Las medidas de aislamiento social dispuesto por los gobiernos como forma de hacer frente a la cuestión sanitaria trastocaron los modos habituales de organización del trabajo y ha puesto en evidencia toda la presión que existe sobre el trabajo de las mujeres y la enorme precariedad de múltiples situaciones. A nivel general, aunque tanto mujeres como hombres se estén enfrentando a mayores problemas físicos y emocionales como resultado de la pandemia y las medidas relacionadas para abordarla, todo parece indicar que esta situación está teniendo un mayor impacto en las mujeres (Farre et al., 2020; Castellano-Torres et al., 2020). Según datos del estudio de Intermón Oxfam (2020) casi la mitad de las mujeres encuestadas afirmó sentir unos mayores niveles de ansiedad, depresión, sobrecarga de trabajo, aislamiento o enfermedades físicas por el mayor volumen de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que recae sobre ellas desde que comenzó la pandemia.
Desde esta perspectiva, y desde la mirada a la gestión a las políticas públicas, el cuidado es una variable de ajuste y la división sexual del trabajo en la segmentación de género del mercado laboral han sido sustento de las medidas gubernamentales para gestionar la pandemia (CEPAL, 2020). Como consecuencia, las mujeres son las principales perjudicadas en términos de su participación en el mercado laboral y la sobrerrepresentación en el desempleo. Además de estar más presentes en los sectores más afectados por la crisis (empleo doméstico, actividades sanitarias y el sector de cuidados en residencias, comercio, turismo e industria manufacturera), son quienes primero se retirarán del mercado laboral para atender las necesidades de cuidado con mayor exposición a la pobreza y falta de autonomía económica.