El Código Civil
Napoleónico.
Los
días del imperio se cuentan, efectivamente, entre los más sombríos para la historia
de las mujeres. El aparato estatal se encargó con premura de cerrar las fisuras
abiertas en la jerarquía masculina. El Código Civil napoleónico consagró el principio
de inferioridad de la mujer. Tan sólo se conservaron algunas de los cambios
realizados durante la revolución: idéntica mayoría de edad para los dos sexos
(21 años), respeto de los derechos sucesorios para las mujeres. Respecto al divorcio,
al que como ha mostrado R. Philips para Rouen recurrían sobretodo las mujeres,
se limitó fuertemente antes de desaparecer definitivamente en 1816. De las siete
causas reconocidas por el Decreto de 1792 no quedarían más que tres (adulterio,
condena judicial e injurias) y su realización se vería especialmente obstaculizada
para las mujeres. Las hijas mayores de edad y las viudas no eran totalmente excluidas
de la vida jurídica. Pero las mujeres casadas quedan completamente sujetas a la
autoridad marital. Es el marido quien fija la residencia, autoriza la sucesión,
la gestión de la propiedad, el ejercicio del comercio o de la profesión, el acceso
al salario, etc. En ausencia del marido es la magistratura quien asume estos poderes
y no la esposa. E incluso aquel puede nombrar un consejo familiar que tutelará
a su esposa en su ausencia. Se excluyó a la esposa de la sucesión de su marido
en beneficio de otros familiares de éste.
El Código Civil napoleónico
consagraría la gran derrota del sexo femenino que constituyó la experiencia de
la Revolución francesa. Los principios de libertad, igualdad y fraternidad que
la Revolución había presentado como universales y que se consideraban el nuevo
fundamento de la sociedad moderna fueron negados a las mujeres. La minorización
de las mujeres instaurada por el Código Napoleónico -cuya vigencia se extiende
en muchos países europeos hasta bien entrado el siglo XX- acabó con las esperanzas
revolucionarias y fijó los nuevos principios de la sociedad burguesa.
La revolución feminista quedaba pendiente, pero las mujeres habían planteado ya
los ejes fundamentales de los cambios en las relaciones entre los sexos, y sus
reivindicaciones y sus luchas reclamaban un replanteamiento de las bases de la
ciudadanía y de la democracia moderna, que en algunos aspectos siguen teniendo
hoy plena vigencia.