Hannah Arendt - Biografía
(1906-1975) Pensadora política y analista del totalitarismo.
Nacida en Königsberg en una familia judía, Arendt pasó su juventud estudiando filosofía con los pensadores existencialistas Heidegger y Jaspers. Se interesó por la política con motivo del auge del nazismo y se vio obligada a dejar Alemania; finalmente huyó a través de Francia a EE.UU., donde publicó en inglés sus obras principales.
Tanto en su forma como en su fondo, los escritos de Arendt son sumamente
peculiares ya que no se ajustan a las clasificaciones tradicionales. Describió
su método como un «pensamiento sin barreras» que más que acumular conocimientos
o verificar teorías, intentaba comprender el significado de la experiencia
política. Aunque debía mucho a la fenomenología existencialista de Heidegger
y a su concepción de la filosofía y la poesía, las inquietudes y opiniones
políticas de Arendt eran muy particulares. La única concepción política
establecida con la que plausiblemente se la podría relacionar sería la semiolvidada
tradición del republicanismo que inspiró a Maquiavelo, a los Padres Fundadores
y a Tocqueville. Le parecía que todas las escuelas modernas de pensamiento
político habían abandonado los valores auténticamente políticos en favor
de los sociales.
Arendt se dió a conocer cuando publicó en 1951 The Origins of Totalitarianism
(Los orígenes del totalitarismo), donde sostenía que el nazismo y el estalinismo
habían creado una nueva forma de gobierno específicamente moderna que no
debía confundirse con las formas tradicionales de opresión. El totalitarismo
como sistema persigue la dominación absoluta en el interior y la conquista
del mundo en el exterior; sus características más relevantes son la ideología
y el terror; el terror (cuya forma más extrema son los campos nazis de exterminio)
es utilizado, no como un modo de tratar a los disidentes, sino como la puesta
en práctica de una ideología que proclama las «leyes» de la historia. Arendt
intentó identificar los elementos que hicieron posible el totalitarismo
en la reciente experiencia europea: la específica situación social de los
judíos, que dio una fuerza nueva al antisemitismo; el imperialismo, que
generó movimientos racistas y la expansión del poder a escala mundial, y
la desintegración de la sociedad europea en masas desarraigadas tan solitarias
y desorientadas que podían ser movilizadas mediante las ideologías.
El libro es en especial notable por la vivacidad con la que evoca la experiencia del totalitarismo, por lo que contrasta agudamente con la mayoría de los análisis académicos. Sin embargo, ha sido criticado por muchas razones, desde la identificación que hacía del nazismo y del estalinismo, hasta la confianza de Arendt en la evidencia literaria para determinar sus antecedentes. Desde su publicación el libro ha sido muy polémico. Fue incluso más polémico, particularmente entre la comunidad judía, cuando Arendt retomó el tema en Eichmann in Jerusalem (1958), un libro inspirado en el juicio de un conocido nazi. Subtitulado «Un informe sobre la banalización del mal», el libro sostenía que los crímenes de Eichinann eran debidos menos a una crueldad premeditada que a una inconsciencia puramente burocrática, a una incapacidad de pensar en el significado de sus acciones.
El intento de «pensar en lo que hacemos» para confrontar la experiencia sin presupuestos erróneos, es el propósito de su más grandiosa y sistemáticamente filosófica obra The Human Condition (La condición humana, 1958). Analiza en ella los, modos de la actividad humana y las condiciones bajo las que se desarrolla, desafiando algunos supuestos modernos al señalar que existe una jerarquía intrínseca entre las actividades. En esta jerarquía, la Labor, el comportamiento rutinario que contribuye a la satisfacción de la vida material y a las comodidades de la especie humana, ocupa la posición más baja. Por encima de la Labor está el Trabajo, la actividad del artesano o el artista que crea los objetos duraderos que adornan el mundo humano y proporcionan a los hombres un hogar sobre la tierra. Por encima del Trabajo está la Acción, la internación pública entre iguales, que constituye la materia propia de la política.
El análisis de Arendt centra la atención en la «pluralidad» de los seres humanos, en el hecho de que la Acción se desarrolla entre aquellos que son únicos y tienen diferentes puntos de vista de los del común de los mortales. Pone el acento en la «natalidad» (en contraste con la típica existencialista por la mortalidad): los nuevos seres humanos ingresan constantemente en este mundo de todos y cada uno de ellos es libre de hacer algo nuevo. La política tiene un significado especial, ya que sólo mediante la acción pueden los individuos revelar su singularidad: sólo así pueden experimentar la libertad y darle significado a la vida humana. Al tiempo que ensalza la política, la autora también llama la atención sobre su extrema inestabilidad, es decir, sobre el poder que se desata cuando individuos libres actúan juntos en público y sobre la dificultad de institucionalizar y hacer estables tales campos para la acción. Comparando los estados modernos con la polis griega, en la que los ciudadanos entendían y disfrutaban la libertad política, Arendt señala que algunos desarrollos históricos han oscurecido el verdadero valor de las actividades humanas. El contraste entre vida pública y privada se ha perdido en el desarrollo de la «sociedad», es decir, en la organización de los intereses privados a escala nacional. Los cambios económicos y científicos y la filosofía introspectiva han privado a las personas de la experiencia de vivir en un mundo humano estable y, como resultado de esta «falta de mundanidad», los hombres modernos dan cada vez más importancia a la pura supervivencia.
Otra de sus grandes obras, On Revolution (Sobre la Revolución, 1963), se refiere a los problemas que surgen en la fundación de un sistema político libre. En un controvertido estudio, Arendt contrapone la Revolución Americana, que logró con éxito establecer una constitución libre, con la Revolución Francesa, que degeneró en violencia y tiranía. En Francia, señaló, el problema político de crear un espacio permanente para la acción libre se sustituyó por el problema social de la pobreza de las masas. Los mismos revolucionarios incurrieron en la práctica del terror guiados por su «piedad» para con el pobre (que Arendt distinguía de la «compasión» y de la «solidaridad» con el sufrimiento). Sin embargo, incluso en América, el legado de la revolución era ambiguo. La Constitución dejó a la mayoría de los ciudadanos fuera del escenario político y, como resultado de ello, perdieron el espíritu público y llegaron a ver la política sólo como un medio para construir la felicidad privada. Contra el universal supuesto moderno de que el objetivo de toda política debe ser mejorar el nivel de vida, Arendt insiste en lo que ella denomina «el tesoro perdido» de la tradición revolucionaria, conseguido en las sucesivas revoluciones pero después olvidado -a saber, la «felicidad pública» de comprometerse junto con los camaradas en la libre acción política. El auténtico objeto de la revolución, escribía, es tomar parte en tal acción y establecer un nuevo cuerpo político que la perpetúe. Recordando la emergencia espontánea de los consejos ciudadanos en muchas revoluciones sugería que un sistema basado en la federación de tales consejos sería preferible a la democracia representativa.
Sin embargo, el objetivo de Arendt no era proponer soluciones a los problemas que ella había identificado. Creía que en los tiempos modernos los apoyos de los sistemas políticos habían desaparecido con el declive de la «trinidad romana» (la religión, la tradición y la autoridad), con el resultado de que nos enfrentamos de nuevo con los problemas más elementales de la convivencia humana. De alguna manera esto significa que el futuro está abierto y, en efecto, Arendt continuamente subraya la capacidad humana para empezar cosas nuevas. Sin embargo, a su énfasis en la libertad de los individuos para participar en la acción política añade un vívido sentido de lo imprevisible de tal acción y de su tendencia, dadas las interacciones entre individuos plurales, a producir incontrolables e involuntarios resultados. Por consiguiente, Arendt excluyó la idea de que la función de la filosofía política fuera diseñar un proyecto para su realización futura.
Aunque las ideas de Arendt tienen una considerable coherencia interna, se apartó deliberadamente de un método sistemático, señalando el carácter provisional del pensamiento que (a diferencia de la «cognición» de tipo científico) se asemeja al tejer de Penélope cuando deshace continuamente el trabajo ya realizado. En su última obra inconclusa y publicada póstumamente, Life of the Mind (Vida del espíritu, 1978), Arendt reflexionó sobre la experiencia de la vida mental a lo largo de dos volúmenes, Thinking (Pensamiento) y Willing (Voluntad), que debían haber sido completados con un tercero, Judging (Juicio).
Del mismo modo que no puede incluirse a Arendt en ningún movimiento preexistente, tampoco estableció ninguna escuela de pensamiento. Es todavía demasiado pronto para juzgar su importancia en la filosofía política. Sus críticos apuntan hacia la innegable arbitrariedad de sus afirmaciones como motivo para no tomarla en serio, mientras que sus admiradores sostienen que su originalidad y su talento para reconocer y describir la experiencia política desdeñada por otros la sitúan entre los pensadores más importantes de nuestro tiempo.