Michael Walzer


"En torno de la justicia distributiva, la historia exhibe una gran variedad de disposiciones e ideologías. Sin embargo, el primer impulso del filósofo es resistir a la exhibición de la historia, al mundo de las apariencias, y buscar una unidad subyacente: una breve lista de artículos básicos rápidamente abstraídos en un bien único, un criterio distributivo único o uno interrelacionado; el filósofo se ubica, al menos de manera simbólica, en un único punto decisivo. He de sostener que la búsqueda de tal unidad revela el hecho de no comprender la materia de la justicia distributiva. No obstante, en algún sentido el impulso filosófico es inevitable. Incluso si optamos por el pluralismo, como yo lo he de hacer, esa opción requiere todavía una defensa coherente. Es preciso que existan principios que justifiquen tal opción y que a ésta se le fijen límites, pues el pluralismo no nos exige aprobar cada criterio distributivo propuesto, ni aceptar a todo potencial agente distribuidor. Puede concebirse que existe un principio único y un solo tipo legítimo de pluralismo. Pero de todas maneras, éste sería uno que abarcaría una vasta gama de formas de distribución. Por contraste, el más profundo supuesto de la mayoría de los filósofos que han escrito sobre la justicia, de Platón a nuestros días es que hay un sistema distributivo, y sólo uno, que puede ser correctamente comprendido por la filosofía.

Hoy día este sistema es comúnmente descrito como aquel que elegirían hombres y mujeres idealmente racionales, de verse obligados a elegir con imparcialidad, no sabiendo nada de su respectiva situación, despojados de la posibilidad de formular exigencias particulares y confrontados con un conjunto abstracto de bienes. Si estas restricciones son convenientemente articuladas, y si los bienes son definidos de manera adecuada, es probable que una conclusión particular pueda producirse. Mujeres y hombres racionales, obligados de esta u otra manera, escogerán un sistema distributivo y nada más. Pero la fuerza de esa conclusión singular no es fácil de medir. Ciertamente, es de dudar que los mismos hombres y mujeres, si fueran transformados en gente común, con un firme sentido de la propia identidad, con los bienes propios a su alcance e inmersos en los problemas cotidianos, reiterarían su hipotética elección e incluso la reconocerían como propia. El problema no reside, en primer lugar, en la particularidad del interés, que los filósofos siempre creyeron que podían poner cómodamente de lado -esto es, sin controversia alguna-. La gente común puede hacer eso también, digamos, por el interés público. El problema más grave reside en las particularidades de la historia, de la cultura y de la pertenencia a un grupo. Incluso si favorecieran la imparcialidad, la pregunta que con mayor probabilidad surgirá en la mente de los miembros de una comunidad política no es ¿qué escogerían individuos racionales en condiciones universalizantes de tal y tal tipo?, sino ¿qué escogerían personas como nosotros, ubicadas como nosotros lo estamos, compartiendo una cultura y decididos a seguirla compartiendo? Esta pregunta fácilmente puede transformarse en: ¿qué opciones hemos creado ya en el curso de nuestra vida comunitaria?, o en: ¿qué interpretaciones (en realidad) compartimos?

La justicia es una construcción humana, y es dudoso que pueda ser realizada de una sola manera."

  • Walzer, Michael: Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad. FCE, México 1993. P. 18, 19.