Textos de la Era de la Perla
La violencia de tantos hombres contra las mujeres
MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
Lo que es voluntaria es la vaginalidad
Sostiene últimamente un tipo de feminismo de Estado que el ser mujer es voluntario. Es una manera cómica de celebrar el 8 de marzo, Día internacional de la mujer trabajadora, y una lectura torpe y ridícula, inspirada en un curioso materialismo desmaterializado, de la idea política genial de la Librería de mujeres de Milán que dice que el ser mujer se elige sabiendo que no es objeto de elección (No creas tener derechos, 1987). La llamada performatividad de la sexuación humana suena a maniobra patriarcaloide y tortuosa de transexuales simbólicas o adoradoras del falo (construcción cultural del pene), sabiamente desmentida por el placer de ser mujer que muchas sentimos mientras nos miramos y contenemos la risa. El ser mujer u hombre es previo a la aparición de la voluntad, ya que gestado en el vientre de la madre, afortunadamente una mujer cualquiera. Ocurre que el feminismo de Estado y la doble militancia no han formado parte nunca del movimiento político de las mujeres sino del patriarcado.
Lo que sí es voluntaria es la vaginalidad: plenamente voluntaria desde que terminó el patriarcado. La vaginalidad consiste en colonizar o dejarse colonizar ese órgano precioso del cuerpo femenino que es la vagina, órgano que no hay que confundir con la vulva, aunque a veces nos pase a las propias mujeres. Es probable que detrás del aumento enloquecido de los asesinatos de mujeres por hombres durante los dos últimos meses esté el conflicto sobre la disponibilidad de la vagina, un conflicto que, después de tanto darla por supuesta y por deseable, algunos hombres no son capaces de soportar, y rugen.
De vaginalidad sufren los hombres cuya sexualidad fue reducida por el patriarcado a la colonización de este órgano femenino particularmente sagrado que es la vagina, ya fuera mediante la ley o el hábito del débito conyugal, ya fuera mediante el amor romántico, la prostitución, la violación o el incesto. Y la sufren también las mujeres seducidas por el falo o por el constructo machista del orgasmo vaginal femenino, orgasmo cuya existencia han desmentido con convicción tanto Carla Lonzi (La donna clitoridea e la donna vaginale, 1971) como las vírgenes impenitentes y las frígidas de todos los tiempos, todas ellas tan ridiculizadas como temidas por las in-culturas machistas precisamente por ser resistentes al patriarcado e impenetrables por él. “Aquel orgasmo vaginal que para Freud era fruto de una maduración psicosexual de la mujer, para el feminismo es el producto de su adaptación psicosocial”, escribió Carla Lonzi. Una auténtica revolución sexual masculina, libre de vaginalidad, está pendiente. Esta revolución les prorcionaría, probablemente, placeres ahora desconocidos, libres de kamasutras, forcejeos y dominios, y evitaría cantidad de problemas y sufrimientos femeninos tan graves como el aborto, el papiloma y sus vacunas, la maternidad no deseada, el sida, la violación, la prostitución, el incesto..., el orgasmo fingido.
Porque el ser mujer y la vaginalidad no coinciden en absoluto, por más que se empeñara en ello la teoría psicoanalítica: la vagina es sagrada y, por tanto, no colonizable ni poseíble por hombre alguno. La vagina es el camino natural de la fecundación humana y el camino natural que lleva a la criatura que nace a la puerta de la vida que es la vulva de cada madre. El placer femenino libre tiene su propio órgano, el clítoris.
(4/3/2020)
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