Haider sienta a Austria en el diván.- José Comas.
"El nuevo Gobierno austriaco formado por los conservadores y los
ultranacionalistas de derechas de Jörg Haider el pasado viernes ha provocado en
menos de 24 horas una tremenda polarización social desconocida hasta ahora en
el país. El viejo consenso ha sido sustituido súbitamente por una guerra, de
momento, verbal entre los partidos políticos y en un clima de enfrentamiento en la
sociedad civil. Haider volvió ayer a desafiar a la UE afirmando que podría
bloquear sus decisiones, ya que éstas deben tomarse por unanimidad. Mientras, el
Partido Popular Europeo, reunido en Madrid, estudió la fórmula para "suspender"
al partido de Wolfgang Schüssel, el ÖVP, al no haber consenso para expulsarlo.
La llegada al Gobierno del Partido Liberal (FPÖ), el movimiento que acaudilla el
populista de derechas Jörg Haider, ha puesto fin a la legendaria paz y comodidad
de la vida política de una Austria donde, a lo largo de más de medio siglo, los dos
partidos tradicionales, los socialdemócratas (SPÖ) y democristianos del Partido
Popular (ÖVP), se han repartido el poder con todas sus prebendas, sus pompas
y sus glorias. La entrada en el Gobierno del FPÖ de Haider obliga a Austria a
aplicarse el invento de uno de sus hijos más ilustres, Sigmund Freud: el diván del
psicoanalista. Austria requiere analizar sin demora desde el pasado -reprimido y
barrido debajo de la alfombra- hasta el presente de un país que corre el riesgo de
perder el tren de la modernidad.
En el recinto del palacio imperial de Viena, el Hofburg, se encuentra la plaza
Ballhaus, entre las sedes de la presidencia de Austria y la cancillería. El 25 de julio
de 1934, en esa misma plaza, las tropas de asalto nazis asesinaron al canciller
Engelbert Dollfuss, que había intentado una variante austriaca del fascismo.
Cuatro años después, a unos metros de allí, Adolf Hitler saboreó un recibimiento
triunfal en la plaza de los Héroes cuando Alemania anexionó Austria. Después de
la guerra, los austriacos tuvieron la habilidad de olvidar su papel de colaboradores
y verdugos y convirtieron al país en "la primera víctima del nazismo". Se atribuye
al genial director de cine Billy Wilder, un austriaco fugitivo de los nazis, una frase
que resume a la perfección el fenómeno: "Los austriacos han conseguido el
milagro de hacerle creer al mundo que Beethoven era austriaco y Hitler alemán".
Indignación
La plaza Ballhaus y su vecina plaza de los Héroes se convirtieron estos días en
escenario de disputas y minimanifestaciones que acompañaron las repetidas idas y
venidas de los jefes de los dos partidos de la coalición, el derechista presidente de
Gobierno del Estado federado de Carintia, Jörg Haider (FPÖ), y el ya canciller
del Partido Popular, Wolfgang Schüssel (ÖVP). Los manifestantes de uno y otro
signo empezaron ya, a su manera, a practicar este ejercicio colectivo de
autoanálisis.
Gert Archan, un ingeniero de 53 años, se encontraba allí con su perro y ofrecía la
imagen de un yuppy. Archan daba rienda suelta a su indignación por las
informaciones de que la intervención de los países extranjeros contra la entrada de
Haider en el Gobierno había partido de una petición realizada por el presidente
Thomas Klestil y el canciller socialdemócrata Viktor Klima. A voz en grito, exigía:
"El presidente federal tiene que ser destituido inmediatamente. Lo que hizo la
Unión Europea, junto con Klima, fue calentar el asunto. Hay que echar
inmediatamente del Gobierno a los dos. Es la mayor marranada que puede hacer
un presidente al pueblo austriaco". A la pregunta de si votó a Haider, responde el
ingeniero: "Naturalmente. Voté a Haider porque él trae un impulso a Austria tras
30 años de irresponsabilidad política. Ya tuvimos bastante socialismo. Todo el
Proporz creado en estos años tiene que desaparecer". Para Archan, "Haider no
es un racista. Si lo fuese, seríamos todos nazis, y los votantes del FPÖ no somos
nazis o fascistas. Es irresponsable que en el extranjero se nos acuse de racistas.
Es lo peor que nos pueden hacer a los austriacos".
A su lado, Herbert Brunner, de 60 años, empleado de un centro cultural y votante
de Los Verdes, le interrumpe: "Haider es un fascista". "¿Sabe usted lo que es un
fascista?", le pregunta Archan. Un joven grita excitado: "Un fascista es alguien que
manipula a las masas". Brunner hace callar al joven y explica: "Todos los
regímenes fascistas empezaron en Europa creando miedo entre la gente, miedo a
los otros, a los extranjeros, a las minorías. El fascismo no puede llegar al poder,
pero ya está bastante mal tener fascistas en el Gobierno. Van a poner en práctica
una política xenófoba y antisocial. Van a realizar una política de la que los
austriacos tendremos que avergonzarnos". También circulaba por allí Gerold
Salzmann, un funcionario de 40 años, que explica: "Por supuesto que voté a
Haider; porque estoy a favor de la renovación en Austria", añade con vehemencia:
"En Austria, los socialistas y el ÖVP llevaban 13 años en el Gobierno. Vivimos
cada día una red de tejemanejes que ellos han tendido sobre este país y que es
muy nociva. Ésa es la razón más importante por la que la gente votó FPÖ, porque
son los únicos que van a romper ese montaje, esa partitocracia y una economía a
base del carné de partido y el patronazgo".
Haider no gana las elecciones por su ideología más o menos neonazi, xenófoba o
racista. No bastaría con ese potencial para lograr más de la cuarta parte del
electorado austriaco. El éxito de Haider consiste en haber sabido dar una
respuesta al hastío de la población de Austria con más de medio siglo de
inmovilismo, de reparto de puestos, cargos y privilegios con arreglo a las
proporciones de poder de cada partido. Una partitocracia que paraliza los
nombramientos de embajadores porque los socios de coalición no se ponen de
acuerdo en el reparto y que ha dejado al país sin emisoras privadas de radio y
televisión por no tocar el equilibrio de poder de los partidos en el monopolio
público de la ORF.
Y en eso llegó Haider y dijo que iba a mandar parar. Un día su clientela se
encontraba entre los nostálgicos nazis; después halló el filón de los marginados de
la modernidad y los temerosos de una economía globalizada, y entonces entró a
saco en ese potencial electoral. Entre sus votantes se mezclan las viejecitas con
miedo a los extranjeros y los yuppies más posmodernos y el proletariado
tradicional, que se siente abandonado por la socialdemocracia. En su programa, el
FPÖ de Haider tiene toda clase de mercancías: xenofobia y racismo para los que
viven con pavor la extranjerización en un país con un 10% de residentes no
austriacos o ilegales; neoliberanismo y darwinismo social para los yuppies y los
modernos ejecutivos; cheques para las parturientas, y, sobre todo, poner fin de
una vez al Proporz y la partitocracia. El hoy presidente de Gobierno de Carintia
se jacta de la hazaña de haber nombrado a un director escolar que no tenía el
carné de ningún partido.
Todo esto ofrecido con seducción, habilidad en el manejo de los medios y un
lenguaje rompedor y políticamente incorrecto para un público harto ya de
políticos degenerados en burócratas. Haider, un encantador de serpientes, un
auténtico flautista de Hamelin, es capaz de defender una postura y la contraria
poco después, según le convenga a sus intereses, sin quedar manchado. Al menos
mientras no tenga que ensuciarse las manos con las tareas cotidianas de gobierno
y el electorado descubra que esta reencarnación de Robin Hood no puede
cumplir lo que promete y se rompa el encanto."
- EL PAÍS. 6 de febrero de 2000.