Textos de la Era de la Perla
La violencia de tantos hombres contra las mujeres
MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS
Les Innocentes o el dilema de la mujer violada
La realizadora Anne Fontaine ha estrenado este año una extraordinaria película de política sexual sobre las consecuencias de las violaciones perpetradas por soldados y militares primero alemanes y después soviéticos en la vida del espíritu de las monjas de un monasterio polaco en 1945, al terminar la segunda guerra mundial. El monasterio era desde el siglo IV y hasta esas fechas un antídoto contra el patriarcado, un lugar de contemplación y de grandeza femenina. Fue una invención genial de Macrina la Joven quien, al morise el novio elegido para ella por su padre, se retiró con su madre y un grupo de mujeres y hombres a una casa junto al río Iris en Annesis, hoy Turquía, para vivir sin heterosexualidad ni maternidad, en dedicación total a la vida del espíritu. Su invención la llamó consacratio Dei, consagración de Dios, de índole Dios, que quiere decir, en lo que alcanzo, llevar una vida consagrada por la atención a lo que en ti es dios, o sea, es lo más que puedes desear en el conocimiento y disfrute de ti en relación con otras. En la película Las Inocentes, las ganancias de esta forma de vida se expresan en la perfección del canto, en los rostros infinitos de las monjas esculpidos por el halo blanco de las tocas, en la convicción de que allí nadie mas que otra mujer consagrada te va a tocar jamás.
Al empezar la película, a pesar de la terrible tragedia de la violación, las monjas cantan, salvo alguna cuya fe vacila y lo expresa callando. Cantan porque su pureza ha quedado intacta. Pero llega una joven médica francesa, Mathilde, emancipada, comunista mental y bienpensante y, con ella, la violación y el patriarcado se vuelven a imponer como en los días de la tragedia, quitándole el protagonismo a la pureza y al canto. Poco a poco, la vida del espíritu se degrada y, con ella, la película, ahora más emotiva que verdadera. Las monjas, antes cerradamente hostiles a la ayuda de la ciencia, se dividen y, algunas, ceden. Empiezan las traiciones y el espíritu trabajosamente ganado en común se desbarata en confusión. La mentira triunfa sobre la fe. En una escena magistral que toda adolescente debería ver en la escuela para conocer la índole de la violación, Mathilde es violada por soldados soviéticos al regresar de noche a su puesto en Cruz Roja. Al carecer de vida del espíritu, sustituida por la fuerza de voluntad, se repone enseguida, aunque algo en ella no volverá a ser igual porque ahora puede llorar.
Llega entonces el dilema de la mujer violada, precipitado por la ciencia médica masculina. El parto deja de ser el lugar sacro de mujeres que tradicionalmente era, lugar de decisiones secretas en las que no se mete nadie, y pasa al dominio masculino patriarcal, un dominio fundado precisamente en la usurpación a la madre de la autoría de la vida. Las monjas que van dando a luz (y también la espectadora) son puestas ante una falsa alternativa, obligadas a tomar partido entre el valor de su elección libre de una vida consagrada, y una maternidad consecuencia de la violencia sexual masculina. Estamos en la época en la que la niña María Goretti (1890-1902) fue canonizada (1950) por una Iglesia corrupta por perdonar a su violador.
Triunfa así la médica Mathilde y, con ella, el patriarcado. El antiguo monasterio de contemplativas se convierte en una alegre guardería que, para evitar malas lenguas, mezcla criaturas recién nacidas con niños y niñas que vivían en la calle y corretean ahora incesantemente por los claustros como correteaban antes por la plaza frente al puesto de la Cruz Roja francesa. La abadesa, enferma de la sífilis de un militar, que no ha querido ser tratada por Mathilde, agoniza en la austeridad de su cuarto. La escena del desenlace final es de un patético que sobrecoge: un aparatoso fotógrafo desacralizador retrata en el claustro a la comunidad monástica, ahora convertida en un grupo de buenas mujeres con hábito, unas con un bebé en brazos, otras con los brazos cruzados. La foto le llega a Mathilde, que llora emocionada en su nuevo puesto de trabajo curando soldados y militares heridos de guerra, quién sabe cuántos violadores. En el monasterio, el canto ha cesado. La libertad femenina ¿dónde queda?
[Anne Fontaine, Les Innocentes / Las Inocentes, Francia-Polonia, 2016].
31/12/2016
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