Textos de la Era de la Perla
Presentaciones de libros
.MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
Emily Dickinson supo hablar del incesto
Presentación del libro: EMILY DICKINSON, Ese Día sobrecogedor. Poemas del incesto
“Pienso que El Vivir – puede ser Bienaventuranza Para quienes se atreven a intentar –
Más alla de mi límite – el concebir –
De mi labio – el testificar –”
Emily Dickinson. Poema 757
El incesto es uno de los delitos fundadores de las sociedades patriarcales. En algún sitio de la Biblia sale Edith, más conocida como la mujer de Lot aunque a Lot no lo conozca nadie, una mujer libre muy querida por artistas plásticas, por escritoras y por madres que han puesto durante siglos este nombre a sus hijas. Dice la historia bíblica que Edith, huyendo de Sodoma y Gomorra con su marido y con sus hijas, se detuvo a mirar hacia atrás y se quedó convertida en una estatua de sal. ¿Qué vio Edith detrás? Dos ciudades de mujeres, Sodoma y Gomorra, matrilineales, matrifocales, matrilocales. ¿Qué vio delante? Un futuro patriarcal donde el marido dominaría fundando un tipo de sociedad cuyo principio iba a ser el incesto del padre con sus propias hijas, las niñas de Edith. Esta visión terrorífica la petrificó. Y la petrificó, no en piedra sino en sal. Las mujeres y el amor de las mujeres somos la sal de la tierra, desde los tiempos bíblicos hasta la novela de 1952 The price of salt (El precio de la sal - Carol), de Patricia Highsmith.
De los delitos fundadores del patriarcado no se hablaba. Estaban naturalizados por la violencia misma del delito, que deja muda a la niña al quebrarle la voz y la sintaxis, y por la violencia con la que el delincuente, sea el padre o padrastro, el hermano o hermanastro, el tío, el abuelo o el primo, impone a la niña el más absoluto silencio. Hoy, en cambio, una vez terminado el patriarcado, las mujeres y algunos hombres (pocos todavía) hemos visto y hablamos: hablamos abiertamente. Desde que se publicó en diciembre el libro que presentamos hoy, he notado que ha servido de catalizador de experiencias del incesto. Ha dado a otras mujeres el valor y las palabras para decir esas experiencias y, diciéndolas, no solo denunciarlas sino sobre todo significarlas para hacer de ellas simbólico que cure, que libere, abriendo de nuevo el cuerpo y su voz a la propia creatividad, aplastada por el dolor. Solo en el orden simbólico hay libertad, escribió Luisa Muraro hace muchos años. Además, aunque la publicación de este libro no tenga nada que ver con el movimiento #MeToo, en realidad las dos cosas tienen mucho que ver. Muchas mujeres hablamos ahora como mujeres y decimos lo que antes no nos atrevíamos o no nos decidíamos a decir.
Recuerdo que cuando preparábamos la publicación de este libro, Ana Domínguez, de la Librería Mujeres y Compañía de Madrid, dijo que cuando ella y otras publicaron hace años en una editorial feminista un libro sobre el incesto, las librerías no lo querían tener ni vender. También las librerías eran entonces cómplices del silencio.
¿Cómo es posible que Emily Dickinson, que vivió en el siglo XIX (1830-1886), hablara del incesto sufrido? Primero, porque fue una genia, la mayor poeta de todos los tiempos, incluyendo a los poetas. En segundo lugar, porque el patriarcado no ha ocupado nunca la realidad entera ni tampoco la vida entera de una mujer o de un hombre, aunque haya deseado ocuparlas.
Emily Dickinson sufrió incesto de su padre y de su hermano, por más que la crítica
literaria se resista denodadamente a admitirlo y, sobre todo, a vincularlo con sus
poemas. Patricia Meza, una artista de México que ha escrito una reseña estremecedora
de este libro, reseña que se publicará en abril en la revista DUODA, ha descubierto que
también su hermana Lavinia, lo sufrió. ¿Cómo lo sabemos? Por los propios poemas de
Emily, que son explícitos: son explícitos si le reconoces autoridad a su palabra y estás
dispuesta o dispuesto a pasar por el miedo y la emoción fuerte y angustiosa de
escucharla. Basta este poema, el 713, que inicia el libro que presentamos. Dice:
Me has dejado – Progenitor – dos Legados –
Un Legado de Amor
Que bastaría a un Padre Celestial
Si tuviera Él la oferta –
Me has dejado Confines de Dolor –
Espaciosos como el Mar –
Entre la Eternidad y el Tiempo –
Tu Conciencia – y yo –
O este, el 1742, sobre el incesto del hermano:
En Invierno en mi Cuarto
Me encontré con un Gusano
Rosa lacio y caliente
Pero como él era un gusano
Y los gusanos supongo
No del todo a gusto consigo
Lo até bien con una cuerda
A algo cercano
Y seguí adelante –
Un Poco después
Ocurrió algo
No lo creería si oído
Pero afirmo con sangre escalofriante
Una serpiente con motas ralas
Inspeccionaba el suelo de mi dormitorio
De rasgo como el gusano de antes
Pero circundado de poder
La mismísima cuerda con la que
Yo lo había atado – también
Cuando él era insignificante y reciente
Esa cuerda estaba ahí –
Yo me encogí – ¡“Qué guapa estás”!
Garra de propiciación –
¿“Temerosa siseó él
De mí”?
“Cordialidad Ninguna” –
Él me penetró –
Después a un Ritmo Artero
Secretó dentro su Forma
Al anegarse los Motivos
Lo arrojé.
Esa vez yo huí
Los dos ojos de su lado
Por si él persiguiera
Ni dejé nunca de correr
Hasta que en un Pueblo lejano
A Pueblos del mío
Me establecí
Esto fue un sueño –
¿Qué hizo Emily Dickinson para llegar a saber escribir el incesto sufrido? En muchos de sus 1786 poemas explica su sufrimiento y su dolor inconmensurables. En unos grita, denuncia, acusa, se enfurece. En otros, en cambio, toma el dolor y el sufrimiento como el pasaje, el pasadizo o la puerta estrecha que son. Y se da cuenta de que los procesos del dolor son análogos, son semejantes, al proceso de escritura. Son un embudo, un túnel, un bloqueo, una noche oscura del alma dificilísima de travesar pero que tiene un final de luz, una salida hecha de palabras hasta entonces no pensadas ni dichas. Es este un principio de la mística femenina, que conocemos bien por la beguina o beata Hadewijch de Amberes, que escribió en el siglo XIII que “todas las cosas hay que buscarlas con lo que ellas mismas son”. En el caso de Emily Dickinson, buscó un dolor con otro dolor. Así llevó la experiencia cruda del incesto a la experiencia cruda del proceso de escritura. Y cuando salió, salió cargada de inspiración, inspiración que, cuando llegó, se convirtió en su amiga para siempre, como dice en el poema 764. Se salvó del incesto convirtiéndolo en poesía, poesía que habla de todo: mucho, muchísimo, de amor y de placer femenino, no solo de dolor y de muerte, que también. Dice que lo que tuvo que hacer fue concebir más allá de su límite y dar testimonio también más allá de su límite: el incesto desborda todo límite, dejando en la niña esta experiencia, la de desbordar un límite; la creatividad femenina, el hacer simbólico, también: desborda un límite de lo hasta entonces pensable y decible. A la ganancia obtenida, Emily Dickinson le llama Bienaventuranza, o sea, felicidad desbordante. Dice en el poema 757:
Pienso que El Vivir – puede ser Bienaventuranza
Para quienes se atreven a intentar –
Más alla de mi límite – el concebir –
De mi labio – el testificar –
Pienso que el Corazón – que yo llevaba antes
Podría ensancharse – hasta que para mí
El Otro, como el pequeño Banco de Arena
Apareciera – contra el Mar –
En otro poema, el 673, también recogido en el libro que presentamos, había escrito: “Mi Mensaje – ha de ser dicho –”. Pienso que es muy importante hablar hoy verdaderamente del incesto. Porque se nota miedo de mencionarlo, de nombrarlo. Se empiezan a usar todo tipo de eufemismos y rodeos absurdos, tipo “abusos sexuales”, por no pronunciar la palabra incesto, como si quemara, también entre mujeres y entre feministas. Hablar del incesto da terror, y esto es precisamente consecuencia y causa importantísima del final del patriarcado. Da terror el tomar conciencia de que en el origen de las patrias (no de las matrias) está el delito del incesto, delito y tabú sagrado y mudo al mismo tiempo.
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