Texts de l'Era de la Perla
Presentacions de llibres
VIRGINIA WOOLF. UN CUARTO PROPIO_2
Cuando el libro y la traducción se adaptan al cuerpo
Jueves 21 de junio de 2018 a las 19:30 - Llibreria Pròleg, Sant Pere Més Alt, 46, Barcelona
Cuando el libro y la traducción se adaptan al cuerpo
Para mí es muy importante poder presentar hoy esta traducción de María-Milagros Rivera y decir algunas de mis palabras. Es importante por dos motivos. En primer lugar, porque el libro que hoy nos ocupa es una fuente de inspiración para la libertad femenina. Lo es porque deja fuera de juego la epistemología de la objetivización y con ella también el poder de los hombres, y no lo hace enfrentándose a ellos, eso no le sirve a la autora. Virginia Woolf encuentra en las mujeres una grandeza libre que le basta para escribir y remitirse a su público femenino, para que también lo haga.
En segundo lugar, tener en las manos la reedición corregida de esta traducción es una oportunidad para mi generación de feministas; una generación que, en mi opinión, está buscando las palabras para decirse en libertad, una vez rotas las barreras del simbólico patriarcal. Es importante, pues esta traducción no esconde lo femenino del texto: una autoría femenina dirigida a un público femenino. Es bien cierto pues que este libro traducido en femenino es otro libro.
Parece una evidencia que un libro como el de Un cuarto propio de Virginia Woolf deba ser traducido en femenino; un libro en el que la autora habla con lucidez sobre la diferencia sexual y la importancia de las genealogías femeninas para las mujeres, escritoras o no.
Pero a veces hay evidencias que se pierden en lo simbólico, o mejor dicho, no consiguen traspasar las barreras de dicho simbólico y se quedan ahí, sin trascendencia en la escritura y en la traducción. Seguramente por falta de vinculación entre palabras y experiencia, una conexión indispensable para que la vida ‒ una vida vivida en un cuerpo sexuado‒ esté presente en el sentido de lo que se dice.
De las evidencias dijo María Zambrano que eran “la verdad en forma asimilable por la vida ”. Así pues la evidencia, y sigo citando a Zambrano, “no es una verdad nueva, sino una forma que toma algo que ya se sabía y que ahora penetra en la vida moldeándola”. Cuando la experiencia no penetra en la escritura se abandona la raíz, el origen, las genealogías. Eso lo sabe bien Virginia Woolf, quien no encontró respuestas en los libros de los hombres. Cuando la raíz no está, esa raíz que se encuentra partiendo de una misma con la madre, la evidencia de lo femenino se cancela y en su lugar se instaura un masculino universal, supuestamente neutro, un invento del patriarcado para confundir la diferencia sexual a través de la igualdad, es decir, igualando fraudulentamente la mujer al hombre.
No es nada fácil escribir y traducir desde la experiencia. No es nada fácil, al menos para mí, que he estudiado tantos años en la Universidad y lo sigo haciendo. El conocimiento académico veta la experiencia como fuente e inspiración del saber acusándola de subjetividad. En su lugar opta por la neutralidad, una neutralidad inexistente y absurda, sobre todo absurda, porque no forma parte de la vida.
Virginia Woolf no fue a la Universidad y supo que tampoco era en esa Universidad, una sede de hombres enfadados con las mujeres, donde ella podría encontrar la verdad que andaba buscando. La verdad ¿sobre qué? Pues entiendo que es la verdad decible por una misma que hay en las relaciones de los sexos, la verdad decible en las propias palabras sobre la política sexual, fundamento primero de la política. Como dice Luisa Muraro, sobre la verdad de las mujeres, “tan solo estamos en condiciones de reconocer y hacer reconocer que “las mujeres dicen la verdad”, ni más ni menos, sin preocuparnos de todo lo que de escandaloso tiene esta fórmula para los oídos bien educados ”.
Y entonces yo me pregunto ¿cómo una traducción que no contemple lo femenino libre, que no lo signifique a través de la lengua y de las palabras, puede ayudar a Virginia Woolf y a sus lectoras y lectores a comprender esta verdad? La respuesta está clara, pues sin que la evidencia de la escritura femenina trascienda, la verdad permanecerá en lo falso de lo neutro masculino, es decir, en lo falso masculino universal.
Virginia Woolf no encontró verdades para ella en los libros de los hombres que, sin más título que el de ser hombres, discutían entre ellos sobre los animales más discutidos del universo, o sea las mujeres.
Yo soy historiadora y leer a las mujeres que nos han precedido ha sido, y sigue siendo todavía, un camino de apertura al simbólico femenino. Se trata, para mí, de desaprender a camuflar mi experiencia y dejar así de exigir respuestas preconcebidas a las mujeres de la historia. En una ocasión traduje por deseo las cartas de unas mujeres del siglo VIII y me di cuenta que no existía otra mediación que mi saber y mi experiencia para poner en mi lengua materna las palabras de estas mujeres. Fue una tarea muy difícil, Milagros lo sabe, una tarea que va mucho más allá de las propias cartas, pues en la traducción, si es buena, hay concordancia entre el sentido de las palabras y la experiencia de quien las traduce.
A veces, es difícil, citando a Virginia Woolf, “aceptar el hecho de que los guisantes sean verdes y los canarios, amarillos .” Todo depende de lo que seamos capaces de percibir y cómo de fatigoso suponga que ciertos “disparates” trasciendan en nuestro simbólico. La palabra disparate, como escribió María-Milagros Rivera, es una alteración de desbarate, “desconcierto”, y, cito “esta es la sustancia de sentido que transmite: un despropósito que desbarata el pensamiento concertado y acomodado ”. Esta es la capacidad que Virginia Woolf ha llamado “la libertad de pensar las cosas en sí mismas”. Pensarlas y decirlas supone haber encontrado las palabras para nombrarlas. Así pues, yo me pregunto, ¿es posible traducir un texto como este sin primero haber pensado en libertad el sentido libre de la diferencia sexual? Podemos encontrar la respuesta en la misma obra que María-Milagros Rivera ha traducido: “hubiera sido total y absolutamente imposible que una mujer escribiese las obras de Shakespeare, en tiempos de Shakespeare ”. Virginia Woolf se refiere aquí a las condiciones sociales y económicas que sometían a las mujeres y que les impedían disfrutar de su cuarto propio. Aun así, sabemos que una mujer no hubiera nunca escrito las obras de Shakespeare, porque no era Shakespeare. Del mismo modo, no puede traducirse una experiencia que en la lengua materna no ha sido todavía nombrada. Las barreras simbólicas son entonces demasiado fuertes.
Sin Marlowe, o sin esos poetas olvidados, dice Virginia Woolf, Shakespeare no hubiera podido escribir, como tampoco hubieran podido hacerlo Jane Austen, las Brontë y George Eliot sin predecesoras referentes. El hecho de traducir el libro de Virginia Woolf teniendo en cuenta el sentido libre de la diferencia sexual es, precisamente, lo que hizo la autora remitiéndose a la genealogía femenina de escritoras: partir del origen y hacerlo desde la espina dorsal, como llama Virginia Woolf a lo que yo he comprendido como el alma y el cuerpo de la escritora.
Este es un ejercicio complicado, porque se trata de esquivar el patriarcado. “¡Qué difícil tuvo que ser para ellas no menearse ni hacia la derecha ni hacia la izquierda! ” Dice Virginia Woolf, sobre las escritoras. Este no menearse tiene que ver con la grandeza femenina, un modo de sentir y estar en el mundo tan grande que diluye en nada el precepto de la pobreza femenina sin ni siquiera remitirse a él. Es aquí, en este cuarto propio, en una “colocación simbólica libre”, como dice María Milagros, el lugar desde el que Virginia Woolf se dirige a su público femenino: “ganad quinientas al año con vuestro talento ”. Escribamos nuestras verdades, hagámoslas decibles en cada vida y según la experiencia de cada una, signifiquémoslas también en la traducción de cada texto en el que una mujer de gran saber habló desde la libertad, esa libertad a la que Lia Cigarini descubrió como libertad femenina.
El libro, como dice Virginia Woolf, tiene que adaptarse de algún modo al cuerpo. La traducción, por tanto, no debe nunca olvidarse de él. Y puedo decir que en esta traducción María-Milagros Rivera ha escrito y traducido, otra vez, con él.
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