¿Igualdad versus uniformidad? El pluralismo como elemento de legitimidad democrática
Los casos expuestos de Alemania y Francia, representan en términos generales (Gran Bretaña, por ejemplo, tiene sus particularidades), la función del Estado moderno, como columna vertebral en la constitución de las organizaciones sociales y políticas, con una noción de soberanía, que por definición es monista. Así, el Estado nacional ha de asentarse sobre la ficción de un sustrato social homogéneo: un territorio, una lengua, una tradición cultural. Y el sujeto de la soberanía será también único: una nación, un pueblo, una clase.
Cuando esta idea de sociedad de nacionales homogénea configura un Estado, en el que aparece el fenómeno migratorio, ya hemos visto su tendencia a considerar la ciudadanía y la nacionalidad como conceptos de cierre social, estableciendo una barrera diferenciadora entre nacionales y extranjeros.
Cuando en este mismo Estado, una parte de la comunidad no se identifica con los aspectos comunitarios mayoritarios, bien porque no se han integrado en el proceso de homogenización durante la construcción del estado moderno, bien por que desean mantener unos lazos de tipo comunitario específicos, aparece de nuevo la idea de nacionalidad como concepto de cierre social, en este caso para plantear la necesidad de una noción de ciudadanía basada en la homogeneidad, estableciendo una clara confusión entre igualdad y uniformidad.
En algunos países, el acceso a la ciudadanía no está condicionado explícitamente al cumplimiento de un determinado código de identidad nacional. Pero esta desconexión formal está con frecuencia vinculada a una presunción de integración real o potencial en la comunidad nacional. Por ello un crecimiento brusco de la heterogeneidad en términos culturales o de identidades nacionales puede ser percibido como una amenaza a la cohesión de esa sociedad. En ese caso lo que la ciudadanía junta y homogeneiza en el plano jurídico político, puede acabar siendo separado diferenciado y jerarquizado en el plano social.
El Estado-nación moderno es uno de los grandes promotores de la identidad nacional-cultural. Esa institución nunca ha dejado de fomentar algún tipo de patriotismo, una cierta idea de nación, por los medios más diversos: la escuela, la lectura del pasado histórico, el deporte, las conmemoraciones, etc.
Cuando una parte de los ciudadanos de ese estado-nación no se identifican con esa idea de nación, también se constituyen en promotores de una identidad nacional (movimientos nacionalistas), y entran en pugna por la hegemonía con el estado-nación.