No es fácil encontrar el Antes. Y al mismo tiempo es muy fácil. Como lo es dar ese paso atrás en diagonal y dejarse caer en las aguas de Tiamat, que nos trae Barbara Verzini en La Madre en la mar[1]. En la armonía del caos.
Dejarse caer… caer en la cuenta. Caer en la cuenta de que hay un Antes del antes.
En la fiesta presentación del número 60 de la revista Duoda, el pasado 22 de octubre, Alba Ramos Martín, dijo que se quedaba con dos palabras de los textos allí recogidos. Una, Antes, la otra, placer. Las dos están unidas en su nombre. Alba.
Alba viene de albus, bianco: el blanco de la perla y de su placer.
Existe en el centro de Florencia un lugar precioso que se llama Le Murate (Las Muradas). Tras unos muros de piedra se esconden dos espaciosas plazas con almendros y fuentes, que acogen unas pocas casas preciosas llenas de flores, una sala para celebrar actos y eventos, una librería, una pizzería y un animado café literario. Siguen intactas también allí algunas celdas.
Para mí siempre ha sido un placer estar en ese lugar. Un placer que se ha multiplicado infinitamente cuando descubrí su verdadero origen.
La primera - y muchas veces única - historia que nos llega, la más reciente y vistosa (¿la más social?) cuenta que allí estuvieron ubicadas las antiguas cárceles de la ciudad, desde mil ochocientos y pico y durante algo menos de un siglo. De ahí el nombre: cárcel, muro, murate. Y luego vino la reconversión, la integración urbanística, la reinserción… y no sé cuántas políticas públicas más, que transformaron las cárceles en el lugar cultural de encuentro y entretenimiento que es hoy. Lo cual nos cuadra, nos lo creemos y nos quedamos conformes. Conformes y confundidas (pregunté entre mis amigas y todas, universitarias, me confirmaron lo que cuento). Nos creímos un origen, el de la prisión y su reclasificación, que cubre el verdadero. Entre éste y aquél hay un abismo de significado, aunque “muro” pueda servir para explicar las dos cosas.
El origen originario está Antes y su encubrimiento puede llegar a sofocar una energía, sutil y potente, que nos envuelve y nos desplaza, como en espiral, al placer clitórico[2] vivido allí muchos años antes.
A finales del siglo XIV, tres mujeres florentinas muy sabias, una de ellas compañera de Santa Caterina de Siena, se tapiaron en una casa situada en uno de los bellísimos puentes de Florencia que atraviesan el río Arno, hoy llamado Ponte alle Grazie, para dedicarse a la palabra, a la escritura amorosa, al cuidado y a la relación libre entre mujeres. Les siguieron otras muchas. Años después, en torno a 1424, esas mujeres se trasladaron, con una solemne ceremonia pública, al lugar actualmente conocido como Le Murate.
Ellas fueron su origen, el mismo que recoge la poesía de Emily Dickinson:
¡Murada en el Cielo!
¡Qué celda!
¡Que cada cautiverio sea,
Tú dulcísima del Universo,
Como el que te raptó a ti!
Poema 1628 de Emily Dickinson. Con él, nos cuenta María Milagros Rivera Garretas, Emily se colocó en una tradición de escritoras amorosas, místicas y libres de Europa que, cuando ya habían vivido mucho y tenían las cosas claras, decidían tapiarse en una celda en la muralla de su ciudad, en la entrada de un puente o en lo alto del exterior de una iglesia querida. La celda era de dimensiones similares a las que el derecho penal feudal imponía a las mujeres acusadas de adulterio. Ellas transformaron la celda de castigo de las mujeres adúlteras en la casa y sede de su existencia libre, de su placer, de sus visiones. Dejaban una ventana por donde comunicaban con la gente que se acercaba hasta allí, ejercían una función pública de consejo espiritual y eran alimentadas por la piedad de la gente que las querían y respetaban mucho[3].
El placer femenino de esta gran historia, que «sin ser del todo olvidada, no es del todo recordada en el momento oportuno con suficiente peso o gracia, lo cual puede derivar y deriva en que una se equivoque de orgasmo, por muy liberada que esté o precisamente por ello si de lo que se ha liberado es de su ser mujer»[4], me recordó algo.
Ellas, las Muradas, no se enfrentaron al Derecho feudal. Lo sobrevolaron con sus invenciones simbólicas.
El pasado mes de junio recibí la comunicación de que el Tribunal europeo de derechos humanos había sancionado a la (in)justicia italiana y, en concreto, a un Tribunal de Florencia, por reproducir en sus salas y audiencias la violencia que sufren las mujeres violadas o maltratadas.
Antes, eso ya lo había dicho una mujer.
A esa comunicación siguió un cierto revuelo. Insuficiente. La medida del Derecho y de su contrato sexual, convierte algo que debería haber sido un grito desgarrador proveniente del fondo de las entrañas, en un lloriqueo agrio y reivindicativo sin pureza ni eficacia (Simone Weil). Y no solo. Me llevó a dudar. A preguntarme: ¿podría ser una maniobra más para conseguir que las mujeres nos equivoquemos de orgasmo?[5] Para que volvamos a caer - sin caer en la cuenta - en la tentación de fiarnos y deslizarnos hacia la genealogía paterna de los derechos, noción ligada a la repartición, al intercambio, a la cantidad, al proceso, a la reivindicación y a la fuerza (Simone Weil). Y esto, cada vez que ocurre, nos arrebata el placer inmenso de vincularnos a la raíz femenina del gobierno de la vida, que no legisla[6].
Por encima del ámbito de lo legislado, Antes, mucho más allá, separado por un abismo, hay otro lugar en el que se colocan las cosas de primerísimo orden. La verdad y la belleza lo habitan[7]. Como Antes habitaron las Muradas el Universo trascendente de Le Murate. Lo habitaron durante casi cuatro siglos, hasta los primeros años del siglo XIX, cuando se ejecutaron los principios de la Revolución Francesa, relativos a la prohibición de las beguinas - y su Universo de amor - en todos los territorios europeos, a la vez que se proclamaban los derechos, sin ningún vínculo directo con el amor[8], en cartas y declaraciones universales… ¿universal, la maniobra?
¿Y la cárcel en el origen? ¿prisión del olvido?
Pero yo ya me había quedado cautivada, en el Antes
de la excelencia amorosa,
del espíritu y del placer de Le Murate, abiertas al mundo,
¡Qué celda!
[1] Barbara Verzini, La Madre en la mar, trad. por María-Milagros Rivera Garretas, A mano, Edición independiente, Madrid y Verona, 2021.
[2] María-Milagros Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, A mano, Edición independiente, Madrid y Verona, 2020.
[3] Recientemente en su “¡Murada en el Cielo! La distancia de Amor en la mística beguina europea y en la poesía de Emily Dickinson”, revista Duoda, Barcelona, n. 60, p. 77.
[4] María-Milagros Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, op. cit., pp. 13-14.
[5] «La maniobra consiste en conseguir por todos los medios a su alcance que las mujeres nos equivoquemos de orgasmo» en María-Milagros Rivera Garretas, El placer femenino es clitórico, op cit., p. 19.
[6] «El sistema legislativo es el principal instrumento de validación del patriarcado, el invento más elaborado de la tradición masculina euroasiática para garantizar el contrato sexual (Carole Pateman)», Laura Mercader Amigó, “Gobernar sin legislar: la obligación del Bien”, revista Duoda, Barcelona, n. 60, p. 12.
[7] Simone Weil, La persona e il sacro, Adelphi, Milano, 2012, p. 32; y antes, pp. 18 y 27, respectivamente.
[8] Simone Weil, La persona e il sacro, op. cit., p. 31.
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