Los
años de la incorporación de la mujer a la educación.
A partir de la Revolución de 1868 y del Sexenio Democrático, se inicia en
España el camino hacia corrientes renovadoras en el terreno de la educación.
El incipiente desarrollo capitalista provocó un cambio de rumbo respecto
al papel tradicionalmente aplicado a la educación femenina. El aumento progresivo
de una nueva clase media, la aparición de nuevas profesiones y la influencia
de las ideas feministas que recorren Europa, provocarán un enconado debate
respecto al papel de la mujer en la nueva sociedad, así como, el tipo de
educación más adecuado para ésta.
No obstante, la situación educativa del país no mejoró significativamente
durante el último tercio del siglo XIX. El siglo XX comienza en España con
unas tasas de analfabetismo muy superiores a la media europea, aunque durante
el primer tercio de siglo se produjo un descenso sin precedentes. En 1900
la tasa de analfabetismo femenino se situaba en un 71,4%, mientras que el
masculino significaba algo más de la mitad, el 55,8%. En 1930 las mujeres
analfabetas habían descendido hasta el 47,5%, y los hombres hasta el 37%.
Desde un punto de vista de la educación básica es evidente que durante estos
años se produjo en España una importante incorporación de mujeres al proceso
modernizador del país.
La Ley Moyano de 1857 había declarado obligatoria
la enseñanza tanto para niños como para niñas entre los seis y nueve años,
pero las cifras de analfabetismo indican que su aplicación fue muy escasa.
Tendremos que esperar hasta 1909 para que se produzca un salto cualitativo,
ya que en ese año se ampliaba la obligatoriedad de la enseñanza primaria
hasta los doce años, lo que significó un incremento del 57% del alumnado
femenino en la escuela, pasando de 556.310 niñas a 893.558.
Aunque durante este período asistimos a importantes avances normativos con
respecto a la educación femenina -coeducación hasta los siete años, ampliación
de las asignaturas, etc.- la realidad nos demuestra que todavía existía
una fuerte reticencia hacia la necesidad de propiciar una adecuada instrucción
a las mujeres. En este sentido, el período de escolarización de las niñas
en muchos casos no excede de seis meses; la asistencia a la escuela se encuentra
con graves obstáculos derivados de las obligaciones familiares o la necesidad
de realizar un trabajo remunerado que complementara la economía familiar.
De forma progresiva, van aumentándose las modalidades de educación para
las mujeres. La educación de "adorno" todavía era la mayoritaria, pero empezó
a coexistir con nuevos modelos que preparaban, en especial a las jóvenes
de clase media, en actividades profesionales que se consideraban adecuadas
para su sexo: maestras, institutrices, matronas, y más adelante, en archivos
y bibliotecas o en oficinas de correos y telégrafos, o en empresas y comercios.
Las instituciones religiosas experimentaron un aumento importante durante
las últimas tres décadas de siglo. La cada vez más numerosa clase media
consideraba el sistema educativo público propio de las clases populares,
así que, las instituciones religiosas cubrieron la demanda de una educación
para las niñas de clase media, las familias de las cuales no podían permitirse
la contratación de institutrices, en un intento por imitar los comportamientos
sociales de la clase alta. En 1910 asistían a las mencionadas escuelas un
21,3% de las niñas escolarizadas; en 1914 el número de instituciones religiosas
que se dedicaban a la educación femenina representaba el 34,2%, para aumentar
al 43,57% en 1923.
Por lo que se refiere a las mujeres en la enseñanza media y superior también
se produjo un importante aumento durante las primeras tres décadas del XX.
En 1900, había 5.557 mujeres matriculadas en centros de segunda enseñanza,
y para 1930 esta cifra había aumentado hasta 37.642 mujeres. No obstante,
y aunque el aumento pueda parecer significativo, el hecho de que en España
no se crearan, como en otros países, instituciones de enseñanza secundaria
y superior específicos para mujeres supuso una dificultad añadida para aquellas
que empezaron a acceder a los centros universitarios. Al no poder ofrecer
a las mujeres que deseaban matricularse unos planes de estudios adaptados
a ellas, y unos espacios no compartidos, en muchos casos se denegaría la
entrada a los niveles superiores, provocando que hasta la segunda mitad
del siglo XX fueran muy pocas las que consiguieron estudiar en la universidad.
El número de mujeres matriculadas en el curso 1919-1920 es de 345, cifra
que asciende a 1.681 para el curso 1927-1928, lo que supone el 4,2% del
total del alumnado universitario.
En resumen, durante el período de la Restauración las mujeres se incorporaron
paulatinamente al sistema educativo, tanto desde la escuela primaria como
a las instituciones de educación superior. El proceso no fue fácil, ya que
en España seguía dominando el modelo conservador que no veía bien la necesidad
de posibilitar a la mujer un grado de educación suficiente, ni el desempeño
de un trabajo extradoméstico y remunerado. La formación de las mujeres en
nuevas profesiones, las primeras incursiones en los institutos y universidades
y el reconocimiento de su incorporación a ciertos ámbitos laborales fueron
sólo el principio de lo que se convertiría en una dinámica imparable.