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Textos de la Era de la Perla

La violencia de tantos hombres contra las mujeres

Bienvenida la abolición

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ANA MAÑERU MÉNDEZ

Bienvenida la abolición

Por primera vez compartimos en todo el planeta un mal con un mismo nombre, el coronavirus. Además de intentar remediarlo, confío en que nos ayude a entender y solucionar otros muchos problemas ocultos bajo palabras que se han vuelto huecas: igualdad, mercado, libertad, progreso, avance, globalización o desarrollo. El virus ha llegado con la velocidad y la aparente inmaterialidad de lo virtual, pero con el peso de la más pura materialidad de los cuerpos que aconseja lavarse las manos, como nos enseñaron nuestras madres en la infancia para prevenir los contagios.
Este mal se ha convertido sin discusión en urgencia mundial. Podría ser porque tiene que ver con la vida y la muerte, pero muchos males de vida y muerte no han alcanzado hasta ahora un protagonismo global ni han concitado esta unanimidad inédita e inaudita que tanto asombra. Para que este acuerdo universal no se quede en la superficie conviene recordar que en la raíz de este y de casi todos los males que padecemos está la violencia masculina contra las mujeres, planetaria, persistente y letal sin límites en el orden simbólico y en el material. Un mal que afecta a toda la población y ante el que no se invierte en vacunas, quizá porque ya sabemos lo que hay que hacer para que desaparezca pero falta que nos empeñemos en ponerlo en práctica. Es una violencia que desprecia el origen femenino y materno de cada criatura, de la vida. Una violencia que al ejercerla, por ser tan brutal, levanta la veda para cualquier otra violencia: las guerras, las distintas formas de esclavitud contemporánea, la destrucción de la naturaleza, la apropiación ilimitada de bienes por una minoría a costa del sufrimiento y la muerte de millones de personas. Y que cada cual vaya añadiendo aquí todas las violencias que conoce y que también ejerce. Todas tienen la misma raíz.
Hay que frenarlo “cueste lo que cueste”, oímos en las noticias sobre el coronavirus, y en este caso el miedo nos guía a aceptar lo que manden quienes dirigen la escena, escena ya antes letal en muchas ocasiones, sobre todo para mujeres, niñas y niños. En pocos días han quedado al descubierto muchas de las grietas de nuestro mundo, con las que convivimos cada día queriendo ignorar que están aquí. Resulta claro, por fin, que la ciencia no lo explica todo y no siempre dice verdad y que la técnica es limitada y usada con frecuencia contra el bien común. También que vivimos de manera insensata en muchos sentidos. Una vez desvelado esto, como en el cuento en el que “el rey está desnudo”, hay un detenerse y una llamada que tenemos que aprovechar para recuperar el sentido común y la sabiduría acumulada por las madres durante miles de siglos, la que ha permitido crear y mantener las vidas sin fantasías de omnipotencia.


Resulta claro también que nadie vendrá a salvarnos si no salvamos cada cual lo valioso que tenemos, la vida, la palabra, las relaciones, la confianza, la naturaleza y el compromiso con la transformación de sí, que es lo que transforma el mundo.
Por eso mantengo la esperanza de que esta crisis misteriosa que ha removido el mundo destapando problemas diversos contribuya a resolver muchas cosas que me importan. Confío en que ahora se haga visible, para que nos oriente, el cambio de civilización que ha supuesto el final del patriarcado, un acontecimiento sin precedentes que hemos traído al mundo las mujeres y que algunos hombres celebran ya.
Este cambio se vislumbra en las recomendaciones de quienes se encargan oficialmente de frenar el virus. Sus consejos coinciden con los propios del orden simbólico de la madre desde antiguo: medidas de higiene elemental, agua y jabón, no toser ni estornudar cerca de nadie, guardar las distancias que preservan los cuerpos de infectarse, consumir y viajar solo lo necesario, ayudar, cuidar, mantener la calma, respetarse, ser responsables, dejar de acumular sin límite creyendo que el dinero nos protegerá de todo.
Yo espero que además del virus, contingente y temporal, caiga por fin lo más trascendente, insostenible y mortal de nuestra sociedad que persiste de manera que parece atemporal: la violencia de tantos hombres contra las mujeres, cuyo pilar más firme es la prostitución.
Con la llegada del virus por fin puedo soñar con los ojos abiertos y ver los prostíbulos de carretera y los llamados bares de alterne y burdeles cerrados, y multados si abren, como debía haber ocurrido hace mucho tiempo. Por fin los prostituidores y los proxenetas no tendrán licencia para violar los cuerpos femeninos y serán castigados por sus delitos. Casi no puedo creerlo. Qué felicidad. Y las mujeres prostituidas por fin libres y receptoras de las ayudas que les corresponden por haber sido vejadas impunemente. Estamos en deuda con ellas toda la sociedad porque hemos convivido sin remediarlo con este virus que es el delito más antiguo del mundo, un virus terrible que las destruye a ellas y que infecta la vida diaria de mujeres y hombres, porque nos acostumbra a vivir en la barbarie. Bienvenida por fin la abolición de la prostitución. Bienvenido todo lo que se derivará de ella.
(18/03/2020)

Universidad de Barcelona
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