Aquí están los textos de esta sección
Textos de la Era de la Perla
Presentación de la Revista DUODA
ANDREA FRANULIC DEPIX
DUODA 58 La envidia de las mujeres
El 22 de octubre de 2020 tuvo lugar la presentación online del número 58 de la revista “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual”, que tiene como tema monográfico “La envidia de las mujeres”. Intervinieron Isabel Ribera Domene, Andrea Franulic Depix, Ilse Barahona Michel y Susanna Pruna Francesch. Ofrecemos aquí el texto de Andrea Franulic Depix:
Buenas tardes a todas, me siento muy emocionada y feliz de tener el privilegio de estar ante interlocutoras magistrales y presentar un trabajo tan radical y original como el de la Revista. Gracias a Isabel Ribera y a Amparo Chumacero por sus brillantes y amorosas mediaciones.
Antes de conocer el espacio de creación y de política de las mujeres que es Duoda, su Revista y Máster, conocí el Feminismo de la Diferencia, el de Carla Lonzi, hace un poco más de 20 años, cuando me acerqué a las charlas que Margarita Pisano, feminista autónoma chilena, hacía en la cocina de su casa. Los delicados y firmes hilos de este pensamiento y práctica son los que me han mantenido viva en la política de las mujeres. Sin embargo, estos hilos se me perdieron en medio de las sogas de la emancipación, que atan e inmovilizan con su desorden simbólico si es que no llegan a ahorcar definitivamente. No sé si pueda explicarlo mejor que como lo he contado en el texto Incólume, esperándome, el que María-Milagros Rivera Garretas, mi autora favorita, publicó en los textos políticos de la página de Duoda, como quien hace un milagro.
¿Cómo llegué allí? Fue hace cuatro años, cuando Tatiana Rodríguez, amiga del pasado que estaba cursando el máster de Duoda, me dijo: “les dejo la punta del hilo de la madeja”, aludiendo a una frase de la gran Luisa Muraro. Desde entonces, he comenzado a tirar otra vez y suavemente de ese fino hilo. Siguiéndolo, me fui acercando más y más a las autoras y a las lecturas del Pensamiento de la Diferencia Sexual. Ha sido un viaje de placer femenino libre y no lo he hecho sola. Lo he hecho en relación con otras, en una relación sin fin, especialmente, con Jessica Gamboa Valdés, con las amadas mujeres de Feministas Lúcidas y con otras bellas feministas, chilenas y latinoamericanas, a las que la diferencia sexual también les ha resonado en las entrañas.
De lo que les he descrito antes, mucho hace a la casualidad. Y, como he aprendido leyendo El trabajo de las palabras, tras la casualidad, hay una gran necesidad empujándola. Mi necesidad de traer orden y sentido a mi vida, experiencia e historia, me ha llevado a descubrir las palabras que dicen lo que es, la teoría, entendida así por Luisa Muraro en El orden simbólico de la madre. Entonces, he ido sanando las magulladuras que produce el mirarse mal a una misma, con los nombres falsos de la ideología, o bien, del feminismo cuando olvida el femenino libre.
Esta es la revolución simbólica que produce en mí la lectura del número 58 de la Revista, cuyos textos redundan en excelencia femenina, tanto los del monográfico como los del conjunto. El viaje es de felicidad y libertad, porque no evade el conflicto, no esquiva lo negativo, entra en la oscuridad, pero no a tientas dando tumbos, sino con los párpados abiertos que me permiten caminar confiada. Por eso, tirar suavemente del hilo no ha ido exento de lágrimas, a veces de lágrimas heridas, como canta el tremendo verso de la maravillosa artista Sussana Pruna.
Por la senda del negativo me adentro, con valentía femenina -esa que implica mirarse a sí misma sostenida del ombligo-, al tema de este monográfico: la envidia de las mujeres. La preciosa maestra Chiara Zamboni se refiere a los “espacios públicos que reprimen el aspecto oscuro de lo femenino, y por eso se vuelven ficticios”. Desde mi experiencia, puedo decir que el feminismo sin femenino libre también reprime este aspecto oscuro y vuelve el espacio ficticio. Y cuando una -yo, por ejemplo- llega al espacio con su negativo imprevisto, desbarata la ficción o, como dice Chiara, “desbarata una escena falsamente neutra”.
Solo se puede envidiar a quien se tiene cerca: a la madre, la hija, la amiga, la hermana, la semejanta política, la maestra, la alumna, ¿la amada? Laura Mercader, cuyo escrito me ha parecido realmente magistral en cómo pone en juego su partir de sí, insistirá en que la envidia no se puede evitar, solo se pueden domar sus furias; el sufrimiento emocional que provoca es “el más parecido que hay al dolor físico”, afirma la autora. La envidia es una pasión profunda en las mujeres, dirá Chiara Zamboni, que “depende de su ser del mismo sexo que la madre”; es parte de la experiencia del exceso femenino, que fluctúa entre el amor y el odio cuando permanece sin forma. He revisado mi experiencia a la luz de estas palabras. Y me he reconocido celosa (también envidiosa) y lo digo envalentonada por “las confesiones sin confesión” de Laura Mercader, por el amor que recibo al leer las palabras de las autoras de este monográfico y por la genial viñeta de Pat Carra.
Pienso que los celos, en el amor entre mujeres, también deben ser mirados sin las codificaciones patriarcales. Pero, como bien señala Candela Valle Blanco, cuyo escrito es, si una la obedece y se entrega, un verdadero y real camino de sanación, estas codificaciones sí han influido en nuestra interpretación y vivencia de la propia experiencia. Creo, además, que la existencia lesbiana ha estado especialmente sujeta a las teorías masculinas del pensamiento, como la teoría psicoanalítica, que Candela desenmascara magníficamente. Ha estado sujeta a estas teorías y rematada, pienso yo, por el ismo del lesbianismo militante, junto a una ausencia abrumadora de referentes de amor entre mujeres: referentes del orden simbólico de la madre, no de las políticas identitarias.
De esta manera, miro mis celos desde mi experiencia femenina. Como señalan las autoras, estos están anclados a la envidia, por lo tanto, a la fusión-separación con la madre. Cuando siento celos, soy esa niña, sollozando escondida en el pasillo, porque escucha el sonido de los besos de su madre dirigidos a un otro. Sin embargo, olvidé, por mucho tiempo, que mi madre iba a buscarme en esos momentos, para darme consuelo. He padecido también los efectos tremendamente destructivos de una que otra envidiosa, tal vez una semejanta política o una amada, quien, enemiga de la disparidad, ha pretendido apoderarse de mi ser y rebajarme. Por eso, pienso que la existencia lesbiana, tal como la entiende la poeta y ensayista grandiosa que fue Adrienne Rich, debe abrirse al sentir libre de Falo, sobre todo al final del patriarcado. El trabajo de lo negativo, como el de la envidia entre mujeres, ilumina esta apertura.
La ilumina y es importante para nosotras, para nuestras relaciones y práctica política, pues nos conduce a esta sombra de la madre (también, por extensión, de la madre simbólica). Siento que la bella y profunda voz de la pensadora Wanda Tommasi nos está diciendo: hay que pasar por ahí, por la sombra de la madre, para que una (yo) tenga independencia simbólica auténtica. ¿Cómo? Dice Candela Valle que es importante saber distinguir “ese mal que le corresponde a ella”, “su dolor, su insatisfacción, su culpa, sus frustraciones”, de su más, que me trajo a este mundo y favoreció mi permanencia en él. En ese más de mi madre, que me dio la vida y la palabra, “me encuentro conmigo misma, ahí reconozco mi capacidad de vida, me encuentro con la fortaleza de aquella niña pequeña que supo encontrar el camino para traerme hasta aquí”.
La misma autora dice al terminar su escrito: el camino para superar la envidia es el del sentir. Y me he acordado de Carla Lonzi, pues me la ha traído de regreso mi amiga Adriana Alonso Sámano hace unos días. En su diario de 1972, dice que se siente bloqueada en el grupo de Rivolta, “cosechando admiración y, su contrario, la envidia”. El camino de Lonzi fue el del sentir originario, es decir, el itinerario de la independencia simbólica, hilada al origen materno y a la genealogía femenina libre. Es aquí cuando el fino hilo de la madeja se descubre de oro y toma la traza de una espiral. La tríada en espiral de este camino, dibujada por María-Milagros Rivera en su magnífico estudio sobre los Manifiestos de Rivolta, es el sentir, lo sentido y el sentido. Para mí, una mujer clitórica es también la señora dueña de su vida, como nos invita a ser Candela Valle Blanco, con traumas y talentos.
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