Isaiah Berlin
"LA HISTORIA, según Aristóteles, es el relato de lo que han hecho y sufrido individuos
humanos. En una acepción aún más amplia, historia es lo que hacen los historiadores.
Entonces, ¿es la historia una ciencia natural, como lo son, pongamos por caso,
la física, la biología o la sicología? De no serlo, ¿debería procurar ser como
ellas? ¿Qué le impide ser una ciencia natural, si es que no puede serlo? ¿Se debe
esto a error humano, o a impotencia humana, o a la naturaleza del tema, o todo
el problema descansa sobre una confusión entre el concepto de historia y el de
ciencia natural? Estas han sido las preguntas que se han formulado, tanto los
filósofos como los historiadores de inclinaciones filosóficas, al menos desde
comienzos del siglo XIX, cuando los hombres cobraron conciencia de si mismos en
lo tocante a los propósitos y la lógica de sus actividades intelectuales. Pero
dos siglos antes, Descartes ya había negado a la historia el derecho a ser considerada
como estudio serio. Quienes aceptaban el criterio cartesiano de lo que es el método
racional, podían preguntar (como lo hicieron) cuáles podrían ser los elementos
claros y simples constitutivos de los juicios históricos, Y en los que pudiesen
descomponerse por análisis: ¿eran definiciones, la transformación lógica de reglas,
las reglas de la inferencia, las conclusiones rigurosamente deducidas? Aun cuando
la acumulación de esta confusa amalgama de memorias y de cuentos de viajeros,
de fábulas y narraciones de los cronistas, de reflexiones morales y chismorreo
quizá fuese un pasatiempo inocente, quedaba por debajo de la dignidad de los hombres
graves, que sólo buscaban lo que valía la pena de ser buscado: el descubrimiento
de la verdad, de acuerdo con principios y reglas que son lo único que garantiza
la validez científica.
Desde que se enunció esta doctrina de lo que
era y no era ciencia, quienes se han puesto a pensar en la naturaleza de los estudios
históricos han estado agobiados por el estigma de la condena cartesiana. Unos
han tratado de demostrar que a la historia se le podía dar respetabilidad asimilándola
a una de las ciencias naturales, cuyos aplastantes éxitos y prestigios en los
siglos XVII y XVIII hacían concebir la esperanza de obtener abundantes frutos
donde quiera que se aplicasen sus métodos; otros declararon que la historia era
efectivamente una ciencia, pero en un sentido distinto, con sus propios métodos
y cánones, no menos rigurosos, quizá, que los de las ciencias de la naturaleza,
pero apoyada en fundamentos diferentes de los de estas últimas; hubo quienes declararon
desafiantemente que la historia era ciertamente subjetiva, impresionista, incapaz
de convertirse en rigurosa; que era una rama de la literatura, o la encarnación
de una visión personal o de la visión de una clase, de una iglesia, de una nación,
una forma de autoexpresión que era, en verdad, su orgullo y justificación: no
aspiraba a la objetividad universal y eterna, y prefería que se le juzgase como
interpretación del pasado en términos de las demandas del presente, o como una
filosofía de la vida; no como una ciencia. Otros más han tratado de trazar distinciones
entre la sociología, verdadera ciencia, y la historia, concebida como un arte
o, tal vez, como algo totalmente sui generis, ni ciencia ni arte, sino
disciplina dotada de sus propias estructuras y de sus propios propósitos, mal
entendida por quienes tratan de sacar falsas analogías entre ella y otras actividades
intelectuales."
- Berlin, Isaiah: Conceptos y categorías.
FCE, México, 1978. P. 179-180.