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Textos de la Era de la Perla
Presentaciones de libros
BARBARA VERZINI: LA MADRE EN LA MAR
Texto de: María-Milagros Rivera Garretas
Un libro materno y generador
Yo creo que esta obra filosófica –y no falosófica, como dicen, burlonas, algunas de mis alumnas del máster de Duoda– es un libro materno y generador. Digo “materno y generador” porque hace ya un poco de tiempo que siento la necesidad de vocabulario libre de la política de la polis, vocabulario que diga la Era de la Perla, la era que nace o reverdece hoy a consecuencia del final del patriarcado. Como libro, La Madre en la Mar es, para mí, un cambio de tercio, un irrumpir su autora, Barbara Verzini, con su propia libertad, en la filosofía y, más concretamente, en varios conflictos binarios que las mujeres de la Era de la Perla tenemos hoy abiertos.
Un cambio de tercio es un desplazamiento de la raíz de las cosas y de las relaciones. Un deSplazamiento incontrovertible de la raíz de las cosas y de las relaciones esenciales. Como ejemplo que lo exponga, pongo el desplazamiento a lo incontrovertible que se da cuando una mujer clitórica tercia en un debate o, incluso, en una conversación, llevando con su presencia un conflicto o un diálogo binario a un sitio en el que pueda ser resuelto o disuelto sin violencia. Lo ilustra una imagen famosa del siglo XII, de Herralda de Hohenburg en su Hortus Deliciarum o Jardín de las Delicias que me viene ahora a la cabeza, imagen en la que la Virgen María Reina coronada, o sea, la Diosa madre sin coito de la tradición judeocristiana, entra en el eterno conflicto masculino entre el Bien y el Mal, poniéndose en medio con su casa y corte femeninas; y así, terciando, lo reduce, el conflicto, a la insignificancia, inaugurando o reverdeciendo ahí una Era de la Perla. ¿Por qué tercia ella? Porque sabe que lo único radical es el Bien, el Bien que ella conoce porque es mujer y, en cuanto tal, es la que más sabe de Amor, también cuando no sabe. Es esto lo que hace, en mi opinión, Barbara Verzini en el libro La Madre en la Mar, y lo hace precisamente resolviendo un conflicto de interpretación, el del enigma de Tiamat, subtítulo de la obra. Así, ella cambia de tercio irrumpiendo en uno de los fundamentos del pensamiento del pensamiento, el de la madre-monstrua.El enigma de Tiamat se conserva esculpido en petroglifos, o sea, en escritos esculpidos en piedra, en lengua acadia, en Mesopotamia, en las cinco primeras losas o tablillas de piedra del Enuma Elish, uno de los grandes poemas de los orígenes del patriarcado impuesto por guerreros acadios sobre el mundo matrilineal y matrifocal en el que reinaba precisamente Tiamat, diosa clitórica, la Primera de la civilización babilónica precedente. Antes de contar las heroicidades violentas y sanguinarias de los guerreros del contrato sexual, el Enuma Elish cuenta un poco de lo que había antes y sobre lo que ellos, los guerreros del metal, impusieron el patriarcado. Que cuenten algo de lo que había antes no es casualidad sino necesidad, una necesidad típicamente masculina, porque el hombre sabe aunque no lo diga que la mujer viene siempre antes, que la madre está siempre antes, desde el antes del antes, y sabe también, y esto es importantísimo, en mi opinión, que sin algo de ese antes él no es nada, no hace nada, nada le sale, ni tiene tampoco nada que decir, nada que usurpar o tergiversar siquiera. Porque en el origen está siempre Ella, una mujer, una Madre, y esto, él no siempre lo llevan bien.
Esas primeras tablillas del Enuma Elish, fascinantes como son, han sido estudiadas por unos y por otros, por unas y por otras también, que las han interpretado y traducido cada cual en su propia lengua, de maneras distintas. Lo que ha hecho magistralmente Barbara Verzini y ofrece en este libro es, primero, sentir que algo no iba bien en esas traducciones, traducciones que la humillaban en su sentido de sí como mujer nacida mujer y nacida de mujer y, también, la humillaban en su sentido de la excelencia femenina. Después, lo que ha hecho es fiarse de su sentir y, en esta fidelidad a sí misma, descubrirse fiel al propio texto del Enuma Elish, capaz, por tanto, de reinterpretar y volver a traducir las primeras tablas del poema original, las que tratan del antes. Fiarse de lo que ella sentía y sabía en su ser de mujer, por recordar a Cristina de Pizán, ha sido su modo de poner en juego su diferencia sexual y de hacer tabula rasa del pensamiento del pensamiento, el típicamente académico. Con la consecuencia enorme de que, por fin, en mi opinión, el enigma de Tiamat ha quedado resuelto.
¿Cuál era el enigma? Que una mujer no puede ser interpretada con la cultura que la niega, que la reduce a la insignificancia. Una mujer, grande o pequeña, solo puede ser interpretada por la cultura que la reconoce, una cultura materna y generadora, una cultura que sabe que Ella es la Primera, lleve el nombre que lleve, que es el antes del antes, como origen y como siempre, generación tras generación. Por eso, porque estaban pendientes de interpretación femenina, no hemos olvidado nunca a estas grandes diosas- madre sin coito, que concibieron y conciben todos los días conceptos sin falo. Estaban ahí como un fantasma recurrente, un trozo de desprendida realidad, un núcleo de ella, por usar palabras de María Zambrano que me vienen a la cabeza. Barbara Verzini nos restituye en el libro que presentamos ese trozo de realidad desprendida que vagaba sin rumbo como un fantasma, exigiendo ser escuchada.
Las civilizaciones patriarcales, fundadas siempre en el contrato sexual que anula todo lo que puede a la madre, han sido construidas sobre el conflicto de los sexos y entre los sexos, que de dos sexos pasaron a ser sexos opuestos. En Occidente, este conflicto ha sido reelaborado en las antinomias del pensamiento propias del racionalismo griego y europeo, oposiciones binarias necesariamente jerárquicas, al modo del contrato sexual que protegen y defienden. El tres y el terciar se han ido quedando relegados como algo residual.
Por eso es muy importante, en mi opinión, este libro, que sirve precisamente para concebir y dar vocabulario hoy a la Era de la Perla, saltándose libremente lo que quede de patriarcado en cada sitio y situación. Cuando Tiamat es vencida por los guerreros del metal, de la espada, el falo y el contrato sexual, ella cierra sus aguas. No cede, no pacta sino que cambia de tercio desplazando la raíz de las cosas y de las relaciones. Deja a Absu para siempre. No le tienta el poder de los vencedores ni finge alianzas anticuadas ni vaginalidad alguna, sino que cierra las valvas de su divina atención, como decía Emily Dickinson en un contexto distinto.
Yo creo que hoy necesitamos vocabulario en lengua materna para habitar y compartir con placer y goce la Era de la Perla. Lo necesitamos todas, sí, porque mientas estamos vivas, somos contemporáneas. Añadiría que lo necesitan especialmente las hijas de las feministas y de las mujeres influidas por el feminismo en el mundo entero. Porque ellas nacieron ya mujeres no ideológicas, mujeres que serán y son capaces de transformar lo ideológico en placer, empezando por el placer de ser y reconocerse mujeres nacidas clitóricas, indisponibles, por tanto, al contrato sexual o sus sucedáneos. Este libro les / nos servirá de inspiración, estoy segura.
Sirve de inspiración el libro La Madre en la Mar porque se lee como un cuento de hadas. Sin darte cuenta, te va desplazando de los quebraderos de cabeza del patriarcado y su eterno dolor hasta llevarte a las aguas fértiles de la creatividad, de Tiamat. No por casualidad es un libro planteado como un viaje, un viaje que empieza con esta invitación:
“Os invito [dice] a preparar una mochila ligera y a uniros a mí, adentrándoos en estas páginas como haríais en un antiguo viaje a la mar primordial, al corazón del Abismo y del Chaos. En estas aguas, ninguna meta final está prefijada, ningún puerto está asegurado; el sitio al que la lectura consiga llevaros dependerá exclusivamente de la relación que decidáis entablar con las ondas. Las mismas ondas que en el texto se mueven sinuosas en las curvas de las eMes, fluyendo directamente en MUMMU-TIAMAT, la Gran Madre. Esta aventura solo puede comenzar dando un paso atrás, pero no estoy pensando en un atrás en línea horizontal sino diagonal, un paso atrás que se fía de dejarse caer de espaldas porque sabe que tiene la mar detrás, mar que le precede y le sostiene.”
La Mar que nos precede y nos sostiene a las que vivimos en la Era de la Perla y, confiadas, nos dejamos caer de espaldas sin mirar, es la genealogía de las Tres Madres: la genealogía, única cierta, de todos los días y también de todo lo humano, que incluye y encierra en sí lo divino o, mejor, la Divina, porque en tiempos de Tiamat el cielo no estaba separado de la tierra. Las Tres Madres son la abuela, la madre, la hija. En su origen, está Tiamat o cualquier otra de las no-creadas o increadas, por ejemplo Laia la Arquera en Iberia, Mari en los pueblos vascos, Coatlicue en el México preazteca, María en el pueblo judío, Ops Consiva en el itálico, etc.; y con ellas, siempre, la Divina Presencia, la Shekinah de la Cábala, la Lejoscerca de la mística beguina, Noctiluca en la mar de Málaga...
Es –pienso– la hija, la Tercera, la que más se va a beneficiar de la lectura de este libro, ganando peso y pensamiento la independencia simbólica que seguramente ella ya tiene, o adquiriéndola de repente si no la tiene. Siendo, además, una Tercera la propia autora del libro. Durante el apogeo del patriarcado en el siglo XX, muchas madres, sobre todo las emancipadas, yo por ejemplo y también mi madre, tuvimos dificultades para reconocer a la hija, madre, para reconocer a la hija la Tercera de las Tres Madres que a su vez da origen e inaugura una tríada o trinidad nueva y sucesiva. Es un reconocimiento que se da muy pronto en la vida, ya en la adolescencia de la niña, o no se da nunca, o no se da de la misma manera, causando en este caso a la hija dolor y ajenidad para con el mundo, y a la madre miedo pánico de haberlo hecho todo mal. La ocasión ha de ser pillada al vuelo, por los pelos, cuando de pronto la hija muestra tener independencia simbólica, por mínima que sea o parezca ser, solo una larva, un atisbo. Y esta dificultad de las madres, que estaba vinculada con un aumento del poder del patriarcado y de la vaginalidad, ha tenido consecuencias en la genealogía misma de las Tres Madres, que se quiebra dando paso al hijo, si lo hay, y ha tenido consecuencias también en los proyectos feministas, que pierden presente, no solamente herederas. En este sentido, añadiría un detalle a la lectura que ya está en el libro (y que comparto plenamente) de uno de los enigmas que la Esfinge planteó a Edipo, el segundo, que dice: “Hay dos hermanas, de las cuales una genera a la otra, y de las cuales la segunda, a su vez, genera a la primera. ¿Quiénes son?” Es la díada madre/hija, es el dos de la vulva y sus labios, el dos de la diferencia sexual, como dice el libro, sin duda; y –añadiría– es al mismo tiempo el tres, el Misterio de la hija que es reconocida la Tercera terciadora y es la Primera de la Trinidad siguiente al mismo tiempo, enigmáticamente ciclo, círculo y triángulo.
Finalmente, el libro La Madre en la Mar cambia de tercio la filosofía actual llamada “del lenguaje” aportando una tesis que se deriva sin esfuerzo de lo que he ido resumiendo hasta hora. Es una tesis que devuelve por completo a la madre la lengua materna, una lengua que siempre había sido suya. Es una tesis que nos interpela a muchas de las que estamos hoy aquí porque interpela al pensamiento de la diferencia sexual, fecundísimo y salvífico también para muchas, yo incluida, en el siglo XX. Dice la tesis que el orden es patriarcal, impuesto por la espada de los guerreros del metal y del contrato sexual para controlar el caos femenino, caos creador; y que, en consecuencia, es también patriarcal la noción de orden simbólico, esta psicoanalítica lacaniana. El libro lleva así a su cumplimiento y más allá la visión de Carla Lonzi cuando cincuenta años atrás rechazó en el Segundo Manifiesto de Rivolta Femminile la autoconciencia que se practicaba en los grupos de práctica del inconsciente, precisamente porque este inconsciente, aunque sometido a crítica, seguía siendo un constructo patriarcal, de la cultura dominante como se decía entonces, y en cuanto tal de poco o de nada le podía servir a una mujer, que es cuerpo y alma o, mejor, alma corporal, a la vez, como dice Antonietta Potente, no inconsciente y consciente por separado. Barbara Verzini salva, sin embargo, la noción de simbólico, simbólico de la madre, es decir, salva lo esencial para una mujer, su esencial que es la lengua materna, la que ella llama armonía simbólica, o sea el sentido, lo sentido, la lengua que hablamos y la voz que tenemos para decir, como enseñó, esto último, Luisa Muraro, pues en la lengua órgano carnal se siente la voz. Barbara Verzini salva así la conciencia que es co-scire, conocer con, conocer en la relación dual con otra, ocasionalmente con otro, conciencia no analizable ni separable porque el alma corporal, la mujer sin más, no es desmenuzable sin matarla. En el libro, todo esto lo sabe la rana de la boca ancha con la que concluye, madre sin coito que canta alegre entre sus dos elementos, el agua y la tierra, en voz muy alta, lo que le da la gana, a todo volumen de sonido, sin que nada la perturbe.
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