Enmarcada en el estudio de la reacción internacional y la participación extranjera en la guerra civil española, esta Tesis analiza la respuesta al conflicto que se dio en Irlanda. Tal y como ocurrió en el resto de países democráticos, el contencioso español captó la atención de los habitantes de la isla de un modo significativo. El público se formuló su propia opinión al respecto, abriéndose un debate que se instaló en los principales resortes de la sociedad civil. Las formaciones políticas tomaron partido a favor de uno u otro bando y animaron a sus seguidores a secundar su postura. El Gobierno en funciones hubo de lidiar con una serie de imperativos que la conflagración impuso en su agenda, y los grupos de poder que ostentaban un peso relevante manifestaron su visión sin tapujos. Esto se advino en un momento en que la coyuntura interna de la isla atravesaba por un periodo delicado, puesto que el Free State pugnaba por consolidar el estatus que el Tratado de 1921 le había conferido, mientras que las élites dirigentes se disputaban el control del nuevo Estado. El carácter católico de la nación irlandesa jugó un papel crucial en la reacción que la guerra de España despertó entre sus ciudadanos. Pensemos que la defensa de este credo alimentaba una sangrienta disputa sectaria en el Norte, al tiempo que servía de factor diferencial para aislar la identidad gaélico-celta del resto de las Islas Británicas, de mayoría anglosajona y protestante. El tratamiento de las noticias sobre la Península que implementaron los rotativos del Sur, la postura adoptada por la Iglesia católica y la campaña a favor de los insurgentes que impulsó el conservadurismo irlandés, contribuyeron a decantar en un primer momento la opinión pública del lado rebelde. El conflicto fue interpretado como una pugna religiosa, condición que eclipsó otro tipo de lecturas posibles. La intensidad del clivaje vino acompañada, cuando no motivada, por una manipulación interesada de la información que se daba a la población. Las clases dominantes de la isla habían hecho un esfuerzo en los años precedentes por alejar a los sectores populares de las propuestas emancipadoras más radicales, alimentando para ello un temor rojo que terminó cuajando en el ánimo mayoritario. La corporación eclesiástica venía mostrando su cara más reaccionaria, enfrentándose sin complejos a cualquier atisbo de modernidad que pudiera cuestionar su poder. De hecho, muchos de sus adalides recibieron con gusto las formulaciones ideológicas que abogaban por reconquistar su preeminencia en todas las áreas de la vida comunitaria, es decir el corporativismo católico o, en su defecto, el vocacionalismo de Estado. La ultraderecha irlandesa adoptó una postura beligerante, volcando todas sus energías en la defensa de los facciosos. Los factores que motivaron esta actitud son complejos y variados, aunque en líneas generales respondieron a intereses propios, internos, antes que a una verdadera afección desinteresada. Por su parte, la izquierda radical no dudó en ofrecer toda su solidaridad a los republicanos españoles. Respuesta que le valió el acoso de muchos sectores sociales, políticos y religiosos. La insistencia de la contra-propaganda obrerista y la progresiva falta de legitimidad en la que cayó el discurso pro-franquista, terminaron por bascular el apoyo popular a la causa insurgente hacia una postura más templada. De este modo, las opiniones divergentes pudieron expresarse con un cierto margen de libertad. Aún así, la defensa de la causa lealista continuó chocando con la firme condena de la Iglesia y la oposición frontal de los estratos más acomodados. De Valera subscribió el plan de No-Intervención desde fechas tempranas, decisión que le valió la crítica de los contrincantes parlamentarios y de sus enemigos políticos. Dublín se esforzó en marcar un perfil de actuación diferenciado respecto a la Gran Bretaña, aunque no llegó a permitir que la cuestión española abriera ninguna brecha de disentimiento profundo entre ambos países. Salamanca encontró un aliado potencial en algunos grupos de presión irlandeses como el Irish Christian Front, la jerarquía católica y ciertos grupúsculos filo-fascistas como los blueshirts o el NCP. De hecho, a punto se estuvo de organizar una cruzada moderna en defensa de la cristiandad, que hubiera traído hasta España a millares de voluntarios dispuestos a combatir.