Isaiah Berlin
"Permítaseme hacer un resumen de cuál es mi posición tal como la he expuesto hasta
ahora. El grado de libertad negativa de un hombre está en función, por decirlo
así, de qué, y cuántas, puertas tiene abiertas, de con qué perspectivas se le
abren y de cómo están de abiertas. Esta fórmula no debe llevarse demasiado lejos,
pues todas las puertas no tienen la misma importancia, de la misma manera que
los caminos a los que dan entrada son diferentes según las oportunidades que ofrecen.
Por consiguiente, el problema de cómo haya que asegurar en determinadas circunstancias
un aumento general de la libertad y de cómo haya que distribuirla (especialmente
en situaciones en que el abrir una puerta conduce a que se levanten otras barreras
y a que, a su vez, se caigan otras diferentes -lo cual es el caso casi siempre-),
en pocas palabras, de cómo haya que conseguir en un caso concreto que las posibilidades
sean las máximas, puede ser un problema angustioso que no puede resolverse con
ninguna norma inflexible". Lo que más me interesa aclarar es que la libertad negativa
y la libertad positiva no son la misma cosa, cualquiera que sea el terreno común
que tengan, y sea cual sea la que se preste a ser deformada de manera más grave.
Ambas son fines en sí mismos. Estos fines pueden chocar entre sí de manera irreconciliable.
Cuando esto sucede, inevitablemente surge el problema de cuál elegir y, cuál preferir.
¿Se debe estimular en una determinada situación la democracia a expensas de la
libertad individual? ¿Se debe estimular la igualdad a expensas de las realizaciones
artísticas, o la piedad a expensas de la justicia, o la espontaneidad a expensas
de la eficacia, o la felicidad, la lealtad y la inocencia a expensas del conocimiento
y de la verdad? Lo que a mí me interesa decir es simplemente que, en principio,
no se pueden encontrar soluciones rígidas para aquellas cuestiones en las que
los valores últimos son irreconciliables. Decidir de una manera racional en estas
situaciones es decidir a la luz de los ideales y normas generales de vida que
persigan un hombre, una sociedad o un grupo. Si las pretensiones de dos (o más)
clases de libertad resultan ser incompatibles en un caso determinado y si esta
incompatibilidad es un ejemplo de conflicto de valores que son al mismo tiempo
absolutos e inconmensurables, es mejor enfrentarse a este hecho intelectualmente
incómodo que ignorarlo, o atribuirlo automáticamente a alguna deficiencia nuestra
que podría eliminarse aumentando nuestro conocimiento o nuestras habilidades o,
lo que aún es peor, suprimir por completo uno de los dos valores que están en
competencia pretendiendo que es idéntico a su rival, y terminar con ello deformando
ambos. Sin embargo, a mí me parece que esto es exactamente lo que han hecho, y
todavía siguen haciendo, los monistas filosóficos que piden soluciones finales,
pulcritud y armonía de ideas a cualquier precio. Por supuesto, no quiero decir
que esto sea un argumento contra la proposición de que la aplicación del conocimiento
y de las habilidades pueda conducir en determinados casos a soluciones satisfactorias.
Cuando surgen tales dilemas, una cosa es decir que hay que hacer todos los esfuerzos
posibles para resolverlos, y otra que es cierto a priori que siempre tiene que
ser posible en principio descubrir una solución correcta y concluyente, que es
lo que parecían garantizar las viejas metafísicas racionalistas."
- Berlin, Isaiah: Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza, Madrid,
1998. P. 57-59.