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Texts de l'Era de la Perla
Presentació de la Revista DUODA
MARIANA ABREU OLVERA
Revista DUODA 62 La naturalesa es declara sobrenatural
El 27 de octubre de 2022 tuvo lugar, en el Seminario de Filosofía de la Facultad de Filosofía, Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona, la presentación del número 62 de la revista “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual” que tiene como tema monográfico “La naturaleza se declara sobrenatural” Intervinieron Isabel Ribera Domene, Mariana Abreu Olvera, Carolina Morales Morales y Valeria Soto Gómez.
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Ofrecemos aquí el texto de Mariana Abreu Olvera
Estoy profundamente agradecida con Laura Mercader por invitarme a presentar este número de la revista y con María-Isabel Ribera Domene y Gloria Luis Peralvo por acogerme y por trazar de forma tan cálida este acto. Gracias a Carol, por la cercanía amorosa y por acompañarme en la lectura de la revista, y a Valeria que, aunque no se lo haya dicho hasta ahora, tuvo una huella en mí al comienzo de mis estudios en el máster. Gracias a las dos por compartir su experiencia de lectura junto a mí.
Celebro la publicación de este número de forma muy especial. Laura Mercader, en el editorial ha arrojado luz sobre algo que desde hace tiempo sentía: la necesidad del alma corporal de devolver el misterio a la naturaleza y de volver a él. Es una necesidad del alma corporal mía, tuya, nuestra, del alma corporal de los seres que habitan el mundo porque, como me han enseñado Antonietta Potente y Encarnación López Matarín, los animales, las plantas, las aguas, las piedras, la naturaleza tienen también alma.
No creo que exista la casualidad; creo en la coincidencia entre el cuerpo, la palabra y el misterio de lo sobrenatural que está en lo natural, en la vida misma. Y una coincidencia fue el surgimiento de una llamada interna mía, que me guiaba a transformar y a pensar en mi relación con la naturaleza, con la invitación a presentar este monográfico de Duoda. Fue una coincidencia de esas que no hay que buscar entender porque tiene su origen en hilos invisibles pero reales. Por eso vivo este acto como un regalo y un milagro.
La negación del misterio y de lo sobrenatural ha provocado que los hombres del patriarcado occidental hagan de la naturaleza un objeto de dominio, llevando a la incomprensible destrucción de la vida misma, de sus ritmos, de su belleza, de su capacidad creadora. Con la destrucción no se puede dialogar. Esto me lo ha enseñado Nieves Muriel a través de Francisca Aguirre en su poema “Nana del odio”, en donde nos recuerda que con esa piltrafa se nos descompone el alma que es el cuerpo y que “hay que encontrar la forma de que el odio se duerma […]” “Y confiar en que la música de la piedad sea contagiosa.” Y de piedad, eso que María Zambrano descifró como el saber tratar con lo que es radicalmente otro que nosotros, es de lo que me enseñan todas las creadoras de este monográfico.
El artículo de Valeria Sonna me ayuda a comprender con gran claridad por qué siempre me costó trabajo hacer mío el pensamiento filosófico masculino de la antigua Grecia. Nunca pude aprenderlo, a menos que fuera de memoria para un examen de la escuela. Sentía una distancia, una cierta agresividad que me hacía rechazarlo. Su concepción del alma era muy abstracta, al grado de que llegué a pensar que el alma no existía. Comprendo ahora, gracias a la luz que arroja Valeria, que este vacío de sentido venía de que los filósofos griegos, como Platón en su Timeo, negaron el origen femenino de la vida humana y separaron el alma del cuerpo y del nacimiento.
Adriana Alonso Sámano hila magistralmente las palabras de mujeres místicas y me recuerda, a través de María Zambrano, que vivir humanamente es “nacer y seguir naciendo de Ella”. Naturaleza es nacimiento y nacimiento es naturaleza, como muestra Adriana a través del origen de ambas palabras en el verbo en latín nasci, que significa dar a luz o engendrar. Naturaleza no es un sustantivo; no es un objeto, es un constante origen, un nacer y volver a nacer. Pienso en el significado de nacer, en la pasividad del nacimiento, en su misterio, en su vínculo con las entrañas porque de las entrañas de nuestra madre venimos y de las entrañas de la naturaleza nace la vida.
Pienso también en nuestra memoria del nacimiento, que está dentro de nosotras, y de ellos, que nuestra madre nos revela a través de la palabra. Nuestra memoria del nacimiento es ya parte de su misterio. No tenemos recuerdos claros de ese momento, pero sí memorias invisibles, entrañables. Al escribir esto, mi madre me enseña que Melanie Klein llamó a estas memorias “memory in feelings” o “recuerdos en forma de sentimientos”, recuerdos de las emociones y los sentimientos cuando aún no podemos nombrarlos. Memorias de lo materno, como me las dio a conocer Nieves Muriel. Ahí se origina el sentir. Nuestra memoria del nacimiento primero, que nos ha dado amorosamente nuestra madre, nos enseña que en el origen está el sentir y que el pensamiento no es siempre claro y distinto, como no lo es nuestro recuerdo del nacer y como no lo es ni tiene por qué ser nuestra comprensión de la naturaleza. Y eso es un don.
Dice Laura Mercader en el editorial que necesitamos recuperar la cualidad de la relación que convierte los pozos oscuros y profundos en donde la palabra no se puede asentar en lugares de revelación de palabra viva. El nacimiento es así: la madre, a través de Amor, lo vuelve lugar de revelación con la lengua materna, desde la concepción, cuando le habla a la criatura que está en su vientre, y cuando le enseña la lengua materna al nacer. Las entrañas del nacer son el primer lugar de revelación en nuestra vida.
Que el mundo natural visible está unido a una dimensión misteriosa, invisible lo sintieron nuestras antepasadas más remotas. Ellas, y ellos, lo supieron muy bien y su confianza y afinidad con la naturaleza fue tan grande que respetaron y admiraron el origen femenino del nacimiento de la vida y lo pusieron al centro. Esto lo muestra la escultura de la diosa de Laussel, con una mano en el vientre y otra sosteniendo un cuerno que bien puede ser la Luna, sin metáforas. La unión secreta y armónica de la vida pudo, puede y podrá sentirse en los hilos misteriosos que se esconden detrás de la coincidencia entre los ciclos lunares y los ciclos menstruales femeninos. Hay ahí un trazo de divino de los que habla Chiara Zamboni en su artículo “Naturaleza y trazos de divino”.
Leo con asombro el texto de Chiara. Siento como si hubiera dicho algo que siempre he pensado y sentido, pero que yo sería incapaz de formular. Siento alivio al darme cuenta de que mi vínculo con la naturaleza no estaba roto, como a veces he llegado a pensar, sino oculto dentro de mí. Cuando habla de su experiencia al ver los cielos de Roma, de la nostalgia inexplicable del momento presente, del amor apasionado y sin límites, lo que viene a mí es ese sentir que he vivido muchas veces a lo largo de mi vida.
Me viene una memoria en particular. Cuando tenía dieciséis años fui con mi papá y mi hermana a la Isla de Pájaros, en Campeche, México. Tomamos una pequeña lancha que nos llevaba a la isla y ahí nos detuvimos a esperar el atardecer, cuando los pájaros llegan todos en parvadas a dormir sobre los árboles. Sentí una nostalgia inexplicable. Mientras ocurría, solo pensaba en que no quería que ese momento terminara nunca. Los colores del cielo, los sonidos de los pájaros, sus aleteos mágicos me hicieron sentir una intensidad única, un amor inmenso. Las palabras de Chiara Zamboni me ayudan a descifrar ese sentir, cuando afirma que la nostalgia corta el presente desde dentro y pone en movimiento el presente y lo empuja a la percepción de que la vida hay que vivirla con grandeza.
Mi experiencia al leer el texto de Chiara Zamboni se liga íntimamente con mi lectura de la intervención de Antonietta Potente. Antonietta, siempre volviendo a la profundidad en lo más sencillo. Dos ciervas beben agua en los mosaicos del mausoleo de Gala Placidia en Ravenna y con las palabras de Antonietta podemos recordar que como ellas sentimos sed, de revelación, de encantos, de verificación. Su idea de sentir el gozo o el dolor de la tierra me recuerda a las creadoras de Las Hijas del Anáhuac, una de las primeras revistas mexicanas hechas por mujeres y para mujeres en 1873, que veían en la historia del origen de Eva, la primera mujer, un vínculo con el placer de la naturaleza: “al primer beso de amor se estremeció de placer la natural[e]za, los árboles inclinaron suavemente sus elevadas copas, el zéfiro [sic] murmuró con más suavidad y las flores se tiñeron con más plácidos y refulgentes colores”.
Lo que nos une a la naturaleza no es un vínculo metafórico. Originalmente no existe una separación entre la naturaleza y nosotras; la naturaleza está dentro, está fuera, está en el cielo, la tierra, el agua, donde está la vida. Nada nos separa de ella ni nada la separa a ella, aunque ahora nos toque despojarnos de falsas fragmentaciones. La naturaleza se nos revela cotidianamente, aunque no vivamos en un bosque, en una playa, en una selva. La sentimos cada vez que entra la luz del sol por la ventana, cada vez que crecen flores entre las grietas del asfalto, cada vez que nuestro cuerpo nos recuerda su esencia cíclica o cada vez que saboreamos una fruta.
Saberse parte del universo y encontrar algo en común con la naturaleza y todos sus seres vivos, dice Antonietta Potente, hace posible sentir goce y también dolor que la naturaleza vive. Saberse parte del universo no surge de una idea teórica, es una experiencia del alma corporal que hace posible que exista la piedad. Encontrar algo en común y relacionarse con lo que es distinto a mí.
Encarnación López Matarín me maravilla con su lucidez. Me recuerda sobre otro olvido que intenta romper nuestro vínculo amoroso con la naturaleza: el olvido del origen femenino de las prácticas alimenticias. Me sorprende que se trata de una omisión que impusieron muy recientemente los hombres que dominan las grandes industrias, apenas en la segunda mitad del siglo XX, y me hace pensar en el poco arraigo que tiene esta ruptura dañina en nuestra memoria, en nuestras prácticas, en nuestra vida. Aunque el olvido parezca imponerse con todo su poder, hay una tradición femenina que ha trazado un vínculo tan fuerte con la tierra, que permanece inmaculado y es infinito.
La creatividad, dice Encarnación, es una necesidad. Las mujeres que practican la agricultura, que conocen las flores que las rodean, que son veganas y crean alimentos extraordinarios, viven la naturaleza a través de la sensibilidad que enseña la madre, esa cualidad de percibir a través de los sentidos. La sensibilidad es de origen materno, porque es nuestra madre quien nos enseña a hacer coincidir lo que escuchamos, olemos, vemos, probamos y tocamos con las palabras de la lengua materna. “Lo que no se percibe es difícil de amar,” escribe Encarnación. Las mujeres que preservan el origen femenino de la alimentación perciben y aman, todo en un círculo sin fin, fieles a la naturaleza y a su misterio.
El proyecto artístico de Clelia Mori me fascina. La sinceridad con la que presenta su recorrido me hace sentir cercana a ella. Ella hace un salto simbólico que la lleva de querer mostrar la sangre menstrual pensando en una suciedad y violencia que después descubre como ajenas a nuestros ciclos, a encontrar la esencia y el origen de la vida en esta sangre que es pura. Su obra preciosa, de hilos dorados y rojos me hace sentir mi potencia de “creadora del tiempo humano, y de su espacio”. Por primera vez veo una obra artística que encarna la belleza de la “sangre de vida”. Y eso para mí lo significa todo.
El monográfico La naturaleza se declara sobrenatural me invita a repensar mis propios ritmos y ciclos. Me hace sentir una apertura a escuchar lo que dice la naturaleza dentro y fuera de mí. Me constata de muchas maneras que el vínculo con el origen y con la creación es vital. Retumba en mí la necesidad de crear y de seguir en constante búsqueda y transformación. Esto es para mí un inicio.
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