El mapa monástico femenino navarro describe una retícula de establecimientos fundados en su mayoría en consonancia con los impulsos de los nuevos aires de la espiritualidad europea, sobre todo a partir de la Plena y Baja Edad Media. Las comunidades monásticas femeninas, sin la extensa proyección patrimonial y sin el perfil de incardinación rural de las masculinas, fueron el cauce natural de la acogida de los nuevos modelos de vida religiosa, caso de las Clarisas que se asentaron junto a los principales núcleos urbanos (Estella, Pamplona). Asimismo, son contadas y mal conocidas las fundaciones benedictinas y las hechas por iniciativa regia, caso por ejemplo, de la cisterciense de Marcilla. Contrastan, por otro lado, las dádivas y gracias de la monarquía a estos espacios de vida contemplativa, significativos y generosos en los siglos XIV y XV. En última instancia, y al igual que en el resto de territorios peninsulares proliferaron otros fenómenos de “enclaustramiento” y “emparedamientos” femeninos y que están pendientes de estudiar.
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