Ronald Dworkin
"Ahora notemos lo que podría parecer una contradicción
entre dos ideas éticas que la mayoría de nosotros acepta. La primera domina nuestra
vida privada. Creemos que tenemos responsabilidades especificas hacia aquellas
personas con las cuales mantenemos relaciones especiales: nosotros mismos, la
familia, los amigos y los colegas. Gastamos más tiempo -y otros recursos- en ellos
que en los extraños, y creemos que esto es acertado. Creernos que alguien que
en su vida política mostrara igual preocupación por todos los miembros de su comunidad
sería una persona defectuosa a nivel privado. El segundo ideal domina nuestra
vida, política. En su aspecto político, el ciudadano justo insiste en que hay
que preocupar se igualmente por todos. Vota y trabaja en favor de políticas que
tratan a los ciudadanos como seres iguales. A la hora de elegir un candidato,
no muestra más preocupación por si mismo o por su propia familia que par otras
personas que para él son meros datos estadísticos.
Una ética general
competente debe reconciliar estos dos ideales. Sin embargo, estos solo pueden
reconciliarse cuando la política logra realmente distribuir los recursos en In
manera requerida por la justicia. Si se ha garantizado una justa distribución,
entonces los recursos que las personas controlan les pertenecen, moral y; legalmente;
el hecho de que los utilicen como desean y como exigen lazos y proyectos especiales,
no anula el reconocimiento, por parte de ellas rnismas, de que todos los ciudadanos
tienen derecho a una participación justa en ellos. Pero cuando la injusticia es
substancial, las personas que se ven atraídas por ambos ideales -de proyectos
y vínculos personales, por una parte, e igualdad de preocupación política por
otra parte- se enfrentan a un cierto tipo de dilema ético. Deben comprorneter
uno de los dos ideales, y cada compromiso que asumen deteriora el éxito crítico
de sus vidas."
- Dworkin, Ronald: La comunidad liberal.
Facultad de derecho de los Andes, 1996. P. 182-183.