La modernidad se caracteriza por ser un periodo álgido en la reflexión sobre el hombre y, entre los diferentes campos de reflexión, es destacable el de la ciudadanía y la política. No todos los países europeos vivirán la teoría y la práctica política al mismo ritmo. Los primeros países en los que se manifiestan estas inquietudes entorno al siglo XVI son las repúblicas italianas y los Países Bajos.
Este auge de la ciudadanía está relacionado con el redescubrimiento de los clásicos griegos, principalmente Aristóteles. Maquiavelo es uno de los autores más influidos por el clasicismo político, y, en 1513, escribe El Principe, en el que se pregunta sobre el hombre nuevo, el renacimiento y la mejor forma de gobierno posible.
La Venecia renacentista es una ciudad dirigida por una oligarquía. Los verdaderos ciudadanos son los aristócratas, quienes ejercen por rotación las diferentes funciones públicas. No existe un poder central fuerte, sino que se consideran una federación de repúblicas. En este caso república no hace referencia a un tipo de gobierno particular sino a la respublica, el estar al servicio del bien común.
Los filósofos y humanistas del siglo XVI son los creadores de la auténtica ciencia política que inspira a las generaciones posteriores. El establecimiento de estas repúblicas no tendrá una continuidad histórica y el modelo de ciudadano que se impondrá en Europa es el democrático liberal.