En Roma aparece por primera vez la ciudadanía pasiva.
A partir del siglo II a.C. los romanos extienden su dominación a toda la península. Las élites de las ciudades reconquistadas reivindican la ciudadanía. Estas élites deben responder a una serie de deberes, principalmente militares, a cambio de ser reconocidos como ciudadanos romanos y beneficiarse de algunos derechos, pero no todos los ciudadanos romanos gozan del mismo estatus.
Con el establecimiento del Imperio Romano a finales del siglo I a.C. hay un cambio en la situación, ya que son integrados al imperio numerosos pueblos bárbaros con una cultura, lengua y religión diferentes. La distribución de la ciudadanía aparece como una estrategia política de romanización y asimilación. Este tipo de ciudadanía carece de un significado político, prevalece su valor afectivo y de prestigio para la persona que la detenta: es la ciudadanía pasiva.