Textos de la Era de la Perla
Ser universitarias hoy
MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
El poder no es lo que era
Publicado en Via Dogana 86 (septiembre de 2008), pg. 11-12
En el artículo Ma cos’è questa crisi del número 84 de Via Dogana, Lia Cigarini ha interpretado la crisis que vive hoy globalmente la política conectándola con la crisis que viven desde hace varias décadas sus protagonistas, es decir, los hombres, apesadumbrados por una cuestión masculina ya antigua que fue precipitada en la profundidad que tiene ahora por la separación de sus grupos políticos mixtos que hicimos las feministas en los años setenta, decepcionadas porque ahí no cabía algo fundamental para nosotras, que la propia Lia Cigarini descubrió que era la libertad femenina. Añade que una prueba de la importancia de la cuestión masculina está en la evidente pérdida de sentido de sus antiguamente suntuosas instituciones; y, al final del artículo, transmite la pregunta por los motivos que hacen que, si ellos están en crisis, ellas no la aprovechen dando un paso adelante que desaloje lo que ya no sirve.
Una de las antaño suntuosas instituciones masculinas es la universidad. Desde los años noventa del siglo XX, la universidad se ha feminizado, tanto en el norte como en el sur del mundo. La mayor parte del personal administrativo y de gestión es mujer, la mayor parte del alumnado es mujer (en 63% en mi universidad y en la Complutense de Madrid desde 1996), y es mujer una parte importante del profesorado. La institución, sin embargo, sigue teniendo el aspecto de una empresa masculina, a pesar de que la jerarquización de las relaciones haya disminuido mucho en las últimas décadas.
Se dice y se repite desde hace ya años, también en algunos grupos feministas, que, para cambiar este estado de cosas, las profesoras tendríamos que perderle el miedo al poder y ganar los puestos altos de la gestión académica: rectorado, gerencia, secretaría general, vicerrectorados... Algunas lo han intentado y obtenido, pero poco o nada se ha notado la diferencia, excepto, en algunos casos, en la ilusión de las primeras semanas en el cargo, ilusión que señalaba un deseo de hacer las cosas de otra manera y que, una vez tras otra, se ha desvanecido al chocar contra la dureza de las luchas de poder para seguir en el cargo. Ellas, sin embargo, hay que decir que se han mantenido en sus puestos durante el tiempo previsto, lo cual indica que fuerza y talento personal no les faltaban.
Para conseguir que las instituciones y empresas masculinas tengan mujeres en sus cargos más altos, el gobierno español promulgó en marzo de 2007 una ley de igualdad que imponía la paridad. La ley ha sido reforzada, en el comienzo de la nueva legislatura, con un ministerio de igualdad, ministerio del que algunos se burlan llamándolo ministerio de igual da. Del cumplimiento de la ley han sido eximidas, sin embargo, las universidades, por miedo a que la falta de candidatas paralice el ejercicio del poder en sus cúpulas. Pues aunque al redactar y votar la ley de igualdad nadie pareció preguntarse por el deseo femenino de ejercer el poder, saber sabían que no era fácil llevarla a su cumplimiento, y no solo por la resistencia de los hombres a ceder a las mujeres eso que tanto les gusta.
¿Por qué no aspiro al ejercicio del poder en mi universidad? Porque el poder ya no es lo que era: ya no brilla ni le deslumbra a una mujer, aunque siga siendo verdad que puede cambiar muchas cosas. Pero no puede cambiar las que yo amo, tampoco si yo lo ejerzo. Lo que hace es cambiarme a mí, y no para ayudarme a colmar mi anhelo de ser. Creo que este es el primer paso adelante -lo poco que depende de mí- que bastantes mujeres de distintas generaciones hemos dado en la universidad al final del patriarcado. Mi lección la tuve hace unos quince años, en una entrevista rutinaria con un vicerrector de investigación tratando asuntos del Centro de Investigación de Mujeres Duoda. Él comentó que, al ofrecerle el cargo, el rector le había dicho: - Pero ya no volverás a la Antártida. Él –recordó, nostálgico y coqueto- no se lo creyó. Pero, uno o dos años más tarde, cayó en la cuenta de que era cierto, de que al sitio en el que había hecho su mejor investigación no regresaría más. Tiempo después, vi ocasionalmente su nombre en la prensa, pululando de un cargo cualquiera a otro, creo recordar que siempre fuera de la universidad.
Dejar la docencia y la investigación para ejercer un cargo alto de poder –pues, aunque un mínimo de clases haya que darlas, de hecho se dejan, ya que el espíritu ha emigrado a otro sitio-, no es, para mí, un paso adelante sino una equivocación. Porque significa renunciar a lo que me llevó a la universidad. Y estoy segura de que no soy en absoluto la única a la que esto le pasa. Voy viendo en Duoda mujeres que, mientras son fieles al vínculo con el sentido libre del ser universitaria que las llevó ahí, florecen en la Facultad. Cuando, por miedo a no hacer carrera, se van distanciando de Duoda, suelen convertirse en una mujer de Departamento más, sin sitio ni raíz propios en la Facultad.
Yo acepto hoy libremente que los hombres (y las mujeres que les prestan sus servicios simbólicos) sostengan la maquinaria del poder, porque ello me permite no perder tiempo y hacer lo que me interesa en la universidad, particularmente Duoda. Ha ocurrido que la vieja grandeza del poder se ha desplazado al deseo que en Duoda pongo y sostengo.
Esto no quiere decir que yo no crea que el poder puede cambiar. Cambiará cuando cambien sus hombres, cuando se permitan admitir que la cuestión masculina les afecta a todos, variando su intensidad. Lo que no creo es que el cambiarlo dependa de mí o de otras mujeres. Una prueba está en la historia de la vicepresidenta del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, que es una gran política. Entre 2004 y 2008, ella tuvo el talento de llevar al ejercicio del poder algo del sentido libre del ser mujer, y esto ha contribuido mucho, no ya a su popularidad –decía el otro día la televisión que es mayor que la del presidente José Luis Rodríguez Zapatero- sino al triunfo electoral del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones generales de marzo pasado. Apenas empezada la nueva legislatura, sin embargo, se nota ya que ella, por su libertad, está perdiendo pie en el partido, tanto que la escena de esta pérdida está siendo el pulso que se está viendo obligada a sostener con la ministra de igualdad, unas veces para apuntalar y otras para censurar el escaso sentido político de esta última. Sin que, a pesar de su enorme talento, le sea posible esquivar la dialéctica con la que el poder acorrala la libertad y que puede acabar arruinándola.
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