La
exclusión de las mujeres de la ciudadanía liberal.
Los estados liberal-democráticos han negado durante
mucho tiempo la ciudadanía a las mujeres y, una vez reconocida, no la han realizado
totalmente, de modo que las mujeres siguen siendo ciudadanos de segunda clase.
En parte porque cuando han accedido al voto no han llegado a estar adecuadamente
representadas en los órganos legislativos y de gobierno. Y de otra porque la paridad
en la ciudadanía civil, aun en aquellos casos en que ha logrado instituirse de
modo formal, no ha resuelto las discriminaciones existentes. Y en cuanto a los
derechos sociales porque en la medida en que éstos se han desarrollado como derechos
del trabajo para el mercado, no reconociéndose a las mujeres el trabajo de cuidados
como fuente de derechos y estatus de ciudadanía, han servido para reproducir la
dependencia de las mujeres de sus maridos o del estado.
El núcleo de
la crítica feminista al modelo liberal afecta al universalismo que fundamenta
dicho modelo porque bajo la pretensión universalista el modelo liberal de ciudadanía
esconde en realidad la diferencia de género y excluye de hecho lo que no corresponde
a lo masculino. La neutralidad liberal no es genuinamente neutral porque a algunos
ciudadanos (blancos, varones, cristianos...) el acceso a la ciudadanía no les
supone poner entre paréntesis su específica identidad. Para las mujeres el reconocimiento
de la ciudadanía ha supuesto la cancelación de la diferencia de género en la esfera
pública.