Isaiah Berlin
"El pluralismo, con el grado de libertad «negativa» que lleva consigo, me parece
un ideal más verdadero y más humano que los fines de aquellos que buscan en las
grandes estructuras autoritarias y disciplinadas el ideal del autodominio «positivo»
de las clases sociales, de los pueblos o de toda la humanidad. Es más verdadero
porque, por lo menos, reconoce el hecho de que los fines humanos son múltiples,
no todos ellos conmensurables, y están en perpetua rivalidad unos con otros. Suponer
que todos los valores pueden ponerse en los diferentes grados de una sola escala,
de manera que no haga falta más que mirar a ésta para determinar cuál es el superior,
me parece que es falsificar el conocimiento que tenemos de que los hombres son
agentes libres, y representar las decisiones morales como operaciones que, en
principio, pudieran realizar las reglas de cálculo. Decir, que en una última síntesis
que todo lo reconcilia, pero que es realizable, el deber es interés, o que la
libertad individual es democracia pura o un estado totalitario, es echar una manta
metafísica bien sobre el autoengaño o sobre una hipocresía deliberada. Es más
humano porque no priva a los hombres (en nombre de algún ideal remoto o incoherente
-como les privan los que construyen sistemas-) de mucho de lo que han visto que
les es indispensable para su vida como seres humanos que se transforman a sí mismos
de manera imprevisible. En último término, los hombres eligen entre diferentes
valores últimos, y eligen de esa manera porque su vida y su pensamiento están
determinados por categorías y conceptos morales fundamentales que, por los menos
en grandes unidades de espacio y tiempo, son parte de su ser, de su pensamiento,
y del sentido que tienen de su propia identidad; parte de lo cual les hace humanos.
Puede ser que el ideal de libertad para elegir fines sin pretender
que éstos tengan validez eterna, y el pluralismo de valores que está relacionado
con esto, sea el último fruto de nuestra decadente civilización capitalista; ideal
que no han reconocido épocas remotas ni sociedades primitivas, y que la posteridad
mirará con curiosidad, incluso con simpatía, pero con poca comprensión. Esto no
puede ser así, pero a mí me parece que de esto no se sigue ninguna conclusión
escéptica. Los principios no son menos sagrados porque no se pueda garantizar
su duración. En efecto, el deseo mismo de tener garantía de que nuestros valores
son eternos y están seguros en un cielo objetivo quizá no sea más que el deseo
de certeza que teníamos en nuestra infancia o los valores absolutos de nuestro
pasado primitivo. «Darse cuenta de la validez relativa de las convicciones de
uno -ha dicho un admirable escritor de nuestro tiempo-, y, sin embargo, defenderlas
sin titubeo, es lo que distingue a un hombre civilizado de un bárbaro.» Pedir
más es quizá una necesidad metafísica profunda e incurable, pero permitir que
ella determine nuestras actividades es un síntoma de una inmadurez política y
moral, igualmente profunda y más peligrosa."
- Berlin, Isaiah:
Cuatro ensayos sobre la libertad. Alianza editorial, Madrid 1993. P. 242-243.