Este trabajo de investigación analiza la política de control del armamento estratégico estadounidense y soviético durante el cambio de década entre los años 60 y 70 del siglo pasado, en referencia a los fundamentos básicos de la relación Washington- Moscú, de los cuales los tratados de limitación de armamentos estratégicos de la época fueron una clara expresión. La metodología está basada, principalmente, en el análisis de fuentes norteamericanas y occidentales, debido a la carencia de fuentes soviéticas accesibles.
El trabajo está dividido en tres partes. En primer lugar, se explica el contexto histórico dentro del cual se lleva a cabo la investigación, desarrollo y despliegue de los arsenales nucleares de los EEUU y de la URSS. Seguidamente, se señala la evolución de la capacidad ofensiva (misiles intercontinentales de base terrestre) y defensiva (sistemas de radares y misiles interceptores) de ambas naciones para, finalmente, centrarse en las conversaciones para la limitación de los arsenales estratégicos, conocidas como SALT I, que tuvieron lugar en la capital soviética en mayo de 1972, explicando sus antecedentes, objetivos, así como las consecuencias en la política armamentística entre Washington y Moscú.
Desde la década de los años 50, tanto los EEUU como la URSS continuaron aumentando sus arsenales nucleares de acuerdo con la lógica de la Destrucción Mutua Asegurada. En tal contexto, fueron desplegados a finales de los años 50 y comienzos de los años 60 los primeros misiles intercontinentales con ojivas nucleares y capacidad para alcanzar el territorio enemigo en pocos minutos. En paralelo al incremento constante de la fuerza ofensiva mutua, Washington y Moscú comenzaron a desarrollar y desplegar sistemas de radares en sus territorios con el fin de defenderse de los hipotéticos, pero posibles, ataques con misiles del adversario. Esta dinámica se conoció como carrera de armamentos, la cual, a la vez que definía las relaciones entre las superpotencias, empezó a constituir también un motivo de preocupación.
Así, Washington y Moscú firmaron entre 1968 y 1972 tres acuerdos que, a pesar de que cada uno de ellos respondía a un objetivo concreto, unidos tenían una lógica conjunta: la de limitar y controlar el crecimiento y la proliferación de los arsenales pero no la de desarmarse. Ambos estaban interesados en el control para reducir los riesgos y contener los costes, pero eran conscientes que siendo la capacidad de destrucción mutua la base de su entendimiento, ninguna de las dos naciones podía permitirse un desarme completo.
En julio de 1968 se firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), el cual tenía el objetivo de limitar el número de estados que disponían del arma atómica. A finales de la década de los años 50 Gran Bretaña llevó a cabo su primer test nuclear. Cuando en 1960 Francia realizó su primera prueba atómica, eran ya varios los países que estaban desarrollando planes nucleares propios. Fue el ingreso de China en el club nuclear en octubre de 1964, lo que llevó a soviéticos y a norteamericanos a plantearse la necesidad de instaurar un mecanismo de control acerca de este asunto ya que, de lo contrario, la situación internacional se haría impredecible debido a la posibilidad del uso de armas nucleares en conflictos regionales a lo largo del mundo. Más importante y preocupante, todavía, para los intereses de Washington y Moscú era la posibilidad de ver disminuir su influencia sobre los actores regionales del sistema internacional si estos pasaban a contar con capacidad nuclear. De este modo, la rivalidad entre ambas potencias se tradujo en colaboración para conseguir la limitación del número de estados con el arma atómica. El resultado fue el TNP, el cual permitiría que sólo unos pocos países poseyeran tal capacidad. El problema que se planteaba, a partir de la firma, era conseguir que el mayor número de estados de sus respectivas áreas de influencia (OTAN y Pacto de Varsovia) se adhirieran al tratado, especialmente aquellos para quienes la adhesión supusiera renunciar al desarrollo de un programa nuclear en marcha.
Un año y medio más tarde, en noviembre de 1969, dieron comienzo las negociaciones SALT I, mediante las cuales Washington y Moscú pretendían cumplir dos objetivos: concluir un acuerdo en el que se limitasen los sistemas de radares ABM y congelar el número de misiles intercontinentales con capacidad nuclear para lograr una paridad aproximada entre ambos países. Tras dos años y medio de negociaciones bilaterales dobles entre las delegaciones norteamericana y soviética, en las rondas SALT I, y entre Henry Kissinger y Anatoly Dobrynin, entre bastidores, los dos acuerdos se firmaron en Moscú el 26 de mayo de 1972.
El Tratado ABM limitaba los sistemas defensivos a dos emplazamientos en el interior de cada país, haciendo que el resto de la nación permaneciese vulnerable a un ataque con misiles intercontinentales del otro estado. Ello garantizaba la destrucción mutua y obligaba a los EEUU y la URSS a buscar, continuamente, bases y métodos de entendimiento que evitaran el inicio de un intercambio nuclear del cual ninguno de los dos podía salir inerme. En otras palabras, el Tratado ABM garantizaba que si una de las dos naciones decidía atacar a la otra, esta segunda, a pesar del daño que podía recibir, tendría siempre la posibilidad de infligir un ataque nuclear equivalente a la primera.
Con respecto a los misiles intercontinentales, en la misma fecha que el Tratado ABM, se firmó el Acuerdo Interino para la Limitación de Armas Estratégicas o SALT I, por el cual los EEUU y la URSS acordaban limitar el número de los misiles intercontinentales respectivos. De este modo, ambos países se comprometían a una paridad que congelaba la producción de los ICBM a partir de aquella fecha, limitando así la carrera de armamentos que se estaba llevando a cabo. Este tratado, al contrario que el ABM que era de duración ilimitada, debía ser revisado cada cinco años. Esto era debido a que el acuerdo SALT I limitaba los arsenales ya existentes o en producción de Washington y Moscú, pero no detenía completamente su investigación y desarrollo, permitiendo que la modernización continuase a lo largo de ese tiempo y fuese necesaria una evaluación posterior para saber si las limitaciones acordadas en 1972 continuaban siendo efectivas un lustro después. Así, el tratado SALT I acordaba una limitación cuantitativa, pero no especificaba nada acerca de la calidad y potencia de los misiles, algo que debería ser estudiado y negociado en posteriores conversaciones. Ello consentía a los EEUU y a la URSS el continuar con la investigación en esta materia, haciendo necesaria la revisión cada cinco años.
Los objetivos de este tratado eran principalmente dos. El primero de ellos era estabilizar la situación internacional deteniendo el creciente número que, hasta aquel momento, ambos países poseían en armamento ofensivo. En segundo lugar, impedirían que esta carrera de armas estratégicas llevase a ambas naciones a unos gastos económicos todavía más ingentes de lo que ya eran. Desde que comenzase la producción de los sistemas ofensivos y defensivos aquí estudiados a finales de la década de los años 50, ambas naciones desembolsaron muchos miles de millones, tanto de dólares americanos como de rublos, para modernizar continuamente estos dispositivos, algo que en los Estados Unidos tuvo una contestación enorme dada la negatividad con la que, a causa de la Guerra en Vietnam, gran parte de la población contemplaba los gastos militares.
En definitiva, las negociaciones SALT permitieron dar comienzo a unas conversaciones acerca de la limitación y la posterior reducción de armas estratégicas que continuaron celebrándose durante las dos décadas siguientes. Pero en ningún momento supusieron un gran esfuerzo en cuanto a la limitación cuantitativa de sus arsenales, ya que si bien limitaban el número de los respectivos misiles intercontinentales de base terrestre y submarina, así como los bombarderos de largo alcance, lo hacían en unas cifras que eran las que ya poseían, sin incluir ninguna destrucción efectiva de armamento estratégico. La investigación prosiguió y la carrera de armamentos continuó hasta la llegada de Mijail Gorbachev a la Secretaría General de PCUS y la posterior desaparición de la Unión Soviética, aún y contando con las negociaciones START que si bien fueron dirigidas hacia la destrucción de armamento ya existente, en ningún momento alcanzó ésta unas cifras significativas. En conclusión, la limitación no supuso una reducción verdaderamente importante, pero consiguió introducir, junto con el TNP, un elemento de control en una carrera armamentística altamente arriesgada, a la vez que el Tratado ABM garantizaba la destrucción mutua y, por tanto, la disuasión ante cualquier aventura nuclear.