Textos de la Era de la Perla
Llenando el mundo de otras palabras
MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS*
Pero ¿qué tiene que ver el aborto con la democracia?
Hace ya tiempo que, cuando se acercan unas elecciones, los partidos políticos sacan de la reserva el aborto con la esperanza de que les ayude a ganarlas, y los periódicos publican sobre el aborto artículos de opinión. Un ejemplo es el de Consuelo Catalá Pérez publicado el Público el 27 de enero (p. 16), que insiste, con una argumentación muy enrevesada –tal vez porque está por otra cosa- en que el alcance efectivo de la igualdad entre mujeres y hombres conducirá a un “nuevo pacto social” que garantizará por fin el derecho al aborto. Es este un descubrimiento inesperado porque, efectivamente, la igualación de las mujeres a los hombres hará impracticable la heterosexualidad y, de este modo, innecesario el aborto.
Lo realmente significativo es, en mi opinión, que el aborto sea una baza electoral. Porque ¿qué tiene que ver el aborto con la democracia? La decisión delicadísima que es abortar o no, la toma una parte pequeña del electorado, que son las mujeres en edad fértil que practican la heterosexualidad. Es este un tiempo que, medido en años, no llega ni a la mitad de la esperanza actual de vida de una mujer en España.
Y, sin embargo, la democracia parece temblar por las leyes del aborto, como en otro tiempo tembló –o nos quiso hacer temblar- la iglesia. La democracia se resiente con la ley del aborto porque se adentra en algo que no es de su competencia, y adentrarme en algo que no es de mi competencia puede llevarme a delinquir, en este caso a cometer un delito simbólico. Es un delito simbólico –un sinsentido que causa un enorme sufrimiento humano- el que el Estado se arrogue poder sobre la maternidad legislando sobre el embarazo. Las madres están más allá de la ley –no en contra de ella- porque son el origen del Estado y de sus legisladores y legisladoras.
¿No podría la democracia amar a las mujeres, inclinándose ante la grandeza de nuestra obra de creación y recreación de la vida, en vez de empequeñecernos forzándonos a entrar en el código penal? Las mujeres respetamos la democracia porque es la mejor forma de gobernar lo social que los hombres han inventado. Y la respetamos a pesar de que nació sin nuestro consentimiento, como recuerda la tragedia griega Antígona. Hoy, la convivencia política entre mujeres y hombres mejoraría sustancialmente si los demócratas recordaran por fin que nacieron de mujer y se atrevieran a honrar su propio origen.
* María-Milagros Rivera Garretas es investigadora de Duoda y catedrática de la Universidad de Barcelona.
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