? era indispensable para el lavado y teñido de lana y telas. Su tamaño era variable: el rango de operarios iba de una decena a más de 100, y podían funcionar con un telar o sobrepasar la docena. El trabajo en los obrajes era rudo, y en ocasiones fungieron como prisiones (Alonso, 2002, p. 28; Florescano, 1996, p. 90-91; Sempat y Martínez, comp. 1991a, p. 247-251; von Mentz, p. 226-255).
De forma paralela, la producción textil se desarrolló en viviendas y en talleres de artesanos nativos que conservaban sistemas de trabajo prehispánico. [17] En ocasiones los obrajes les encargaban algunas tareas, pero los pequeños productores se dedicaban principalmente a tejer prendas de algodón para satisfacer sus propias necesidades y pagar tributos a los encomenderos. Sin embargo, con el tiempo fueron presa de la voracidad de mayoristas que controlaban la materia prima y la comercialización de textiles (Florescano, 1996, p. 92, 96-97; Heat, 1991a, p. 83-86; Miño, 1999, p. 37-39; von Mentz, 1999, p. 175, 232, 252-254).
En 1539 Francisco de Peñafiel implantó el primer obraje en la ciudad de Puebla; para 1574 su número se había incrementado a más de cuarenta. El auge de la producción de textiles de lana en la región coincidió con los momentos de mayor producción de plata en la colonia: de finales del siglo XVI a principios del XVII. El declive llegó cuando se perdió uno de sus mayores mercados: Perú. [18] Así, para 1622 el número de sus obrajes disminuyó a 22 (Florescano, p. 1996, 93-95; Heat, 1991ª, p. 85; Miño, 1999, p. 43; Thomson, 1989, p. 36; von Mentz, 1999, p. 228-231).
La región resintió la creciente competencia en el sector textil, sobre todo a partir de finales del siglo XVII cuando la Corona impulsó sus manufacturas buscando mercados en las colonias. Así, en la ciudad de Puebla los obrajes se redujeron y concentraron en 12 grandes establecimientos. La ruina de la industria lanera en la región llegó en la década de 1740, cuando ya entraban productos británicos. En 1710 sólo sobrevivían seis obrajes, y para 1794 quedaban dos (Thomson, 1989, p. 36-37).
Y es que a finales del siglo XVIII el imperio británico ya había desplazado a España del «desarrollo capitalista mundial», e incluso le había arrebatado el control del comercio de sus colonias. Para enfrentar esto, en 1778 España implementó las reformas borbónicas; diez años después abolió el sistema mercantil, y en 1789 extiende a la Nueva España el Reglamento de Libre Comercio. Estas disposiciones fueron promulgadas por la Corona para recuperar los mercados perdidos, pero los resultados fueron contraproducentes: fortaleció a la burguesía colonial productora de materias primas, [19] y perjudicó a la incipiente industria que no pudo competir contra la entrada masiva de los textiles ingleses (Frank, 1981, p. 40, 57; Grosso y Garavaglia, p. 1996, 207).
Otros factores que incidieron en la pérdida de ventajas de la región Puebla-Tlaxcala y la decadencia de la manufactura lanera fueron: las acciones del virrey Marqués de Gelves contra los obrajes y a favor de sus trabajadores nativos, la caída de la producción de la grana cochinilla [20] (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 183, 191) y, sobre todo, la competencia de las manufacturas novohispanas establecidas en lugares con insumos abundantes y mejor localizados: cerca de los centros mineros y agroganaderos del norte. Por ello Querétaro se convirtió en el principal productor de textiles de lana. (Florescano, 1996, p. 93-95; Grosso y Garavaglia, 1996, p. 177; Miño, 1999, p. 43; von Mentz, 1999, p. 228-231).
Sin embargo, la decadencia de los obrajes y la crisis económica no terminaron por apabullar a la región Puebla-Tlaxcala. La Corona había fomentado la siembra de algodón en el área del Golfo, y así impulsó el trabajo doméstico de textiles en la Nueva España. A pesar de que en Puebla y Tlaxcala no se cultivó, fue trabajado por obrajes y talleres para elaborar textiles; para el siglo XVIII la región se había convertido en el mayor productor de ropa de algodón en la colonia (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 205, 208; Thomson, 1989, p. 38, 39; von Mentz, 1999, p. 231).
La producción de algodón fue impulsada por las reformas borbónicas. El negocio resulto lucrativo y los beneficios fueron acaparados por unos cuantos: a fines del siglo XVIII ocho mayoristas poblanos monopolizaban el sector, y proveían cerca del 60% de todas las mercancías a los intermediarios y tejedores (Thomson, 1989, p. 41-42; von Mentz, 1999, p. 231). De este modo la boyante industria creció bajo el dominio de comerciantes que acaparaban el algodón y aprovechaban a la mano de obra femenina bajo el sistema de producción por encargo a domicilio {putting-out system} [21] (Alonso, 2002, p. 29; Thomson, 1989, p. 42); obtenían jugosas ganancias y rechazaron la mecanización del sector.
Asimismo, los comerciantes poblanos eran dueños de aproximadamente el 70% de los telares de Tlaxcala, dónde sólo la quinta parte era destinada a la producción de telas para uso de los nativos (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 218). Como dominaban materia prima, transporte, y tierras de cultivo del algodón, también controlaron al gremio de tejedores de esa provincia (Heat, 1991a, p. 85; Potash, 1959, p. 20-23)
Pero a principios del siglo XIX la producción de textiles de la región se vio afectada por la depresión del mercado interno, y la entrada de productos textiles provenientes de Estados Unidos, Asia y Europa. De ese modo fue superada por Guadalajara, que se convirtió en el principal centro productor con 20,000 personas trabajando en él. Para 1810 la industria algodonera de Puebla-Tlaxcala prácticamente estaba arruinada (Grosso y Garavaglia, 1996, p. 209; Potash, 1959, p. 18, 24; Thomson, 1989, p. 45-46).
Después de veinte años la industria textil comienza a modernizarse y recuperarse aprovechando los fondos del Banco del Avío para Fomento de la Industria Nacional. En 1835 Esteban de Antuñano inaugura en Puebla la primera fábrica textil moderna, movida por fuerza hidráulica, edificada en la estructura de un antiguo molino: La Constancia. A pesar de que contaba con 3,840 husos no tenía telares, por ello contrataba la elaboración de tejidos a los talleres artesanales de la ciudad (Gamboa, 1985, p. 26-27; Rivero, 1990, p. 117).
Los empresarios tlaxcaltecas también quisieron utilizar los fondos del Banco del Avío, y en 1832 formaron una sociedad para crear una industria textil. Sin embargo el proyecto no se concretó y tampoco hubo otras iniciativas de ese tipo: la entidad permaneció estancada, con una precaria producción artesanal dominada por comerciantes poblanos (Heat, 1991b, p. 185).
Pero en el año de 1843 Puebla ya tenía 10 fábricas textiles, y fueron aumentando: 14 para 1853, 21 para 1877, y 29 para 1902 (Gamboa, 1985, p. 27). Sin embargo, en 1850 los beneficios de la industrialización no se hacían patentes en Tlaxcala, así lo manifestó el diputado D. José Mariano Sánchez (1991, p. 329): «La industria que casi se encuentra extinguida en nuestros pueblos, originado este mal por el establecimiento de las grandes fábricas de hilaza y tejidos de algodón en el Estado de Puebla para donde emigraron muchos hijos de Tlaxcala».
La importancia estratégica de la región aumentó con la introducción del ferrocarril a mediados del siglo XIX (Garza, 1992, p. 218-230). La primera vía que se construyó en el territorio nacional siguió al corredor Veracruz-Ciudad de México y, en 1867, conectó a ésta última con Apizaco, una población ubicada en el centro del estado de Tlaxcala. Dos años más tarde se inauguró la vía Apizaco-Puebla, y en 1873 se completa la línea Apizaco-Veracruz (Arámburu, 1990, p. 67-71; Gamboa, 1985, p. 49). El trazo de esta infraestructura reforzó los vínculos entre Puebla y Tlaxcala: Apizaco se convirtió en un nodo clave entre las ciudades de Puebla, México y Veracruz (Reyes, 1990, p. 76).
La industria pulquera fue otra de las beneficiadas por el ferrocarril: al no existir un método de envasado, permitió llevar la bebida a lugares distantes para ser consumida antes de que de se volviera inservible (Leal y Menegus, 1995, p. 29-30; Ramírez Rancaño, 2000, p. 12, 44, 124). En esta ocasión Tlaxcala tuvo mayor peso que Puebla, tanto en producción cómo en el tamaño de las haciendas. Sin embargo, la segunda volvió a acaparar gran parte de los beneficios: hacendados tlaxcaltecas y emprendedores poblanos establecieron en ella la Compañía Realizadora de Pulques, que controló buena parte de la comercialización del producto en la región (Ramírez Rancaño, 2000, p. 12, 130-136).
En la década de 1890 el porfiriato impulsó de forma agresiva la industrialización y sus acciones atrajeron inversiones extranjeras: crecieron de 110 a 3,400 millones de pesos en el periodo 1884-1910 (Gamboa, 2001, p. 29). El sector más favorecido fue el textil, y así surgieron grandes firmas acaparadas por industriales franceses. Para 1900 en el país ya había 153 fábricas textiles, que disminuyeron a 145 para 1910. Sin embargo en Puebla su cantidad aumentó: de 29 a 44 (Gamboa, 1985, p. 31), y llegó a controlar cerca de la tercera parte de la producción textil de la nación. Varias de sus plantas productivas las establecieron en el medio rural: el 41% fuera de la ciudad de Puebla. Además eran los propietarios de fábricas en las afueras de la ciudad de Tlaxcala (Gutiérrez, 2000, p. 49-54).
Después de los años noventa del siglo XIX los empresarios poblanos habían diversificado sus actividades e incursionado en las industrias ligeras, [22] minero-metalúrgica, y de alimentos y bebidas. [23] La mayoría de ellas se establecieron a lo largo de las vías del ferrocarril Puebla-Apizaco formando ya un corredor industrial (Heat, 1990b, p. 77-78). Ahí se ubicaron dos fundidoras: una especializada en piezas para máquinas textiles, en la ciudad de Puebla, y otra con mayor capacidad en Panzacola, Tlax. (Gutiérrez, 2000, p. 54-58).
Segunda fase de la polarización económica: la industria automotriz.
Ya entrado el siglo XX la industria tlaxcalteca se seguía concentrando en el valle, mientras el resto de la entidad permanecía en el atraso ?con una agricultura de temporal deficiente, sobre todo en la región norte dónde los cultivos prehispánicos ocasionaron la erosión de los suelos (García Cook, 1991, p. 83-90; Werner, 1991, p. 82). Durante el periodo posrevolucionario el Estado mexicano enfocó las políticas de desarrollo para impulsar la industrialización de las grandes ciudades; como el estado de Tlaxcala no contaba con alguna quedó excluido del proceso (García y Zamora, 1996, p. 246; Garza, 1999, p. 21-42).
La oligarquía tlaxcalteca no se preocupó por activar la industrialización en la entidad: seguía viviendo bien con del recuerdo de su auge pulquero y textil (Ramírez Rancaño, 1992, p. 27-28). Esta clase estaba compuesta, principalmente, por españoles que habían ocupado tierras tlaxcaltecas mediante un sistema de haciendas; vivían volcados al exterior y se identificaban más con la Puebla española que con un territorio de nativos, por eso no reinvirtieron las ganancias en la entidad y propiciaron su atraso. [24] Incluso, en los siglos XVII y XVIII, los hacendados de Huamantla ?la segunda ciudad más importante de la provincia? buscaron la secesión [25] (Martínez, 1991b, p. 164-176).
Por su parte, campesinos desposeídos ?que no habían sido beneficiados con el reparto agrario? presionaron al gobierno para que expropiara tierras a los latifundistas y se las repartiera. Bajo estas circunstancias las administraciones tlaxcaltecas incrementaron sus esfuerzos para impulsar una industrialización moderna, que generara empleos para los campesinos desocupados. En 1965 esto se hace realidad con la promulgación del Plan Tlaxcala, y otras políticas de desarrollo (Ramírez Rancaño, 1992, p. 27-28; Valdiviezo, 1998, p. 140-141).
Y en el mismo año la planta Volkswagen (VW) se relocalizó: del Edo. de México a Puebla. [26] El impacto de la VW no se dejó esperar e inmediatamente el gobierno federal comenzó a realizar importantes acciones para impulsar la industrialización poblana (Lomelí, 2001, p. 384).
VW había empezado a funcionar en Puebla con una inversión inicial de 100 millones de dólares que creció hasta 1,000 millones [27] (Estrada, 1997, p. 36). La importancia de esta industria motriz indujo el establecimiento, hacia atrás, de industrias clave ?como la siderúrgica Hojalata y Lámina, S.A. (Hylsa), [28] y la petroquímica industrial Texmelucan (pemex) (Castillo y Patino, 1996, p. 145). En 1966 el efecto inductor de la industria motriz VW fue impulsado por el gobierno poblano, y para 1970 las nuevas empresas ya sumaban 766; la tradicional rama textil dejó de ser la más importante (Estrada, p. 1997, 36-37).
El gobierno tlaxcalteca trató de aprovechar los encadenamientos y así, a principios de los setenta, edifica el parque Ciudad Industrial Xicohténcatl I, al norte de Apizaco. Además, modernizó la infraestructura carretera siguiendo la ruta del ferrocarril a Puebla. De esta forma los efectos de la industrialización poblana se difundieron al norte de la entidad, sin embargo, la concentración en el valle sigue predominando.
Las relaciones industriales mantienen a la región acoplada a la división internacional del trabajo. [29] En Tlaxcala existen 12 empresas de autopartes, la mayoría son sucursales dirigidas por casas matrices multinacionales: principalmente por 5 alemanas y 3 estadounidenses. Empresas de otras naciones tienen un papel marginal: las de Brasil, Hungría, Rusia, China y Japón tienen un sólo flujo de exportación a Tlaxcala; industrias de Guatemala, Colombia y Venezuela registran uno de importación.
Cuarenta y seis empresas instaladas en el país tienen relaciones comerciales con las 12 empresas que se analizan. Casi la mitad de ellas, 22, se encuentran en Puebla, y reciben 25 flujos comerciales desde Tlaxcala ?dirigidos a los proveedores finales de la VW. Existen siete flujos en sentido inverso: de empresas poblanas que surten materias primas, de hierro y acero, a Tlaxcala.
En el parque industrial Xicohténcatl I se encuentran siete empresas de autopartes: es la mayor concentración de industrias del ramo en Tlaxcala; tienen sesenta y dos flujos comerciales, pero sólo nueve corresponden a intercambios entre ellas: la débil interacción no permite generar sinergias innovadoras.
La mayoría de empresas automotrices instaladas en la región son elementos constitutivos del sistema industrial VW. En él las operaciones más significativas las tiene la casa matriz en Alemania con la planta asentada en Puebla. A nivel internacional siguen las de empresas de autopartes alemanas y estadounidenses con el cluster de Puebla. Regionalmente las acciones más sobresalientes las realiza la planta VW de Puebla con numerosas empresas proveedoras, bajo el sistema just in time formando el cluster. Pero el sentido de las operaciones recursivas del sistema trasciende fronteras políticas: las borra para extenderse y polarizar Tlaxcala ?con empresas subordinadas a un segundo y tercer nivel.
Conclusiones
Analizar al territorio desde una perspectiva sistémica nos lleva a buscar los procesos que mejor la articulan y le dan un sentido funcional. Si éstos son encontrados, entonces hemos definido una región. Al igual que los procesos, la región no es estática: es un sistema dinámico y se transforma mediante procesos recursivos que la autogeneran continuamente (procesos autopoiéticos).
Pero este sistema tampoco está cerrado: es abierto y se relaciona con las diferentes escalas del entorno (nacional e internacional). Así, el sistema selecciona los elementos más significativos del entorno, se acopla con ellos y los incorpora en sus procesos autopoiéticos.
En la región Puebla-Tlaxcala observamos como procesos a diferentes velocidades se entrelazaron para autogenerar una región polarizada. En la solidez geográfica del valle se desató una lucha, entre peninsulares y nativos, por la tierra. La fundación de Puebla fue determinante para socavar la autonomía tlaxcalteca e integrar la región con base en la producción agrícola, ganadera y, sobre todo, industrial.
Los principales acoplamientos de la región con el entorno (en sus diferentes escalas) se realizaron mediante las infraestructuras que vinculaban al comercio marítimo del Atlántico con el Pacífico, a través de la ciudad de México. Las rutas principales han permanecido por más de quinientos años, no obstante los medios de transporte se han modernizado en consonancia con el devenir social.
Por más de cuatrocientos años, tanto las interacciones endógenas como los acoplamientos con el entorno reincidieron para consolidar la supremacía de Puebla sobre Tlaxcala. En esta recurrencia generaron infraestructuras sobre las que se desarrollaron nuevos procesos, que favorecieron el dominio poblano: primero mediante los mayoristas textiles, y ahora mediante las multinacionales del automóvil.
[1] Immanuel Wallerstein (1999, p. 21) señala que este sistema no incluye a todo el orbe, pero «es mayor que cualquier unidad política jurídicamente definida. Y es una ‘economía-mundo’ debido a que el vínculo básico entre las partes del sistema es económico, aunque esté reforzado en cierta medida por vínculos culturales y eventualmente, como veremos, por arreglos políticos e incluso estructuras confederales».
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