Los límites del debate.
La primera vez que Blanco se ocupó de la esclavitud , lo hizo en el períodico "El Español" en 1811, cuando con el motivo del debate existente en las Cortes de Cádiz sobre este tema, publicó un editorial con el título de "Abolición de la Esclavitud". En él acogía con calor la propuesta del diputado Argüelles, que materializó - en primera instancia- un decreto para la abolición. Ahora bien, para el editor del El Español el "buen deseo" había llevado a las Cortes "más allá de los límites convenientes en la materia" Según su opinión, habían emancipado de "una vez" a los esclavos negros y este paso, por otra parte "tan halagüeño" era directamente contrario al bien que se intentaba, porque "en primer lugar, contaría con la oposición cerril de los mismos blancos cuyas riquezas provenían del sudor de los esclavos y que naturalmente, se sublevarían contra tal mudanza, contraria a la sensación de superioridad que les ha adquirido la costumbre, y al interés de sus subsistencia, que tan unida y dependiente está de la esclavitud de los negros". Para evitar esta oposición que podría ser fatal para la causa abolicionista, Blanco proponía que "a la verdad, los que bajo la protección de las leyes existentes han empleado su caudal e industria en una especie de comercio, por más injusto que sea - y ninguno puede serlo tanto como el de que hablamos - no deben ser arruinados de repente o por un nuevo error de los legisladores". Por ello, el remedio más conveniente era justamente el que contenía la primera parte del Decreto de las Cortes, la abolición del comercio de esclavos con la prohibición de que pudieran introducirse de nuevo.
Para Blanco el reglamento, además, debía estar fundado sobre el principio del aborrecimiento de la esclavitud, movido "sólo por los dos principios que impiden la manumisión; 1º La incapacidad moral de los esclavos de recibir la libertad todos a la vez y repentinamente; 2º El deseo de evitar la ruina de una gran proporción de propietarios, de que resultaría una desolación y trastorno universal".
Estos principios combinados podrían inspirar entre otras leyes como:
- Que los hijos de esclavos no eran esclavos porque estos pueden ser educados de modo que se hagan utilísimos y felices ciudadanos.
- Que siendo la industria el principal requisito o disposición para la libertad, se aumente el tiempo que se solía dar a los esclavos para que trabajen para sí propios, dándoles dos días a la semana en lugar de uno, y que se fije una cuota moderada con la que pudieran comprar su libertad; así los que fueran industriosos aprenderán a ganar sus subsistencia, darán un resarcimiento a su dueño y al estado una prueba de que siendo libres no se convertirán en polilla de su felicidad.
De esta forma, según el editor del El Español, la propiedad y la industria irían tomando entretanto un rumbo que en el curso de cincuenta años podría hacer "que los propietarios lo sean de tierras con que puedan hacer la labor y no suceda como ahora que con horror de la humanidad, son dueños del trabajo de otros para con él comprar nuevas tierras y nuevos esclavos".
Blanco, consideraba que "por el momento, no era la abolición de la esclavitud lo que la humanidad exigía de los gobiernos europeos sino que, tal como se había debatido en el Parlamento de Inglaterra se siguiera permitiendo una barbarie indigna de pueblos civilizados... Pues consciente de todo el problema, el Parlamento inglés había dado un primer paso fundamentalmente para impedir que el mal de la esclavitud creciera y se perpetuara en sus horrores, y, así, de esta forma, sin abolir de un plumazo todo el sistema esclavista, mejorar indirectamente la suerte de los infelices que habían caído en ella"