Textos de la Era de la Perla
Cine fórum. Significando miradas
MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
ENTREVISTA A MARÍA ZAMBRANO POR PILAR TRENAS.
PROGRAMA DE TVE2: MUY PERSONAL (1988)
La Bonne (Sala Rosa Vallespir), Ciclo de cine de Duoda “Significando miradas”. 24 abril de 2015, 18 h. Marisé Clement.
Conocer con el corazón. Entrevista a María Zambrano, por Pilar Trenas. TVE2, programa “muy personal” (1988).
María Zambrano fue una filósofa de lengua castellana, nacida en Vélez-Málaga el 25 de abril de 1904. Su madre era maestra y su padre también. Tuvo una hermana a la que amó mucho, Araceli, que nació cuando María tenía siete años. Vivió primero en su lugar natal, luego en Segovia y en Madrid. En la Universidad de Madrid estudió filosofía. Algo después, cayó enferma y estuvo en reposo durante aproximadamente un año, año en el que –dice ella– se encontró con el tiempo; con el tiempo en su magnitud pura, magnitud que tanto angustia a quien es joven. Después, participó en las famosas Misiones Pedagógicas. Se casó con Ildefonso Rodríguez Aldabe, al que mi madre conoció en la Universidad de Salamanca y de cuya política sexual no tenía buen recuerdo. Con él estuvo en Chile, donde él obtuvo un cargo en el servicio diplomático español. María colaboró más tarde con la II República española, participando durante la Guerra civil en el Patronato para la Infancia Evacuada. Se exilió en Francia con su madre y su hermana, pasando por Barcelona, donde su padre enfermó y murió en un piso que el Estado tenía en Diagonal 600. Estuvo exiliada en París, donde murió su madre y fue asesinado su cuñado, el compañero de Araceli; luego vivió en México, en Cuba, en Puerto Rico, en Roma (con su hermana) y, finalmente, en el Jura francés, en La Pièce, una casita de montaña en la que murió Araceli el 20 de febrero de 1972 (y ella le escribió Claros del bosque), casa de la que María fue llevada en 1982 por un grupo de intelectuales (en parte, de Andalucía, que propiciarían la Fundación María Zambrano en Vélez-Málaga) a Madrid, donde vivió en un piso de la calle Antonio Maura hasta su muerte en 1991. De joven, había tenido, con Gregorio del Campo, un bebé que no llegó a nacer. Ella, en la entrevista que veremos, dice que Ildefonso Rodríguez Aldabe fue su único marido.
De María Zambrano han quedado muchos libros preciosos de ensayo y alguno de teatro. Cito los que tengo y he leído: Horizonte del liberalismo; Persona y democracia. La historia sacrificial; El pensamiento vivo de Séneca; Delirio y destino. Los veinte años de una española; Hacia un saber sobre el alma; Unamuno; La confesión: género literario; Senderos. Los intelectuales en el drama de España; Pensamiento y poesía en la vida española; Filosofía y poesía; España: sueño y verdad; Algunos lugares de la pintura; La Cuba secreta; La España de Galdós; El hombre y lo divino; La tumba de Antígona; Claros del bosque; De la Aurora; Notas de un método; Las palabras del regreso; Los bienaventurados; Los sueños y el tiempo y El sueño creador. Se han publicado también varios volúmenes de su correspondencia (con Gregorio del Campo, con Reyna Rivas, con Edison Simons, con Agustín Andreu). También se carteó, por ejemplo, con almas muy sensibles como Cristina Campo y Elena Croce.
La entrevista que veremos se la hizo en 1988 en Madrid la periodista Pilar Trenas, para el programa muy personal de tve2.
Con su obra, María Zambrano devolvió el amor a la filosofía occidental. Esta es una revolución gigantesca, tanto, que es más que una revolución. Las revoluciones de tipo masculino (en las que participan también mujeres) intentan invertir los términos del sistema económico-político existente siguiendo el esquema vencedores/vencidos y, las mejores, lo hacen con el propósito de imponer un sistema más justo. Estas revoluciones, desde la Revolución francesa, son acciones imperfectas, porque son ideológicas; lo cual quiere decir que separan la palabra (convertida en ideología) de la vida pasiva, resultando revoluciones sangrientas. María Zambrano, en cambio, al modo del feminismo del siglo XX (que ha sido descrito por algunos como la única revolución sin sangre de las muchas de ese siglo) pone su empeño en mantener unidas la palabra y la vida pasiva, de modo que ni la palabra haga el trabajo de la vida pasiva, ni la vida pasiva haga el trabajo de la palabra. Tan nuevo y descomunal era esto en el siglo XX que recuerdo que en la década de los noventa, cuando a mí María Zambrano me estaba cambiando la vida, yendo una noche por la calle en Verona a cenar durante un retiro de Diótima (que también me estaba cambiando la vida), charlando con Chiara Zamboni, ella va y me dice: “pero María Zambano no es filósofa”. Yo lo tomé mal, pero tenía razón, no era filósofa de la tradición masculina occidental, de lo que se consideraba entonces filosofía, cosa pequeña esa filosofía como la “sainte église la pétite” de Margarita Porete en el siglo XIII. Occidente en sí, como noción, es masculina, resultado del imperialismo moderno y del endurecimiento del patriarcado europeo.
Rescatando el amor y devolviéndolo a la filosofía, que desde ella es femenina, femenina universal (como la enfermería o la brujería, por ejemplo, es decir, válida para mujeres y hombres), María Zambrano mantuvo unidas la palabra y la vida pasiva, inspirando y generando así acciones perfectas, revoluciones no sangrientas. Dijo, por ejemplo, en una entrevista de 1986, para Cuadernos del Norte:
"Yo siempre he ido al rescate de la pasividad, de la receptividad. Yo no lo sabía, pero desde hacía muchos años yo también andaba haciendo alquimia. La cosa comenzó hace ya muchos años. Mi razón vital de hoy es la misma que ya aparece en mi ensayo Hacia un saber sobre el alma [...]. Yo creía, por entonces, estar haciendo razón vital y lo que estaba haciendo era razón poética. Y tardé en encontrar su nombre. Lo encontré precisamente en Hacia un saber sobre el alma, pero sin tener todavía mucha conciencia de ello. Yo le llevé este ensayo, que da título al libro, al propio don José Ortega, a la Revista de Occidente. Él, tras leerlo, me dijo: ‘Estamos todavía aquí y usted ha querido dar el salto al más allá.’ [...]. Yo salí llorando por la Gran Vía, de la redacción de la Revista, al ver la acogida que encontró en don José lo que yo creía que era la razón vital. Y de ahí parten algunos de los malentendidos con Ortega, que me estimaba, que me quería. No lo puedo negar. Y yo a él. Pero había... como una imposibilidad. Es obvio que él dirigió su razón hacia la razón histórica. Yo dirigí la mía hacia la razón poética. Y esa razón poética -aunque yo no tuviera conciencia de ella- aleteaba en mí, germinaba en mí. No podía evitarla, aunque quisiera. Era la razón que germina, una razón que no era nueva, pues ya aparece antes de Heráclito. No ya como medida, sino como fuego, como nacimiento: la razón naciente un libro que no llegó a publicar, La aurora de la razón vital. Luego puede decirse que no faltaban las coincidencias. Los dos seguimos el rastro de la aurora, pero cada uno de una aurora distinta. (O de la misma, pero vista de otra manera)"
En 1951, en su exilio en La Habana, cuando tenía unos 47 años, María Zambrano había escrito a Medardo Vitier, en una carta, que ella no iba, sino que venía de la Filosofía, porque (dice) “la Filosofía es el Purgatorio y hay que recorrerlo yendo, viniendo, convirtiendo el laberinto en camino.” Y añadía poco después: “Sí, estoy en un momento muy difícil. ¿Podré decir lo que veo en la Filosofía y desde ella? Como signo que Ud. entenderá le diré que el libro que entregué en París se llama “El hombre y lo divino”. Pero el título que le he dado es “La Ausencia”. Ya Ud. sabe de Quién... quisiera tomar su impronta, la negativa del paño de la Verónica.”
La negativa o el negativo del paño de la Verónica es, en primer lugar, la vida pasiva, el cuerpo, su padecer, su sudor, las partes del rostro manchadas de sangre, el Cristo camino de la cruz, camino de su encrucijada y destino: "la pasividad del alma que acoge la realidad sin recelo" (dice María). Y la negativa o negativo del paño es, tambien, lo que está en blanco, las partes del paño de la Verónica en las que no hay huella o impronta porque no les da la luz. La vida pasiva, el padecer, está, por ejemplo, en la teología femenina de Teresa de Jesús. María Zambrano lo devolvió a la filosofía, ahora femenina, y para hacerlo encontró la mediación del amor y su lenguaje.
Empezó a devolverlo haciendo sitio a la visión por el corazón y, con la visión, al corazón como nueva metáfora del conocimiento, una metáfora distinta, no reducible ni contraria de la tradicional metáfora masculina de la razón. Como la cosmogonía feudal y beguina, que entendía que el ser humano, mujer u hombre, nace con dos intelectos, el intelecto o inteligencia de la razón y el intelecto o inteligencia del amor. La modernidad reducirá el segundo al primero, el amor a la razón. Con gran pérdida de autoridad del saber de las mujeres, y de vitalidad de la filosofía.
¿Qué es para María una visión? Es epifanía, es el mostrarse de lo que de verdad es. Es ver la negativa de las fotografías de entonces, la negativa o negativo del paño de la Verónica, ver lo que no recibe luz, sin que necesariamente necesite recibirla. El corazón ve sin luz. Ve, por ejemplo, la ausencia. No sé si el blanco es la ausencia de color o la concentración de todos los colores, se me olvida, pero da lo mismo, da lo mismo el sic que el non, da lo mismo el sí que el no: la gente sentimos la ausencia en el quedarse en blanco: esto basta. En los antiguos negativos de fotos, lo claro salía oscuro y lo oscuro, claro. Precisamente en El hombre y lo divino, ese libro que ella decía que tituló La Ausencia, María Zambrano había escrito: “Es el entrar en la conciencia, y aún más que en la conciencia, en la luz, un suceso glorioso: la epifanía que tiene toda realidad que accede por fin a hacerse visible”. La razón necesita luz para ver, y rehuye la oscuridad. El corazón ve siempre, con luz y sin luz.
Al conocimiento que ella descubrió, María Zambrano lo llamó, ya al final de su vida, “metafísica experimental”. La filosofía masculina del siglo XX fue muy hostil a la metafísica, que asociaba con la opresión propia de las religiones constituidas. Como se explicaba antiguamente en las clases de bachillerato, la noción de metafísica vendría de la organización de la biblioteca de Aristóteles (aunque el libro no había sido inventado todavía, lo inventaría Julio César, dicen, siglos después). Ese filósofo tendría colocados más allá (meta) de los rollos que trataban de la naturaleza o física, los que trataban de algo que iba más allá de esta. La metafísica, María Zambrano la recuperará como experiencia, experiencia vivida que la criatura humana convierte en divina mediante el pensamiento verdadero y la lengua. Escribió en su Notas de un método, un libro publicado en 1989:
“Se trataría, pues, de hacer posible la experiencia del ser propio del hombre, el fluir de la experiencia, ya que la experiencia, una vez abierta su posibilidad, fluye inagotable, como la unidad cada vez más íntima y lograda de vida y pensamiento. Y así, señalar las condiciones de la manifestación posible y necesaria de la experiencia inagotable, no puede engendrar la pretensión de pensamiento que se cierra y acaba en sí mismo.” Y añade más adelante: “Una nueva concepción de la claridad, una atención a las formas discontinuas de la luz y del tiempo, se abre camino ya, aun dentro de la llamada psicología de lo profundo. Y así también, en la Fenomenología de Husserl. Ambas carecen de una última exploración metafísica. Una metafísica experimental, que sin pretensiones de totalidad haga posible la experiencia humana, ha de estar al nacer.”
La metafísica experimental de María Zambrano, las filósofas de Diótima la han llamado, en nuestro tiempo, el pensamiento de la experiencia. Este es el pensamiento que enseñamos en el máster en Estudios de la Diferencia Sexual de Duoda, un programa semipresencial que se puede cursar entero online y que fundamos en el año 2000. Enseñamos que existe el pensamiento del pensamiento, y existe el pensamiento de la experiencia. El pensamiento del pensamiento es el propio de la universidad tradicional, que piensa sobre lo ya pensado. El pensamiento de la experiencia es el propio de la universidad de Heloïse, la universidad que toma la impronta del paño de la Verónica, la mujer que acude, que está con la vida, con el nacimiento y la palabra, con la inteligencia del amor; amor que es siempre trascendente y también exigente y comprometido: trascendente como la acción y comprometido como la palabra.
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