Texts de l'Era de la Perla
Cine fòrum. Significant mirades
NÚRIA BEITIA HERNÁNDEZ
BLANCANIEVES. Mirror, mirror
Títol original: Mirror, mirror, de Tarsem Singh
Me hace feliz presentaros una película que está basada en el cuento de Blancanieves, que es una historia que me encanta. Blancanieves me encanta, y uso expresamente esa palabra – estar encantada-, porque es algo que ocurre muchas veces con los cuentos de hadas: que tienen poderes hechizantes, es decir, tienen la capacidad de transformarnos.
Blancanieves es un cuento de hadas y esa -cuento de hadas- es una expresión curiosa ya que, en muchos de esos cuentos, Blancanieves incluido, no aparecen hadas sino brujas, pero ¿no son acaso la una la otra cara de la moneda de la otra?
Blancanieves es un cuento que enseña muchas cosas. Una de las más importantes es que la dificultad de reconocer el “más” de la otra nos hace daño a las mujeres. Nos daña porque nos deja sin genealogía y sin la riqueza de la disparidad femenina.
Una de las cosas preciosas que tienen los cuentos es que enseñan a partir de mostrar y también de ocultar, de esconder. Como en el corro de la patata que jugábamos de niñas y en el que hacíamos sitio para que pasara en diablo. Hacer sitio al diablo, a esa parte de lo divino que se presenta, a veces en forma de juego, a veces en forma de curiosidad…
No quiero hablar mucho del cuento de Blancanieves porque los cuentos es mucho mejor escucharlos directamente que escuchar lo que significan. Lo que sí os digo es que hubo varias versiones cinematográficas del cuento ese mismo año y que de todas ellas me quedo, sin duda, con esta que traemos hoy.
Hoy veremos a una mala malísima… ¡que está encantada de serlo!
Egoísta hasta la risa desmonta la idealización de un altruismo femenino que ha de ser sí o sí y por tanto no libre, no escogido.
Ella nos dice “Esa soy yo: soy bella y soy mala… ¿y?”
Es mala con la misma vocación con la que podría ser veterinaria o pintora. Orquesta sus planes, sus deseos verdaderos o los que cree que lo son (como casarse con un príncipe) como podría mezclar los colores en una paleta o vendar la pata de un perrito.
En los últimos años el cine nos ha regalado una revisión de los cuentos de hadas y, sobre todo, del sentido del orden verdadero y de la fuerza que contiene el amor verdadero para curar, si es que son separables, tanto el alma como el cuerpo. Como por ejemplo Frozen o Maléfica, dos películas que os recomiendo.
Al cine también le han interesado siempre los personajes femeninos malos, perversos incluso, pero habitualmente para o bien dotarlos de atracción sexual o bien para retratar la crudeza del mal en cuerpo de mujer como en “Agosto” (con el personaje más terrible que puede existir: el de una madre maltratadora interpretado por Meryl Streep:) o en “Els nens salvatges” (con Okis, una niña con una falta de empatía tal que es capaz de llegar a matar sin motivo).
Hoy veremos otra dimensión del mal aunque también veremos, o revisaremos (volveremos a mirar) cuál es la relación entre lo femenino y el mal.
El bien, el mal, la experiencia de ser mujer… sin determinismos, sin “a prioris”.
“Cuando soy buena, soy buena. Cuando soy mala soy mucho mejor”. Decían algunas mujeres feministas cuando yo empezaba a serlo: tanto mujer como feminista. Y me fascinaba esta frase. Me parecía divertida y revolucionaria a la vez. Ahora sé que, en esa frase, hay aún mucho deseo de ser mirada (que es casi como deseo de ser escogida, o de ser la escogida) y, por tanto, poca libertad. Pero aun así la frase me llama.
Me llama como también me llama del feminismo esa capacidad de invención de frases geniales. Frases sencillas, como por ejemplo “lo personal es político”. Frases que, a pesar de ser escuetas gramaticalmente hablando, son tremendamente transformadoras. Frases que, como una varita mágica, te tocan y tú ya no eres la misma aunque sigas siéndolo.
“Las chicas buenas van al cielo… y las malas van a todas partes” es una de esas frases que, usada en broma o no, trae al mundo la noticia de que las mujeres no queremos ser “niñas buenas” es decir seres que no contradicen, que necesitan permiso para existir y que se mueven para agradar.
Siempre me ha interesado el cuento de Blancanieves , es uno de esos cuentos en los que están custodiados grandes secretos: la triple diosa, la genealogía femenina, la dificultad de reconocer la autoridad femenina (y por tanto la posibilidad de reconectar con el verdadero camino).
En la versión que veremos hoy la historia está contada por la madrastra del cuento, espléndidamente interpretada por Julia Roberts. La veremos envidiosa y aburrida, arrogante e insoportable. La veremos lastimando y también en búsqueda de la destrucción de su propio ego. Pues la aventura de ser mala, malísima, será para ella un viaje en el que nos mostrará una búsqueda singular que la lleva a conectar con la verdad, de ella misma y del mundo, y con la trascendencia.
El apoteósico final, al más puro estilo de music hall con un toque “bollydudiense” en el que la felicidad del pueblo por la boda de la princesa con un príncipe (al que en algunos momentos de la historia apenas puede soportar) nos recuerda las portadas de las revistas del corazón. Es un rincón de la escena está la “otra”, la llamo así expresamente, es la otra mujer, sí, pero también es la otra, o mejor dicho es “otra” forma de vivir la vida femenina.
Tapada con una capa se presenta para ofrecerle una roja manzana (el fruto del árbol del conocimiento del conocimiento del bien y del mal) para luego desaparecer de la vista de ese mundanal ruido pero quedándose, a la vez, en esa sala del trono, convertida y conservada en suelo. ¿A dónde la lleva ese deshacerse de ella misma? ¿Qué proporciona esa disolución… podemos decir que del ego? Yo la veo encaminada a la transcendencia. Ya me diréis vosotras y vosotras, en el diálogo de después de película, donde la ponéis.
Vuestra mirada tiene el poder de juzgarla y también el de imaginarla libre. Nuestra mirada la nombra a ella: la nombra mujer, o bruja, o hada, o nada…. Y eso, aunque siguiendo a María Zambrano en su “qué le importa a la estrella si alguien la está mirando” puede no ser importante resulta que, a la vez, lo es y no lo es. Porque nuestra mirada, a ella y a su hacer, no es lo que más importa. Mejor dicho: no tiene ninguna importancia pues la importancia de nuestra mirada hacia ella no tiene que ver con ella sino que tiene que ver con lo que nos ocurra, a cada una de nosotras y nosotros, cuando la miramos . De cómo la miremos depende una posibilidad: la de que acaezca lo imprevisto y que nos toque la magia del cuento.
Por eso os invito, de nuevo, a que la miréis con buenos ojos. Especialmente miradla cuando está, justo, al otro lado, después de pasar por el agua como si fuera un fluido hecho a su medida.
Nos aparece ante un nuevo horizonte… quizás nos trae todo un universo…
¿Será acaso eso una puerta para la libertad de ser?
20 de febrero de 2015
* Si deseas saber más del cuento de Blancanieves puedes leer mi texto publicado en la revista DUODA 38 (2010): Pensar (y decir) la relación con la madre en http://www.raco.cat/index.php/DUODA/article/view/202046/270359%5D
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