La concepción
evolucionista de la ciudadanía
La
teoría marshalliana de la ciudadanía como una marcha por etapas
La ciudadanía en su versión original,
tal como la pensó en 1949 el creador del concepto, Marshall, evolucionó a lo largo
del tiempo a través de la creciente adquisición de derechos como una especie de
marcha por etapas. En el siglo XVIII se adquirieron los derechos civiles, como
el derecho a un juicio natural y a un proceso formal, libertad de asociación y
opinión, a establecer contrato y a residir libremente, etc. En el siglo XIX se
adquirieron los derechos políticos como uniformidad de la representación -relación
entre electores y elegidos en los distintos colegios-, extensión del sufragio,
voto secreto, inmunidad parlamentaria, etc. En el siglo XX, con la expansión del
Welfare, los ciudadanos obtuvieron dotaciones materiales comunes y protección
en la tutela de acontecimientos negativos (enfermedad, accidentes de trabajo,
asistencia en la vejez, etc.). Marshall, un social-liberal, defiende los derechos
sociales y no los concibe contradictorios con la teoría liberal en la medida en
que serían precondiciones del desarrollo de los derechos civiles y políticos.
Críticas
a Marshall.
Desde el punto
de vista feminista, se ha puesto de manifiesto como la concepción de la ciudadanía
Marshalliana como una marcha por etapas que va de los derechos civiles a los políticos
y sociales no responde en absoluto a la historia de la ciudadanía para las mujeres.
Los defensores del análisis Marshalliano sostienen por el contrario
que Marshall era bien consciente de que la concesión del derecho de libertad negativa
en Gran Bretaña conectada al desarrollo del mercado produjo enormes desigualdades
sociales y que las luchas del movimiento obrero por los derechos políticos y sociales
fueron una tentativa de corregir estas desigualdades. Ahora bien, parece efectivamente
muy optimista la tesis de Marshall según la cual la expansión progresiva
de los derechos sociales modificaría el sistema capitalista hasta la abolición
completa de las distinciones de clase y las desigualdades económicas. Marshall
pensaba que la sociedad industrial moderna se estabilizaría y que los conflictos
de clase que la caracterizaban eran un fenómeno transitorio conectado al paso
de la moral feudal a la moderna ética social basada en el derecho.
El modelo marshalliano se enfrenta hoy a los
cambios producidos por el desarrollo de nuevos conflictos. A los conflictos de
clase se han añadido las reivindicaciones por el reconocimiento social de grupos
mucho más numerosos y diversificados. Desde el movimiento de las mujeres y las
minorías étnicas a los defensores de los derechos de los niños o los movimientos
ecologistas. Proliferación que deriva de la fragmentación de las tradicionales
concepciones de pertenencia y de la crisis del estado nacional. Algunos teóricos
piensan que el problema pasa simplemente por una ampliación de los derechos y
de la definición de pertenencia social y política y una definición mas amplia
de la ciudadanía (B. S. Turner. Citizenship and Capitalism. London: Allen
and Unwin 1986; D. Held. Democracy, the nation-state and the global
system, ed. Political Theory Today, Cambridge, 1991). Una visión así mismo
muy optimista porque muchas de estas nuevas reivindicaciones constituyen una contradicción
con normas actualmente aceptadas y además no pretenden en muchos casos aspirar
al universalismo o la igualdad en la medida sino que son reivindicaciones de un
tratamiento diferenciado.
La tesis
de que los derechos del hombre ofrecen una protección para el pluralismo de las
sociedades modernas se confronta al hecho de que las teorías de los derechos
para ser coherentes deben postular un grado elevado de homogeneidad ética y social.
En una sociedad pluralista, la reivindicación de un derecho sólo puede
tener éxito al precio de reducir al silencio las reivindicaciones rivales.
Para escapar a este dilema es preciso construir
una interpretación de la ciudadanía que antepone los deberes a los derechos.